martes, 21 de junio de 2011

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Opinión sobre "Diccionario de las artes", de Félix de Azúa

Félix de Azúa

   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Un diccionario indefinido

FÉLIX DE AZÚA 14/05/2011

   Para dar una idea del arte en sus muchos aspectos hay pocas cosas tan apropiadas como hacerlo a través de fragmentos. Esa forma libre de abordarlo, guiada por un orden alfabético, puede hacer de un ensayo disperso un diccionario.

   La palabra "diccionario" suele venir en los diccionarios, pero no todos están conformes en lo que signifique la palabra "diccionario". Conscientes de que un consultor de diccionario será el último en buscar el sentido de la entrada que le da fundamento, los diccionarios suelen ser muy desmayados en lo que concierne a su propia definición.
   ¡Quién me habría dicho que la agonía de las artes iba a durar tanto tiempo! He incluido alguno de sus últimos jadeos. Fascinantes, obsesivos, horripilantes
   Así, por ejemplo, María Moliner comienza diciendo: "Libro en que se da una serie más o menos completa de las palabras de un idioma, etcétera". Definición perfectamente insuficiente e incluso errónea. Ni tiene por qué ser un libro, ni son "palabras" lo que lo componen. Casi calcada es la entrada de Manuel Seco en su utilísimo diccionario del español actual. ¡Qué diferencia, ¿verdad?, con el 'Petit Robert', que nos traslada al universo de la exactitud!: "Conjunto de palabras dispuestas según un orden convencional que da definiciones o informaciones sobre los signos". Aquí se hace conspicua la diferencia: los diccionarios no ordenan palabras sino signos. ¿Quizás conceptos? No siempre: hay diccionarios de imágenes, como los del sistema Duden. El 'Oxford', por su parte, es pragmático a la manera británica y sólo describe el uso de un diccionario, aquello para lo que sirve, su utilidad, pero no su naturaleza o esencia. El de la Real insiste en lo anterior sobre el "libro" y las "palabras".
   ¿Por qué nuestros diccionarios redactan de modo tan tosco el concepto que los define y sustenta? ¿Cómo puede ser que un diccionario no se ocupe como tarea primera de su propia definición? ¡Ah, es tan nuestra esta exigencia! Podemos opinar sobre absolutamente todo hasta llenar un diccionario completo, pero que nadie nos pida responsabilidades. Nosotros estamos libres de toda culpabilidad. Podemos decir de un modo apodíctico lo que los otros son, pero que no se nos exija saber quiénes somos nosotros, desde dónde hablamos, con qué autoridad. Nuestra obsesión es poner una etiqueta a los demás, especialmente a quienes consideramos que no son como nosotros, pero que nadie ose definirnos o clasificarnos porque entonces le morderemos la yugular.
   Así que hace unos años pensé en escribir un diccionario donde no cupiera la entrada "Diccionario". Soy tan irresponsable como cualquier colega, me dije, de modo que voy a definir apodícticamente todo lo relacionado con las artes, pero no me voy a justificar, ni voy a explicar quién soy, desde qué tarima hablo, ni qué intereses me mueven. En este país nadie se justifica, ¿por qué iba a ser yo el primero en hacerlo? Y me lancé a escribir un Diccionario de las artes no sin preocupación, pero con cierta nonchalance.
   Lo hice persuadido de que escribía en la más completa libertad, como el niño que subido en su caballo de madera y esgrimiendo la espada de cartón va decapitando campeones y derrotando regimientos sin esfuerzo; con la graciosa ayuda de un gesto, de una leve fatiga al cabo del ejercicio, así me lancé a la tarea. "Hoy he derrotado a los blindados del general Rommel", le dice el entusiasmado infante a su padre que bastante tiene con rellenar las hojas de Hacienda, y así me sentía yo escribiendo el Diccionario de las artes que hoy se reedita con notables cambios, aconsejados por quince años en los que las artes han sufrido su último y definitivo infarto. Hoy ni las artes son lo que siempre habían sido (no lo eran desde hacía decenios), ni hay ya la menor esperanza de que vuelvan a serlo. Y añado: ¡por fortuna! No es cierto que todo tiempo pasado sea mejor, es la memoria la potencia que mejora y adorna lo que sin duda fue tan efímero y tan pocovale como el presente. La memoria es la orquesta que pone música a los muertos y a los humanos nos encantan los entierros.
   Estaba entonces, cuando la primera redacción, viviendo en París gracias a la generosidad de Sánchez Albornoz, en aquella época en la que aún era posible ser socialista en España sin tener que disculparte, e incluso en la que uno podía sentirse orgulloso de serlo. Mi diccionario tenía que ser socialista en el viejo y noble sentido de la palabra: racional, crítico, enemigo de toda connivencia con el poder, con la corrupción, con la codicia de los ricos, con la vanidad de los jerarcas, con las pequeñeces nacionales, cercano a los débiles, sí, pero sin sentimentalismo, honesto y benéfico. Quería escribir un diccionario republicano, vaya.
   Todos estos ideales, comprensibles en un estudiante, eran muy difíciles de defender cuando uno quería opinar con toda seriedad sobre el estado de las artes en su momento de agonía (¡tan extraordinariamente interesante!), sin por eso renunciar a ser honrado y verosímil. Las artes, fagocitadas durante el periodo romántico por el Arte y convertidas en otra excusa del dominio político bajo la forma de las Vanguardias, habían sido destruidas. ¿Cómo explicar que esa destrucción tenía un aspecto comprensible? ¿Cómo comprimir en un solo y mismo libro la necesidad de desaparición del arte convencional del siglo XIX, la entrada en batalla de las agresivas y heroicas vanguardias, su triunfo absoluto a partir de la Primera Guerra Mundial, y su conformismo y decadencia a partir de la Segunda hasta constituir una Nueva Academia para banqueros y políticos?
   Era una tarea que superaba mis posibilidades. Desde que era un crío, yo me había tomado muy en serio la entrega de los humanos a esa actividad que llamamos "arte". Tenía para mí que en la España que yo había conocido no se me parecía gente más viva y valiosa que Ferlosio, Claudio Rodríguez, Benet, Saura, en fin, no tiene sentido dar nombres porque los había a cedazos, gente que dedicaba su vida a buscar la forma de su experiencia, la de vivir bajo unas circunstancias, con unos congéneres, en un tiempo, unas condiciones y unas tragedias o comedias irrepetibles. Yo entendía la augusta tarea de los científicos, de los técnicos, de los cosmólogos y de la masa inmensa que trabajaba para que fuera posible esa espuma sobreabundante que es el pensamiento en su forma sensible, nuestro significado en forma material, pero no pudiendo dar cuenta de la totalidad del océano, decidí por lo menos comentar mi experiencia de la espuma.
   Comencé, por lo tanto, a escribir un diccionario con la frescura de no haber definido previamente sobre qué sistema, método o principio me iba a apoyar. Como mejor excusa tenía la de que las artes actuales no permiten una visión unitaria y por lo tanto todo ensayo o teoría es un escaso fragmento. Esto es así porque la dispersión y capricho de las artes son el exacto reflejo de la distracción y la chifladura de nuestro tiempo y de nuestras sociedades. En ese sentido las artes que nos están dando figura y representación, tan estúpidas, enloquecidas, baratas, sublimes, sarcásticas, sobrecogedoras y disparatadas, son el reflejo de nuestro tiempo como los templos dóricos de Paestum lo son de la Magna Grecia. Y por eso mismo, el actual es el arte de una sociedad sin destino, sin proyecto y obsesionada con su pasado. Un arte casi siempre satírico y la mayor parte de las veces ridículo.
   Inesperadamente, cuando se publicó, el diccionario llegó a mucha gente, más de la recomendable: tuvo tres reimpresiones y ahora se presenta en una nueva edición reconstruida. Yo no había sido el culpable. ¡Quién me habría dicho a mí que la agonía de las artes iba a durar tanto tiempo! He incluido ahora alguno de sus últimos jadeos. Fascinantes, obsesivos, horripilantes.
   Dije al principio que un diccionario ni tiene por qué ser un libro ni tiene por qué estar constituido por "palabras". El mejor ejemplo, en efecto, son los diccionarios On Line que suprimen categóricamente la noción de "libro" de la definición, pero debo añadir un comentario sobre los diccionarios inmateriales. El más solicitado por la generación pixelada es la Wikipedia, ejemplo supremo de diccionario enciclopédico sin consistencia en papel. Debo añadir que los diccionarios hasta ahora ofrecían una garantía que sin ser absoluta era por lo menos institucional. Uno compraba el Oxford Dictionary porque le suponía más puesto en lo que atañe al idioma inglés que el Valderrábanos Dictionary. Quizás esto es injusto y cainita, pero también es incontrovertible. El caso es que Wikipedia carece de la menor garantía, pero los estudiantes la toman como La Palabra del Señor ya que no tienen otro Señor que la pantalla. Lo cual conduce a situaciones estupendas.
   Me permito concluir con una anécdota rigurosamente real y verdadera. Un muy notable novelista mexicano asistía a su presentación madrileña en un establecimiento de augustas e históricas pretensiones. La presentadora desgranaba las virtudes del novelista con verdadera unción, hasta llegar a la lista de sus publicaciones, momento en que consultó una chuleta. Y entonces dijo: "Sus dos últimos libros son Chúpame la interminable y Mis historias homosexuales, ambas con amplia aceptación de público y crítica".
   Imperturbable, el novelista mexicano tomó entonces la palabra, agradeció a la presentadora sus amables y sin embargo sinceras palabras, y añadió que también agradecía a Wikipedia la inclusión en su currículo de esas dos últimas y exitosas novelas que de inmediato se iba poner a escribir.
   Ya me gustaría que mi diccionario diera pie para una historia tan hermosa.

   Diccionario de las artes. Nueva edición ampliada. Félix de Azúa. Debate. Barcelona, 2011. 335 páginas. 21,90 euros. www.elboomeran.com/blog/.../blog-de-felix-de-azua

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