lunes, 13 de junio de 2011

PRENSA CULTURAL. Homenaje a Jorge Semprún: "Cinco aproximaciones a un largo viaje" (2), por Bernard Henri-Lévy

Jorge Semprún

   En "El País":
Cinco aproximaciones a un largo viaje (2)

BERNARD-HENRI LÉVY 09/06/2011

   Jorge Semprún recibirá el homenaje póstumo de la 'Fundación Amigos del Museo del Prado'. Lo que sigue es el discurso del pensador Bernard-Henri Lévy sobre su legado múltiple que leerá en la ceremonia, prevista para el 28 de junio.

   Luego viene el antifascista. El antifascista más allá de España y a causa de ella. Luego viene la gesta de un escritor cuya obra, en una buena mitad, no tendrá otro objeto, a partir de ahí, que el de instalar a su autor en la posición de Testigo de ese Acontecimiento nazi del que la guerra de España habría sido el anuncio y que él, por una vez, habría recibido en su carne: resistente, primero, en los maquis de Borgoña, luego deportado a Buchenwald, en ese campo de la muerte erigido -él insistía en ello con frecuencia- a ocho kilómetros del árbol de Goethe...
   Pongo una mayúscula a Acontecimiento para resaltar la singularidad radical, en la historia general de las matanzas, del momento nazi tal como lo ha padecido y pensado Jorge Semprún.
   Y también pongo otra a Testigo para decir que nadie habrá llevado tan lejos como él, tanto la exigencia del testimonio como la reflexión sobre los principios, las reglas y, naturalmente, los límites de dicho testimonio.
   En El largo viaje, de 1963, que sigue a largos años de lo que él mismo llamaría la "amnesia voluntaria" de su temporada en un campo de concentración.
   En El desvanecimiento, ese bello libro que él calificaría un día -en mi opinión injustamente- de "borrador aproximado de algunos libros posteriores".
   En Viviré con su nombre, morirá con el mío, ese post-scriptum al Largo viaje, que comienza con la llegada al campo de una nota pidiendo información sobre un detenido llamado Jorge Semprún, que no tiene otra elección para sobrevivir que tomar prestada la identidad de un agonizante.
   Aún en Aquel domingo, del cual fui en Grasset un poco el editor y que él considera, creo, su verdadero gran libro sobre la cuestión.
   Y luego La escritura o la vida, que me parece la verdadera obra maestra, pero ¿cómo saber?
   Buchenwald, en todo caso, cada vez.
   El deber, no de memoria, sino de transmisión de Buchenwald.
   La literatura, su literatura, puestas en el torno de la imposible tarea de transmitir lo intransmisible de la deshumanización en Buchenwald.
   Y ese vértigo que se apoderó de él, y que también forma parte de su obra, en el momento en que piensa que va a morir, que sus contemporáneos van a morir también, y que pronto no habrá ya nadie para dar testimonio de esa memoria naufragada.
   ¿Qué permanece, entonces?
   ¿Qué quedará cuando hayan desaparecido los últimos cuerpos capaces de afirmarse contra el olvido?
   La literatura, sí. Todavía y siempre la literatura. Esa literatura que (¡qué oportuno!) es más inteligente, más sabia y además vive mucho más tiempo que lo que de ordinario llamamos los testigos; esa literatura de mala reputación pero bien armada y a la que, más que nunca, habrá que remitirse.
   Ustedes están informados, supongo, de la polémica que hizo furor en Francia a finales de 2009 cuando un joven novelista, Yannick Haenel, se introdujo en la vida y la cabeza de Jan Karski, el resistente polaco que fue en 1943 a alertar a Roosevelt sobre la realidad de lo que Semprún, siguiendo a Raul Hilberg, llama "la destrucción de los judíos".
   Semprún, en este asunto, estuvo del lado de los derechos de la novela. Lo estuvo con mesura. Prudencia. Es decir, en el interior del parapeto que no omite recordar (comenzando por la recomendación de no ceder jamás a la tentación retórica, empática, él decía en alguna parte "homérica", de servirse de las palabras para añadir horror al horror). Pero al fin lo estuvo. Lo estuvo incluso resueltamente y, si me atrevo a decirlo, naturalmente. Pues, no teniendo la edad del capitán nada que ver en el asunto, lo que era verdadero cuando la travesía de la memoria se hacía bajo el mando de escritores que eran también supervivientes (Primo Levi...) lo seguirá siendo, declaró Semprún, cuando ellos no sean más que escritores.
   Antifascismo y literatura.
   Escribir, no para sobrevivir, sino para revivir.
   Precaria es la ficción. Incierta. Pero cuán poderosa. Es lo que creía Semprún. Antifascista, porque escritor. Devenir escritor para que venga al pensamiento lo impensable del fascismo.

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