María Rosal
tan clara la visión
que podía leer sus intenciones
al trasluz de su hálito. Eran pobres
fantasmas desnutridos, apenas sombras,
pero aún sangraban.
Un resto de piedad, un gesto débil
me conminó a escucharlos. Y no supe
negar favor tan breve.
Toda la madrugada
estuve dando vueltas,
tratando de hilvanar aquella historia.
No volverá a ocurrir,
vengo dispuesta
a expulsarlos con saña de mis sueños
a no ser más el paño de sus lágrimas.
Que busquen otra tonta
que cosa sus rasguños o que aprendan
a ir solos por la vida.
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