Ernesto Sábato
El hombre que se reunía con los anónimos
JUAN CRUZ 01/05/2011
Era un hombre triste; tanto que parecía que esa era su naturaleza. Y, sin embargo, siempre que lo recuerdo lo veo pidiéndole a Jorge Valdano, su paisano exfutbolista, que le diera un puñetazo en el estómago "para que compruebe lo fuerte que estoy". Era hace una década; entonces volvió a Madrid, con su compañera, Elvira Rodríguez Fraga, como si se viniera a despedir de España viajando por este país viejo.
Pero a la vuelta ya se hizo tan mayor su tristeza que convirtió su cuerpo, su memoria y su deseo en pura melancolía. Hubo un filamento en él, siempre, de alegría recóndita, secreta, la que lo hacía amar la vida a regañadientes. Pues, a pesar de las apariencias, Sabato era también un cascarrabias que disfrutaba, un hombre capaz de alternar su preocupación por la ceguera (la suya, la que lo amenazaba) con las bromas y los chismes que le gustaba levantar sobre la clase literaria a la que pertenecía de lleno pero a regañadientes.
Hace unos días Elvira González Fraga me llamó; ella lleva con la ilusión inmarchitable y con un sentido del humor que siempre contrastó con el pesimismo de su compañero, la Fundación 'Ernesto Sabato', incrustada en lo más bello de Buenos Aires. Ella era consciente de los peligros de la edad, pero creía que aún no era la hora.
Se acabó. La muerte de Sabato es un trago amargo y simbólico de la Argentina y de la literatura. Él representa a Argentina, con todas las contradicciones que en él actuaron en la baja frecuencia y que también machacaron a Jorge Luis Borges, algunas veces su amigo, y casi siempre su oponente; sobre ellos, de maneras distintas, cayeron los denodados latigazos que ese país le ha dado a la razón para despojar a los hombres de la serenidad de la discusión o el desacuerdo. Esas contradicciones se han reflejado en estos dos titanes ahora ya desaparecidos. Las heridas están en los libros, en las entrevistas que se hicieron juntos y en los desplantes que se hicieron en público y en privado. Hay un libro en el que ambos se enzarzan a hablar de la literatura, de Dios y del diablo, y aunque no se quisieron nunca del todo, ahí se ve que en ambos hay una pregunta que acaso es el sustento de la inquietud común: ¿para qué tanto lío si hemos de morir y de esto no quedará ni siquiera un verso sencillo?
Pero ahora que toca certificar el fin de Sabato conviene recordar más su literatura que esas escaramuzas que uno aceptó como riesgos del destino y que el otro, el que acaba de fallecer, convirtió en el trampolín de una decisión civil que lo marcó como un héroe de una Argentina nueva que no acaba de ser nunca una Argentina verdaderamente renovada. Y la literatura de Sabato se asienta en la oscuridad del presente y del porvenir del ser humano, en el miedo al vacío que retrata también en su pintura. El túnel y Sobre héroes y tumbas son como el trasunto de esa oquedad rabiosa de sus ojos.
Él quería desaparecer y estar. Una vez, en 'Casa Lucio' de Madrid, donde había querido comer huevos estrellados, cantamos juntos una milonga argentina, de Reguera, creo: "Se me está haciendo la noche / en la mitad de la tarde / no quiero volverme sombra / quiero ser luz y quedarme". Sabato hizo suyos esos versos, pues él, que ya llevaba avanzados los 90, quería quedarse, seguir, estar, terminarse esos huevos estrellados, seguir viaje a Galicia, a Sevilla, volver a Argentina, vivir, aunque ya su estómago no estuviera tan firme como cuando le pidió a Valdano que le golpeara la barriga, "si viera lo fuerte que está".
En sus diarios españoles (España en los diarios de mi vejez, Seix Barral), escribió esta entrada: "Cuando siento que me falta tanto de lo que gocé en otras épocas, me queda esto, agarrar un papel o sentarme a mi vieja máquina de escribir, vieja y compañera, y anotar esto, esto quizá sin importancia, pero que me hace sentir reunido con los anónimos y sin embargo, por algún misterio, cercanos lectores que estos papeles tendrán".
Quería desaparecer, pero quería quedarse, tener lectores, recibir aplauso y reconocimiento; esa ansiedad estaba también en su mirada herida que ahora se acaba de apagar. Sabato, un titán disminuido siempre por la constancia rabiosa de sus melancolías.
Casi un siglo
-Nace el 24 de junio de 1911 en Rojas (Argentina). "Fui el penúltimo hijo de una familia de 11 hijos varones", le dijo a Borges en un coloquio. Su padre era italiano y su madre, albanesa. "Pasé la niñez casi encerrado, y casi podría decir que los dos últimos hermanos vimos el mundo a través de una ventana". Ese encierro y su timidez, dijo también, le "empujaron a la lectura".
-Se afilia en 1930 al Partido Comunista, que terminará abandonando al saber de los crímenes estalinistas.
-Tras doctorarse en 1938 en física en la Universidad de La Plata, investiga sobre las radiaciones atómicas en el 'Laboratorio Curie' de París.
-Abandona la ciencia en 1945. El afán de racionalidad extrema de esa disciplina se convierte en el gran objeto de sus críticas. Ese mismo año publica el ensayo Uno y el universo, centrado en la crítica de la deshumanización de la sociedad tecnológica.
Su otro ensayo de referencia es El escritor y sus fantasmas, de 1963.
-En 1948, la editorial Sur de Buenos Aires publica la primera de sus tres novelas, El túnel.
El director español Antonio Drove adaptó la obra al cine en 1988 con Peter Weller y Jane Seymour en los papeles protagonistas.
-En 1961 aparece su segunda novela, Sobre héroes y tumbas, que contiene el célebre Informe sobre ciegos.
-En 1974 publica su tercera y última novela, Abaddón el exterminador.
-A petición de Raúl Alfonsín, primer presidente democrático tras la dictadura militar (1976-1983), presidió entre 1983 y 1984 la 'Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas'. Sus conclusiones aparecieron en el libro Nunca más, también conocido como Informe Sábato.
-Obtiene el 'Premio Cervantes' en 1984. Fue el segundo autor argentino en ganarlo después de Borges.
-En 1998 publica sus memorias, Antes del fin. En 2004 vería la luz España en los diarios de mi vejez. En la editorial Seix Barral, como el resto de su obra.
-Ayer falleció en la ciudad de Santos Lugares, donde se instaló en 1945. En los últimos años, un severo problema de vista le llevó a dedicarse a la pintura.
-"En la tarde del 5 de enero, de pie en el umbral del café de Guido y Junín, Bruno vio venir a Sabato, y cuando ya se disponía a hablarle sintió que un hecho inexplicable se produciría". Abaddón el exterminador
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