Javier Salvago
Aquel viejo colegio,
los primeros guateques,
el primer cigarrillo
y los castos amores.
Todavía la inocencia
soñando disparates
-rebeldías con regusto
a pan y chocolate-.
Señor, cómo nos mata
el tiempo. Cómo vamos
quedándonos desnudos
y solos, como fríos
esqueletos de otoño.
Pero no te preocupes,
corazón, no me llores.
Si anochece y no hay nadie,
let it be.
No hay comentarios:
Publicar un comentario