Fernando Savater
Tres de corazones
FERNANDO SAVATER 03/05/2011
Hoy no es tan fácil como pudiera parecerle a algunos encontrar novelas inteligentes de tema amoroso. Por supuesto me refiero a relatos que estudien narrativamente el amor, no que se limiten a presentar sin más dentro de otras tramas historias de enamorados. Y más difícil todavía, que traten del amor heterosexual, el que menos curiosidad despierta actualmente en la literatura erótica audaz y sutil. De modo que poder disfrutar de tres obras de tales características y primera categoría, publicadas casi al unísono, es algo digno de celebrarse. A tal ditirambo dedico esta nota, dichoso además porque hayan sido escritas por tres de mis novelistas actuales favoritos.
Para empezar, La viuda embarazada (Anagrama) de Martin Amis. No diré que el hijo de Kingsley Amis haya escrito nada mejor que El hombre verde, el maravilloso relato sobrenatural de su padre, pero sí que todos sus libros son interesantes y a menudo divertidos, lo que no es poco. Tiene buena mano para hacer sugestivo el costumbrismo incluso a los ojos renuentes de quienes más abominamos de él, como este lector. Su última novela es una crónica irónica y maliciosa de los inicios de la llamada revolución sexual en los años setenta del pasado siglo. Para quienes la vivimos en vivo y en directo, una rememoración con tanta nostalgia como bochorno; para los que vienen después, no deja de tener interés docente. Las licencias sexuales varían mucho a lo ancho y a lo largo, pero lo que los humanos buscan al enamorarse suele atenerse a pautas más acrisoladas y de las que resulta poco viable zafarse.
La última novela de Philippe Sollers se llama Trésor d'amour (Gallimard) y él mismo bromea con el título: "Cualquiera se atreve... habrá que leerla a escondidas". Como las demás del autor, es una mezcla de confesión con ficción, barnizada con la habitual autocomplacencia que a muchos irrita y a algunos nos divierte. En cada uno de sus libros, Sollers busca el apoyo de un santo tutelar, sea Mozart, Nietzsche o Lautréamont, que le inspira y del que sabe sacar siempre atinadas lecciones ocultas. En este caso, se trata nada menos que de Stendhal, un consultor amoroso que sirve mejor de guía -en el sentido literario, no literal del término- cuando más desbarra. Con Stendhal no hay modo de guardar las distancias: o se le rechaza como una pieza obsoleta de museo o se le tiene por un amigo del alma para toda la vida. Los del segundo grupo agradecemos que Sollers, un lector realmente incomparable, subraye y glose los Privilegios, esa serie de mágicos dones que Stendhal habría pedido a Dios para perdonarle el haberle creado. Como las listas de recuerdos de Perec y similares, nos da ganas de escribir nuestra tabla de personales privilegios a reivindicar... ante nadie.
La personalidad literaria de Javier Marías es tan inconfundible que a sus adictos se nos ha hecho larga su ausencia narrativa. Los enamoramientos (Alfaguara), su última novela -acompañada como de costumbre por el pataleo de quienes aspiran por llegar en literatura al establishment pero deben seguir en el establo- logra que la espera haya merecido la pena. Con su característica y tensa filigrana, desmenuza dentro de una sorprendente historia los roles dramáticos que interpretan el azar, la curiosidad, la seducción, la envidia, la amenaza y hasta el crimen en el despliegue del juego amoroso. Cuando cerramos el libro, quedamos a la par desconcertados y convencidos, lo que yo llamaría el efecto Marías. De lo que no cabe duda es de que salimos sacudidos por una incursión a cuerpo limpio en un territorio irremediable que no admite visitas programadas...
Tres novelas, tres perspectivas, tres estilos y seguimos en la brecha. Me refiero a quienes, por esperanza o desesperación, aún no nos cansamos de la leyenda del amor.
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