Juan Vicente Piqueras
Esta tierra, esta aldea y esta casa
son más poesía que cualquier poema
que yo haya deseado concebir:
los olivos, la cabra, el tonel viejo,
las eras, los sarmientos, las garberas,
el gallo loco que sigue anunciando
el alba a mediodía, las almendras,
este olor como a humo de pobreza,
el sol de enero, los gatos que acuden
al maná de las manos de la madre,
la bicicleta envuelta entre la paja,
las nubes y las sábanas tendidas,
los membrillos colgados, el aljibe,
los cándalos, las uvas, el aceite en las orzas,
el albaricoquero, los melones,
la rosa congelada, las espuertas
del esparto, las esteras, el baleo,
las manos de mi padre haciendo pleita...
Aquí la muerte no sorprende a nadie.
Todos saben que un día volverán a la tierra
que son y que jamás, ni un solo día,
han dejado de ser, de ver y de sentir.
Todos han visto muertos desde niños.
Y saben que la vida no es distinta
del olor de la lumbre o de la lluvia.
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