Juan Gelman
Las ruinas de la tarde
ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA 07/05/2011
El dolor no ha dado cuartel a la poesía de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) desde 1976, cuando los milicos de la dictadura argentina arrancaron de su casa a su hija, a su hijo y a la mujer de este, embarazada de siete meses. Los dos últimos nunca reaparecieron, aunque la terca búsqueda de Gelman, huérfano de hijo, por las cuatro esquinas del mundo consiguió muchos años después localizar e identificar los restos de Marcelo (20 años), que había sido ejecutado y arrojado a un canal en un tambor de grasa relleno de cemento; no así los de su mujer María Claudia (19 años), a quien mantuvieron con vida hasta que alumbró a su criatura. Al cabo de casi un cuarto de siglo, el incansable empeño del abuelo dio con su nieta "Andreíta o Macarena". Esta tribulación hubiera sido un punto de inflexión en cualquier vida; también en la de Gelman, pese al ancho mapa de cicatrices civiles y personales anteriores a 1976. Tras sus grandes libros recientes (País que fue será, 2004; Mundar, 2008), entrega ahora el poeta El emperrado corazón amora, título entre jeroglífico y trabalenguas bajo el que se reúnen 139 composiciones dispuestas con concierto pero sin orden secuencial ni argumentario explícito. La frase del título, que figuraba ya en Cólera buey (1965, 1971), pone el índice en el corazón, que ha conducido a este poeta, cuya patria es el éxodo, por los caminos del compromiso político y de la emoción humana: un corazón emperrado, mordido por ese dolor-perro empecinado y pertinaz y fidelísimo que no se aparta de su dueño: "Se la pasaba tirando piedras / al dolor, pero él no se va así, / ni sabe cómo irse". Y, en fin, ese corazón amora: un neologismo gelmaniano que significa amar, pero asimismo construir el amor, propender al otro como un sujeto itinerante que solo puede saciarse en los demás.
La poética de El emperrado corazón amora no reduce las pasiones y los sentimientos al núcleo principal de su congoja, según había hecho, por ejemplo, Valer la pena (2002), que tendía puentes entre el hijo perdido y la nieta encontrada; sino que aparece como la suma de toda una existencia que, aun desde antes de nacer, reproduce a escala individual la historia tormentosa de su siglo. Su padre, judío ucranio, preparó la salida de Rusia de su familia tras la Revolución de 1917, luego de haber intentado en vano entrar él: su esposa y su hijo menor se ahogaron al volcar en el río el bote en que escapaban, y milagrosamente se salvó su otro hijo, Boris, que sería tan importante en la vocación del escritor. El padre se casó de nuevo, esta vez con la hija de un rabino, con la que continuó su diáspora, judíos errantes todos, hasta dar con sus huesos y los de los suyos en Argentina. Allí nació el poeta: "En un momento tan delicado como un alumbramiento quise acompañar a mi madre". Y aun cuando las composiciones de este libro no den pistas escolares para establecer una correspondencia argumental inequívoca, la misma música que generan palabras chocando con palabras, cantos rodados afinándose en el cauce del tiempo, remite a aquel niño de cinco años que un día se extasió mientras escuchaba a su hermano Boris recitar en ruso versos de Pushkin para él incomprensibles, pero misteriosos y llenos de armonía: "El hermano que amaba a Pushkin / tenía música en la boca. / Quería trabajar el mundo para / que su esplendor fuera constante, / se fue a la guerra y su repetición. / La máquina del organismo humano / tiene vuelos secretos".
Quizá no sea un exceso vincular este libro del octogenario Gelman al de su bautismo lírico, Violín y otras cuestiones (1956), tras una existencia marcada por muertes de los próximos, expulsiones (lo echaron del PC por haberse ido), condenas a muerte (estuvo simultáneamente en el punto de mira de la Triple A y de los montoneros, después de abandonar la organización), exilio interminable. Aquel viejo libro, que se publicó con prólogo de Raúl González Tuñón y constituyó la primera expresión del grupo 'El Pan Duro', aunaba temáticamente la música del violín y esas "otras cuestiones" menos gratas, y estéticamente la fiebre vanguardista y un socialrealismo no figurativo. Aquella unión de contrarios ha persistido en la obra del argentino, que ha eliminado hasta donde es posible, en cambio, el trascendentalismo retórico y el empaque mesiánico respecto de la imagen del poeta, de índole, diríamos, nerudiana. En El emperrado corazón amora se mantiene, sí, el descoyuntamiento vallejiano, seña de su escritura al menos desde Gotán (1962) y, más decididamente, desde Cólera buey, e igual sucede con las asociaciones alógicas y las formaciones neologísticas de verbos inconjugables ("miedan") o sustantivos caprichosos ("entreshijo", "íbulos"). Por doquier asoma la necesidad de indagar allí donde rehúsa penetrar la razón discursiva, satisfecha de haberse conocido: "Los profesores del intelecto / no vigilan la incapacidad / de la razón, mientras / la desintegración de los discursos / desabriga a pájaros implícitos / que mata el vuelo de la locura".
Radical y sensitivo, desvertebrado e intenso, adelgazado de anécdota, El emperrado corazón amora ofrece la estampa singular de alguien solitario y solidario que ha efectuado una invitación heroica a la fundación de una vida más digna. Los mecanismos que activan los engranajes para conseguirlo son el amor, la memoria, el compromiso civil y el testimonio de la escritura: "Si un acto contra la muerte fuera / escribir en las ruinas de la tarde, / qué delicia disfrazada de espíritu". Ello a pesar de que, como la vastedad de su experiencia enseña, algunas muertes no se acaban nunca: "la muerte no se quiere morir, / tan pálida entre hojas amarillas".
El emperrado corazón amora
Juan Gelman
Tusquets. Barcelona, 2011
304 páginas. 19 euros
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