jueves, 5 de mayo de 2011

PRENSA. "Dedicado a la Bona Dea", por Alejandro Ibáñez Castro

   En "El Día de Córdoba":
Dedicado a la Bona Dea

Alejandro Ibáñez Castro 04.05.2011

   En el calendario poético de Ovidio el mes de mayo está dedicado a la Bona Dea o Maia, la diosa de la fertilidad. Las numerosas ceremonias de todo tipo como las excursiones campestres con cortejos acompañados por música y gran pompa con los que los romanos festejaban el renacimiento de la vida vegetal, la primavera, se atribuyen al legendario Rómulo, creador de los juegos florales de mayo en honor de su hermano Remo, para compensar el remordimiento de su asesinato. Nuestra provincia conserva un ingente Patrimonio Cultural formado por bienes materiales tangibles, arquitectónicos, arqueológicos, artísticos… que se consideran "aceptablemente" protegidos mediante diversos planes y estrategias pero también una amplia muestra del llamado Patrimonio Cultural Inmaterial, patrimonio viviente; es decir, prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y habilidades, así como instrumentos, objetos y artefactos, y espacios culturales asociados con los mismos capaces de proporcionar un sentido de identidad. El mes de mayo de la provincia de Córdoba, con sus cortejos festivos, romerías,cruces, vírgenes y patrones de los agricultores, es un amplio catálogo de costumbres atávicas que un pueblo inteligente conserva con objeto de garantizar un futuro bien asentado en sus raíces culturales.
   Otra práctica ancestral es la fiesta de las cruces. Según la leyenda, Constantino I El Grande, ante una batalla con los bárbaros, tuvo la visión de una brillante Cruz y sobre ella las palabras in hoc signo vincis (con esta señal vencerás). Construyó una cruz, la puso al frente de sus tropas y venció al enemigo. Tras convertirse al cristianismo enviaría a su madre, la futura santa Elena, a Jerusalén en busca de la verdadera cruz, hallándola en los primeros días de mayo, razón por la que la fiesta se celebra estos días. También se dice que esta conmemoración procede de un festejo pagano de culto al árbol, las fiestas en honor a Flora, que los romanos celebraban entre el 28 de abril y el 3 de mayo. Más tarde las autoridades eclesiásticas transformarían la celebración pagana del culto al árbol, las mayas, en la del culto a la Cruz y que ratificaría Carlos III con una Cédula Real prohibiéndolas, aunque desde entonces comenzarían a confundirse ambas y de esta fusión nació su carácter festivo, y sagrado, convirtiendo el símbolo del mayo-árbol en el de mayo-cruz. El pueblo, siempre sabio, supo acoger a una fiesta nueva que tenía mucho que ver con su fiesta ancestral.
   Tal vez menos antigua podría considerarse la fiesta de los patios, sin que ello suponga que el patio cordobés deje de ser una vieja herencia cultural que procede de la etapa islámica de la ciudad en la que gran parte de la vida doméstica, comer y estar, se realiza en este privilegiado espacio doméstico que asegura, por un lado, la ventilación y la iluminación y, por otro, la intimidad familiar con respecto al exterior. Puede buscarse un precedente en las domus romanas que, como las griegas, organizaban sus distintas estancias en torno a un patio central porticado con un aljibe para recoger el agua de lluvia dado que las casas romanas debían abastecerse de las fuentes públicas. Las casas más poderosas tenían un segundo patio con jardín y una exedra donde se celebraban las cenas en verano. El patio de las casas musulmanas, sin embargo, no está basado en los jardines entendidos al modo romano o actual que representan siempre un lujo añadido y, además, casi nunca lo encontraremos centralizado en la parcela urbana y visible desde la calle.
   Paseando la ciudad observamos las dos herencias culturales a simple vista. Aquellos patios que vemos directamente desde la calle son un legado romano que, curiosamente, se pone de moda en el siglo XVII. En el Renacimiento, el gusto por lo clásico se quedó en las portadas. Luego, con el fachadismo del siglo XIX, aparece la reja de hierro que deja ver el patio desde la calle. El patio de origen musulmán es distinto, íntimo, invisible al exterior, como muchos de los patios más populares actuales. El visitante podrá detectar este origen cuando observe que nunca accede a él de directamente desde la calle, siempre hay algún recodo. Actualmente perviven los dos tipos, el central, visible desde el exterior y casi siempre en casas solariegas y el de origen musulmán, más íntimo, que se aparta de la vista pública. El refinamiento islámico, que impone el patio como centro de la vida cotidiana en la época califal, llegará a su punto más álgido con Alhaken y la dinastía abasida, más orientalista y noble, con un segundo patio, más privado todavía y dedicado al puro solaz que recuerda a los peristilos romanos.
   Aunque ambos tengan la finalidad de iluminar y ventilar, la cultura islámica, y luego mudéjar, aporta otra gran singularidad, la presencia del agua mediante fuentes, canalizaciones, acequias y pozos que prolongan en un ambiente urbano la vinculación del hombre con la tierra, la huerta. Este espacio hidráulico que es el patio-huerta llegaría a producir excedentes que se vendían a la calle, tradición que, curiosamente, se conservó en los huertos de los conventos. Mientras el patio barroco incorpora una fuente central, recuerdo del impluvium romano, el de influencia musulmana se convierte en una estilización y refinamiento de las añoradas huertas y la presencia del agua asegura la vida de los frutos, ahora flores. Incorpora plantas útiles a la vida cotidiana como albahaca o hierbabuena, naranjos o limoneros que, además de su uso culinario, perfuman el ambiente.

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