sábado, 30 de abril de 2011

POESÍA. SEMANA DEL LIBRO. "Libros extraños", de Rubén Darío (1867-1916)

Rubén Darío

LIBROS EXTRAÑOS

Libros extraños que halagáis la mente
en un lenguaje inaudito y tan raro,
y que de lo más puro y lo más caro,
hacéis brotar la misteriosa fuente;

inextinguible, inextinguiblemente
brota el sentir del corazón preclaro,
y por él se alza un diamantino faro
que el mar de Dios mira profundamente...

fuerza y vigor que las alas enlaza,
seda de luz y pasos de coloso,
y un agitar de martillo y de maza,

y un respirar de leones en reposo,
y una virtual palpitación de raza;
y el cielo azul para Orlando Furioso...

ARTE. PINTURA. "La muerte de Ofelia" (1802), de Richard Westall (1765-1836)

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Crítica de "El Holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después", del historiador Paul Preston


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Las raíces del terror

ÁNGEL VIÑAS 23/04/2011

   La violencia ejercida durante y después de la Guerra Civil tiene muchas páginas hasta ahora ocultas. El historiador Paul Preston ha profundizado en este tema en uno de sus libros más esperados. Una investigación que disgustará a muchos por la precisión de sus denuncias.

   Este es un libro cuya aparición se aguardaba con expectación, al menos en el medio universitario y entre la amplia grey de investigadores que desde hace años han ido poniendo al descubierto las dimensiones cualitativas y cuantitativas de la violencia en la Guerra Civil y en la posguerra. En mi opinión, supera las expectativas.
   No debería sorprender. Se deben a Preston obras fundamentales. Está profundamente familiarizado con la historiografía española desde hace muchos años, lo cual rezuma en esta obra por los cuatro costados. Desde su atalaya del Centro Cañada Blanc sobre la España contemporánea en la 'London School of Economics' sigue al día sus altos y sus bajos. Ha creado el más importante plantel de historiadores sobre España que existe en el extranjero.
   El presente libro resume toda una vida. Lo hace desde una perspectiva particular y de síntesis de una inmensa bibliografía pero en la que inserta su profundo conocimiento de la evolución española. Impresiona por su penetración analítica, juicios de valor y fundamentación empírica de un tema que no es agradable. En la España del siglo XXI para muchos, inimaginable.
   La obra disgustará a numerosos descendientes del pacto de sangre que militares felones cerraron con sus bases sociales, ya fuese en la clase alta (particularmente en Andalucía, Extremadura, Salamanca y Rioja, es decir, la oligarquía agraria) o con sus adláteres en las clases media y de servicio. Menos aún a quienes crecieron en los loores a una cohorte de guerreros sanguinarios contra su propio pueblo y que constituyeron la espina dorsal del Ejército y de la Guardia Civil de Franco. Tampoco a una jerarquía católica neointegrista que a veces recuerda la de los años treinta, con su incapacidad por separarse de las eternas verdades de Trento. Crispará a historiadores neofranquistas y a algún que otro reputado autor norteamericano. Inevitablemente desagradará a los residuos de los ensueños revolucionarios ya sean anarcosindicalistas, poumistas o comunistas, porque Preston dedica una buena parte a la violencia que, desde abajo, manchó para siempre los estandartes y el honor de los partidos y organizaciones obreros. Unos más que otros. Con los responsables identificados.
   Agradará, eso sí, a quienes ven en el pasado una de las claves para comprender el presente. En el LXXV aniversario de la sublevación militar y civil encaja muy bien el que Preston haya profundizado en las raíces del terror, a saber, en las luchas sociales que puntearon el quinquenio 1931-1935, en la arrogancia de una clase incapaz de entender la necesidad del menor cambio y en el desprecio que un sector del Ejército y de los ricachones de la época sentían por la "escoria de la tierra", condenada a una vida en condiciones infrahumanas en espera, eso sí, de que el Señor les recompensara en la próxima.
   El trato que Preston da a los manejos de la CEDA (confederación de las derechas) es antológico. Frente a las visiones reduccionistas de una historiografía marcada por el patético deseo de desvirtuar en todo lo posible las intenciones y logros de la conjunción reformista, en 1931 y 1936, la obra muestra cómo en aquel periodo se sentaron las bases para lo que después ocurriría. Ni Gil Robles, ni Lerroux ni personajes siniestros como Salazar Alonso salen bien parados. Mola y sus conmilitones (Queipo de Llano en particular) aparecen como lo que fueron: militares brutales, ignorantes y desbarrados con sus alucinaciones sobre el "peligro" comunista, judaico, masónico, ateo o liberal, bien nutridas por los camelos difundidos por personajes turbios como el padre Tusquets o el corrupto policía Carlavilla.
   Me asalta una pregunta. ¿Hará algo la Iglesia católica por elevar si no a los altares al menos a una condición honorable a gente como los padres Santiago Lucas Aramendia, Antonio Bombín Hortelano, Andrés Ares Díaz o Jeromi Alomar Poquet? Todos ellos, y otros, masacrados por militares, carlistas o falangistas tras interceder a favor de condenados a muerte "por auxilio a la rebelión".
   Frente a los negacionismos de pandereta que siguen aflorando en la España de nuestros días, y que remozan las "verdades" de la guerra y del franquismo como si no hubiera pasado el tiempo, el libro de Preston, que aparecerá en su versión original inglesa el próximo otoño, difundirá en todo el mundo los horrores made in Spain. Cualitativa y cuantitativamente mucho más brutales, permanentes y extensos en un régimen que, al incidir sobre su propio pueblo, no deja de recordar algo al estalinista con su afición a tergiversar el pasado. Bajo la mirada no intervencionista, eso sí, de las altaneras y orgullosas democracias occidentales.
   Una obra, en definitiva, que ratifica la reputación del autor y que debiera ser de lectura obligada no solo para los interesados por nuestro pasado sino, y sobre todo, para los educadores de las generaciones futuras.

El Holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después.
Paul Preston
Traducción de Catalina Martínez Muñoz y Eugenia Vázquez Nacarino
Debate. Barcelona, 2011
859 páginas, 35 euros
La plaza de Cataluña de Barcelona en 1936- AGUSTÍ CENTELLES ("El País")

PRENSA. "Mala educación", por Eduardo Jordá

Eduardo Jordá

En "El Día de Córdoba":
Mala educación

Eduardo Jordá
27.04.2011

   Veo a la rapera Mala Rodríguez en una entrevista con Joaquín Petit en Canal Sur 2. Una vez usé una canción de La Mala en un instituto de un barrio problemático, y todos los alumnos sintonizaron de inmediato con la letra, así que me interesa oír lo que dice. La Mala me parece una chica inteligente que sabe lo que quiere, aunque la veo mucho más tímida de lo que imaginaba, cosa que contradice su imagen de chica mala y atrevida. "¿Fuiste una buena estudiante?", le pregunta Joaquín Petit. "No, no lo fui", contesta La Mala sin apenas pensárselo. Y en ese momento me pregunto una vez más qué pasa con nuestro sistema educativo, para que una chica inteligente y aficionada al uso creativo de las palabras haya sido un caso más de nuestro calamitoso fracaso escolar.
   Las causas son múltiples, pero habría que recapacitar sobre una serie de problemas que se repiten. Hace poco estuve repasando comentarios escritos por alumnos de una Facultad de Derecho y me sorprendió la alarmante pobreza expresiva de casi todos ellos. Los alumnos sabían lo que querían decir, pero eran incapaces de expresarlo. Les faltaba vocabulario, les faltaba sintaxis y les faltaba capacidad de síntesis. O sea que los jueces y los abogados y los legisladores del día de mañana tienen problemas serios para construir una frase con un mínimo de lógica y de precisión conceptual. Y si muchas leyes actuales ya parecen redactadas por un imitador involuntario de Chiquito de la Calzada, uno se pregunta qué pasará cuando las redacten esos alumnos que no saben puntuar una frase, ni razonar un punto de vista, ni usar con propiedad los conceptos.
   Pero la culpa no es de los alumnos. Nuestro sistema educativo ha olvidado que la herramienta esencial del aprendizaje es la lengua, y que si un alumno no entiende lo que lee, ni sabe expresarse con claridad de forma oral y escrita, ni ha adquirido un vocabulario amplio que sea capaz de usar con facilidad, ese alumno está condenado a no entender el enunciado de un problema matemático ni el contenido de un tema cualquiera, así que tarde o temprano será un caso más de fracaso escolar. Por supuesto que hay muchas más causas del fracaso educativo, desde la irresponsabilidad de los padres a la permisividad suicida del "buenismo pedagógico" que permite entrar en clase a los alumnos con el móvil conectado, y eso sin hablar de unas cadenas de televisión a las que habría que aplicar con urgencia una 'Legislación Antiterrorista Educativa' para que dejaran de fomentar la estupidez y la desvergüenza. Pero vuelvo a lo más importante, que es la lectura y el buen uso del lenguaje, algo que no debe estar reservado a la Primaria sino que debe llegar hasta la Universidad. De lo contrario, seguiremos condenados al fracaso.

PRENSA. 30 abril 2011

   En "El País":

1. Cristo en la paleta de Rembrandt. Reportaje de Antonio Jiménez Barca. El Louvre despliega una emocionante exposición sobre las visiones religiosas del genio holandés - La intención del artista era huir de la imagen clásica de Jesús.

2. Hacia un mundo más tierno. Por Vicente Verdú.

3. La beatificación de Juan Pablo II. Artículo de Juan José Tamayo, director de la 'Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones' de la Universidad Carlos III de Madrid. Se escenifica otro capítulo de la evolución de Benedicto XVI desde el neoconservadurismo al integrismo. El Papa continúa la obra de desmantelamiento del Vaticano II que inició bajo la sombra de su predecesor.

4. Fanatismo 'versus' diversidad. Juan Goytisolo sobre el atentado en Marruecos.

5. Un ataque que no es una sorpresa. Por Fernando Reinares, investigador principal de terrorismo internacional en el 'Real Instituto Elcano' y, actualmente, Public Policy Scholar en el Woodrow Wilson Center de Washington. Sobre el atentado en Marruecos.

viernes, 29 de abril de 2011

POESÍA. SEMANA DEL LIBRO. "Quisiera que mi libro...", de Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

Juan Ramón Jiménez

Quisiera que mi libro
fuese, como es el cielo por la noche,
todo verdad presente, sin historia.

Que, como él, se diera en cada instante,
todo, con todas sus estrellas; sin
que niñez, juventud, vejez quitaran
ni pusieran encanto a su hermosura inmensa.

¡Temblor, relumbre, música
presentes y totales!
¡Temblor, relumbre, música en la frente
-cielo del corazón- del libro puro!

ARTE. PINTURA. "Ofelia" (1905), de Alexandre Cabanel (1840-1916)

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Entrevista a Philip Roth, a propósito de "Némesis", su nueva novela

El escritor Philip Roth- ETHAN HILL / GETTY IMAGES ("El País")


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
A golpes de martillo

ANDREA AGUILAR 23/04/2011

   Es el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores estadounidenses. Philip Roth tuvo como amigos y maestros a autores como Bernard Malamud y Saul Bellow, y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas Pynchon, John Updike y Norman Mailer abrieron una nueva senda en busca de la gran novela norteamericana. En esta entrevista, en su casa de Nueva York, Roth habla de su último libro, Némesis, de lo que significa para él la escritura y la literatura, de la culpa y del paso del tiempo.

   Su fama, no solo literaria, le precede. Desde que en 1959 publicó Adiós Columbus, la polémica y el éxito han marcado la carrera de Philip Roth (Newark, 1933) como la de ningún otro escritor. La impúdica e hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psiquiatra, a finales de los años sesenta, fue el pistoletazo que le colocó a ojos de la crítica a la altura de Styron o de su coetáneo Updike. Roth, admirador y amigo de Malamud y Bellow, inauguraba una nueva senda en la novela americana.
   Con El lamento de Portnoy también puso en pie de guerra a un grupo de rabinos que le acusaron de antisemita. Las feministas del momento no se quedaron atrás y le señalaron como un flagrante misógino. Los títulos que publicó en la siguiente década azuzaron los furibundos ataques. De la mano de Zuckerman, en nueve de sus novelas, tensó la frontera entre realidad y ficción. Su divorcio de la actriz británica Claire Bloom, y las nada elogiosas memorias que ella publicó poco después, alimentaron los cotilleos. Pero Roth no se arredró. Plantó cara a las sucesivas batallas con genio, a golpe de novela, probando una y otra vez que "la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral". En la farsa, la sátira o la tragedia, el escritor se ha declarado enemigo de lo simple, de la dicotomía entre blanco y negro, y trabaja como pocos la gama de grises que tiñen la conciencia.
   A diferencia de John Updike, el prolífico cronista de la clase media americana y exquisito crítico, Roth, el chico malo sin pelos en la lengua, satírico, irreverente, crudo, sexual y rabiosamente judío ha concentrado toda su energía en la ficción. El acoso y las peleas públicas nunca le empujaron a la misteriosa reclusión del vanguardista Thomas Pynchon. El héroe de Newark construyó su leyenda con la apabullante fuerza de sus libros, demostrando que no tenía ningún camino prohibido, que su ficción podía crecer y abarcarlo todo. En su obra ha explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo, ha buceado e investigado con ahínco. "Su chorro de creatividad es casi shakespeareano", declaraba a finales de los noventa el crítico Harold Bloom. "Están DeLillo, Pynchon, Cormac McCarthy, pero en términos de diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está más cerca de lo mejor".
   Treinta y tres títulos después de su debut, el autor de Pastoral americana o La mancha humana, es el único novelista vivo cuyo trabajo está siendo publicado por 'Library of America', un proyecto similar a 'La Pléiade' que reúne la obra completa de los mejores escritores estadounidenses (quitar en ediciones anotadas). Además, Roth cuenta en su haber con una impresionante lista de galardones -en la que solo falta el Nobel- y millones de lectores en todo el mundo. A los más jóvenes les cuesta entender la controversia que despertaron sus primeras obras. Quizá haber forzado el estereotipo de inmigrante judío de segunda generación hasta derribar ese muro sea una de las mayores victorias de este escritor. Con Némesis, su último libro, cierra el ciclo de cuatro novelas cortas que arrancó con Elegía y regresa al escenario de su infancia, en el Newark de la década de los cuarenta durante la epidemia de polio.
   El escritor se retiró al campo en Connecticut hace más de diez años, pero pasa los inviernos en la ciudad. Al oeste de Central Park, en el Upper West Side, se encuentra su apartamento neoyorquino. Un gran ventanal con una impresionante vista al sur domina un luminoso y amplio salón de suelos de madera clara y exento de librerías. A la derecha, un flexo ilumina el escritorio de cristal. Falta el ordenador, una pieza clave para Roth desde los noventa, que vino a sustituir una sólida máquina de escribir -"como un cañón, grande, negra, inamovible"-. Antes tuvo una Olivetti portátil -"maravillosa, podías empujarla por la mesa, escribir y empujar"- y, por insistencia de sus amigos, dejó el papel y la tinta y se pasó a la pantalla y el teclado -"lo mejor que le ha pasado a mi escritura"-, algo que le permite reescribir mientras avanza. El oficio de escritor para Roth tiene algo de combate físico. Trabaja cada día, todo el día y, durante muchos años, lo hacía siempre de pie. Ahora, solo la mitad del tiempo. "Empecé porque tenía problemas de espalda. Me encanta no estar metido en el hoyo. Si te atascas puedes caminar y quitártelo de encima".
   El sofá se encuentra en el otro extremo del salón. Roth, alto y delgado, camina sin zapatos por la casa. Viste un pantalón de pana y jersey de lana gruesa beis. Mientras habla, sentado en una butaca de cuero negro, juega con las gafas que le cuelgan del cuello y clava la mirada. Agudo y ágil conversador, intercala bromas y carcajadas, pero evalúa sin piedad a su interlocutor y no duda en recordar aquel tiempo en que no se mostraba tan cortés en las entrevistas -"me levantaba, me marchaba de un portazo, si me preguntaban si hacía lo mismo que mis protagonistas les gritaba que sí, exactamente, ¡al pie de la letra!"-. Esta tarde se muestra más sereno. Habla con admiración de la correspondencia de Bellow recientemente publicada y asegura que lo suyo, sin embargo, nunca fueron las cartas, ni los diarios: le cuesta encontrar el tono y siempre está tentado de reescribir, quitar -como todo lo demás-. Aunque hay un ejemplar de The Paris Review bajo su asiento, dice que no ha leído nada nuevo en ficción desde hace tiempo, ni Jonathan Franzen, ni Foster Wallace -"la última gran novela que leí fue Submundo de DeLillo"-.

   PREGUNTA. En Némesis habla del miedo, un asunto central en Estados Unidos después del 11-S.
   RESPUESTA. La polio atacó América en la primera mitad del siglo XX y las advertencias paternas sobre la enfermedad fueron el coro de fondo de mi infancia. Cuando se descubrió la vacuna en 1955, ya me había licenciado en la universidad. No necesitaba el 11-S para escribir este libro.

   P. ¿Es la literatura una buena brújula para entender el presente desde el que se escribe?
   R. ¿Pienso que la ficción refleja el momento en que ha sido escrito sin importar en qué época esté situada la acción del libro? No. Yo quería describir 1944 en Newark. Leí mucho y me entrevisté con un par de tipos de mi edad que tuvieron la polio. Cuando trabajo pongo mucho cuidado en recrear con fidelidad una época. Si el presente en el que escribo también queda reflejado no es un algo deliberado.

   P. ¿Opina lo mismo como lector?
   R. Si es sutil, a lo mejor, con el paso del tiempo puedes ver que algunas cuestiones históricas determinaron que los escritores estuvieran interesados en ciertos temas.

   P. ¿Cómo ha afectado el 11-S a la literatura norteamericana?
   R. Algunos escritores lo han usado en sus libros. Pero, en general, la literatura no funciona así. Yo tardé 65 años en hablar de la polio y ese es más o menos el margen. El paso del tiempo deja espacio para la cavilación y llega una generación de escritores que pueden capturar el hecho, que no suele ser la misma que estaba en su madurez cuando ocurrió. ¿Cree algo de lo que digo?

   P. En algunos de sus libros parece que hubiera una advertencia: cuidado con la bondad.
   R. Sí, una buena frase. El teatro de Sabbath es el reverso: abraza la maldad.

   P. Harold Bloom considera que ese es su mejor libro.
   R. Es bueno. Estoy a punto de releerlo y yo nunca releo mis novelas.

   P. ¿Por qué no?
   R. A menudo es doloroso, ves lo que no conseguiste hacer y el lenguaje que usaste puede resultar un poco embarazoso. Uno no siempre está en buenos términos con sus libros del pasado.

   P. ¿Por qué lo está releyendo?
   R. Alguien me lo sugirió, mientras yo estaba criticando algo de mi obra. El impulso detrás de Sabbath fue fuerte y nuevo. El nivel de invención es muy alto. Cuando lo publiqué lo odiaron.

   P. En un ensayo sobre Bellow habla de su transformación revolucionaria con Auggie March. ¿Piensa en su propia obra en estos términos?
   R. Bueno, El lamento de Portnoy fue algo totalmente distinto de mi obra anterior. Vine a Nueva York en 1963 y daba clases en Princeton. Conocí a un grupo de tipos, todos judíos y un poco mayores que yo. Nos reuníamos y teníamos unas juergas hilarantes, enlazando un tema detrás de otro con historias extravagantes. Después de dos o tres años pensé que por qué no escribía eso, y decidí llevar a la página el comedor del restaurante. Aquello fue el comienzo de una explosión que duró unos doce años. Intenté empujar el elemento cómico tan lejos como pudiera.

Un niño camina por una calle de Newark- BERNARD GOTFRYD / GETTY IMAGES ("El País")


   P. ¿Para defenderse?
   R. No, era una ofensiva en todos los sentidos. La idea era "si no te gusta el tipo que escribió Portnoy, vas a odiar al que escribió esto". Me liberé de mi decorosa educación literaria. El siguiente gran cambio llegó con La contravida, a mediados de los ochenta, un nuevo acto de apertura. Me sentía expansivo cuando escribía y las palabras llegaron.
  
   P. ¿Qué se propuso hacer en esta serie de Némesis?
   R. En los noventa Bellow estaba escribiendo novelas cortas. Recuerdo que le pregunté cómo lo hacía y él, como siempre, se rió. En aquel momento en mis libros yo buscaba ampliar y seguir incluyendo cosas que nada impedía que metiera. Pensé, ¿puedo recortar todo y escribir a pequeña escala? ¿Cómo destilo y comprimo?

   P. Y llegaron estas cuatro novelas.
   R. No sabía que serían cuatro. Empecé con Elegía. Quería contar la vida de un hombre a partir de sus enfermedades. Me divirtió especialmente imaginar ese discurso acusatorio y furioso de la mujer contra el adúltero. Fue divertido asumir ese papel, porque no he tenido muchas oportunidades.

   P. Después vino Indignación.
   R. Quise escribir sobre lo que era ir a una universidad en el tiempo en que yo fui, a principios de los cincuenta. Esos campus convencionales eran sofocantes y detrás de esa asfixia estaba la maldita guerra y la represión sexual. Todo era tan reprimido que ni siquiera sabíamos lo reprimidos que estábamos.

   P. Le ha dedicado bastante atención a la explosión de aquello.
   R. Si el bang de 1963, 1964, 1965... Yo estaba en la treintena y ver aquello fue vertiginoso, daba mareo. Fue increíble.

   P. ¿Ha habido una regresión desde entonces?
   R. No. Lo que pasó en los años sesenta fue tímido y templado si lo comparamos con cómo viven ahora los jóvenes. Aquello fue la primera salida de la cárcel sexual y fue emocionante.

   P. El nuevo libro transcurre durante un verano muy caluroso en Newark, como Adiós Colombus, su primera historia publicada.
   R. Aquello lo escribió un chico que no había oído hablar de la muerte. El escritor de Némesis sí ha oído de ella.

   P. El doctor, uno de los personajes, advierte al protagonista de lo que debilita un sentido erróneo de responsabilidad.
   R. Bucky se siente responsable de cosas que no le corresponden. Y este sentimiento de responsabilidad es insaciable.

   P. ¿Asumir la responsabilidad es una forma de eludir el caos y el azar, de crear la ilusión de control del destino?
   R. Exactamente, y la polio es un ejemplo perfecto: es caos y azar, aunque él se sienta responsable. La culpa da sentido a muchas cosas.

   P. ¿Da por terminada esta serie?
   R. Sí. Quería tratar en breve una cierta preocupación fatalista. Chéjov en uno de sus cuentos dice que detrás de la puerta en la casa de cada hombre rico debería haber alguien con un martillo que espera para darles en la cabeza y recordarles que la gente sufre. En cada uno de estos cuatro libros la Némesis espera, un cataclismo.

   P. ¿Trata siempre los mismos asuntos desde distintos ángulos?
   R. ¿Eso piensas tú? Creo que cada uno tiene un cubo lleno de temas, que son tuyos porque excitan tu energía verbal. Vas sacándolos y usándolos. Llegas al final del cubo y no quedan muchos. Esto es lo que les pasa a los escritores mayores. Tienes un número limitado de temas, diez, seis o veinte, y ese es tu número. Yo no sé cuántos tengo, pero supongo que uno vuelve a trabajar sobre algunas ideas. Mi autorreflexión sobre mi trabajo también tiene un límite.

   P. Mientras escribe, ¿lee sobre el tema del libro en el que trabaja?
   P. Sí, y cuando no tengo más leo otras cosas, mucha historia y biografías. Leí hasta hace unos años ficción, pero todo cambia. Hace diez años empecé a releer y fue maravilloso. Pasé entre seis meses y un año con cada escritor, por ejemplo, Dostoevski y Conrad.

   P. ¿Y la literatura actual?
   R. Pareces mi doctor. No leo novela actual desde hace unos veinte años, solo cosas de amigos. No estoy al día de lo que ocurre.
  
   P. Hace poco aseguraba que leer novelas se acabará convirtiendo en una actividad casi de culto. ¿No hay una interminable necesidad de historias?
   R. Sí, y el cine la satisface. Las películas no requieren el mismo nivel de concentración y sutileza de mente que una novela seria.

   P. En todos los campos, incluso en la política, se habla de la fuerza de la narrativa de un determinado partido o candidato, hasta de un jugador de fútbol.
   R. ¿No es extraordinario? ¿Cuándo empezó? Lo oigo todo el tiempo en la radio. Me doy la vuelta un momento y ocurre esto... No pasaba en los viejos tiempos.

   P. En Los hechos dice que ocupa el punto medio entre el exhibicionismo de Mailer y la reclusión de Salinger. La eterna cuestión sobre autobiografía y novela, sobre Roth y Zuckerman, ¿no es un éxito para un novelista tener un personaje que el público cree que existe y no es ficción?
   R. No. Esto solo ha sido una gigantesca distracción. La gente encuentra una manera de hablar de los libros sin hablar de ellos, es cotilleo. Fue una gran pérdida de tiempo, como la cuestión judía, pero estas cosas componen la vida de uno. No puedes escapar.

   Roth da por terminada la entrevista y se dirige hacia la puerta. La despedida recuerda al precioso ensayo sobre Malamud y su último encuentro, en el que le enseñó las pocas páginas que había escrito y él fue incapaz de ofrecerle el aliento que reclamaba. "Desearía que lo que le dije hubiese sido más", escribe Roth, "y que si lo hubiera dicho, él me hubiese creído".

   Némesis. Philip Roth. Traducción de Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona, 2011. 224 páginas. 21,90 euros. Némesis fue 'Libro de la Semana' de Babelia el pasado 12 de marzo.

PRENSA. "Mujeres escritoras", por Joaquín Pérez Azaústre

Joaquín Pérez Azaústre
   En "El Día de Córdoba":
Mujeres escritoras

Joaquín Pérez Azaústre
 28.04.2011

   Ayer [el miércoles 27] en Alcalá de Henares la literatura, la vida, la emoción, eran enteramente femeninas. Pocas veces se podrá asistir a un acto literario de la sencillez, la sobriedad, el sentimiento calado más allá del papel, de su aire espeso, como una cualidad que a todos nos volviera más livianos, más libres en el acto de leer y escribir. El discurso que leyó Ana María Matute, discurso de recepción de su 'Premio Cervantes', fue el de una niña tierna que no ha olvidado aún ni la infancia mejor ni su ternura. Fue dulce pasear por las calles de un tiempo devastado por la guerra, en el que esas tres palabras mágicas, "Érase una vez", fomentaban el caldo de la imaginación, su textura diversa de varios planos plásticos, vividos, como una geografía intangible de sueños, pero también real.
   Ana María Matute, en el discurso, ha vuelto a ser la misma muchacha temblorosa que una vez llegó a las oficinas de Destino, con su primera novela escrita a mano en un cuaderno de hule negro, vestida a la usanza de entonces, con falda oscura y calcetines blancos, sin ni siquiera haberla mecanografiado antes, y nos ha devuelto a todos la anécdota convertida en un milagro de la memoria hecha reescritura. Se acordó entonces del caballero que, tan amablemente, la estuvo atendiendo entonces en su despacho, explicándole que no podía presentar una novela así, que tenía que pasarla a limpio en una máquina de escribir, y que una vez lo hiciera ellos le darían una respuesta. Aquel hombre era el escritor Ignacio Agustí, por entonces en Destino, que acababa de tener un gran éxito de crítica y público por su novela Mariona Rebull. Ana María Matute le recordó ayer, del mismo modo en que también nombró a Gonzalo Rojas, muerto hace muy poco, y fue recuperando ese relato que comenzó una vez, cuando tenía apenas cinco años y decidió que por encima de todo sería únicamente una escritora.
   Tantos años después, lo ha conseguido. Pero quizá también lo logró entonces. Fue también especial el discurso de Ángeles González Sinde -otra mujer-, refiriéndose a una fotografía que lleva siempre en la cartera, en la que aparecen Ana María Matute y Ana María Moix: dice que le da fuerza, y es comprensible. También estaba ahí Ana María Moix, como Juana Salabert, Soledad Puértolas, Ángeles Caso, Paula Izquierdo.... Mujeres. Ayer fue el día de las mujeres, por fin, en la literatura española. Algo se respiraba allí, una sensación de plenitud con representación femenina cordobesa: también estaba dentro Juana Castro, flamante ganadora del 'Premio de la Crítica' por sus Cartas de enero. Ha sido un día genial. No es que uno crea demasiado en las etiquetas literarias -literatura "femenina" es una de ellas-, pero ha sido estupendo contemplar esta fiesta de mujeres escritoras, con su hermosa gran maga.

PRENSA. 29 abril 2011

   En "El País":

1. El otro. Columna de Juan José Millás.

2. Consagración literaria a los 88 años. Por Mauricio Vicent. La cubana Fina García Marruz, premio 'Reina Sofía de Poesía Iberoamericana'.

3. 'Los enamoramientos', el 'thriller' que no lo era. Reportaje de Javier Rodríguez Marcos. Javier Marías presenta su nuevo libro en el Cervantes.

4. China envejece rápidamente. Reportaje de José Reinoso. La población alcanza los 1.339 millones, la mitad ya urbana.

5. Trenes que no cruzan fronteras. Artículo de Javier de Lucas, catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política y director del 'Colegio de España' en París. Sobre los inmigrantes entre Italia y Francia.

jueves, 28 de abril de 2011

POESÍA. SEMANA DEL LIBRO. "Leer", de Miguel de Unamuno (1864-1936)

Miguel de Unamuno
Leer

Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer, ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?

PRENSA CULTURAL. "Babelia". "Némirovsky inagotable"

La escritora Irène Némirovsky, en Urrugne (Francia) en los años treinta.- Denise Epstein ("El País")


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
NÉMIROVSKY INAGOTABLE

LOLA GALÁN 16/04/2011

   La leyenda de Irène Némirovsky, la escritora de origen judío, crece. Su pueblo y su país de acogida le dieron la espalda. Murió en Auschwitz. Tuvo un éxito precoz, luego el olvido y una recuperación póstuma con su obra Suite francesa. Ahora se edita Los perros y los lobos, su última novela publicada en vida, y se prepara una exposición y una película.

   El salón de la casa de Denise Epstein, en la novena planta de un edificio moderno en un barrio popular de Toulouse, es una especie de santuario dedicado a su madre, Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942). Como en todo santuario, hay flores frescas, un ramo de margaritas amarillas, frente al particular altar laico dedicado a la deidad doméstica: una estantería repleta de ediciones de sus obras en todos los idiomas, y un montón de fotografías suyas prendidas de las paredes. Némirovsky en los años veinte, con un sombrerito calado hasta las cejas; con su marido, el banquero Michel Epstein, y con sus hijas, Denise, la mayor, y Elizabeth, siete años y medio más pequeña, muerta de cáncer en 1996.
   Denise, 81 años, es la única superviviente de una familia destrozada por el delirio nazi (a la deportación a Auschwitz de Irène le siguió la de su marido, muerto en las cámaras de gas el mismo año), por el dolor y la enfermedad. "Esta es la foto que prefiero, la última que nos hicimos juntos", dice, señalando una imagen de la pareja con las dos hijas, todos sonrientes, tomada el verano de 1939, en Hendaya, donde solían ir todos los años.
   Denise Epstein, pelo corto, camisa marrón, pantalones negros, y un aire jovial que desarma, ha sido documentalista y ha creado su propia familia (tiene dos hijos, una hija, Irène, y varios nietos), pero el motor fundamental de su vida ha sido siempre su madre. Es decir, recuperar los fragmentos de su vida, reconstruir una memoria coherente de la mujer y de la escritora que tanto admiraba, y de la que fue separada bruscamente la mañana del 13 de julio de 1942. Esta dedicación casi obsesiva explica que guardara durante décadas el manuscrito de la última obra de su madre. La inacabada Suite francesa, publicada por ediciones Denoël en 2004.
   Una obra escrita, como dijo la autora, "en la lava ardiente". Una historia en tiempo real de la guerra y sus efectos en una comunidad burguesa europea. Némirovsky retrata con certera crueldad la reacción del pueblo francés a la ocupación alemana. Obsesionados por la comida y los objetos mientras el mundo se derrumba a su alrededor. El aplauso póstumo fue general. Desde entonces, la vida de Epstein gira todavía un poco más alrededor de la de su madre, convertida en una autora superventas, traducida a 35 idiomas.
   Denise enciende un cigarrillo rubio y busca en las estanterías la primera edición de Los perros y los lobos. "Aquí está. Mire. Es uno de los libros que prefiero de mamá. Me gustan más los que hablan de gente un poco bohemia que los que reflejan a la burguesía francesa". Los perros y los lobos, que publica ahora la editorial Salamandra -y La Magrana en catalán-, es, como casi siempre en las novelas de Némirovsky, un agudo retrato social. La obra, que rezuma desencanto, relata la historia de Ada, Ben y Harry, judíos los tres, parientes lejanos, y situados en los extremos de la escala social. Los sentimientos que alimenta Ada hacia Harry superarán el tiempo y las barreras sociales hasta unirles en un amor que va más allá de la experiencia individual, porque ambos se reconocen en la memoria común de un pueblo arrinconado, rechazado y, por ese motivo, dividido entre los perros fieles y los lobos salvajes.
   Los personajes de Los perros y los lobos son, casi exclusivamente, judíos procedentes de la Europa del Este, e instalados en París, como la propia familia de la autora. La visión de Némirovsky no es amable. "Pero sé que es verdad", escribirá en una nota al hilo de la publicación de la obra, en 1940. Eran años difíciles, pero Némirovsky no podía imaginar que estaba a un paso del final de su vida humana y artística. Porque a su deportación y su muerte en agosto de 1942, en el campo de concentración polaco, le seguiría un largo, profundo silencio editorial.
   "Cuando nos lanzamos a publicar Suite francesa, era una autora completamente olvidada", reconoce Olivier Rubinstein, su redescubridor, y responsable actual de la editorial Denoël, en su amplio despacho de la sede parisiense, que se asoma a un patio interior lleno de árboles florecidos. "Había sido una escritora precoz, una especie de Françoise Sagan de su época, que publicó su primer libro en una revista literaria en 1926, con 23 años, y conquistó la celebridad absoluta a los 29 años con su novela David Golder". Cierto que dos de sus libros más célebres, este último y El baile, editados por Grasset, todavía se vendían, pero los derechos de autor que recibían las hijas de la autora eran de unos pocos cientos de euros.
   Rubinstein conocía a Némirovsky y leyó el texto con interés, pero sin la menor sospecha de que tenía en sus manos uno de los mayores éxitos editoriales de Denoël. Suite francesa fue un superventas total, no solo en Francia, o en España, donde conquistó el 'Premio de los Libreros' de Madrid, y tuvo una excepcional acogida. La edición en lengua inglesa superó el millón de ejemplares de ventas y sirvió, como dice Rubinstein, para descubrir "no solo una obra excepcional sino a una autora muy importante". Una autora que todavía no ha terminado de cosechar triunfos. El año próximo se iniciará el rodaje de una superproducción cinematográfica de Suite francesa, y existe el proyecto de inaugurar en Madrid una gran exposición sobre la peripecia humana de la escritora, que se clausuró en París en marzo pasado. La muestra procedía de Nueva York, donde bajo el lema 'Mujeres de letras. Irène Némirovsky y Suite francesa', presentaba la historia de la escritora, que ya había conmovido a la opinión pública estadounidense cuando se divulgaron los detalles del descubrimiento de su novela póstuma. Allí estaba su manuscrito, un cuaderno de papel cebolla emborronado con una letra diminuta de un azul especial; allí estaba el pequeño baúl (28,5 centímetros de alto, por 49 centímetros de ancho y 42 centímetros de profundidad), donde permaneció guardado junto a cartas, fotografías, pequeños recuerdos familiares, hasta los años noventa, cuando sus hijas se decidieron a depositarlo en un archivo público, no sin antes mecanografiarlo y reservarse cada una una copia. Y allí estaban las imágenes de Némirovsky. Fotografías de una adolescencia triste, de una juventud loca, vivida en el lujoso ambiente de los rusos blancos en el exilio. Irène, rodeada de rostros con la mirada esquiva que les identifica como descendientes de una estirpe de víctimas de pogromos, persecuciones, deportaciones. "Deportación es una palabra tan rusa", exclama Denise Epstein. Pero hábiles también para reconstruir fortunas y ganarse un sitio en las sociedades de adopción.
   Los Némirovsky, huidos de la revolución bolchevique, se instalarían en París en 1919, después de una etapa en Finlandia y un breve paso por Suecia. París era el centro del mundo y la jovencísima Irène, educada en francés por su institutriz, encontrará allí, finalmente, su lugar en el mundo. Y su patria, en el idioma francés, como ha dicho su biógrafo, Olivier Philipponnat.
   La patria francesa, esa a la que siempre aspiró, la rechazó brutalmente, pero también su pueblo, la comunidad intelectual judía, ha tenido dificultades para aceptar su visión políticamente incorrecta de lo hebreo. Némirovsky, alabada como una autora excepcional, dueña de un estilo que mezcla elementos clásicos a lo Balzac, o a lo Tolstói, y elementos de una sorprendente modernidad por su visión mordaz del mundo, no representa el prototipo de la judía perfecta a ojos del 'Museo de la Historia del Judaísmo', de París, que rechazó la exposición. Será, finalmente, el 'Memorial del Holocausto', con sede también en la capital francesa, el que acoja la muestra. Y los mismos que aplaudieron Suite francesa retomaron con furia la controversia sobre el antisemitismo de la autora.
   "La polémica no arranca de esa obra, sino de los caracteres judíos que traza en otras obras, por ejemplo en David Golder [historia de un ambicioso banquero hebreo], que dan vida a clichés antisemitas, que fueron ya polémicos en su época, y volvieron a serlo después, en América e Inglaterra, cuando se publica Suite francesa", dice el responsable de Denoël. Se refiere a descripciones físicas de judíos, en las que Némirovsky abusa de "narices ganchudas", "piel aceitunada", cuerpos delgados y maltrechos. También abundan las referencias a la violenta ambición de los judíos, a la tenacidad para alcanzar las metas propuestas. "Yo creo que escribía así porque veía así el medio burgués judío que conocía bien. Lo mismo que a su madre, a la que detestaba. Se servía de ese conocimiento tan profundo de los ambientes judíos para criticarlos. Un poco como François Mauriac se sirve de su dominio de la sociedad católica de Burdeos para atacarla de forma acerba. Pero lo vemos así ahora que conocemos la Shoah. En los años treinta era distinto. Leerlo ahora, con todo lo que sabemos, es evidente que no nos produce una sensación agradable".
   Myriam Anissimov, autora del prólogo de las ediciones francesa y española de Suite francesa, la persona que puso en contacto al editor con Denise Epstein, no se ha mordido la lengua a la hora de denunciar el antisemitismo de Némirovsky. La acusa, incluso, de odiarse a sí misma, probablemente en tanto que judía. Denise Epstein se indigna cuando se saca el tema. "Mi madre jamás ocultó que fuera judía. Si se convirtió al catolicismo al final fue porque creía que eso la salvaría a ella y a nosotras. Por eso nos bautizó. Es difícil comprender el miedo que sentíamos. Pero ese miedo me ha llevado a mí a bautizar a mis propios hijos en los años cincuenta", recuerda.
   Los Epstein-Némirovsky se convirtieron al catolicismo en 1939. Un gesto de autoprotección que no dio frutos en una Francia ocupada por los alemanes, indiferente y egoísta. Muchos de los editores, escritores, artistas e intelectuales del momento se rindieron al enemigo. Algunos saludaron en los nuevos amos a los verdaderos salvadores de Europa frente a bolcheviques y judíos. Fue el caso de Robert Brasillach, al que Némirovsky frecuentó en los años treinta, y el de Louis Ferdinand Céline, uno de los autores franceses más traducidos del siglo XX, después de Marcel Proust.
   La editorial Denoël será precisamente la que publique en esas fechas algunas de las obras más polémicas y antisemitas del escritor. ¿No es curioso que dos de los autores más destacados del catálogo de Denoël, ambos galardonados con el prestigioso 'Premio Renaudot' (Némirovsky a título póstumo), sean el antisemita y polémico Céline y la judía muerta en Auschwitz?
   "No tiene nada de especial", explica Rubinstein. "La editorial ha cambiado de dirección. El fundador, Robert Denoël, era un belga muy próximo a la extrema derecha, y fue asesinado en la zona de Los Inválidos, nada más terminar la guerra. Pero además de editar a Céline publicó obras de autores de la talla de Nathalie Sarraute y Tristán Tzara. Es cierto que durante la guerra fue muy colaboracionista, como tantos editores franceses. Después de todo, la resistencia fue cosa de unas pocas decenas de miles de personas". El caso de Sarraute, uno de los nombres destacados del nouveau roman, nacida en Rusia, judía como Némirovsky y afincada en París, ofrece un amargo contraste con el de la escritora de Kiev. Sarraute, nacida Natacha Tcherniak, en Ivanovo, cerca de Moscú, en 1900, escapó a las deportaciones viviendo escondida bajo nombre falso, y en 1944 regresó sana y salva a su piso de París.
   Némirovsky también se refugió con su marido y sus dos hijas en un pueblecito, Ivry-L'évêque, pero, víctima probablemente de una delación, fue detenida allí por los gendarmes, el 13 de julio de 1942. Del campo de Pithiviers fue conducida a Auschwitz, cuatro días después, en el convoy número 6. Nunca regresó. Aparentemente murió de tifus un mes después, pero Rubinstein no lo cree. "Después de la guerra, cuando la gente pedía un certificado de fallecimiento, decían que todos los prisioneros habían muerto de tifus, cuando, evidentemente, habían sido gaseados, porque está claro que los prisioneros que no podían trabajar eran eliminados de inmediato. Desde luego no hay testigos. En todo caso la diferencia es pequeña". Para el editor está claro que todo lo que hizo la propia Némirovsky, publicar sus obras en revistas antisemitas como Gringoire o Candide, codearse con escritores próximos a la derecha, reclamar sin éxito la nacionalidad francesa en 1939, pedir ayuda a amigos y editores aun a riesgo de humillarse, no son sino conjugaciones de un mismo y comprensible verbo: sobrevivir.
   Cierto que algunos autores franceses de la época se unieron al partido comunista, como Louis Aragon, o combatieron personalmente contra el nazi-fascismo, como André Malraux. Pero muchos otros se refugiaron como pudieron bajo el ala alemana, decididos como Némirovsky a sobrevivir. Desgraciadamente, ella no lo consiguió. Mientras su odiada madre, Anna, vivía regiamente en Niza, disfrazada de refugiada letona, mientras Nathalie Sarraute huía, como tantos otros judíos instalados en Francia, Némirovsky se empeñaba en permanecer en una "patria" esquiva cuando no decididamente traidora.
   "Hemos tenido etapas de mucha cólera mi hermana y yo", reconoce Denise Epstein con la mirada perdida. "¿Por qué no huyó? ¿Es que quería escribir a toda costa Suite francesa? Quizás, el hecho de haber vivido ya un exilio le hizo más reacia a volver a partir. Quizás el abandono brutal que sufrió le causó una fatiga, un agotamiento, una falta de esperanza en relación con los seres humanos, que pudo quitarle las ganas de huir. Además, creo que debía haber problemas financieros. Tenían las cuentas bloqueadas, solo le pagaba un editor, Albin Michel. Pero es cierto que el pueblo donde nos refugiamos estaba cerca de Lyon, podríamos haber llegado a Suiza fácilmente".
   ¿Quería Irène Némirovsky experimentar hasta el final con la guerra y la ocupación, esa "lava ardiente" de la que habla en una de sus últimas cartas? Consciente de que solo las situaciones extremas permiten conocer al ser humano, ¿quiso apurar hasta el final ese cáliz? ¿Quiso escribir su Guerra y paz sobre la materia viva de una guerra que todavía no había mostrado su peor rostro? Suite francesa estaba proyectada como una obra en cinco partes. Solo han sobrevivido 'Tempestad en junio' y 'Dolce', las dos primeras. 'Cautividad', la tercera, fue apenas esbozada. Pero en las notas sobre ella, Irène se refiere a los campos de concentración, casi como una certeza. Ya sabía que no podría acabarla.

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Crítica de "Los perros y los lobos", de Irène Némirovsky


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
Lobos fugitivos

JESÚS FERRERO 16/04/2011

   El caso de Irène Némirovsky y su muerte en Auschwitz, después de haber dado como quien dice la vida por Francia, tiene cierto paralelismo con el caso de Walter Benjamin y su muerte en Portbou dos años antes, perseguido por los nazis y acorralado en la última frontera de la civilización, cabía suponer, ya que por debajo de Portbou no podía decirse que le esperase exactamente la civilización, si bien por encima de Portbou tampoco. Tanto Némirovsky como Benjamin, ambos judíos y ambos escritores soberbios, confiaron hasta el final en el humanismo occidental, sin tener en cuenta las alianzas perversas que en un momento dado se podían producir entre ese humanismo tan consolidado y tan modernizado desde la Revolución Francesa, y el terror y la exterminación.
   Esa creencia en el humanismo occidental, y muy especialmente en el humanismo francés, vinculado al laicismo y a la libertad de conciencia, les hizo desoír los consejos y llamadas de sus amigos para que abandonasen Europa. A Benjamin lo llamó con cierta desesperación Adorno, y a Irène Némirovsky su amigo Alfred Adler le aconsejó abandonar París ya en 1933.
   Ni uno ni otro quisieron renunciar al viejo continente, seguramente pensando que si se trataba de Europa siempre quedaría algún lugar donde refugiarse de la atrocidad. Lo que no podía esperarse, porque ni siquiera cabía en la imaginación de Kafka, es que no iba a quedar casi ningún Estado europeo donde evadirse del nazismo. Países como Suiza y Suecia ya estaban inclinando sus constituciones hacia un Estado más próximo al alemán, viendo los triunfos germanos por toda Europa, y hubo un último y bastante incomprensible momento, ya en 1944, cuando los alemanes tenían totalmente perdida la guerra pero aún seguían deportado judíos en los límites de Europa, en Rodas, por ejemplo.
   Volviendo a Irène Némirovsky, hay que decir sin embargo que en su caso había una razón mayor para quedarse en Francia: no quería perderse lo que estaba pasando, aunque fuera infernal, quería vivir en directo su "elegía francesa". Si Francia se desmoronaba y se desmoronaba su humanismo dando paso a la barbarie institucionalizada, ella tenía que verlo y vivirlo. Eso se llama jugarse la vida por una cierta forma de la verdad, y eso es también lo que sentimos al leer su Suite Francesa. La novela que ahora aparece en español, Los perros y los lobos, no es tan ambiciosa como la Suite, y más bien se parece a El maestro de almas, por sus desequilibrios narrativos y su tendencia a estereotipar a los personajes, y narra el amor imposible entre dos primos que, si bien ambos son judíos, se diferencian desde la misma cuna por la dimensión de sus fortunas: pobreza y miseria en la familia de ella y riqueza y esplendor en la de él.
   La primera parte de la novela, la ambientada en Kiev y en el estratificado y piramidal mundo de los judíos ucranios, es a mi entender la mejor, por sus tintes punzantes y realistas, y su sarcástica forma de narrar. Cuando los personajes recalan en París, la narración se torna más obsesiva y sentimental, sin perder nunca cierta crudeza, tan propia de Irène Némirovsky.
   Como ocurre con los amantes de la segunda parte de la Suite Francesa, a través de los protagonistas de Los perros y los lobos percibimos que para Irène Némirovsky, amiga de psicoanalistas, el amor es un laberinto mental, a veces sin salida, más que una celebración carnal, si bien en esta novela la carne y la sangre están bien presentes desde las primeras páginas, y también el dolor y la crueldad.

Los perros y los lobos
Irène Némirovsky
Traducción de José Antonio Soriano Marco
Salamandra. Barcelona, 2011
224 páginas. 15 euros

PRENSA. "Una generación de extraños", por Umberto Eco

Umberto Eco

   En "Público":
Una generación de extraños

UMBERTO ECO 24/04/2011 10:20

   Creo que la de Michel Serres es la mejor mente filosófica que existe en Francia hoy en día. Y como cualquier buen filósofo, Serres es capaz de reflexionar sobre los asuntos actuales tan bien como sobre los sucesos históricos. Desvergonzadamente, voy a basar esta columna en el ensayo espléndido que Serres escribió el mes pasado para Le Monde, en el que nos recuerda asuntos que conciernen a la juventud actual: los hijos de mis lectores jóvenes y los nietos de nosotros, los viejos.
   Para empezar, la mayoría de estos niños o nietos nunca ha visto un cerdo, una vaca o un pollo. Una observación que me recuerda una encuesta realizada hace aproximadamente 30 años en Estados Unidos. Reveló que la mayoría de los niños en Nueva York creían que la leche, que ellos veían que se vendía en recipientes en el supermercado, era un producto hecho por el hombre, como la Coca-Cola. Los seres humanos modernos ya no están acostumbrados a vivir en la naturaleza; sólo conocen la ciudad. También me gustaría señalar que, al salir de vacaciones, la mayoría de ellos se aloja en lo que el antropólogo Marc Augé ha definido como "no lugares": espacios de circulación, consumo y comunicación homogenizados. Las villas de los hoteles de lujo o resorts son notablemente similares a, digamos, el aeropuerto de Singapur, cada una de ellas dotada de una naturaleza perfectamente ordenada y limpia, arcadiana, totalmente artificial. Estamos en medio de una de las mayores revoluciones antropológicas desde la Era Neolítica. Los niños de hoy viven en un mundo sobrepoblado, con una expectativa de vida cercana a los 80 años. Y, dada la creciente longevidad de las generaciones de sus padres y abuelos, tienen menos probabilidades de recibir sus herencias antes de que estén al borde de la vejez.
   Una persona nacida en Europa durante los 60 últimos años no ha conocido la guerra. Y, habiéndose beneficiado de los progresos de la medicina, no ha sufrido tanto como sus antepasados. La generación de sus padres tuvo hijos a mayor edad de lo que era usual en la generación de sus abuelos, y es muy posible que sus padres estén divorciados. En la escuela, estudió al lado de niños de otros colores, religiones y costumbres; esto lleva a Serres a preguntarse cuánto tiempo más los escolares en Francia cantarán La Marsellesa, que contiene una referencia a la "sangre impura" de los extranjeros. ¿Qué obras literarias puede todavía disfrutar y con cuáles establecer una conexión, dado que nunca ha conocido la vida rústica, la vendimia de uvas, las invasiones militares, los monumentos a los caídos, los estandartes perforados por balas enemigas o la urgencia vital de la moralidad?
   Su pensamiento ha sido formado por medios de comunicación que reducen la permanencia de un suceso a una breve frase e imágenes fugaces, fieles a la sabiduría convencional de los lapsos de atención de siete segundos y las respuestas de los programas de concurso con respuestas que se deben dar en quince segundos. Y esos medios de comunicación le muestran cosas que no vería en su vida cotidiana: cadáveres ensangrentados, ruinas, devastación. "Al llegar a los 12 años de edad, los adultos ya han forzado (a los niños) a ser testigos de 20.000 asesinatos", escribe Serres.
   Los niños actuales son criados con anuncios llenos de abreviaciones y palabras extranjeras que les hacen perder contacto con su lengua madre. La escuela ya no es un lugar de aprendizaje y, acostumbrados a los ordenadores, esos niños viven una buena parte de su existencia en el mundo virtual. Al escribir en el teclado usan sus dedos índice o pulgar en lugar de toda la mano (y, lo que es más, están totalmente consumidos por el afán de desarrollar varias tareas al mismo tiempo). Se sientan, hipnotizados por Facebook y Wikipedia, que, según Ferres, "no excitan las mismas neuronas o las mismas zonas de la corteza (cerebral)" que si estuvieran leyendo un libro. Los seres humanos antes vivían en un mundo percibible, tangible. Esta generación existe en un espacio virtual que no establece distinción entre cercanía y distancia.
   No escribiré de las reflexiones de Serres acerca de cómo manejar los nuevos requerimientos de educación. Pero su observación general del tema abarca un periodo de perturbación total no menos pivotal que las eras que llevaron a la invención de la escritura y, siglos después, de la prensa. El problema es que la tecnología moderna cambia a una velocidad inaudita, escribe Serres, y "al mismo tiempo el cuerpo es transfigurado, el nacimiento y la muerte cambian, como lo hacen el sufrimiento y la sanación, las vocaciones, el espacio, el medio ambiente, y el estar en el mundo". ¿Por qué no estuvimos preparados para esta transformación? Serres llega a la conclusión de que quizá parte de la culpa debe atribuirse a los filósofos, quienes, por la naturaleza de su profesión, deberían prever cambios en el conocimiento y la práctica. Y no han hecho suficiente en este sentido porque, "dado que están involucrados en la política día tras día, no sintieron la aproximación de la contemporaneidad''.
   No sé si Serres está completamente acertado, pero ciertamente no está totalmente equivocado.

PRENSA. 28 abril 2011

   En "El País":

1. Vergüenza. Columna de Maruja Torres.

2. El Cervantes de una niña asombrada. Por Javier Rodríguez Marcos. Ana María Matute reivindica el poder de la invención en su discurso, uno de los más celebrados de la historia del galardón - "El que no inventa no vive", afirmó. Un colofón para una 'vida de papel'. Extracto del discurso.

3. Estética de la nada. Por Vicente Verdú.

4. Israel y las revueltas árabes. Artículo de Adolfo García Ortega, escritor y editor. La existencia del Estado palestino contribuiría a desactivar al actual Hamás. Este movimiento tendría que reconvertirse en un islamismo moderado a lo turco o egipcio, en sintonía con la ola democratizadora árabe.

5. Guantanamera trágica. Por Lluís Bassets.

miércoles, 27 de abril de 2011

POESÍA. SEMANA DEL LIBRO. "Don Libro está helado", de Gloria Fuertes (1917-1998)

Gloria Fuertes

DON LIBRO ESTÁ HELADO

Estaba el señor don Libro
sentadito en su sillón;
con un ojo pasaba la hoja,
con el otro ve televisión.

Estaba el señor don Libro
aburrido en su sillón,
esperando a que viniera... (a leerle)
algún pequeño lector.

Don Libro era un tío sabio,
que sabía de luna y de sol,
que sabía de tierras y mares,
de historias y aves,
de peces de todo color.

Estaba el señor don Libro
tiritando de frío en su sillón;
vino un niño,
lo cogió en sus manos
y el libro entró en calor.

IES "MAIMÓNIDES". COSMOPOÉTICA 2011. HOMENAJE A GÓNGORA. VÍDEOS DEL PROGRAMA "AL SUR" y de TELEVISIÓN ESPAÑOLA

   El programa "Al sur", de Canal Sur grabó en nuestro instituto la inauguración de la exposición que homenajeaba a Góngora, en el 450 aniversario de su nacimiento. En el siguiente enlace podemos ver, al principio, un fragmento, dentro de un especial dedicado a Cosmopoética y a la figura del poeta cordobés:

http://www.canalsuralacarta.es/television/video/presenta-angustias-garcia/1342/11

   Además, en Televisión Española también dedicaron unos instantes al hermanamiento con el IES "Luis de Góngora". En el vídeo del siguiente enlace aparecen las imágenes, a partir del minuto 23 (hay que esperar un poco, pues se carga con bastante lentitud):

http://www.rtve.es/alacarta/videos/noticias-andalucia/noticias-andalucia-07-04-11/1067775/

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Crítica de "El rey se inclina y mata", ensayo de Herta Müller, premio Nobel de Literatura

Herta Müller

   En Babelia, suplemento cultural de "El País".
Dictadura y lenguaje

CECILIA DREYMÜLLLER 23/04/2011

     Ensayo. En una época de saldo general y banalización de la literatura, una escritura como la de Herta Müller, que se ocupa de persecución, resistencia y traición, que se compromete con la verdad e indaga incesantemente en el ambiguo poder de las palabras, ya es un acontecimiento en sí. Esto lo confirma nuevamente El rey se inclina y mata, con su dolorosa y vergonzante carga existencial. Probablemente, si la Academia Sueca no hubiese señalado la obra de Herta Müller con el Premio Nobel, no tendríamos oportunidad de conocer sus quebradas, turbadoras metáforas de la existencia dañada, no leeríamos nada de los agujeros negros que abre el miedo en la realidad cotidiana, ni nos tomaríamos la molestia de entrar en su mundo puesto al revés por la dictadura.
   Por qué y de qué manera se perpetúa esta experiencia en la percepción de la víctima, sólo se puede mirar caso por caso, y eso es lo que se propone el presente tomo de ensayos. El rey se inclina y mata se sitúa en la línea de reflexión sobre la relación entre lenguaje y dictadura de Imre Kertész o Czeslaw Milosz. Pero a diferencia de estos dos, Herta Müller centra sus observaciones no tanto en el terror con mayúsculas, sino en el minucioso examen del imperceptible desmoronamiento del yo. El enfoque aquí es, como en toda su obra, inexorablemente autobiográfico, mientras el estilo resulta sorprendentemente narrativo, ya que gran parte del libro se compone de unas lecturas universitarias de poética. "En realidad no alcancé a comprender los daños que sufrían aquellos mis familiares hasta que no me vi yo misma en una situación desesperada. Fue entonces cuando realmente tomé conciencia de que una herida demasiado profunda deja los nervios destrozados para siempre. Que las consecuencias de tener los nervios destrozados se manifiestan después, es más: incluso se extienden a las épocas anteriores".
   La historia del rey que mata es la historia de lo terrible e innombrable en una biografía de persecución. "Cuando se desmoronan los pilares de la mayor parte de la vida, también se caen las palabras. Yo he visto desmoronarse las palabras que tenía". Detrás hay, por una parte, el historial de Herta Müller como objeto de observación de la Securitate, con los interrogatorios, las amenazas de muerte, la desaparición de los amigos. Por otra parte está la infancia en un pueblo cerril del Banat, región habitada por rumanos de habla alemana y húngara. Es un entorno en el que el silencio es una actitud vital que "puede mantenerse durante toda una vida dentro de la cabeza cuando se está convencido de que gastar las ideas hablando es un despropósito", como explica el ensayo Cuando callamos, resultamos desagradables... Cuando hablamos, quedamos en ridículo. La tétrica y al mismo tiempo familiar figura del rey incluso posee valor simbólico para la historia de la madre de Herta Müller y su estancia de cinco años en el campo de trabajo soviético, herencia de la que se nutre la magnífica novela Todo lo que tengo lo llevo conmigo.
   De ahí que, para seguir el recorrido de lugares y acontecimientos vivenciales que engendran el mundo narrativo inclemente y emboscado de Müller, estos ensayos son de gran utilidad. Es más, también ayudan a encontrar claves de acceso a las imágenes perturbadoras de su poesía, que ha ido presentando en poemas collage de aterradora belleza. Al final de cada trecho del rastreo autobiográfico, las citas de sus versos fantásticos, crudos y enigmáticos han adquirido una nueva luz, también gracias a la transparente traducción de Isabel García Adánez. Así, disimuladamente, los ensayos pasan de la historia personal al terreno propio de la deliberación poética, que Müller despoja de cualquier borla académica-teórica, desmontando a su vez el mito de la literatura autobiográfica. "A lo vivido en tanto proceso ni le importa lo más mínimo la escritura, no es compatible con las palabras. (...) Para describirlo es necesario recomponerlo a la medida de las palabras y reinventarlo por completo. (...) Hay que demoler las presunciones de lo vivido para poder escribir sobre ello, apartarse de cualquier camino real para tomar uno inventado, porque tan sólo éste podrá parecerse al primero".
   Sin embargo, estos ensayos no tendrían el efecto que tienen -lo vergonzoso mentado al principio-, si no fuera por otra cosa: en ellos se percibe una punzante necesidad de explicarse y legitimarse. Pues, la víctima que se ha salvado se ve enfrentada de repente, en su vida en libertad, con el cuestionamiento de su trastorno, debe responder a la incredulidad de los saturados ciudadanos occidentales. Su aprendizaje de la libertad va a la par con una renovada pérdida de confianza: en la capacidad de entendimiento y en la empatía ajena. Señalar este efecto secundario, que yo sepa, es único en la literatura de esta temática. Y nos implica a nosotros, los lectores: nos asigna una parte de responsabilidad con unos destinos que no están tan apartados de los nuestros.

El rey se inclina y mata
Herta Müller
Traducción de Isabel García Adánez
Siruela. Madrid, 2010
190 páginas. 17,95 euros

PRENSA CULTURAL. ARTE. PINTURA. Exposición en Basilea dedicada al pintor Konrad Witz (siglo XV)


   En "elpais.com":
Basilea descubre la obra de Konrad Witz

La ciudad suiza, donde el artista vivió 12 años, ofrece hasta el 6 de julio la primera exposición monográfica sobre uno de los pioneros en el uso de la perspectiva

EL PAÍS - Madrid - 26/04/2011

   Poco se conoce de la vida del pintor Konrad Witz, probablemente nació en Alemania en torno a 1400. Lo que sí sabe a ciencia cierta es que en 1434 llegó a Basilea, en Suiza, y que en poco más de una década le dio tiempo a abrirse un hueco importante en la historia del arte. Murió en 1447, pero sus cuadros muestran la herencia de uno de los pioneros en el estudio de la perspectiva. El "Kunstmusem" de Basilea dedica al artista la primera exposición monográfica que se podrá visitar hasta el próximo 6 de julio.
   Atraído a Basilea por el Consejo Ecuménico de la Iglesia católica que allí tuvo lugar en 1434 y que fue la ocasión para una amplia renovación de la ciudad, Witz se quedó en Suiza hasta su fallecimiento.
   El muralista y pintor se dedicó sobre todo a cómo reflejar en la pintura sombras y profundidades de las estructuras arquitectónicas.

Su obra cumbre
   La exposición de la ciudad suiza cuenta, entre otros, con el altar de Heilsspiegel, la pieza estrella del recorrido. Los nueve paneles que la componen se mostrarán al público por vez primera tras años de restauraciones. Se piensa que Witz realizó la obra para la iglesia de San Leonardo, de Basilea.
   El "Kunstmuseum" expondrá más de 90 obras de Witz. Tras siglos de olvido, el artista suizo-alemán fue redescubierto en 1901 por el historiador del arte Daniel Burckhardt-Werthemann.










Imágenes aparecidas en "elpais.com"