Irene Lozano
El triunfo del morbo y la confusión
IRENE LOZANO 14/04/2011
Qué tiempos tan enojosos para los periodistas. Acostumbrados a contar las noticias buscando respuesta a cinco interrogantes -los clásicos qué, quién, cómo, cuándo y dónde-, se ven en el lance de narrar su propia crisis sabiendo que los gurús de la prensa han reducido todas las preguntas a una: ¿gratis o de pago? Discuten sobre la rentabilidad de los nuevos soportes y buscan con denuedo el mapa del tesoro en esos medios de autocomunicación de masas que son Facebook y Twitter. Entretanto se les desmandan los provocadores que ellos mismos han encumbrado.
La coincidencia en el tiempo de tres escándalos relativos al comportamiento periodístico nos habla de la urgencia de debatir sobre los escrúpulos. Porque si a partir de ahora las exclusivas se van a conseguir acosando a discapacitados mentales y la opinión pública se va a formar en debates de rabaneras o con los escritos de gente que sufre evidentes taras morales, convendría al menos que el periodismo nos informara de su nueva naturaleza y su disposición a servirse de cualquier medio para arañar una décima de audiencia.
En momentos de grandes cambios, no hay decisiones fáciles. Los gestores se enfrentan a los problemas del día a día mientras organizan el futuro. Como decía Suárez en la Transición: "Tengo que cambiar las cañerías sin dejar de dar agua". El mandato de adaptarse a las nuevas tecnologías y a la inmediatez de la red obedece a la intuición de que en alguno de sus rincones se hallarán pepitas de oro. No está claro que las nuevas tuberías vayan a ser de 24 quilates, aunque es posible que para entonces ya no den agua potable, sino un brebaje reciclado apenas apto para regar los parques.
Está fuera de duda que los medios han de ser rentables, pues esa es la garantía de su independencia. Pero siempre se había entendido que el dinero era eso que llegaba a los despachos mientras los periodistas hacían su trabajo.
De la mano de gestores convencidos de que el negocio periodístico no difiere mucho de la venta de tornillos, el beneficio ha ido ascendiendo en la escala de prioridades hasta acomodarse en el corazón de las redacciones. Cuando el dinero ocupa la imaginación periodística, se recurre a atajos seguros: el enésimo vídeo de una inundación en Sichuan; las posibles prácticas zoófilas de la Junta Militar birmana o el estrangulamiento de una mujer por un hombre normal. Nada de esto tiene que ver con nuevas tecnologías, sino con viejas pulsiones del ser humano, aquellas que con tanto éxito satisfacía la revista Pronto en su sección de "Mundo insólito".
La confusión empezó cuando los gestores de prensa decidieron llamar "producto" a sus publicaciones. Un periódico no es un producto, es un servicio. Y no un servicio cualquiera, sino el que se presta a los ciudadanos para contribuir a su información y su criterio en cuestiones de interés para la sociedad. Si Joseph Pulitzer reconocía en el buen periodismo la "vocación por lo correcto", es evidente que en los estrambotes y el morbo late una infatigable vocación por el error.
Sin una conciencia clara de la responsabilidad social de la prensa, sin otro objetivo que el afán comercial, no solo la profesión pierde su sentido, sino que puede arrastrar con ella a un país entero. En palabras de Pulitzer: "Una prensa capaz, desinteresada y solidaria, intelectualmente entrenada para conocer lo que es correcto y con el valor para perseguirlo, conservará esa virtud pública sin la cual el gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa mercenaria, demagógica y corrupta, con el tiempo producirá un pueblo tan vil como ella".
El riesgo de envilecimiento aumenta de forma peligrosa al no ser la crisis del periodismo muy distinta de la general. Regidos por una mentalidad empresarial cuyo único criterio es el beneficio a corto plazo, se hace periodismo basura como se han hecho hipotecas basura. Olvidados de las consecuencias sociales de sus actos, los bancos fabrican desahucios y los medios crean debates de mala calidad, que contribuyen a destruir la noción misma de debate, la idea de que la discusión racional es el único modo de resolver las discrepancias y alcanzar acuerdos. Si los impagos bancarios llevan a la economía a la quiebra, el periodismo insolvente hace entrar a la democracia en bancarrota.
Tal vez la forma de evitarlo pase por contestar a las cinco preguntas de siempre: qué función tiene el periodismo; quién se beneficia de él, además de los accionistas; cómo puede engrandecer un país; cuándo deja de ser útil; adónde quiere ir. Se trata de cuestiones que la tecnología no va a resolver, puesto que las herramientas carecen de voluntad, y somos las personas quienes decidimos cómo emplearlas. Si todas las energías de los medios se concentran en perseguir hasta el último euro refulgente, poca fuerza les quedará para preocuparse de los escrúpulos. Vigilemos, no obstante, sus consignas, porque los dueños del lenguaje siempre han honrado el bien mientras practicaban el mal, como nos advirtió Julien Benda. Aún hemos de ver cómo invocan la libertad de información y de expresión quienes solo aspiran a blindar su ilimitada libertad de hacer dinero.
Irene Lozano es periodista y escritora.
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