jueves, 6 de enero de 2011

POESÍA. "La adoración de los magos" (1), de Luis Cernuda (1902-1963)

Luis Cernuda

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS
                                I
                                    VIGILIA

                                     Melchor

La soledad. La noche. La terraza.
La luna silenciosa en las columnas.
Junto al vino y las frutas, mi cansancio.
Todo lo cansa el tiempo, hasta la dicha,
Perdido su sabor, después amarga,
Y hoy sólo encuentro en los demás mentira,
Aquí en mi pecho aburrimiento y miedo.
Si la leyenda mágica se hiciera
Realidad algún día.

                              La profética
Estrella, que naciendo de las sombras
Pura y clara, trazara sobre el cielo,
Tal sobre faz etíope una lágrima,
La estela misteriosa de los dioses.
Ha de encarnarse la verdad divina
Donde oriente esa luz.

                                     ¿Será la magia,
Ida la juventud con su deseo,
Posible todavía? Si yo pienso
Aquí, bajo los ojos de la noche,
No es menor maravilla; si yo vivo,
Bien puede un Dios vivir sobre nosotros.
Mas nunca nos consuela un pensamiento,
Sino la gracia muda de las cosas.

Qué dulce está la noche. Cuando el aire
A la terraza trae desde lejos
Un aroma de nardo, y, como un eco,
El son adormecido de las aguas,
Siento animarse en mí la forma vaga
De la edad juvenil con su dulzura.

Así el tiempo sin fondo arroja el hombre
Consuelos ilusorios, penas ciertas,
Y así alienta el deseo. Un cuerpo solo,
Arrullando su miedo y su esperanza,
Desde la sombra pasa hacia la sombra.

Mas tengo sed. Lágrimas de la viña,
Frescas al labio con frescor ardiente,
Tal si un rayo de sol atravesara
La neblina. Delicia de los frutos
De piel tersa y oscura, como un cuerpo
Ofrecido en la rama del deseo.

Señor, danos la paz de los deseos
Satisfechos, de las vidas cumplidas.
Ser tal la flor que nace y luego abierta
Respira en paz, cantando bajo el cielo
Con luz de sol, aunque la muerte exista:
La cima ha de anegarse en la ladera.

                                    Demonio

Gloria a Dios en las alturas del cielo,
Tierra sobre los hombres en su infierno.

                                     Melchor

Sin que su abismo lo profane el alba,
Pálida está la noche. Y esa estrella
Más pura que los rayos matinales,
Al dar su luz palpita como sangre
Manando alegremente de la herida.
¡Pronto, Eleazar, aquí!

                                      Hombres que duermen
Y de un sueño de siglos Dios despierta.
Que enciendan las hogueras en los montes,
Llevando el fuego rápido la nueva
A las lindes de reinos tributarios.
Al alba he de partir. Y que la muerte
No me ciegue, mi Dios, sin contemplarte.

No hay comentarios: