domingo, 16 de enero de 2011

PRENSA. "El lenguaje de la basura", reportaje de Juan Cruz

GETTY. "EL PAÍS"
   En "El País":
El lenguaje de la basura

El insulto se ha instalado en la conversación española y convertido en espectáculo - La degradación del trato es la consecuencia de un vocabulario cada vez más desconsiderado con los otros

JUAN CRUZ 09/01/2011

   En la última escena de la película La lengua de las mariposas, basada en el relato del mismo nombre de Manuel Rivas, un niño pugna con sus padres y otros vecinos en la búsqueda de insultos cada vez más contundentes contra el maestro, un republicano que en el filme encarna Fernando Fernán-Gómez.
   Al muchacho no le llegan los insultos que busca; el maestro al que ahora insultan y apedrean fue quien le enseñó a leer. Luego estalló la guerra y la población se hizo del lado nacional y persiguió al maestro por rojo.
   Entonces la vecindad le gritaba rojo, cabrón, mientras los sublevados lo cargaban en los furgones terribles. Entonces el niño encontró en su memoria dos palabras que gritó con todas sus fuerzas:
   -¡¡¡Tilonorrinco!!! ¡¡¡Espiditrompa!!!
   Él no había aprendido insultos... En realidad tilonorrinco es un bicho raro que habita en Australia y espiditrompa es la lengua de las mariposas... Palabras del maestro.
   Los insultos tienen su origen en el desdén o en el odio; como dice el filósofo Emilio Lledó, tienen por objeto "la descalificación del otro, la anulación del prójimo". Es una bofetada, un ninguneo. Y un chantaje.
   Insultar es grave, pero la sociedad se está acostumbrando. Acaso porque las palabras pesan menos, o, como dice José Luis Cuerda, el director de aquella película, "porque las palabras se han abaratado". La costumbre del insulto ha arraigado de tal manera que los insultos se televisan; en reality shows y otros programas de tertulias, mujeres y hombres, a veces con estudios, por ejemplo de periodismo, se descalifican entre sí con insultos que emiten gritando. Son, descalificaciones, "intentos", como reitera Lledó, "de anular al otro, chantajes, por tanto".
   Si eso fuera pedagogía, "y los medios son pedagogía", eso sería lo que está aprendiendo esta sociedad: que el insulto sale gratis. Juan Marsé, premio Cervantes, dice que lo que se oye en esos programas "se dice para crear crispación"; los moderadores, que están ahí para ejercer ese poder, "parecen recibir órdenes para hacer todo lo contrario", pues cuanto más sube el volumen de la discrepancia más audiencia parece registrarse...
   "Si no hay polémica", dice Marsé, "no hay espectáculo". Y es de lo que se trata: el insulto es el espectáculo. José Luis Cuerda reconoce que si lo que se dicen los políticos entre sí, en el Parlamento o en los mítines, se lo dijeran otros poderosos (los banqueros, por ejemplo), "estaríamos en una guerra". Imaginemos, consideraba el cineasta, que el presidente del Santander se sube a una tribuna para afearle al presidente del BBVA cómo está gestionando su banco... "E imaginemos que termina así su parlamento: '¡¡Váyase, señor González!!'. Pues en esos niveles estamos".
   Así que los medios, sobre todo los medios audiovisuales, están tejiendo la madeja en la que se ha enredado la sociedad del insulto y del taco, "la sociedad del lenguaje basura", que dice Emilio Lledó. La conversación se interrumpe, alguien da un manotazo en la mesa y grita "¡Vamos al grano!". "El que grita más se lleva el turno, y ese que grita ¡vamos al grano! es apreciado porque es más directo y más sincero; cuanto menos elaborado es el lenguaje, más aprecio parece tener lo que dice". Quien señala a los que gritan "¡vamos al grano!" es otro filósofo, ahora ministro de Educación, Ángel Gabilondo. "Es el mundo al revés: el que habla bien, correctamente, no tiene sitio; el más descuidado, el que grita o insulta tiene una recepción más considerada, como si aquel que cuida su expresión fuera sospechoso de falta de compromiso...".
   Lledó dice que "el mal hablado suele ser el mal pensado, el que piensa mal"; pero el mal hablado tiene hoy mucho predicamento, en la vida y en los medios. Álex Grijelmo, presidente de Efe, que ha escrito El Libro de Estilo de este periódico, y además un libro que se titula El estilo del periodista, considera que la impunidad del insulto ha agrandado su presencia en la sociedad. "Y no hay insulto justificable. No es justificable insultar a un cargo público, pues en su sueldo no está el hecho de que pueda ser insultado. Y no se puede insultar a nadie, por principio. En los medios podrías justificar ciertas expresiones descriptivas, aguafiestas, por ejemplo, o lerdo; y la reproducción de insultos dichos en público se puede justificar tan solo por la relevancia de la persona que los ha proferido, el contexto en que se haya dicho, y solo tiene sentido si se entrecomilla...".
   El insulto es compañero de la mala palabra, que puede resultar, en sí misma, insultante... Grijelmo ve el taco o el insulto más en los medios audiovisuales que en los medios impresos. Para el taco dicho en los medios, o a destiempo en las intervenciones públicas, o incluso en las conversaciones privadas, tiene una comparación: "Los tacos son como la ropa. No puedes ir con un pijama a una boda ni meterte en la cama con un traje... En un determinado ámbito los tacos funcionan y son útiles. Un médico puede soltar un taco muy eficaz en una conversación informal, pero sentaría muy mal escuchar el mismo taco en un congreso de cirugía...".
   Se está produciendo una degeneración del trato, dice Marsé, y se está produciendo una degradación del lenguaje público, añade Grijelmo. Y, por tanto, se está despreciando el significado de las palabras. "Ahora", cuenta Grijelmo, "se dice censura, tortura, nazismo, en circunstancias en que no es correcto decir que alguien ha censurado, o que alguien ha torturado, o que determinada actitud es propia del nazismo. Se dicen esas palabras y quienes las dicen no las pesan". De ese tipo de degradaciones viene lo que Lledó llama el lenguaje basura, basado en el insulto.
   Humberto López Morales, el académico de origen cubano que acaba de publicar el libro La andadura del español por el mundo (Premio Isabel de Polanco de Ensayo) se quedó a cuadros un día en que miraba en su casa un programa de la televisión española en el que se incluía una entrevista a un escritor. Él escuchó atónito que el locutor le preguntaba al autor sobre el calificativo "mierda" que le había dedicado un colega. Inmutable, el interpelado se entretuvo en la palabra que le habían arrojado y la conversación giró en torno a la mierda. "En América eso hubiera sido imposible, y es imposible. En España", dice López Morales, que en aquel libro estudia la evolución social del español en el mundo, "se ha degradado la conversación cotidiana, y los medios audiovisuales son el origen y el amplificador de esta situación...". Hace unos días estuvo en un bar elegante escuchando hablar a chicas elegantes de Madrid. "Lo que decían, aquel es un cabrón, lo otro es acojonante, es impensable en América; y eso significa que palabras que fueron tabúes ya han sido objeto de una destabuización, como decimos en sociolingüística...".
   "Palabras tradicionalmente proscritas de la conversación, y sobre todo de la conversación en los medios, ocupan el centro de la mesa, y aparecen también por escrito, sin comillitas ni nada", dice López Morales. "Lea usted artículos de gente muy relevante, en la prensa diaria española; verá que traspasan todos los límites, hablando de los políticos, por ejemplo. El insulto, las palabras que lo conforman, parece que ha llegado para quedarse, lo que produce un bajón de calidad del discurso público y, por ende, del discurso privado".
   El insulto es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso. Es lo que dice José Luis Cuerda. "Un insulto tiene siempre resultados irremediables. Tú insultas a alguien. ¿Cómo te puede responder? La conversación es una cuestión de causa-efecto. Si tú le dices a otro 'hijo de puta', ¿qué esperas que pase luego? Alguna vez he ensayado, cuando me han llamado hijo de puta, a hacer esta consideración: Es imposible que eso te conste. Pero, claro, no siempre puedes reaccionar así...". Cuerda se pregunta cómo se puede aguantar, en el ámbito político, la esquizofrenia de los que insultan por oficio y luego han de convivir. "Esos políticos que se suben al atril, despotrican, y luego bajan y le preguntan al contrincante al que han puesto verde cómo va el hijo con la gripe...".
   El insulto ya es una institución amparada por la tele, sobre todo. Ahora enchufas el aparato, buscas determinados diales, y si te has situado ante la pantalla con ganas de bronca la tienes. Marsé cree que "si no hay polémica no hay espectáculo"; Alicia Gómez Montano, la directora de Informe Semanal, de Televisión Española, está de acuerdo; ella ve con espanto cómo algunos compañeros (y otros intrusos) prolongan o excitan los insultos, entre ellos mismos o entre sus invitados. Eso invierte las reglas del oficio "tal como nos lo enseñaron; teníamos que ser respetuosos con la ética, nos teníamos que basar en la dialéctica y en la retórica, teníamos que cuidar el lenguaje, había que respetar a todo el mundo, a los anónimos y a los protagonistas... En lugar de eso, asistimos a esos sms defectuosos de la comunicación, estos mensajes cortos y eficaces que tienen el efecto de paralizar a los insultados".
   Los espectadores, incitados por esa cadena de basura (por decirlo como lo define Emilio Lledó), "tienden a repetir lo que oyen. Y ahí tenemos el lío armado". Montano nos pide que nos fijemos en lo que algunas cadenas de la TDT "hacen con Leire Pajín, cuyas declaraciones ralentizan para que sean más evidentes esos morritos de los que ha hablado cierto alcalde...".
   Marsé cree que algunos moderadores de programas en los que unos y otros pugnan por hablar más alto reciben indicaciones para que el griterío sea mayor. "Muchos hechiceros de la información", añade Montano, "saben que valen lo que insultan o lo que gritan; y saben que tienen el tiempo tasado. Gritan e insultan para hacer ese tiempo más rentable".
   Nuria Espert, la actriz, contempla el panorama con "una preocupación creciente. La conversación se ha degradado de una manera alarmante, va camino de una vulgarización fatal... Como si hablar bien fuera de presuntuosos". Ahora ya no valen los límites de la vida privada, tampoco los que impone la privacidad de los políticos, "se han bajado tantos escalones... Los políticos, para ser más cercanos, se han aligerado su equipaje verbal; deben creer que no es rentable hablar bien, y deben ser conscientes, como algunos comunicadores, de que la zafiedad y la pobreza de pensamiento les acerca al electorado. Qué deben pensar que es el electorado".
   En La lengua de las mariposas el niño que le grita al maestro arroja por fin una piedra, el insulto máximo. A veces las piedras son menos contundentes que las palabras, incluso que la palabra tilonorrinco si esta se dice para insultar al otro.

"La socialización de la estupidez"

   El insulto, tal como se produce en los medios, y tal como lo vive la población, dice Juan Marsé, "es una degradación del trato". "Es una catástrofe que viene de los medios, y que busca la crispación".
   Emilio Lledó ve en todo esto un peligro enorme, "porque estamos ante la socialización de la estupidez y de la vulgaridad". Lo más grave en su opinión es "que la sociedad se acostumbre al insulto como una violencia que puede asumir, sin entender que es un fomento de la agresividad, un desgarro que en sí mismo produce desgarro. Una desgracia, pues, además, no tiene gracia".
   Para el filósofo, "el mal hablado termina siendo un mal pensado,... Esa insultería representa una sociedad que se piensa mal a sí misma. Cuando uno se ensucia se lava las manos, pero cuando se ensucia el cerebro solo se puede lavar la sociedad con la educación, con el buen uso de la lengua, que por eso se llama lengua materna y no lengua madrastra, con mi respeto para esas mamadres de las que escribía Neruda...".
   La calumnia es más traidora, dice Lledó, "el insulto es más bestial. Se dice para aniquilar al otro, es una enfermedad social. Ahora que los humos se quieren prohibir, fijémonos en los humos del insulto, esas palabras pringosas que se quedan en la cabeza y que ni quisiera se evaporan, como los humos del tabaco... La mente se habitúa al insulto, y este se queda en la inteligencia, es un mal que acaba enfermándonos. El lenguaje tiene también su basura, y esta se está incrustando. Del mismo modo que no aceptamos la corrupción, no debemos aceptar tampoco el insulto. Para limitar los daños solo existen la educación, la escuela, no fomentar el humo del insulto porque el cerebro no se puede lavar como las manos".

"Morritos" y "tontos de los cojones"

   -Lo que dijo el alcalde de Getafe, Pedro Castro, socialista, de los seguidores del Partido Popular: "El dinero de las pensiones no es de la Comunidad de Madrid, del PP, se lo transfiere el Estado. Lo que le decimos [a la Comunidad] es: 'Coño, da una paga complementaria para los mayores'. ¿Por qué la Junta de Andalucía lo puede hacer y no la Comunidad de Madrid? ¿Y por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?".

   -Lo que dijo el alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, del PP, acerca de Leire Pajín, entonces recién nombrada ministra de Sanidad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero: "Es una chica preparadísima, hábil y discreta. Va a repartir condones a diestro y siniestro por donde quiera que vaya y va a ser la alegría de la huerta. Cada vez que veo esa cara y esos morritos pienso lo mismo, pero no lo voy a decir".

   -Así se refirió el alcalde de Leioa (Vizcaya), Eneko Arruebarrena, del PNV, al lehendakari Patxi López: "¿Alguien se ha dado cuenta de cómo se pronuncia el acrónimo de Patxi López lehendakari? Pelele: toda una definición del personaje", afirmó.

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