domingo, 29 de noviembre de 2009

PRENSA. ENTREVISTA. Eduardo García, Premio Nacional de la Crítica de Poesía


Fotografía aparecida en "El Día de Córdoba"

En "El Día de Córdoba":

"En Córdoba existen dos 'córdobas', y cada una cohabita por su lado"


Nacido en Sao Paulo, criado en Madrid y residente en la ciudad desde hace dos décadas, el último Premio Nacional de la Crítica de Poesía asegura que asistimos a una "decadencia cultural".

FÉLIX R. CARDADOR

Eduardo García es el último Premio Nacional de la Crítica de Poesía. Gran poeta, profesor de Secundaria y buen tipo. Nació en la ciudad brasileña de Sao Paulo en el ecuador de los años 60, se crió en Madrid y a principios de los 90 recaló en Córdoba, donde ejerce su labor docente en el instituto Averroes. La entrevista con el autor de libros claves de la poesía española reciente como Horizonte o frontera y La vida nueva tiene lugar en una céntrica cafetería, un viernes de noviembre que, sin embargo, tiene ya aromas nítidamente navideños. Tal vez por ello, suceden cosas un tanto especiales. Por ejemplo, en un momento de la conversación sale al albur el nombre del poeta de Puente Genil José Luis Rey y en ese mismísimo instante aparece el autor de La familia nórdica por la puerta y se acerca a saludar. ¿Es eso posible? "Debe haber por aquí algún médium", dice Eduardo García entre risas antes de seguir con una charla que gira sobre tres temas principales: literatura, educación y Córdoba, la ciudad en la que nos encontramos.
-Han transcurrido ya siete meses desde que ganó el Nacional de Poesía. ¿Qué importancia le da ahora que ha pasado algo de tiempo?
-Pues lo sigo considerando una sorpresa, algo que no me podía esperar pues no se lo suelen dar a escritores de mi edad, sino a gente más mayor. Para mí es algo muy importante, ya que sólo hay dos premios nacionales: el de Poesía y el de la Crítica. En cierto modo, con este galardón toco techo por un tiempo en lo que se refiere a premios, pues los otros que hay superiores a éste son ya para reconocer una trayectoria; es decir, para autores de más edad. Lo que he notado por ahora es que hay alrededor de mi persona algo así como una ilusión social de excelencia y un prejuicio positivo hacia mi obra, algo que hace que llegue a más lectores. Además, estoy muy satisfecho porque creo que en mi caso se ha premiado una apuesta nueva. Que me premien por romper las preceptivas es una bendición que no me esperaba.
-Supongo que también es un respaldo para su apuesta poética, que siempre ha sido arriesgada...
-Cierto, porque el escritor siempre vive atenazado por la duda, y premios como éste te dan confianza. He de reconocer sin embargo que tras el premio he sufrido una fase en la que me resultaba difícil escribir, una especie de sarampión. Y es que cuando uno escribe no puede pensar en las expectativas que le rodean. Es decir, la escritura tiene que tener siempre algo de juego, y por eso un premio así puede ser paralizante y dar lugar a la peor de las consecuencias: convertirte en un escritor solemne, y yo me he jurado solemnemente que nunca caeré en la solemnidad (risas).
-¿Y hacia dónde va ahora su poesía?
-No tengo ni la más remota idea, ya que yo no mantengo en ese sentido un compromiso con nada, salvo con la voz que brota dentro de mí. En mi caso, entre libro y libro me comienzan a salir poemas que responden a todas mis etapas anteriores, y eso mismo es lo que me ha ocurrido después de La vida nueva. Más adelante, al cabo de un tiempo, comienzo a descubrir un nuevo camino, que es el que conduce hacia un nuevo libro. Y en eso es en lo que estoy ahora, escribiendo poemas que considero que pertenecen al ciclo de mi último libro pero que también son ya otra cosa. Me encuentro en el momento del fogonazo.
-¿Escribir es para usted un proceso de felicidad o de desasosiego?
-Tratar de escribir un buen libro de poemas, o al menos un libro honesto, no es fácil, y en cierto modo se puede decir que es una agonía. Mejor dicho, es un proceso agónico racheado de momentos de felicidad que, eso sí, hacen que el conjunto valga la pena. Otra cosa sería si uno escribiese poemas por oficio, pero no es mi caso. Mi intención es siempre buscar una verdad interior, y por eso, para mí, la poesía es una amante casquivana que de vez en cuando me sonríe.
-¿Y la inspiración?
-Algo injustamente desnotado, pues si sólo con trabajo se pudiese crear arte habría millones de artistas y muchas más obras de arte de las que hay. Es cierto que el trabajo es importante, pero la inspiración está ahí, y también vale para ella el símil del amor, que es un chispazo que surge cuando quiere, y no cuando uno quiere que aparezca. En todo caso, mi impresión es que nuestra sociedad denosta todo aquello que es emotivo o irracional, y por eso mismo se denosta también la inspiración.
-Da la sensación, con su premio y con otros como el Loewe de José Luis Rey, que están entrando aires poéticos nuevos en lugares que parecían inaccesibles.
-Puede ser cierto, pero ya iba tocando, ¿no? A otras generaciones les ha llegado el reconocimiento mucho antes, mientras que a nosotros nos está llegando en torno a los 40 años y cuando tenemos publicados tres, cuatro o cinco libros. En todo caso, creo que boom generacionales como los que se vivieron en los años 70 con los Novísimos o después con la poesía de la experiencia ya nunca volverán a suceder. Todo está ahora muy diversificado y hay más libertad ante el misterio de la palabra.
-Pocos lugares cuentan ahora mismo con tantos autores importantes como Córdoba. ¿Hay algo especial en esta ciudad?
-Algo hay, sin duda, pues en otras ciudades españolas de mayor tamaño no ocurre lo que ocurre aquí. Por ejemplo, hace unos días estuve presentando un libro de Manuel Vilas, y él me hablaba de las magníficas librerías que hay en Zaragoza, pero también me reconocía que allí no existe la posibilidad de relacionarse con escritores de categoría que sí se da en Córdoba. Es un fenómeno particular de esta ciudad que se ha ido intensificando en los últimos años.
-También da la sensación de que hay cordial relación, al menos aparente, entre escritores...
-Hay de todo, pero sí es cierto que no hemos malgastado ni tiempo ni energías en generar polémicas. Y también es cierto que existe amistad en muchos casos, y entre gente de diferentes edades. Yo, por ejemplo, mantengo amistad con Elena Medel, y le saco a ella 20 años.
-En su generación también aprecio un cambio: que con el paso de los años han ido mejorando su opinión sobre los escritores de generaciones anteriores. Un caso creo que muy evidente es el de Pablo García Baena.
-Bien, pero también es cierto que Pablo no vivía antes en Córdoba, y no estaba tampoco tan pendiente de las cosas que se hacían aquí como ahora, cuando hay más cercanía. En principio, mi generación fue muy bien recibida en la ciudad por los poetas del grupo Antorcha de paja. Otros escritores, sin embargo, no fueron tan receptivos. Con el tiempo, eso sí, todo eso ha quedado en el olvido y ahora mismo se valora la poesía de aquellos que tienen una obra importante.
-Usted no sólo escribe, sino que también es profesor de Secundaria con años de experiencia. -¿Tienen solución los problemas de la educación?
-Pues no sé si seremos capaces de resolverlos. Es un problema no sólo de la educación, sino algo más general y que se debe a que vivimos una época de decadencia cultural. Claramente. Es cierto que sería muy importante alcanzar un pacto de Estado que permita que la educación no dependa de los cambios políticos, que es necesario volver a la idea de la Transición de que debemos construir un país juntos. ¿Pero bastará con eso? Yo lo dudo, pues creo que es problema más amplio.
-¿Es tan evidente para los profesores que vamos hacia atrás?
-Basta mirar el ordenador y comparar lo que uno impartía hace unos años a sus alumnos y lo que imparte ahora. El choque es inmenso y se aprecia que el nivel ha bajado muchísimo. De hecho, tengo la sensación de que los profesores trabajamos ahora más que nunca, pero que nunca tampoco hemos tenido peores resultados que ahora.
-¿Es algo que afecta sólo a las humanidades o también a otras parcelas?
-No, no, en absoluto. Las ciencias están igual. Las únicas materias que viven ahora buenos momentos son las relacionadas con las nuevas tecnologías, ya que tienen mucha importancia en nuestra sociedad y gozan de prestigio. Por ejemplo, cambia mucho la reacción de los alumnos si les presentas los mismos contenidos en página o si se los pasas en un formato más novedoso. De todos modos, los ordenadores tienen también su efecto perverso. Y es que los alumnos se han relacionado con ellos a través de los videojuegos antes incluso de escolarizarse y saben hacerles la trampa. Digamos que no es un medio neutral.
-Usted llegó a Córdoba en los albores de los años 90, hace ya casi dos décadas. ¿Qué opinión tiene ahora mismo de la ciudad?
-Pues que ha vivido un cambio importante, han sucedido cosas que parecían simplemente impensables en esa época. Hemos disfrutado de avances, aunque todavía hay un sector más provinciano de la ciudad que se resiste al cambio. Digamos que estamos en una ciudad polarizada o, en otras palabras, que hay dos Córdobas: una más reaccionaria y otra que ya está en otra cosa. Ambas cohabitan, sí, pero van cada una por su lado y apenas hay relación entre ambas. En todo caso, ahora asistimos a expresiones de la modernidad, como las exposiciones de Vimcorsa, que hasta hace poco eran inimaginables. Y también a importantes cambios urbanísticos, como el Vial Norte, que han supuesto un importantísimo cambio social. En cuanto a lo cultural, Internet lo ha revolucionado todo y eso hace que las tradiciones locales cada vez sean menos importantes. Ahora hay múltiples focos y todo el que quiera tiene acceso a todo. Vivimos, definitivamente, la época de la fusión.
 
Podemos leer el siguiente poema, de La vida nueva:
 
FÍSICA APLICADA

Suponiendo que un hombre, una mujer
parten de puntos divergentes, dispersos en un plano,
lugares que se ignoran entre sí,
y a la velocidad del entusiasmo
emprenden la aventura, se ponen en camino,
van por ahí remando en aguas turbias,
van por ahí escuchando el vasto germinar de las semillas,
al acecho, en sigilo, ahuecando la tierra a la esperanza,
suponiendo que trazan trayectorias de curso irregular,
cada cual a su amor, virando al viento,
quebradas trayectorias cuyo sentido puede
al mínimo temblor girar hacia el vacío,
suponiendo el afán, la búsqueda, la sed,
el ensueño del goce, la ilusión y la ausencia,
calculemos, a golpe de intuición,
cuántas veces tendrán las trayectorias
que cruzarse en el brillo de unos ojos,
unos labios que invitan, unas manos que asienten,
para incendiarse a un tiempo, hombre y mujer, sembrar la tierra
de llamas como ráfagas de lluvia.

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