sábado, 8 de enero de 2011

SOLEDAD PUÉRTOLAS. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua (5)

Soledad Puértolas
Aliados
Los personajes secundarios del Quijote (5)

   Dorotea es otro de los personajes de la primera parte en quien merece la pena detenerse un poco. Como sucede con la hija del ventero, Dorotea se sitúa en un punto intermedio, aunque, en su caso, en el extremo del mundo caballeresco, no se encuentra, el mundo de los pícaros, sino el de los pragmáticos.
   En Dorotea se da la conciliación. Es amable y desenvuelta, lectora de libros de caballerías y una excelente narradora oral, está dotada de extraordinarias belleza e inteligencia, lucha por reparar su honra y conseguir la correspondencia de su amado, sabe jugar cuando es preciso y se muestra siempre dispuesta a echar una mano a quien necesite ayuda. Esta joven tan bien dotada tuvo la debilidad de enamorarse de un hombre de linaje social superior al suyo y, lo que es más grave aún, sucumbió (4). Pero consigue el final feliz por sus propios medios, sin la ayuda de nadie.
   Saber expresarse es un asunto fundamental en la escala de valores cervantina. El que Dorotea sea dueña de este preciado don parece una señal inequívoca de la simpatía que el autor siente por ella. Todo lo que dice Dorotea lo dice muy bien, su relato, como ocurre con todo lo que alcanza la expresión más ajustada y convincente, suena a verdad. El «Venciste, hermosa Dorotea, venciste, porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas» (I, XXXVI, 470) con que don Fernando reconoce su derrota recoge el aplauso general.
   En la base de la desgracia de Dorotea está su condición femenina, como sucedía con Marcela. Pero el caso de Dorotea resulta más conmovedor, porque siempre conmueve más quien sucumbe que quien rechaza.
   Don Quijote, a pesar de la desconfianza de Sancho, se convierte en defensor de la dama y se pone a su servicio. El lector sabe que Dorotea ya ha resuelto su agravio, ¿cuál será entonces la función del caballero? Aquí entra la capacidad de la dama para el juego. Convertida en princesa Micomicona, Dorotea le proporciona a don Quijote la posibilidad de comprometer su palabra y ayudarla a recuperar su reino. La joven maneja perfectamente las reglas de la caballería andante y ayuda a salvaguardar la dignidad de don Quijote en unas circunstancias particularmente adversas. Pocos personajes del Quijote reúnen tantas cualidades como ella y, como dama agraviada, Dorotea está bastante lejos de representar el papel de mujer desvalida.
   De manera que los tres personajes femeninos de más peso de la primera parte viven sus historias al margen de las del caballero. Pero Cervantes las sitúa a su lado y don Quijote fija los ojos en cada una de ellas. Se pone o intenta ponerse a su servicio, se comporta como admirador y aun como enamorado, pero son ellas quienes, cada cual a su modo, proporcionan al caballero complicidad y apoyo, aunque, como en el caso de la hija del ventero, se trate de un apoyo temporal.
   La duquesa es el personaje femenino más relevante de la segunda parte del Quijote. Como la mayoría de los personajes que desfilan por sus páginas, la duquesa ha leído el libro de las aventuras de don Quijote y Sancho y, al conocerlos en persona, se entusiasma ante la posibilidad de participar en el juego y maquina engaños y representaciones teatrales con el único fin de pasárselo bien. La joven y guapa Altisidora, discípula aventajada de la duquesa, impresiona a don Quijote, pero es una dama frívola, sin atisbos de sentimientos tiernos.
   Toda la corte de los duques, dueñas y criados, se constituye en consumada cuadrilla de actores y disfruta burlándose de sus pintorescos huéspedes.
   Solo hay un personaje que no participa en las bromas de los duques, doña Rodríguez. El único juego que ella entiende es el del caballero. Doña Rodríguez acude a don Quijote con un asunto de honor típico de la andante caballería (II,XLVIII, 1114). La credulidad de la dueña no deja de ser conmovedora y, en cierto modo, supone una pequeña tregua, una porción de fe, entre tanto engaño (5).
   Ya fuera del castillo de los duques, tenemos ocasión de conocer a dos mujeres, Claudia Jerónima y Ana Félix que nos recuerdan un poco a Dorotea. Son, las dos, mujeres decididas y enamoradas, que luchan por conseguir sus propósitos al margen de convenciones y prejuicios sociales. No entablan una relación personal con don Quijote, pero pertenecen a la categoría de personas que suscitan el interés de Cervantes y que en el fondo tienen con don Quijote una relación de parentesco. Su presencia en la novela supone una clase de compañía, de alianza, para el héroe, y nos vuelve a decir que para Cervantes los principales méritos de una persona residen en la independencia, las convicciones y los principios personales, en unas reglas internas que no siempre casan con las categorías sociales establecidas.
   Y éste es también uno de los legados de Cervantes en los que busco cobijo.
   Don Quijote cuenta con otra clase muy valiosa de apoyo, el que brinda la amistad. La senda de la amistad suele ser más ancha que la del amor y sus manifestaciones resultan menos dramáticas. Próxima a la amistad, la simpatía puede asimismo proporcionar al héroe ayudas esporádicas.
   Tal es el caso de la oportuna intervención, al término de la primera salida de don Quijote, de Pedro Alonso, quien, al ver al hidalgo tan maltrecho —ha sido apaleado por los mercaderes toledanos—, se compadece de su mal estado y resuelve llevarle de vuelta a la aldea, pero decide esperar a la noche, con el objeto de que «no viesen al molido hidalgo tan mal caballero» (I, V, 80). A pesar de la brevedad del episodio, la intervención de Pedro Alonso resulta fundamental. Gracias a él, el honor del caballero queda a salvo. Pedro Alonso sabe seguirle el juego a don Quijote —el compasivo vecino es lector de libros de caballerías y conoce bien el lenguaje caballeresco— y el hidalgo regresa a su casa en compañía y sin humillación.
   Los cabreros y caminantes a quienes don Quijote y Sancho se unen justo antes de la aparición de Marcela acogen muy bien al caballero. Tanto es así que, cuando don Quijote se despide de ellos, los caminantes «le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras» (I, XIIII, 171) (6). Don Quijote se siente a sus anchas en el entorno pastoril y es aquí cuando pronuncia el famoso discurso de la edad dorada, que tantas claves encierra sobre los ideales de don Quijote y las ideas de Cervantes (7).
   Poco después, el caballero encuentra en Cardenio a un semejante. Cuando don Quijote lo ve por vez primera, después de haber tenido noticias de su historia, se le queda mirando fijamente y le da luego un fortísimo abrazo (I, XXIII, 285).
   La confusión que Cardenio siente respecto a su estado mental lo emparenta de forma inequívoca con nuestro caballero. «Yo he sentido en mí después —declara— que no todas las veces lo tengo cabal —el juicio—, sino tan desmedrado y flaco, que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga» (I, XXVII, 344).
   Las palabras de Cardenio podrían servir para describir los días de penitencia de don Quijote en Sierra Morena. Y es que la locura o un comportamiento extravagante no son rasgos privativos de don Quijote. Al igual que Marcela, Cardenio proporciona compañía y apoyo moral al héroe.
   El canónigo de Toledo, ya al final de la primera parte, se interesa por la triste situación en que va el caballero, camino de su aldea, y entabla con él una tranquila y amistosa conversación que, desde luego, contrasta con la lamentable circunstancia —el enjaulamiento en el carro de bueyes— que el cura y el barbero han ideado para conseguir su regreso.
   Don Quijote tiene, al menos y por un rato, antes de regresar a su aldea, la oportunidad de hablar con alguien que le trata con consideración.

NOTAS.
4. El relato de Dorotea sobre la pérdida de su honra es una de las piezas literarias del arte de la elipsis. « ... Y con esto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo ...» (I, XXVIII, 358).
5. La demanda de doña Rodríguez da pie a una de las escenas de mayor comicidad del Quijote y nos demuestra que el caballero no es en absoluto inmune a las llamadas de Eros. En la oscuridad de la alcoba, don Quijote se dirige así a la misteriosa visitante nocturna: «¿Por ventura viene vuestra merced a hacer alguna tercería? Porque le hago saber que no soy de provecho para nadie» (11, XLVIII, 1109), y defi ende acérrimamente su honestidad de posibles amenazas: «Ni yo soy de mármol, ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día, sino media noche, y aun un poco más» (XI, XLVIII, 1111).
6. Con Vivaldo, en concreto, habla don Quijote con gran placer sobre los libros de caballerías y, aunque Vivaldo tiene sus puntos de ironía, siempre trata a don Quijote como a caballero.
7. Es en ese ambiente de camaradería cuando el cabrero Pedro relata la historia de Grisóstomo y Marcela con tan buen tino que obtiene la aprobación del caballero: «El cuento es muy bueno y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia» (I, XII, 144), e incluso declara al fi nal: «Agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento» (I, XII, 147).

No hay comentarios: