jueves, 6 de enero de 2011

SOLEDAD PUÉRTOLAS. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua (3)

Soledad Puértolas
Aliados.
Los personajes secundarios del Quijote (3)

   Los numerosos senderos que llevan a don Quijote de su casa y su aldea a sus aventuras, sus salidas, sus regresos, los ratos de descanso a un lado del camino, sus estancias en ventas y castillos, propician toda clase de encuentros, unos casuales y tranquilos —los menos—, otros provocados por el mismo caballero y que suelen acabar en aparatosas batallas e indiscriminada lluvia de golpes. Conocemos a personajes que no dudan en calificar de loco a don Quijote y que se enfrentan radicalmente con él, a personajes que, aunque convencidos de la locura del caballero, le siguen la corriente porque se proponen devolverle a casa mediante engaños y ardides, a personajes que se burlan de él o pretenden pasar un rato divertido a su costa. Pero hay también quienes le siguen la corriente de buena fe y quienes no saben qué pensar de la salud mental del caballero y le tienen por un extraño loco entreverado, en ocasiones perfectamente cuerdo y capaz de hablar con extraordinario juicio sobre asuntos de importancia y en otras, las que se refieren a la caballería andante, loco de remate.
   El narrador, que está por debajo y por encima de todo lo que se cuenta, y que tantas veces se hace presente, como un personaje más, para dejar caer sus opiniones —muchas de ellas, como se ha dicho, sobre el arte de narrar— tiene el hábito de presentarnos a los personajes antes de que aparezcan en el relato, como si quisiera que el lector se fuera formando una idea de ellos. A fin de cuentas, el Quijote es una novela de ideas. El procedimiento se lleva al extremo en la segunda parte, donde, salvo excepciones, los personajes, antes de conocer a don Quijote, han oído hablar de sus hazañas o incluso han leído el libro que las contiene, este libro del que ahora estamos hablando.
   Este complicado juego de espejos, que parece concebido para desconcertar a los magos encantadores enemigos del caballero, muy numerosos y malintencionados, asombrosamente, no le resta amenidad al relato. Los obstáculos no se encuentran en el texto, sino en el itinerario de don Quijote, en su propósito de vivir su vida como si fuera el héroe de una novela de caballerías.
   Los enemigos del caballero no aceptan su juego, sin sospechar que para don Quijote se trata de un juego muy serio. El caballero quiere imponer sus reglas y reacciona ante los obstáculos y las hostilidades con inesperada contundencia. No se queda corto ni en el ataque ni en el insulto. Él es el primer intolerante. Con semejante actitud, ¿podrá conseguir algún apoyo?, nos preguntamos, ¿habrá personas que le muestren un mínimo de simpatía, de complicidad, una pequeña posibilidad de entendimiento?
   Pero Cervantes se las arregla para proporcionar a don Quijote esos puntos de apoyo sin los cuales su lucha sería mucho más difícil, solitaria e indescifrable. Porque los aliados que de diversas formas sostienen al héroe en su desmedida empresa nos dan pistas para comprender a don Quijote.
   Nos acercan al enigma del personaje.
                                                *
   No son pocos los personajes femeninos que desfilan por las páginas del Quijote. Cervantes pertenece a la estirpe de escritores que conciben la literatura como indagación y aunque expresa en su obra opiniones sobre muy diversos asuntos, nunca resultan inoportunas o fuera de lugar. Pero es en la narración donde toman cuerpo y fuerza las cuestiones sobre las que se opina. A través del narrador, de don Quijote o de otro personaje, Cervantes expresa sus ideas sobre el papel que tienen las mujeres en la sociedad, pero lo que llama la atención, más allá de estos juicios esporádicos, es la diversidad de tipos femeninos que encontramos en la obra.
   La relación de don Quijote con las mujeres viene marcada por la figura de Dulcinea, la dama que todo caballero andante ha de tener, la justificación última de sus hazañas (3).
Don Quijote intenta zanjar el delicado asunto de su relación con las mujeres ateniéndose a un principio caballeresco: el corazón del caballero pertenece a su dama. Pero Cervantes no quiere dejar las cosas así y le brinda al caballero más de una ocasión de demostrar que no es ni mucho menos insensible a los encantos femeninos. Marcela, la hija del ventero, Dorotea, la duquesa, Altisidora ..., son mujeres que producen en don Quijote honda impresión. Cuando le piden ayuda, el caballero no es capaz de negarles nada. Otras veces, desea ponerse al servicio de las damas. O lanza miradas de complicidad, ofrece su mano a una de ellas, sujeta con fuerza a otra, da pie a bromas y engaños y se engaña él mismo para prolongar el juego. A don Quijote le gusta el juego del amor.

NOTA.
3. La no existencia de Dulcinea está en la base del libro y representa el conflicto esencial entre don Quijote y la realidad. La dama es clave para el caballero, como lo declara siempre que tiene ocasión. Para no tener que reconocer su no existencia, o su invención, don Quijote recurre a los encantamientos.
   A partir de aquí, todos le imitan y el encantamiento de Dulcinea se constituye en uno de los ejes del libro.
   Para el caballero, el mayor oprobio del Quijote apócrifo, ya en la Segunda Parte, es precisamente la ausencia de la dama. En conversación con la duquesa, declara: "Quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira, y el sol con que se alumbra, y el sustento que lo mantiene. Otras muchas veces lo he dicho y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento, y la sombra sin cuerpo que lo cause» (XI, XXXII, 978). Cuando la duquesa le replica —porque ha leído con atención el libro— que Dulcinea es «dama fantástica, que vuestra merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso», don Quijote pone el dedo en la llaga: «En esto hay mucho que decir. Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no fantástica, y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo» (XI, XXXII, 980).
   Ciertamente, Cervantes nunca sitúa a Dulcinea ante nuestros ojos. A través de Sancho, sabemos que ni él ni su señor la han visto en su vida: «No sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor» (XI, VIII, 757). La opción de Sancho es inventársela, pero no como dama, sino como labradora, y recurre al encantamiento para dar una explicación a don Quijote. Las tres labradoras que, al inicio de la Segunda Parte, juegan, sin saberlo, el papel de Dulcinea y sus amigas (XI, X, 767), están suplantando al personaje creado por don Quijote. En la visión de la cueva de Montesinos, vuelve a aparecer esta Dulcinea encantada, convertida en labradora, cuyo desencantamiento será materia de muchas discusiones entre don Quijote y Sancho. Don Quijote, al fin, consigue imponer su idea. Dulcinea existe, aunque esté encantada.

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