domingo, 2 de enero de 2011

PRENSA CULTURAL. "Babelia". LOS LIBROS DEL AÑO (8): "Dublinesca", de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948)

Enrique Vila-Matas
Dublinesca
Enrique Vila-Matas
Seix Barral. Barcelona, 2010
325 páginas. 19 euros

   ¿Por qué Samuel Riba, el protagonista de Dublinesca -un editor literario convencido de que asistimos al final de la era Gutenberg-, piensa en redactar una teoría general de la novela cuyos elementos esenciales son "intertextualidad; conexiones con la alta poesía; conciencia de un paisaje moral en ruinas; ligera superioridad del estilo sobre la trama; la escritura vista como un reloj que avanza? ¿No había ya sembrado Vila-Matas sus anteriores novelas con similares referencias metaficcionales? Sí y no, según advierte enseguida todo lector vilamatiano que al adentrarse en Dublinesca pronto ve reaparecer lo que Baroja llamó el "fondo personal" de un escritor: en este caso, temas como la impostura, la idea de viajar y perder países, la muerte, la bella infelicidad; y una escritura articulada a partir del fragmentarismo y el collage, y que en su avance despliega un mosaico hecho de piezas de muy diversa naturaleza y que proceden del doble plano con que "juega" el escritor: realidad y ficción. Dublinesca llega tras el despojamiento que Vila-Matas operó en Doctor Pasavento (2005). Narrada en tercera persona, se acentúa esa conciencia de un paisaje moral en ruinas, con el trazado paródico del fin de un mundo (la paradoja de unos amigos reunidos en Dublín el Bloomsday, que eligen ese día de culto y exaltación joyceana para enterrar la literatura); se desdibuja la noción de espacio-tiempo, pasando de la inmovilidad y el encierro en los angostos y anodinos espacios cotidianos a la errabundia dublinesca y la melancolía del mar, convirtiendo la espera -el gran tema de esta novela- en una radical afirmación del presente, sin nostalgia del pasado ni temor del futuro. Como la novela de Joyce, también Dublinesca está pensada "para que unos gestos anecdóticos revistan la solidez de una epopeya". Y resuenen los ecos más extremos: la elegía, el salmo.
                                                               Ana Rodríguez Fischer

No hay comentarios: