viernes, 12 de noviembre de 2010

PRENSA. Entrevista a un ex drogadicto. Por Josep Garriga

En "El País":
"Antes era un esclavo, pero ahora he recuperado las riendas de mi vida"


J. G. A. 11/11/2010

Su vida se quebró en febrero. Tras permanecer tres noches sin dormir esnifando más de dos gramos diarios, José Miguel tuvo un accidente cardiovascular, nada inusual en los consumidores de cocaína, que le tuvo abrazando la muerte. Se había iniciado a los 18 años, como la mayoría, en una noche de locura con la pandilla. Y como casi todos ellos, en los lavabos de una discoteca. Le daba repelús meterse algo por la nariz, porque hasta entonces su adicción se reducía al cannabis, al éxtasis y al LSD. Y por supuesto, al alcohol. Otro patrón común a los policonsumidores. Pero esa noche se decidió a probarlo. "Ojalá pudiera borrarla... pero no puedo", se lamenta.
Dos años más tarde, a los 20 -ahora ha cumplido 30-, sus padres ya le colocaron a una persona para seguirle en Madrid. "Es que tuve una época muy rebelde y mala", confiesa. Entonces empezaron las mentiras, la doble vida, los engaños a uno mismo, a los amigos, a los compañeros de trabajo y a la familia. En eso, José Miguel tampoco es una excepción.
Los ingresos del trabajo daban para lo que daban y José Miguel se dedicó a la venta de cocaína a pequeña escala. El negocio le proporcionaba un dinero extra -lo que le apartó de la delincuencia-, pero sobre todo ese polvillo blanco que le hacía feliz, que le ayudaba a relacionarse con terceros y a soportar noches enteras de marcha. Esas mismas falsas sensaciones de todos los adictos.
"Siempre mantuve una doble vida y mucha gente no tenía ni idea. Era un engaño doble, hacia mí y hacia mis amistades. El ritmo me avergonzaba. Me puse una careta y me disfracé de un personaje que no era yo", recuerda ahora después de ocho meses de tratamiento en Barcelona en el Proyecto Hombre, una ONG especializada en la rehabilitación de cocainómanos.
Esas rutinarias mentiras también incluían su promesa de desengancharse. Incluso ahora, quizá de forma inconsciente, achaca a la escasa "habilidad" de los servicios sociales de Madrid sus reiterados e infructuosos intentos de desengancharse. Así que, dando la espalda a la realidad, continuó metiéndose coca por la nariz. Primero medio gramo, después uno, más tarde dos, hasta llegar a un uso diario que se hizo imprescindible. Y con ello, esos 50 o 60 euros por gramo que a veces le vaciaban la cartera para adquirir ese polvillo que le consumía el cerebro, porque la cocaína estropea poco a poco. Y así, hasta el patatús de febrero. Porque ni siquiera en esto -su ingreso hospitalario- José Miguel fue un caso aislado.
"Antes era un esclavo y solo me rodeaba de gente de mi misma onda. Ha sido muy doloroso desligarme de todo, incluso de mis amigos de entonces. Ahora lo veo claro, pero antes me dolía", relata, antes de acudir a sus sesiones de terapia.
Ha perdido hasta tal punto el contacto con su pandilla de perrerías que tampoco se plantea verles para invitarles a razonar, a iniciar un tratamiento y alejarse de la droga. "Yo no tengo que decirle a nadie lo que debe hacer. Ahora he recuperado a mi familia, a mi pareja, y tengo amigos con los que me identifican unos valores. Acabo de descubrirme como soy y ahora me gusto. Manejo las riendas de mi vida".

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