sábado, 13 de noviembre de 2010

PRENSA. "El valor del fracaso digno", de José Manuel Sánchez Ron

José Manuel Sánchez Ron
En "El País":

Poner los fines por encima de los medios es una perversión que puede destruir una sociedad. El éxito en una empresa no es siempre lo único que se recuerda. Lo que importa son los que se esfuerzan, aunque fracasasen.

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON, miembro de la Real Academia Española y catedrático de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid.

Fragmentos del artículo:

(...) cuando el discurso ciego a cualquier tipo de contrastación es la pauta general, pienso en el legado que vamos a dejar a los que vienen, por edad, detrás de nosotros. ¿Qué ejemplo les estamos dando para convencerles de que deben ser fieles a la argumentación lógica y a la transparencia, a la capacidad de escuchar a "los otros"? ¿Cómo voy a decirle yo a mis alumnos, cosas del estilo de "defender vuestras ideas y actos racional y argumentativamente? No olvidar someter vuestras opiniones al juicio de los hechos. Podéis estar equivocados, y lo estaréis más de una vez", si me pueden decir, "¿qué me dice usted, es que no ve lo que sucede ahí fuera, en la vida real?".
(...)
La modernidad que los ilustrados del siglo XVII defendieron rechazaba la idea de que el fin justifica los medios, manteniendo firmemente que los medios tienen primacía sobre los fines. Para ellos la obediencia a las leyes (leyes justas), proceder metódicamente de acuerdo a un método adecuado y transparente, era prioritario. Como insistió, por ejemplo, John Rawls en Teoría de la justicia (1971), la justicia es en última instancia seguir fielmente un procedimiento correcto, en, naturalmente, un sistema político y judicial democrático y no viciado. Por esto, la ciencia -en la que los fines se subordinan rigurosamente a los medios, a los procedimientos- fue el modelo más admirado en la modernidad, el ejemplo que debían imitar otras empresas sociales y culturales.
La posmodernidad ha cambiado esto. En ella, los medios se subordinan a los fines. Parece como si la fe en los medios, en el método, en los procedimientos, hubiese desaparecido.
(...)
No importa dar la espalda a la racionalidad discursiva, no enfrentarse a las preguntas inconvenientes, dar la vuelta a los argumentos que ayer se utilizaban. Resistir es la norma. Resistir sea como sea, sin necesidad de mantener alguna coherencia interna. Los fines son el bien supremo, los medios un instrumento maleable y dúctil. Hay que vencer. Solo el ganador es valorado y recordado. El fin justifica los medios. Si hay que hacer trampas se hacen, y, naturalmente, se niega que se hacen (me viene aquí a la mente, todos esos futbolistas -y son, por desgracia, un modelo importante para la sociedad- a los que se ve levantar las manos y poner un gesto de inocencia, como si no hubiesen hecho nada malo, que sí lo han hecho, como se ve las más de las veces cuando se repite la jugada a cámara lenta).
No hay que esforzarse mucho en argumentar que poner los fines por encima de los medios constituye una perversión que puede destruir una sociedad. Tal vez sí que haya que detenerse más en señalar que el éxito en una empresa no es siempre lo único que se recuerda.

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