sábado, 13 de septiembre de 2014

PRENSA CULTURAL. "Literatura nacida en prisión"

   En "El País":

Literatura nacida en prisión

La iraní Sahar Delijani narra en ‘A la sombra del árbol violeta’ la crueldad de la República Islámica

La autora vino al mundo en una cárcel del régimen de Jomeini


La escritora Sahar Delijani. / CONSUELO BAUTISTA
Una pulsera hecha con huesos de dátiles en la cárcel. Todos los libros tienen un punto de partida. Y para Sahar Delijani (prisión de Evin, Teherán, 1983), esa pulsera que había visto alguna vez en su casa de Irán fue lo que le llevó a escribir A la sombra del árbol violeta, su primer libro. La pulsera se la hizo su padre mientras estaba cumpliendo condena por “activismo contrarrevolucionario” en los primeros años del régimen del Ayatolá Jomeini. Idéntico motivo por el que también estuvo presa su madre y por el que ella nació en la cárcel de Evin. Llegó al mundo después de un brutal periplo de su madre, ya de parto, desde la cárcel a dos hospitales que narra en el primer capítulo de la novela. Ni rastro de tan duro despertar a la vida en su radiante expresión.
“La pulsera la había visto alguna vez, pero no fue hasta que un día le pregunté a mi padre cuando la encontré de nuevo por casualidad. Me explicó entonces que me la hizo como regalo cuando yo nací, recogiendo los huesos de los dátiles que comía él y los que le daban sus compañeros de celda”, explica Delijani. Sabía que había nacido en la cárcel y fue criada por su abuela y una tía. “Claro que me lo dijeron, pero no con mucho detalle. Cuando pensé en escribir el libro, tuve que insistir bastante a mi madre para que me lo contara bien. Creo que le daba miedo verlo sobre el papel porque suponía, de alguna manera, volver a vivirlo”. Al final, lo consiguió y decidió trazar las historias de varios personajes, todos hijos de madres y padres presos en Irán.
A la sombra del árbol violeta, en referencia a un árbol de la casa familiar, es un compendio de ficción “para que todos estuvieran tranquilos” y porque también le facilitaba explicar lo que ella define como “un árbol genealógico de cárcel”. Pero, en parte, es autobiográfico porque está plagado de vivencias de ella, de sus primas —hijas de otras presas— y de otros miembros de su familia.

Cuando su madre y su padre recobraron la libertad, abandonaron el país
Relatos que muestran la dureza de la vida de los presos políticos en la República Islámica, especialmente en la década de los ochenta, con los fusilamientos indiscriminados —la cifra de 15.000 es más o menos oficial—, la fortaleza de las mujeres y de la familia y el miedo a que 30 años después pueda pasar algo parecido.
En 1996, tenía 12 años, Delijani se instaló en California. “La familia de mi madre había emigrado en los cincuenta y en Irán ya no le quedaba nadie. Por eso y por buscar un mejor futuro para sus hijos, decidieron marchar”, explica. Después de cumplir cuatro años de cárcel, su padre, y dos y medio, su madre, querían salir del país pero poder volver cuando quisieran. “Yo también iba, pero no he vuelto después de la publicación del libro el año pasado en EE UU. Tengo miedo a que me quiten el pasaporte. El Gobierno actual de Irán es más reformista, pero el núcleo duro del régimen es el que era. Y la realidad es que hay 800 presos políticos entre estudiantes, abogados, escritores y activistas de derechos civiles”.
La novela, editada en español por Salamandra y en catalán por Ara Llibres, se ha publicado en 28 idiomas. Una editorial sueca está preparando la edición en iraní. Muy interesada en política, en general, y en la de su país, en particular, cuenta que el periodo que desgrana en la novela es muy importante. Y no solo por la vivencia familiar: “Creo que entre 1983 y 1988 fue cuando de verdad nació la dictadura, fue cuando ejecutaron a muchísimos prisioneros y se solidificó el sistema que tenemos todavía ahora. En los ochenta mataban en las cárceles y en 2009 disparaban en la calle. No les interesaba mínimamente esconder la violencia que ejercían”.

No queremos que nos digan si nos ponemos el velo. Queremos decidirlo”
Para Delijani, ese es el motivo de que muchos padres —que fueron represaliados en los primero años de Jomeini— tengan miedo de que les ocurra ahora lo mismo a sus hijos: “Estamos hartos de la sangre, de la violencia. Irán está viviendo un momento muy delicado, hay riesgos muy serios. Por un lado, hay que luchar contra el régimen y tratar de reformarlo, pero sin dar ningún pretexto a los poderes extranjeros para que lo ataquen. Por otro, sorprende que Estados Unidos se quiera aliar con Irán, su eterna bestia negra, para combatir al Estado Islámico en Irak, el país que ocupó. No tiene mucho sentido…”.
Humanamente, en el libro quería destacar la dignidad de todas las personas que estaban en prisión en medio de tanta violencia. Son unos relatos protagonizados, en gran parte, por mujeres decididas, comprometidas: “Es lo que viví. Mi entorno era de mujeres fuertes que habían estado en la cárcel”. Uno de los relatos cuenta el incidente que tuvo al ir al colegio el primer día. Como no llevaba la cabeza cubierta con un pañuelo no la dejaron entrar: “Mi madre vivía ajena a todas las normas y órdenes del régimen y no me puso el velo, así que el primer día tuvo que improvisar uno para que me dejaran entrar”.
A propósito del debate sobre la imposición de esa prenda, la escritora cree que es una polémica exagerada y más propia de Occidente: “Hay problemas más serios, como los derechos humanos y civiles que no se respetan en Irán. Si preguntas a una abogada de derechos de las mujeres te dirá muchas otras cuestiones antes del velo, como que no se puedan divorciar hasta que el hombre no dé el consentimiento o que las mujeres no puedan ser jueces. Considero que la discriminación se produce cuando es una obligación, por ley. Por ejemplo, el padre del Sha Reza Pahlevi fue el primero que hizo una ley que obligaba a que las mujeres se quitaran el velo con una violenta campaña en las calles porque si iban cubiertas no las dejaban salir de casa. Y con la República Islámica, exactamente al revés”. “Nosotras”, dice luciendo una espléndida cabellera negra, “no queremos que nadie nos diga si nos ponemos o no el velo. Queremos decidirlo”.

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