¿Tienen algún sentido las reglas gramaticales, más allá de satisfacer a los académicos? Es lo que se pregunta el célebre psicólogo y lingüista Steven Pinker en una columna publicada recientemente en The Guardian. El autor de La tabla rasa (Paidós, 2003), sugiere que ciertas reglas que perviven desde hace siglos están basadas en el folclore y la tradición antes que en la claridad expositiva y en el sorteo de la ambigüedad, que es lo que realmente debería decidir su validez.
La habitual distinción entre prescriptores y descriptivos es baladí, asegura. Los primeros son los que crean los estándares que la población ha de seguir para no ser considerada iletrada, mientras que los segundos se limitan a reflejar cómo funciona la lengua, “un producto orgánico de la creatividad humana”. Nuestra Real Academia de la Lengua, que fija, limpia y da esplendor, sería una organización prescriptora, aunque cada vez más se incline por lo descriptivo. En realidad, recuerda Pinker, un estándar de uso es necesario para entendernos y servir de plataforma para desarrollar nuestro estilo y gracia.
¿Está la regla basada en alguna teoría loca como que el inglés debe imitar al latín, o que sólo el significado original de una palabra es el correcto?
Conviene hacerse una serie de preguntas para averiguar si determinada regla tiene en realidad alguna funcionalidad o se trata, simplemente, de una costumbre inútil. “¿Ha sido respetada dicha regla por los mejores escritores? ¿Es respetada por los escritores cuidadosos del presente? ¿Hay un consenso entre los escritores perspicaces sobre si hay una interesante distinción semántica?”, debemos preguntarnos. Y, si la respuesta es afirmativa, probablemente haya que seguir la regla. “¿Está la regla basada en alguna teoría loca como que el inglés debe imitar al latín, o que sólo el significado original de una palabra es el correcto? ¿Ha sido repetidamente despreciada por los grandes escritores? ¿Los intentos de arreglar una frase para que siga la regla sólo la hace más torpe y menos clara?”. Si la respuesta es afirmativa, podemos romper la regla sin miedo.
En definitiva, lo que Pinker propone –y es algo que se puede trasladar al castellano– es que no se debe confundir la gramática con la formalidad. La mejor guía es consultar un diccionario de usos, ya que nos encontraremos con que esas férreas directivas quizá no lo sean tanto, y muchos escritores las habrán quebrantado sin que ello suponga un menoscabo de su estilo. A continuación presentamos diez de las reglas que Pinker considera inútiles y que, aunque no tengan una traducción exacta a nuestro idioma, pueden ayudarnos a discernir los caprichos de los académicos.
Comenzar una oración con una conjunción
Y así es como, queridos alumnos, no debemos escribir una frase. En español es menos habitual –aunque, por estilo, se suelen eliminar las “y” iniciales en una oración–, pero los profesores de lengua suelen recordar a los niños ingleses que ni “y” ni “porque” ni “pero” ni otras palabras semejantes deberían encabezar una oración. Pinker recomienda hacer caso omiso de la norma y utilizar las conjunciones en el caso de que las frases sean demasiado largas o complicadas para encajar en una única oración.
Modificadores colgados (dangling modifiers)
Aunque en español suene un tanto extraño, la gramática inglesa sugiere que una oración como “al girar la esquina, la vista era maravillosa” es incorrecta, puesto que el sujeto de la primera parte, aunque implícito, debe ser igual que el de la segunda. Como resultado, lo correcto sería escribir “al girar la esquina, vi que la vista era maravillosa”. Para Pinker no tiene sentido, puesto que muchas veces estas construcciones no necesitan ningún sujeto (“en lo que se refiere a este tema, deberías haberlo sabido antes”).
Tan bueno como debería ser un cigarrillo
En inglés, los comparativos deben ir acompañados por un nombre, y no por una oración, por lo que el famoso slogan de Winston “tan bueno como un cigarrillo debería ser” (“Winston tastes good, as a cigarrette should”) sería gramáticamente incorrecto. Pinker recuerda, no obstante, que oraciones semejantes pueden encontrarse en la obra de William ShakespeareCharles Dickens o William Faulkner. Además, el autor recuerda que primar “such” a la hora de introducir una lista de ejemplos en lugar de “like” es pura superstición.
Preposiciones al final de una frase
Aunque en español no ocurra, ciertas construcciones pueden provocar que una preposición ocupe el último lugar en una oración, algo muy poco recomendado por las gramáticas tradicionales. Sin embargo, ello provocaría que la célebre cita de Shakespeare “estamos hechos del mismo material que los sueños” (en inglés, “we are such stuff as dreams are made of”) fuese incorrecta.
Steven Pinker ha denunciado la ortodoxia en la aplicación de las reglas gramaticales. (CC)Steven Pinker ha denunciado la ortodoxia en la aplicación de las reglas gramaticales. (CC)
Nominativo predicativo
La gramática insiste en que el verbo “ser” debe ir acompañado por un pronombre nominativo, por lo que, en ese caso, “hola, soy yo” debería ser escrito “hello, it’s I”, y no “hello, it’s me”. Para Pinker, se trata de una distinción puramente formal, pero de ninguna manera puede ser incorrecta la segunda opción.
Infinitivos partidos
Si usted ha estudiado inglés, probablemente conozca la regla de los infinitivos partidos, que propugna que jamás debe emplazarse un adverbio en mitad de un verbo formado por varias palabras, algo heredado del latín, por lo que una construcción como “I will always love you” debería ser sustituida por “I will love you always”. Pinker defiende que aunque debamos preguntarnos si no es mejor mover el adverbio al final de la frase, donde probablemente debería estar si de verdad es significativo, no es incorrecto introducirlo en mitad de una partícula del verbo y otra.
Distinción entre “that” y “which”
La regla que aprendemos en clase de inglés es que, si el relativo introduce una subordinada no restrictiva debemos emplear “which” (como es el caso de “the boy, which had studied in London, came to our house”; “el niño, que había estudiado en Londres, vino a casa”), mientras que si es restrictiva, debemos emplear “that” (“the boy that wore the red hat had studied in London”; “el niño que llevaba la gorra roja había estudiado en Londres”). A Pinker no le convence la distinción, y sugiere que en realidad lo importante son las comas que ayudan a distinguir si se trata de una subordinada restrictiva o no, no el uso de “that” o “which”, que deberían emplearse de forma indistinta.
“Who” y “whom”
En español, “whom” sería traducido como “el cual”, un pronombre relativo, mientras que “who” equivaldría a un simple “que”. Pinker recuerda que el uso de “whom” ha descendido sensiblemente durante los últimos dos siglos, y que quizá es hora de que se utilice sólo en lo que denomina dobles interrogativas, como es el caso de “who’s dating whom?” (“¿quién sale con quién?”) o en fórmulas recurrentes como “to whom it may concern” ( “a quien corresponda”).
“Muy único”
O algo es único o no lo es, pero no puede haber una graduación dentro de dicho adjetivo, recuerdan constantemente los puristas. Pero Pinker sugiere que algo es único en relación a otra cosa, que no se trata de un absoluto: “decir que algo es ‘bastante único’ implica que el ítem se diferencia del resto en un número inusual de cualidades, que se diferencia de ellos en un grado inusual, o ambas cosas”. No obstante, ello no nos da permiso para abusar de la expresión.
“Diez productos o menos”
La gramática asegura que “fewer” (“menos”) debe emplearse como acompañante de nombres contables, mientras que “less” sólo se utiliza con sustantivos incontables, como “tiempo” o “dinero”. De ahí que una construcción como “ten items or less” que se puede encontrar con frecuencia en las colas rápidas de los centros comerciales sea equivocada. Como muchas reglas parecidas, asegura Pinker, la distinción sólo tiene sentido como una marca de estilo. Y, aunque prefiera “fewer” para acompañar a los nombres contables, no cree que el empleo de “less” sea un error gramatical.