miércoles, 25 de agosto de 2010

LITERATURA ESPAÑOLA Y UNIVERSAL (FRAGMENTOS). TEATRO. "Casa de muñecas", de Henryk Ibsen (1828-1906)

Imagen de una representación de Casa de muñecas.

Así comienza
Casa de muñecas
Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos, con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.

En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. Nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.

NORA.
Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto es?
EL MOZO.
Cincuenta ore.
NORA.
Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. Nora cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido.) Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha.)
HELMER. (Desde su despacho.)
¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?
NORA. (Al tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.
HELMER.
¿Es mi ardilla la que está enredando?
NORA.
¡Sí!
HELMER.
¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?
NORA.
Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.) Ven aquí, mira lo que he comprado.
HELMER.
¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano.) ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?
NORA.
Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.
HELMER.
Sí, sí, aunque tampoco podemos derrochar, ¿sabes?
NORA.
Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero...
HELMER.
Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.
NORA.
¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.
HELMER.
¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en tu ligereza de siempre?... Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me quedo en el sitio...
NORA.
¡Qué horror! No digas esas cosas.
HELMER.
Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?
NORA.
Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.
HELMER.
¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?
NORA.
¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.
HELMER.
¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En el hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.
NORA.
En fin, como gustes, Torvaldo.
HELMER. (Que va tras ella.)
Bien, bien; no quiero ver a mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba por enfurruñarse mi ardilla? (Saca su billetero.) Nora, adivina lo que tengo aquí.
NORA. (Volviéndose rápidamente.)
¡Dinero!
HELMER.
Toma, mira. (Entregándole algunos billetes.)
¡Vaya, si sabré yo lo que hay que gastar en una casa cuando se acercan las Navidades!
NORA. (Contando.)
Diez, veinte, treinta, cuarenta... ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto tengo para bastante tiempo.
HELMER.
Así lo espero.
NORA.
Sí, sí; ya verás. Pero ven ya, porque voy a enseñarte todo lo que he comprado. Y además, baratísimo. Fíjate... aquí hay un sable y un traje nuevo, para Ivar; aquí, un caballo y una trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con su camita, para Emmy. Es de lo más ordinario: como en seguida lo rompe... Mira: aquí, unos cortes de vestidos y pañuelos, para las muchachas. La vieja Ana María se merecía mucho más...
HELMER.
Y en ese paquete, ¿qué hay?
NORA. (Gritando.)
¡No, eso no, Torvaldo! ¡No lo verás hasta esta noche!
HELMER.
Conforme. Pero ahora dime, manirrota: ¿has deseado algo para ti?
NORA.
¿Para mí? ¡Qué importa! Yo no quiero nada.
HELMER.
¡No faltaba más! Anda, dime algo que te apetezca, algo razonable.
NORA.
No sé... francamente. Aunque sí...
HELMER.
¿Qué?
NORA. (Juguetea con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle.)
Si insistes en regalarme algo, podrías... Podrías...
HELMER. Vamos, dilo.
NORA. (De un tirón.)
Podrías darme dinero, Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un día de éstos compraré una cosa.
HELMER.
Pero, Nora...
NORA.
Sí, Torvaldo; oye, vas a hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero envuelto en un papel dorado, ¿te parece bien?
HELMER.
¿Cómo se llama ese pájaro que siempre está despilfarrando?
NORA.
Ya, ya; el estornino; lo sé. Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh, Torvaldo? Así tendré tiempo de pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es lo más acertado?
HELMER. (Sonriendo)
Por supuesto, si verdaderamente guardaras el dinero que te doy y compraras algo para ti. Pero luego resulta que vas a gastártelo en la casa o en cualquier cosa inútil, y después tendré que desembolsar otra vez...

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