Tahar Ben Jelloun
Mi madreDesde que cayó enferma, mi madre se ha convertido en una cosita diminuta de memoria quebradiza. Convoca a los miembros de su familia, muertos hace tiempo. Habla con ellos, se sorprende de que su madre no vaya a verla, dice maravillas de su hermano menor que, según ella, siempre le lleva regalos. Uno tras otro, se suceden junto a su lecho y le hacen compañía. Yo no quiero llevarle la contraria. Ni molestarlos. La señora que la cuida, Keltum, se lamenta: "Cree que estamos en Fez, en el año en que naciste".
Mi madre regresa a los tiempos de mi infancia. Su memoria ha tropezado, se ha caído y se desparrama por el suelo mojado. El tiempo y la realidad ya no se llevan bien. Ella se deja arrastrar por unas emociones que brotan del pasado. Cada cuarto de hora, me pregunta: "¿Cuántos hijos tienes?". Siempre le contesto en el mismo tono. Keltum se pone nerviosa, interviene y dice que no soporta más esas repeticiones.
Mi madre tiene miedo de Keltum. Los ojos de esa mujer dejan traslucir malos pensamientos. Lo sabe, y cuando me habla los mantiene bajos. Me saluda servilmente, se inclina, intenta besarme la mano. No quiero rechazarla ni recriminarle nada. Finjo no enterarme de sus artimañas. Leo miedo en los ojos de mi madre. Miedo de que Keltum la abandone cuando no estemos en casa, se olvide de sus medicinas, la deje sin comer, o, peor aún, le dé alimentos en mal estado. Miedo de que la golpee como a una niña que comete travesuras. En los momentos de lucidez, mi madre me dice: "¿Sabes? No estoy loca. Keltum se cree que me he vuelto como una niña pequeña, me regaña, me amenaza, pero yo sé que son las medicinas, me juegan malas pasadas. Ella no es mala, sólo está nerviosa y cansada. Me asea todas las mañanas. ¿Sabes, hijo? Ella es la que recoge todo lo que sale de mí, es una tarea que no podría pediros que hicierais, ni tú ni tu hermano, así que Keltum también está para eso, y lo demás más vale olvidarlo...".
¿Cómo olvidar que mi madre está en manos de una mujer que con el tiempo se ha vuelto dura, cínica y rapaz? ¿Cómo dejar que mi madre emprenda su viaje a la infancia ante la mirada malvada de esa bruta?
Mi madre me ha vuelto a hablar de la comadrona, Lal-la Radia. Quiere que la invite a comer, me ha dado su dirección: "Vive justo antes de llegar a la Batha, esa enorme plaza a la entrada de la medina, ve al café de Sel-lam, el marido de Jaduch, ya sabes, la nuera de mi tío, Muley Ali, ve, pues, al café, y pregunta por ella, todos la conocen. ¡Tiene que venir!". Por mucho que le recuerde que Lal-la Radia ya no está entre nosotros, insiste en que la invite.
Desde que cambió de dormitorio, mi madre está convencida de que se ha mudado de casa y de ciudad. Ya no estamos en el pasaje Ali Bey de Tánger, sino en el barrio Majfía de Fez. No estamos en el año 2000, sino a finales de 1944. Le cuesta olvidar sus sueños. Invaden los momentos en que está despierta y no la abandonan. El presente se estremece, tiembla, vacila y se aleja. Mi madre vive ajena a él, se ha desprendido del presente, ya no le preocupa.
Me cuenta que ha visto a un hombre y a una mujer hablando en el vestíbulo. Supuestamente han venido para comprar la antigua casa de Fez. Me advierte de que no la venda mal: "Los tiempos están difíciles, la guerra no ha terminado y, además, a tu padre le disgustaría. He oído que el hombre comentaba a la mujer que era una buena operación, que tenían que aprovechar esa oportunidad, como si vivieran con nosotros y estuvieran al corriente de nuestros apuros económicos, él no es de Fez, los fassíes no tienen ese acento de campesinos, son más elegantes. ¡De todos modos, no venderemos!".
Zineb, la enfermera, ha venido hoy a cambiarle los vendajes. Como ya no la reconoce, se niega a darle el pie para que se lo cure. Zineb le dice que no le va a hacer daño. Ella sonríe. "¡Si me haces daño, te regañará mi papá! Aquí está mi pie, límpiame la herida y no me trates como a una cría asustada". Las cosas vuelven a su sitio. Mi madre recupera la memoria. Sólo era un nubarrón, un breve olvido. Una cortina de humo que nubla sus recuerdos.
Mi madre ha tirado una preciosa cadena de oro al váter. Keltum la sacó, la lavó y la dejó en remojo en colonia barata durante dos días.
Mi hermana ha llegado de Fez para cuidar a mi madre. Está enfadada: la ha confundido con su propia madre. Mi hermana es mucho mayor que yo, sólo se llevan dieciséis años entre ellas. Es hija de un primer matrimonio. Mi madre lo recuerda como si fuera hoy: "Yo tenía apenas quince años; mi marido era fuerte y guapo. La epidemia de tifus se lo llevó antes del nacimiento de mi hija. ¡Viuda a los dieciséis años!".
Traducción de Malika Embarek López
Leamos ahora una breve información sobre la novela y el autor:
Tahar Ben Jelloun desvela en ´Mi madre´ la base islámica del respeto
El escritor marroquí afincado en París, Premio Goncourt, presenta su obra en los institutos aragoneses
Cultura - 10/04/2010 - Autor: Roberto Miranda - Fuente: El Periódico de Aragón
El escritor marroquí afincado en París, Premio Goncourt, presenta su obra en los institutos aragoneses.Ha venido a Zaragoza ("la única ciudad que me faltaba", dice), para hablar a los alumnos de instituto de su obra Sur ma mère (Sobre mi madre) publicada en 2008, el año en que el presidente de la República Francesa le concediera la Cruz de la Legión de Honor. Participa en el ciclo Invitación a la Lectura, que organiza la DGA con apoyo de la CAI, y aprovecha para que los chicos lean también su libro Papá, ¿qué es el racismo?
Nacido en Fez (Marruecos) en 1944, Tahar Ben Jelloun estudió Filosofía en la Universidad de Rabat, de la que fue expulsado tras las revueltas estudiantiles de 1966 y encarcelado. Fue profesor en su país y en 1971 llega a la capital francesa y comienza su carrera literaria. En 1986 le concedieron el Premio Goncourt a su libro La Noche Sagrada. Es el autor en lengua francesa más traducido en este momento.
En Mi madre, Tahar Ben Jelloun relata la historia de un hijo que acompaña a su madre, enferma de alzhéimer, en los tres últimos años de su vida. "Hay una cosa buena en el libro -afirma el autor-, ella olvida todo, pero me habla como nunca me había hablado. Me dice cosas que, por el pudor de la cultura musulmana, no diría una madre a un hijo".
"Cosas desconocidas"
La obra está planteada con un arranque real, la enfermedad, y elementos imaginativos que el autor incorpora: "Cuando mi madre me habla me contaba cosas desconocidas sobre mi vida, sobre su familia, y me ha hecho investigar sobre la ciudad de Fez en los años 30, cuando estábamos bajo protectorado de los franceses y los españoles; los primeros eran más arrogantes, pero los españoles eran trabajadores y vivían mezclados en los barrios con los musulmanes".
La obra está planteada desde el respeto del Islam hacia la figura del padre y de la madre, también hacia los maestros: "En Europa, la familia se destruye un poco; no hay tampoco respeto en la escuela" afirma Jelloun y señala que "en Marruecos tememos que esa desvalorización nos llegue". El autor recoge la frase que le dirigió un día su hijo: "Papá, tú piensa que no vamos a olvidarte cuando seas viejo", con el espectro de un verano del 2003 en el que 15.000 franceses murieron de calor y de soledad. "Fueron muchos, pero ni uno solo era musulmán; nunca se amoldaron".
Tahar Ben Jelloun ha recibido varios premios europeos, uno de ellos en Dublín en el 2004 por su obra Esta ciega ausencia de luz, obra que levantó gran polémica en Marruecos, pues recoge una entrevista con un antiguo presidiario de la cárcel marroquí de Tazmamart. En el 2006 recibió el Premio Especial por "la paz y la amistad entre los pueblos" en el Festival de Lazio.
Se siente "más fuerte" escribiendo en francés que en árabe, confiesa que siente el placer de descubrir en la escritura misma "lo que va a venir", como si desvelara "un misterio, un secreto", en el que "cada personaje me va indicando el camino" a partir de "una idea que vive en mi cabeza mucho tiempo, un mes, un verano, un año...".
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