Escena de Julio César, de Mankiewicz
LAS FALACIAS
Introducción
No deja de ser sorprendente que, a pesar de la lógica, seguimos equivocándonos o construyendo mal nuestros razonamientos. A este fenómeno nos referimos cuando hablamos de falacias. Platón solía decir que “los razonamientos, como los hombres, a menudo son hipócritas”. Las falacias son los razonamientos, que aun siendo incorrectos, son psicológicamente persuasivos. Son formas de razonamiento que parecen correctas, pero cuando se las analiza cuidadosamente resultan no serlo. La comprensión de estas falacias nos ayudará a conocerlas y a no ser engañados por ellas. El estudio de las falacias se remonta a la Antigüedad, a la Retórica de Aristóteles, y a la Oratoria de los romanos. En la actualidad ha adquirido un gran interés, incluyéndose bajo el epígrafe de Lógica informal o Pensamiento crítico. El primer lógico en usar esta expresión fue Max Black, quien en su libro Modelos y metáforas y en otros escritos da una gran importancia a las falacias dentro del discurso argumentativo. En 1970 el libro del profesor australiano Charles Hamblin, Falacias, marcó un hito en el estudio de las mismas. Otro importante estudio se encuentra en la Introducción a la lógica del profesor Irving M. Copi. A partir de los años ochenta y en nuestros días, proliferan las publicaciones dedicadas totalmente a las falacias y su detección en la vida cotidiana. Douglas Walton es uno de los autores más representativos. Los estudiosos de estos temas han constituido una asociación para el estudio de la Lógica informal y el Pensamiento crítico (Association for informal Logica and Critical Thinking), en la Universidad canadiense de Windsor.
Clasificación
Se clasifican en dos grupos: falacias de atinencia y falacias de ambigüedad.
Falacias de atinencia
En estos razonamientos, las conclusiones no tienen relación de dependencia o necesidad con sus premisas (atinencia) y, por tanto, no pueden establecer su verdad; nos engañan sin embargo porque el lenguaje se usa tanto expresiva como informativamente para estimular emociones como temor, hostilidad, piedad, entusiasmo o terror. Las más conocidas son:
--Argumento “ad baculum”, que significa apelación a la fuerza. Se recurre a esta falacia cuando fracasan los argumentos racionales. Se resume en el dicho: “La fuerza hace el derecho”. A escala internacional este argumento significa la guerra o la amenaza de guerra. Los nazis acostumbraban a enviar la siguiente noticia a los lectores alemanes que interrumpían su inscripción: “Nuestro periódico merece el apoyo de todo alemán. Seguiremos enviando ejemplares de él, y esperamos que Ud. no se exponga a infortunadas consecuencias en caso de cancelación”.
--Argumento “ad hominen”, significa argumento contra el hombre. En lugar de refutar la verdad, es decir demostrar la falsedad de un razonamiento, se ataca a la persona que la dice, por ejemplo, cuando se afirma que un discurso es falso porque lo sostiene gente indeseable, extremista, drogadicta, etc.
Este razonamiento falaz convence a través del proceso psicológico de la transferencia, al provocar una desaprobación de la persona y convertirla en desacuerdo con lo que esa persona dice. La conexión es psicológica y no lógica, pues hasta el más perverso de los hombres puede razonar correctamente o decir la verdad.
Otra variedad de este argumento corresponde a las creencias de una persona y las circunstancias que la rodean. Por ejemplo cuando se critica al cazador que sacrifica a los animales para su diversión, y él responde: “¿Por qué se alimenta Ud. con carne de ganado inocente?”. La falacia está en que el cazador no intenta demostrar si es correcto o no el sacrificio de los animales para el placer de los humanos, sino simplemente que su oponente no le puede criticar debido a las circunstancias especiales, en este caso el hecho de no ser vegetariano. O bien en la siguiente afirmación: “¿Cómo puedes decirme que debo hacer más ejercicio, si te pasas todo el día sentado en tu oficina?”.
Los argumentos de esta clase no ofrecen pruebas satisfactorias de la verdad de sus conclusiones, sólo están dirigidos a provocar el asentimiento del oponente, a causa de las circunstancias especiales en que éste se encuentra. Estos argumentos, suelen ser muy persuasivos.
--Argumento “ad ignorantiam”. Se argumenta la verdad de un razonamiento porque nadie ha demostrado su falsedad; o bien se admite la falsedad de un razonamiento, porque nadie ha demostrado su verdad. Por ejemplo,”debe haber fantasmas porque no se ha podido demostrar que no los hay”. Este razonamiento sólo es aceptable en el campo de la justicia, cuando se supone la inocencia de la persona: “Todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario”. Es la presunción de inocencia.
--Argumento “ad misericordiam”. Se comete esta falacia cuando se apela a la piedad para conseguir que se acepte una determinada conclusión. Un ejemplo sutil se encuentra en la Apología de Sócrates de Platón, que relata la defensa de sí mismo que hizo Sócrates:
“Quizá haya alguno entre vosotros que pueda sentir resentimiento hacia mí, al recordar que él mismo, en una ocasión similar y hasta quizá menos grave, rogó y suplicó a los jueces con muchas lágrimas y llevó ante el tribunal a sus hijos para mover a compasión, junto con toda una hueste de parientes y amigos. Yo, en cambio, aunque corra peligro no haré nada de esto. El contraste puede aparecer en su mente, predisponerlo en contra de mí e instarlo a depositar su voto con ira, debido a su disgusto conmigo por esta causa. Si hay alguna persona así entre vosotros –observad que no digo que la haya- podría responderle razonablemente de esta manera:
“Claro amigo, yo soy hombre, y como los otros hombres, una criatura de carne y sangre, y no de madera o piedra como dice Homero, y tengo también familia, sí, y tres hijos, ¡Oh, atenienses!, tres en número, uno casi un hombre y dos aún pequeños; sin embargo, no traeré a ninguno de ellos ante vosotros para que os pida mi absolución”.
Este argumento se usa a veces de manera incluso ridícula, como el caso de un joven juzgado por matar a sus padres; puesto ante las pruebas que lo acusaban, solicitó piedad en base a que era huérfano.
--Argumento “ad populum”. Se comete al dirigir un mensaje emocionado al pueblo, con el fin de ganar su asentimiento para una conclusión que no se basa en pruebas, despertando las pasiones y el entusiasmo de la multitud. Es un recurso favorito de la propaganda, los vendedores ambulantes, los políticos, etc. Por ejemplo, se nos dice que tal o cual marca es buena porque la compra mucha gente. Además de la “apelación al esnobismo”, se hace una “apelación a la multitud”. Es muy frecuente en los medios de comunicación decir que tal marca de alimentos o de automóviles es la “mejor” porque es la que más se vende en nuestro país o en los Estados Unidos.
El político que hace su campaña electoral “argumenta” que debe recibir nuestros votos porque todo el mundo vota por él. Pero la aceptación popular de una actitud o de un producto no demuestra que sea bueno o verdadero; el asentimiento general a una opinión no demuestra su verdad.
Esta falacia se encuentra bellamente ilustrada en la versión de Shakespeare de la oración fúnebre de Marco Antonio sobre el cuerpo sin vida de Julio César:
ANTONIO.- ¡Amigos romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria! ¡Frecuentemente el bien queda sepultado con sus huesos! ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Con la venia de Bruto y los demás, pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados, vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero; pero Bruto dice que era ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía esto ambición en César? Siempre que los pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. ¡No hablo para desaprobar lo que Bruto habló! ¡Pero estoy aquí para decir lo que sé! Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh, raciocinio! ¡Has ido a buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón…! Perdonadme un momento! ¡Mi corazón está ahí en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne a mí!
Ciudadano 1º.- Pienso que tiene mucha razón en lo que dice.
Ciudadano 2º.- ¡En Roma no existe un hombre más noble que Antonio!
ANTONIO.- ...!Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César! ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! ¡Ése fue el golpe más cruel de todos, pues, cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, le anonadó completamente! ¡Entonces estalló su poderoso corazón, y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo, que se inundó chorreando sangre!... !En aquel momento, yo y vosotros, y todos, caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros… !Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, desfigurado, como veis, por los traidores!
Ciudadano 1º.- ¡Oh, lamentable espectáculo!
Ciudadano 2º.- ¡Oh, noble César!
Ciudadano 3º.-¡Oh, lamentable día!
Ciudadano 4º.- ¡Oh, traidores, villanos!
ANTONIO.- ¡Bueno, amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay! Lo ignoro. Ellos son sensatos y honorables y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a excitar vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino, como todos sabéis, un hombre franco y sencillo que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia para hablar de él. ¡Porque no tengo ni talento ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres! Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. ¡Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí! ¡Pues, si yo fuera Bruto, y Bruto Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma!
Todos.- Nos amotinaremos.
Ciudadano 1º.- Prendamos fuego a la casa de Bruto.
Ciudadano 3º.- ¡En marcha, pues!... ¡Venid! ¡Busquemos a los conspiradores!
--Argumento “ad verecundiam”. Es una apelación a la autoridad, al sentimiento de respeto por las personas famosas.
Este argumento no siempre es falaz; por ejemplo, cuando se utiliza para reforzar una teoría científica apelando a la autoridad del científico, a Newton, a Einstein, etc.; pero cuando se apela a una autoridad en cuestiones fuera de su campo, se comete esta falacia.
Si en una discusión sobre religión, uno de los que discuten apela a la autoridad de Darwin (autoridad en Biología), esa apelación es falaz. Si se nos dice que consumamos éste u otro producto porque un famoso actor o actriz de cine lo consume, esa apelación es igualmente falaz.
--Argumento de la “causa falsa”, “non causa pro causa” y “post hoc ergo propter hoc”. El primer nombre latino indica el error de tomar como causa de un efecto algo que no lo es. El segundo designa la deducción de que un acontecimiento es causa de otro porque es anterior. Podemos creer que el hecho de haber tomado una bebida caliente nos ha quitado nuestra enfermedad, cuando puede no haber sido esa la causa, etc. “Desde que se inició el nuevo Carnet de Conducir por puntos, los accidentes han descendido. Esto quiere decir que ha sido un éxito”. (Este ejemplo debería analizar también otros factores que hayan influido en el descenso de los accidentes).
--Petición de principio, petitio principii. Se comete este error cuando al tratar de establecer una verdad buscamos premisas aceptables, y tomamos como premisa la misma conclusión que pretendíamos probar. La proposición que se quiere establecer está formulada como premisa y conclusión. Por ejemplo, si decimos que el público que tiene buen gusto prefiere a Calderón de la Barca, en lugar de a Lope de Vega, y luego preguntamos quién tiene buen gusto y contestamos que los que prefieren a Calderón, caemos en petición de principio.
--Argumento de la “pregunta compleja”. Se comete cuando, por ejemplo, preguntamos: ”¿Ha dejado Ud. sus malos hábitos?, ¿ha dejado de pegar a su mujer?”. Estas preguntas no pueden contestarse con un sí o un no, sino que suponen ya una respuesta definida a una pregunta anterior que ni siquiera se había hecho. La primera supone que se ha respondido sí a la pregunta no formulada: ¿Tenía Ud. anteriormente malos hábitos?; y la segunda supone una respuesta afirmativa a la pregunta: ¿Ha pegado Ud. alguna vez a su mujer?
Se trata, pues, de una pregunta compleja en la que hay varias preguntas enlazadas. En el campo de la justicia, se encuentran varios ejemplos cuando un abogado pregunta a un testigo para confundirlo o culparlo: “¿Dónde escondió el dinero que robó?”. Una madre pregunta a su hijo: “¿Quieres portarte bien e irte a la cama?”. En el fondo se trata de dos preguntas y una de ellas presupone una particular respuesta a la otra.
Falacias de ambigüedad
Aparecen en razonamientos cuya formulación contiene palabras o frases ambiguas, cuyos significados cambian de manera más o menos sutil en el curso del razonamiento haciéndolo falaz.
El equívoco: la mayoría de las palabras tienen más de un sentido literal; si confundimos los diferentes significados, usándolos dentro del mismo contexto con distintos sentidos, la usamos de forma equívoca, según el siguiente ejemplo: “El fin de una cosa es su perfección; la muerte es el fin de la vida, luego la muerte es la perfección de la vida”.
Los términos relativos tienden a usarse equívocamente, por ejemplo, “bueno”, cuando se dice que “Tal persona es un buen director porque es un buen matemático; o es una buena persona porque es un buen investigador”.
La anfibología: aparece en razonamientos a partir de premisas cuya formulación es ambigua debido a su estructura gramatical. Un razonamiento es anfibológico cuando su significado es confuso debido a la manera descuidada o torpe en que sus palabras están combinadas. Por ejemplo:
“Los sucesos improbables ocurren casi todos los días, pero lo que sucede casi todos los días es un suceso muy probable. Por tanto, los sucesos improbables son muy probables”.
“El matrimonio del Sr. X y de la Sra. Z, que fue anunciado en el periódico de la semana anterior, fue un error que deseamos corregir”. (No se sabe si el error está en el anuncio o en el matrimonio en sí mismo).
El énfasis: se comete en un razonamiento cuya naturaleza engañosa depende de un cambio o alteración en el significado. En esta falacia el cambio de significado se produce según se recalque o destaque una parte u otra. Algunos enunciados adquieren significados completamente diferentes si se subrayan algunas de sus palabras. En una publicación se lee lo siguiente:
“UNA BOMBA ESTALLA EN ESPAÑA" y luego, abajo, en una letra menor y menos prominente se continúa, "... con los ataques verbales del líder de la oposición”. La frase completa: “Una bomba estalla en España con los ataques verbales del líder de la oposición” puede ser completamente verdadera al comprenderse a la perfección que la palabra “bomba” está usada metafóricamente, pero la forma en que se destaca una parte de ella conduce al error.
En muchos anuncios propagandísticos se encuentra el mismo énfasis engañoso, o bien en los locales comerciales cuando se destaca el precio de un artículo en números grandes y en cifras pequeñas el porcentaje de céntimos, o se advierte que no está incluido el impuesto (IVA), etc. Hasta la verdad literal puede ser un vehículo para la falsedad cuando se la coloca en un contexto engañoso. Por ejemplo, si se afirma: “El vuelo llegó puntualmente”, puede expresarse la sorpresa porque nunca llega puntualmente, o bien simplemente un comentario sin doble significado, el contexto es el que marca la diferencia.
La composición: Se aplica a dos tipos de razonamientos inválidos relacionados entre sí. El primero nos lleva de las propiedades de las partes de un todo a las propiedades del todo mismo. Por ejemplo, si todas las partes de una máquina son ligeras, la máquina también debe serlo, cosa que no siempre sucede. O bien generalizar las cualidades de los individuos, miembros de un conjunto o colectividad, a las propiedades poseídas por la colectividad o totalidad de los elementos que componen ese conjunto. Por ejemplo: “Un autobús gasta más gasolina que un automóvil, luego todos los autobuses gastan más gasolina que todos los automóviles”. La falacia se encuentra en que distributivamente los autobuses gastan más gasolina, pero colectivamente los automóviles gastan más gasolina porque hay más automóviles que autobuses.
La división: es la falacia inversa de la anterior. Se presenta la misma confusión en dirección opuesta, afirmando que lo que es cierto de un todo lo es de cada una de sus partes. Así, por ejemplo, si una empresa es muy importante, se afirma que un empleado cualquiera de la misma también lo es. En el ejemplo anterior de la máquina, afirmar que si la máquina es pesada o costosa, se concluye que cualquier parte de la misma debe ser así mismo pesada o costosa. O bien deducir de las propiedades de una colección de elementos las propiedades de los elementos mismos. Un buen ejemplo sería el siguiente: “los linces ibéricos están desapareciendo; este ejemplar es un lince ibérico, luego este ejemplar está desapareciendo”. O bien, “Si todos los hombres son mortales, llegará un día en que no quede ningún hombre sobre la tierra”.
(Fuente: http://portales.educared.net/wikiEducared/index.php?title=Las_Falacias)
sábado, 10 de abril de 2010
FILOSOFÍA: LAS FALACIAS (argumentación)
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