Mañana, para conmemorar el Día del Libro, alumnos/as, profesores y padres-madres leeremos a lo largo de la mañana Los santos inocentes, de Miguel Delibes.
A continuación, un fragmento de la novela:
Crespo, no me dejes de la mano a esos muchachos, Paco, el Bajo, ya va para viejo y yo no puedo quedarme sin secretario, pero ni el Quirce ni el Rogelio sacaban el prodigioso olfato de su padre, que su padre, el Paco, era un caso de estudio, ¡Dios mío!, desde chiquilín, que no es un decir, le soltaban una perdiz aliquebrada en el monte y él se ponía a cuatro patas y seguía el rastro con su chata nariz pegada al suelo sin una vacilación, como un braco, y andando el tiempo, llegó a distinguir las pistas viejas de las recientes, el rastro del macho del de la hembra, que el señorito Iván se hacía de cruces, entrecerraba sus ojos verdes y le preguntaba,
pero ¿a qué diablos huele la caza, Paco, maricón? y Paco, el Bajo,
¿de veras no la huele usted, señorito? y el señorito Iván,
si la oliera no te lo preguntaría, y Paco, el Bajo,
¡qué cosas se tiene el señorito Iván!
y en la época en que el señorito Iván era el Ivancito, que, de niño, Paco le decía el Ivancito al señorito Iván, la misma copla,
¿a qué huele la caza, Paco? y Paco, el Bajo, solícito,
¿es cierto que tú no la hueles, majo? y el Ivancito,
pues no, te lo juro por mis muertos, a mí la caza no me huele a nada,
y Paco,
ya te acostumbrarás, majo, ya verás cuando tengas más años, porque Paco, el Bajo, no apreció sus cualidades hasta que comprobó que los demás no eran capaces de hacer lo que él hacía y de ahí sus conversaciones con el Ivancito, que el niño empezó bien tierno con la caza, una chaladura, gangas en julio, en la charca o los revolcaderos, codorniz en agosto, en los rastrojos, tórtolas en setiembre, de retirada, en los pasos de los encinares, perdices en octubre en las labores y el monte bajo, azulones en febrero, en el Lucio del Teatino y, entre medias, la caza mayor, el rebeco y el venado, siempre con el rifle o la escopeta en la mano, siempre, pimpam, pim-pam, pim-pam que es chifladura la de este chico, decía la Señora, y de día y de noche, en invierno o en verano, al rececho, al salto o en batida, pim-pam, pim-pam, pim-pam, el Ivancito con el rifle o la escopeta, en el monte o los labajos y el año 43, en el ojeo inaugural del Día de la Raza, ante el pasmo general con trece años mal cumplidos, el Ivancito entre los tres primeros, a ocho pájaros de Teba, lo nunca visto, que había momentos en que tenía cuatro pájaros muertos en el aire, algo increíble, que era cosa de verse, un chiquilín de chupeta codeándose con las mejores escopetas de Madrid y ya desde ese día, el Ivancito se acostumbró a la compañía de Paco, el Bajo, y a sacar partido de su olfato y su afición y resolvió pulirle, pues Paco, el Bajo, flaqueaba en la carga y el Ivancito le entregó un día dos cartuchos y una escopeta vieja y le dijo,
cada noche, antes de acostarte, mete y saca los cartuchos de los cañones hasta cien veces, Paco, hasta que te canses,
y agregó tras una pausa, si logras ser el más rápido de todos, entre esto, los vientos que Dios te ha dado y tu retentiva, no habrá en el mundo quien te eche la pata como secretario, te lo digo yo, y Paco, el Bajo, que era servicial por naturaleza, cada noche, antes de acostarse ris-ras, abrir y cerrar la escopeta, ris-ras, meter y sacar los cartuchos en los caños, que la Régula
ae, ¿estás tonto, Paco? y Paco, el Bajo,
el Ivancito dice que te puedo ser el mejor y, al cabo de un mes,
Ivancito, majo, en un amén te meto y te saco los cartuchos de la escopeta,
y el Ivancito,
eso hay que verlo, Paco, no seas farol, y Paco exhibió su destreza ante el muchacho y, esto marcha, Paco, no lo dejes, sigue así,
dijo el Ivancito tras la demostración y de este modo, Ivancito por aquí, Ivancito por allá, ni advertía Paco que pasaba el tiempo, hasta que una mañana, en el puesto, ocurrió lo que tenía que ocurrir, o sea Paco, el Bajo, le dijo con la mejor voluntad,
Ivancito, ojo, la barra por la derecha,
y el Ivancito se armó en silencio, tomó los puntos y, en un decir
Jesús, descolgó dos perdices por delante y dos por detrás, y no había llegado la primera al suelo, cuando volvió los ojos hacia Paco
y le dijo con gesto arrogante, de hoy en adelante, Paco, de usted y señorito Iván, ya no soy un muchacho, que para entonces ya había cumplido el Ivancito dieciséis años y fue Paco, el Bajo, y le pidió excusas y en lo sucesivo señorito Iván por aquí, señorito Iván por allá, porque bien mirado, ya iba para mozo y era de razón, mas, con el tiempo, el prurito cinegético le fue creciendo en el pecho al señorito Iván y era cosa sabida que en cada batida, no sólo era el que más mataba, sino también quien derribaba la perdiz más alta, la más larga y la más recia, que en este terreno no admitía competencia, e infaliblemente le ponía a Paco por testigo, larga dice el Ministro, Paco, oye ¿a qué distancia tiré yo, por aproximación, al pájaro aquel de la primera batida, el del canchal, el que se repulló a las nubes, aquel que fue a dar el pelotazo en la Charca de los Galápagos, te recuerdas?
y Paco, el Bajo, abría unos ojos desmesurados, levantaba jactanciosamente la barbilla y sentenciaba, no le voy a recordar, el pájaro perdiz aquel no volaba a menos de noventa metros, o, si se trataba de perdices recias, la misma copla, no me dejes de farol, Paco, habla, ¿cómo venía la perdiz aquella, la de la vaguada, la que me sorprendió bebiendo un trago de la bota...?
jueves, 22 de abril de 2010
DÍA DEL LIBRO. MARATÓN DE LECTURA. IES "MAIMÓNIDES". "Los santos inocentes", de Miguel Delibes
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