jueves, 7 de noviembre de 2013

PRENSA CULTURAL. Sobre Albert Camus, periodista. Javier Valenzuela

   En la revista "Mercurio":

Una visión moral

JAVIER VALENZUELA (*)  |  MERCURIO 154 · TEMAS - OCTUBRE 2013

Al margen de su labor como novelista, pensador y dramaturgo, Camus ejerció el periodismo —“el oficio más hermoso del mundo”— a lo largo de toda su vida
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Albert Camus en la terraza de “Le Deux Magots” de París, en 1945.
Albert Camus era tan periodista que en una ocasión calificó de “decepcionante” nuestro oficio y en otra lo llamó “el más hermoso del mundo”. Nunca he conocido un periodista merecedor de tal nombre que no sostuviera con su trabajo una relación de pasión y escepticismo, de combatividad y autocrítica, de orgullo y guasa. Nacido hace un siglo en la Argelia francesa, Camus, amén de ser un inmenso novelista, autor teatral y filósofo, ejerció el periodismo a lo largo de toda su vida adulta, desde sus comienzos como reportero en Alger républicain (1938-1940) hasta sus colaboraciones como articulista en L’Express (1955-1956), pasando por su protagonismo como redactor jefe de Combat,el diario de la Resistencia francesa (1943-1947). De él se ha escrito que amaba el periodismo pero detestaba la prensa, entendiendo por prensa a las empresas, los medios y los directivos enfeudados al poder político y económico.
He tenido el privilegio de conversar alguna que otra vez con Jean Daniel, el fundador del semanario Le Nouvel Observateur. Jean Daniel, entonces un joven periodista, conoció a Camus en la redacción de L’Express y siempre ha reivindicado la influencia intelectual y profesional que ejerció sobre él. “Camus”, me dijo una vez, “no solo era un gran periodista, sino que sigue siendo uno de los más lúcidos teóricos del periodismo de todos los tiempos”. En efecto, la actualidad de la visión del periodismo que defendía Camus resulta impresionante. Apenas hay un debate profesional que no pueda iluminarse con una cita del autor de El extranjero.
¿Instantaneidad o exactitud? “Poco importa ser el primero, lo importante es ser el mejor”, decía Camus. “No se trata tanto de ser rápido”, añadía, “como de ser verdadero”. ¿Información u opinión? Las dos, respondía, pero visiblemente distinguidas: información basada en hechos ciertos y verificados; opinión honesta, razonable y presentada como tal. “La información”, escribió, “no puede prescindir del comentario crítico”. La misión del periodismo es ayudar al público a “comprender” —y no solo conocer— lo que está ocurriendo. ¿Qué tipo de escritura? El lenguaje periodístico debe ayudar al lector “a ver con claridad”; tiene que huir del hermetismo y la retórica, y ser claro, conciso y elegante; Camus decía que un editorial consiste en “una idea, dos ejemplos y tres folios pequeños” ¿Equidistancia o compromiso? “El gusto por la verdad no impide la toma de partido”, proclamó. ¿A favor de quién? A favor de “los que sufren la Historia”, respondería al recibir en 1957 el premio Nobel de Literatura.
En una serie de artículos publicados en Combat en 1944, Camus sintetizó su visión del oficio con la fórmula del “periodismo crítico”. El periodismo es un “servicio público” cuya misión es ayudar a los ciudadanos a decidir y actuar lo más libremente posible, y, en consecuencia, no debe estar sometido al “poder del dinero”. Es la enseña que ahora enarbola Edwy Plenel, fundador del diario digital francés Mediapart y notorio admirador de Camus. Otro colega francés, Laurent Joffrin, director de Libération, resume así la segunda gran idea camusianasobre el oficio: “El periodista debe referirse a valores morales y no a valores políticos”. Aunque ello le suponga navegar contracorriente como le ocurría a Camus cuando denunciaba con igual energía el totalitarismo estalinista y el fascista, la brutalidad del colonialismo francés en Argelia y la del independentismo del FLN.
Camus tenía una visión del mundo y procuraba vivir a la altura de esa visión. Detestaba la politiquería partidista que enturbia el libre juicio del ser humano y que el periodista no debe aceptar en ningún casoCamus tenía una visión del mundo y procuraba vivir a la altura de esa visión. Detestaba la politiquería partidista que enturbia el libre juicio del ser humano y que el periodista no debe aceptar en ningún caso. Hombre de izquierdas en sentido amplio, la mejor definición que cabe aplicarle es la de “libertario”, afirma el pensador francés Michel Onfray. “Camus”, dice Onfray, “no separaba nunca la libertad y la justicia: pensaba que la justicia sin libertad es la dictadura, y la libertad sin justicia, la ley del más fuerte”.
Tenía 25 años, era tuberculoso y vivía en el barrio argelino de Belcourt, donde cohabitaban trabajadores europeos y árabes, cuando Pascal Pia, director de Alger républicain, le fichó en 1938. Aquel era el único diario que apoyaba al Frente Popular en la Argelia colonial, y allí Camus hizo de todo: reportero de local, cronista de sucesos, reseñador de libros… Bajo la dirección de Pia, el futuro premio Nobel de Literatura practicó lo que luego predicaría: ir al lugar de los hechos, hablar con el mayor número de fuentes posible, no sacar citas de su contexto, no dar nada por cierto antes de verificarlo, señalar lo que está probado y lo que es discutible… También ejerció el periodismo con el espíritu crítico que luego teorizaría.
Camus solía recordar que el periodista es, ante todo un ser humano, dotado de ideas y sentimientos. La “objetividad”, insistía, no es, en absoluto, lo mismo que la “neutralidad”. En su visión, el periodista es un humanista comprometido, la voz de la humanidad que no puede hablar en voz alta. A partir de informaciones escrupulosamente exactas, puede y debe presentar su punto de vista. Él lo hizo en sus reportajes en Alger républicain. En uno sobre una explosión de gas en un barrio popular denunció la indiferencia del alcalde de Argel ante el sufrimiento de sus conciudadanos pobres, y le dedicó este maravilloso párrafo: “La mediocridad tiene sin duda derechos, pero no todos. Hablando en plata, tiene derecho a ser ridícula, pero no a ser odiosa”. Sus investigaciones sobre la miseria en Kabilia le ganaron la animadversión del poder colonial. Y también su actitud, a lo Émile Zola, cuando hacía de cronista de sucesos: en el affaire Hodent defendió la inocencia de un jornalero acusado de robo por un terrateniente, y en el affaire El Okby, la de un árabe acusado de asesinato por razones políticas. En ambos casos tenía razón y en ambos sus informaciones contribuyeron a los veredictos de absolución.
Al final de la II Guerra Mundial, Camus fue redactor jefe de Combat, el diario clandestino de la Resistencia. Allí publicó el primer comentario en la prensa mundial sobre el significado de la bomba atómica de Hiroshima: “la civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de salvajismo”. Y allí desarrolló desde una posición directiva un periodismo que huía del sensacionalismo e intentaba ser honesto, pluralista, riguroso e independiente de los poderes políticos y económicos. Fue el período más feliz de su ejercicio del oficio. “Hijo del pueblo”, Camus, recuerda Marc Riglet en lexpress.fr, se encontraba muy a gusto en compañía de “esa aristocracia obrera que formaban los linotipistas y los correctores. Compartía con ellos los rituales del aperitivo y los almuerzos con fiambrera, respetaba su saber hacer y, sobre todo, estaba en sintonía con la ideología libertaria mayoritaria en su oficio”.
Su última experiencia, como firma de prestigio en L’Express de Jean-Jacques Servan-Schreiber, Françoise Giroud y Jean Daniel, fue más dolorosa. Tenía libertad para escoger el fondo y la forma de sus artículos, pero no dejaba de ser un colaborador de lujo, ajeno a esa fraternidad de la redacción y a la excitación del cierre que había conocido en Alger républicain y Combat. Y pronto discrepó de la posición del diario sobre la guerra argelina.
Zaherido por buena parte de la izquierda oficial que lideraba intelectualmente Sartre, Camus, el colega Camus, el hermano Camus, debió de recordar más de una vez en sus últimos años como periodista aquello que había escrito en Combat el 20 de abril de 1947: “Cada vez que una voz libre intenta decir, sin pretenciosidad, lo que piensa, un ejército de perros de presa de todo pelaje y color ladra furiosamente para tapar su eco”.
(*) Periodista y escritor, director de tintaLibre
Javier Valenzuela

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