domingo, 31 de agosto de 2014

PRENSA CULTURAL. "Varios autores responden cuáles son los libros de nuestro tiempo" (7)


   En la revista "Letras Libres":

Encuesta


Antonio Ortuño
Descreo de la “trascendencia” de un libro entendida como masividad. De ser así, Harry Potter sería la mayor influencia intelectual de los tiempos recientes. En vez de ello, nueve títulos que me parecen importantes por diversos motivos, especialmente estéticos. El más antiguo esSilogismos de la amargura (1952), de E. M. Cioran: aforismos de escepticismo feroz y estilo modélico. La sociedad del espectáculo (1967), de Guy Debord, es una de las lecturas más paranoicas y lúcidas sobre la vida en el capitalismo salvaje. El nuevo periodismo (1973), de Tom Wolfe, es importante como reacción de la prosa callejera e inmediata contra el experimentalismo convertido en religión de Estado. Luego, en orden de aparición, algunas cumbres estéticas de los últimos decenios, especialmente en América Latina, tanto en narrativa como en poesía:El cobrador (1979), de Rubem Fonseca; Los pichiciegos (1982), de Fogwill; Anteparaíso (1982), de Raúl Zurita; Los Sea Harrier (1993), de Diego Maquieira; La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo. Y mi novela favorita de los últimos años, El teatro de Sabbath (1995), de Philip Roth. Cierro con un libro mexicano ineludible: Las muertas(1977), de Jorge Ibargüengoitia. ~

Malcolm Otero Barral
Aunque ceñirse a los libros que se han publicado en la vida de uno es un tanto arbitrario, lo cierto es que hace un poco menos dolorosa la selección de diez títulos o, para ser exactos, el sacrificio de los que no se incluyen. No estoy seguro de que la lista resultante se acerque a canon alguno. Es más bien un pequeño ejemplo de libros que me marcaron de algún modo. Recuerdo que siendo muy niño no veía el momento de volver a casa para leer La historia interminable de Michael Ende. Sus páginas estaban en tinta verde o granate y me tenían fascinado. Pero no lo elegiría como un texto fundacional en ningún aspecto más allá de un bonito recuerdo infantil. Así, los libros que aquí recojo fueron importantes para mí en el momento de su lectura y, en cierta manera, lo siguen siendo hoy.

José Miguel Oviedo
Las encuestas de este tipo son muy populares entre los lectores, pero no por eso menos riesgosas: se corre el riesgo constante de cometer injusticias, olvidos o confusiones que afectan la opinión del consultado. Pese a ello tienen la virtud de dar un indicio de cómo evolucionan los gustos del público, haciendo que autores que pasaron inadvertidos en su época cobren inesperada actualidad y vigencia, o que grandes nombres del pasado parezcan hundirse en la oscuridad. Para facilitar mi tarea resuelvo reducir mi nómina a una veintena de nombres pertenecientes solo a la literatura latinoamericana; en cambio, amplío el marco temporal hasta los años que comienzan con la segunda posguerra porque considero que allí se produce una importante inflexión o quiebre, tanto conceptual como estético, de nuestros hábitos literarios. Sigo un orden básicamente cronológico, no de méritos.
Creo que no necesito abundar en justificaciones para considerar obras maestras de los años sesenta Rayuela (1963), de Cortázar, La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), de Vargas Llosa, y La muerte de Artemio Cruz (1962), de Fuentes, aunque sin olvidar su sinfónica ficción Terra nostra (1975). Y, por cierto, la obra clave del periodo: Cien años de soledad (1967), de García Márquez. Dos grandes poetas que evolucionaron algo lentamente son Gonzalo Rojas, de quien cabe mencionar Oscuro (1977) y Del relámpago (1981), por su insólita vibración verbal; y Álvaro Mutis, cuya Summa de Maqroll el Gaviero (1973 y 1997) trae la romántica atmósfera de la travesía marítima y la agónica sensación del sinsentido de la vida. El narrador brasileño Rubem Fonseca es autor de una larga obra narrativa con toques del género policial y de la perversidad sadiana, como puede verse en sus cuentos de O cobrador (1979) y la novela Vastas emociones y pensamientos imperfectos (1988). Su compatriota, el poeta, crítico y traductor Haroldo de Campos, experimentó con la pura expresión verbal y la espacialidad, como heredero de la “poesía concreta”, como puede verse en Galaxias (1984) y Crisantempo (1998).

Aloma Rodríguez

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