“Casi me mata. Creo que, en cierto modo, me mató”. Y lo hizo. A sangre fría acabó con él. Asesinado por la Biblia del nuevo periodismo, que nacía por entregas, en cuatro números consecutivos del The New Yorker, en 1964, para disfrazar la noticia del asesinato de una familia granjera de Kansas con las mejores galas literarias y convertirlo dos años después en un libro de éxito al que se le ha levantado una religión –periodistas renegados de periódicos- y se le adora –lectores hambrientos de buena lectura- por todo el mundo.
Truman Capote culpaba al libro de su ruina, de sus adicciones, de sus miserias, de no haberle permitido emprender el camino de una nueva publicación de largo aliento. Lo hacía ante la grabadora de Gerald Clarke, su biógrafo de cabecera y responsable de una de las hagiografías más completas y aburridas de todos los tiempos (en España publicada por Ediciones B). Era la declaración de un difunto en sus últimos días de vida antes de la sobredosis, el 25 de agosto de 1984.
Treinta años después de su muerte, noventa de su nacimiento y cincuenta de la aparición del libro que acabó con él, mientras jugaba a hacer de la realidad una novela y de la empresa periodística una empresa rentable, celebramos la muerte de aquel género que nacía para salvar periódicos y revistas de la mediocridad. Los editores del The New Yorker encontraron la segunda oportunidad para el oficio, que les permitía incorporar el brío de una buena historia bien contada, en varias entregas (miles de ventas).
Truman Capote, por Jack Mitchell (CC)Truman Capote, por Jack Mitchell (CC)
Quizás les suene la historia: un medio impreso ha perdido el interés de sus lectores y reacciona. Decide invertir su capital en el producto que más beneficios le ofrece, una buena historia contada por alguien con oficio, criterio y rigor, capaz de convertir esas líneas impresas en el centro de atención de su vida por unos minutos. Ahora entienden por qué celebramos la muerte del nuevo periodismo como recurso periodístico.  
Por una extraña razón, hoy las empresas se empeñan en producir periódicos para gente que no lee periódicos y desalentar a los que los aman (impresos en papel o en pantalla). Vulgarizar y salsarosizar contenidos, cometer el crimen perfecto y elevarlo a cabecera: españoles, el lector de periódicos ha muerto.
Hoy A sangre fría no podría publicarse por entregas en ninguna publicación periódica de este país y tendría que pasar a la segunda pantalla para buscar suerte, donde –afortunadamente- podría encontrar la complicidad de algunas editoriales que trabajan con acierto la fórmula: Libros del KO, la colección Cara B de Lengua de Trapo, la reciente aparición de Electrónicos de Capitán Swing o la clásica Crónicas de Anagrama.
Precisamente Libros del KO publicó el año pasado La banda que escribía torcido, de Marc Weingarten, una historia sobre el Nuevo Periodismo estadounidense en la que se recogen declaraciones de Truman Capote sobre la gestación de A sangre fría: “Mi teoría es que puedes coger cualquier tema y convertirlo en una novela testimonio. No me refiero a una novela histórica o documental: estos son géneros interesantes y populares, pero impuros, sin la persuasión propia de los hechos reales y sin la altura poética de la narrativa”.
Unas declaraciones que chocaban contra todo lo que se enseñaba entonces (y ahora) en las escuelas de periodismo, con Capote explicando su peculiar método en el que la grabadora y las notas estaban prohibidas. Nuevos periodistas convertidos en, según Weingarten, “nuestros sabios orientadores, nuestros heraldos, incluso en nuestra conciencia moral”.
Truman Capote en 1929 (CC)Truman Capote en 1929 (CC)
Álvaro Llorca, editor de Libros del KO, cree que la existencia de libros como A sangre fría “nos enriquecen”. “Es cierto que Capote no inventó el periodismo narrativo y que sus técnicas pueden parecer excesivas en algunos aspectos, pero el esfuerzo por encontrar fórmulas nuevas es innegable. Y estos esfuerzos nos ayudan a avanzar y nos convierten en personas más abiertas de miras”, añade.
Llorca lamenta que España carezca de tradición en este campo, como sí la hay en América Latina y EEUU, aunque existan autores sueltos que apuestan por esta vía. Lo achaca a las prisas y a la falta de recursos en los medios actuales: “Los grandes periódicos podrían dedicar más recursos y más tiempo al periodismo narrativo. En estos tiempos, en los que los medios tienden a parecerse, me parecería una forma muy eficaz de distinguirse de la competencia y desarrollar una personalidad propia. Pero bueno, aunque no sea en los grandes medios, el periodismo narrativo goza de muy buena salud, aunque haya que buscarlo en periodistas que van por libre, que no trabajan al amparo de los grandes medios. Hay muchos ejemplos, como Ander Izagirre, Álex Ayala, Nacho Carretero, y tantos otros” cuenta Álvaro LLorca.
También hace referencia a América Latina Fernando Varela, editor de Lengua de Trapo, que considera que "las obras más interesantes están en Latinoamérica, y más relacionadas con Operación Masacre, de Walsh" confiesa a este periódico.
Fue una obra interesante en cuanto a la relación de la literatura con el periodismo, su capacidad para el largo aliento, pero, sobre todo, para cuestionar su relación con la realidad y su condición de género ficcionalVarela también comparte el poco interés que la novela testimonio ha suscitado en los medios actuales: "Son pocas las revistas que han tenido el tiempo y los lectores suficientes como para permitirse este género, en el que el escritor está centrado en el relato durante tanto tiempo, investigando... Y la publicación como “novela”permite al autor y al editor manipular la trama y los personajes con más libertad, sujetos a la verosimilitud, no a la veracidad, y así lo entiende también el lector".
Varela también tiene palabras para A sangre fría: "Fue una obra interesante en cuanto a la relación de la literatura con el periodismo, su capacidad para el largo aliento, pero, sobre todo, para cuestionar su relación con la realidad y su condición de género ficcional".
Hablamos, por tanto, de propuestas narrativas que levantan el texto escena a escena, utilizando el diálogo lo máximo posible, que se concentran en los detalles capaces de definir a los personajes y hacen de la vida que pasa fuera de la vida del novelista algo mucho más interesante de lo que pasa dentro. Pero no hay recetas para un género en el que la actitud es más importante que la técnica.
Una actitud que, como recuerdan desde Libros del KO, llevó a Capote a investigar durante seis años. “Hay una ecuación que casi nunca falla: cuanto más tiempo se dedica a un reportaje, mejor será el resultado. Y los medios de comunicación, por lo general, cada vez son más impacientes”, zanja Llorca.