domingo, 6 de abril de 2014

PRENSA CULTURAL. "El prestigio de las palabras".Álex Grijelmo

Álex Grijelmo

   En "El País":

El prestigio de las palabras

Algunos términos del discurso político bendicen todo cuanto tocan. Y a veces nos engañan

 29 SEP 2013

Una mano se alzó entre los cientos de asistentes a aquella asamblea izquierdista, en la Universidad del posfranquismo. Y el estudiante que pedía la palabra le dijo a quien acababa de intervenir desde la mesa presidencial: “Perdona, pero te voy a hacer una autocrítica”.
Algunas expresiones han adquirido un enorme prestigio con el paso de los años, como “autocrítica”. Pero su escenificación se convierte en un engaño si no se trata de un acto de sinceridad y no implica alguna rectificación a cargo de quien la hace.
Esas palabras de prestigio se impregnan de respeto y bendicen todo cuanto tocan, pues llevan dentro connotaciones positivas, objetivas, ajenas al debate. Y que a veces nos engañan.
El término “evolución” figura también en ese grupo. Hallamos propuestas de evolución en el periodismo, en la arquitectura, en el lenguaje, en nuestra concepción de la vida. “Hay que evolucionar”, “Fulano no ha sabido evolucionar”, “el enfermo no evoluciona”, “el coche de Vettel lleva nuevas evoluciones”... Llama la atención que el verbo y el sustantivo, “evolucionar” y “evolución”, se apliquen casi siempre a desarrollos positivos, cuando el Diccionario no les otorga esa virtud. Quizás al valor meliorativo de “evolución” y “evolucionar” contribuya la mera existencia de “involución” y de “involucionar”. Pero tanto “evolucionar” como “involucionar” se refieren al desarrollo de algo hacia delante o hacia atrás, no necesariamente a su mejora o empeoramiento. Tal vez un enfermo desearía involucionar, por ejemplo: retroceder al momento en que estaba sano. “El idioma evoluciona”, se suele argüir como lugar común ante cualquier crítica de un neologismo. Pero, aunque casi hayamos excluido esa idea en el significado, se dan a menudo evoluciones negativas: el enfermo empeora, la ciudad se degrada, nuestro léxico se empobrece. Y ese prestigio de la palabra “evolución” hace que lo olvidemos.
El término “auditoría” forma parte también del listado de vocablos prestigiosos. “Te voy a hacer una autocrítica” se asemeja en su sinrazón a “te voy a hacer una auditoría”, expresión esta parecida a las que a veces oímos en el debate político.
Ni la “auditoría” ni el “auditor” están bien definidos en el actual Diccionario, que se refiere a la auditoría contable de este modo: “Revisión de la contabilidad de una empresa, de una sociedad, etcétera, realizada por un auditor”. Pero luego el concepto de auditor no queda muy delimitado: “Que realiza auditorías”.
La Academia —institución que corrige y se corrige— resolverá el problema para la siguiente edición, en la que prevé retocar la definición de auditoría: “Revisión y verificación de las cuentas y de la situación económica de una empresa, realizada por un experto independiente”.
Y ahí está la clave: en la independencia de quien se encargue del trabajo; porque en eso radica el prestigio de “auditoría”: Por tanto, las auditorías contra un adversario y las “auditorías internas” de las que últimamente oímos hablar aprovechan el prestigio de la palabra para manipularla.
El auditor, además, si atendemos al origen de la palabra (auditor, -oris), debe escuchar a unos y otros, enterarse bien. Los discípulos recibían en la Roma antigua el nombre de “auditores”, pues prestaban atención continua a su maestro. “Oír” y “enterarse” andaban entonces de la mano, y una expresión como audisti de malis nostris significaba “ya estás enterado de nuestras desgracias” (Diccionario Vox, 1990).
“Auditoría”, “evolución”, “sostenible”, ”crecimiento”,”racionalizar”, “transparencia”… son vocablos de prestigio. Como la palabra “futuro”. Quién puede cuestionarla, si en ella volcamos todos nuestros deseos. Después, el propio futuro decidirá por su cuenta, claro, y reducirá nuestra capacidad de someterlo a aquello que realmente dependía de nosotros mismos. Pero mientras tanto su prestigio nos seduce.
El discurso político regala vocablos como estos, que endulzan la frase. Así que en algunos casos valdrá la pena fijarse bien en todas las palabras que haya alrededor.

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