martes, 3 de abril de 2012

PRENSA CULTURAL. LITERATURA. AVANCE EDITORIAL. Primeras páginas de "Los invitados de la princesa", novela de Fernando Savater


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":

                                      LUNES

   El ala del avión se alzó suavemente, como el aspa de un molino gigantesco a la espera de un caballero iluso que derribar. Comenzaba el descenso. Xabi Mendia volvió a preguntarse por qué milagro él, que sufría vértigo hasta al subirse a un taburete, disfrutaba inmensamente con los paisajes empequeñecidos por el picado de la perspectiva aérea. También gozaba con una visión más próxima y a la altura de sus ojos, del enérgico trasero de la azafata que se bamboleaba sin perder el equilibrio mientras recorría el pasillo para asegurarse de que todo el mundo llevaba el cinturón abrochado y había plegado la mesita delantera. A Xabi le encantaban las mujeres uniformadas, disciplinadamente sensuales. Y casi todas las demás. La megafonía anunció que aterrizarían dentro de diez minutos.
   Allá en lo profundo, bajo la superficie verdosa del mar, aparecían manchas más oscuras de escollos y roquedales. Ya estaba muy próxima la costa escarpada de la isla, entrecortada por lo que parecían playas pedregosas y poco hospitalarias. Según había leído en la guía turística (que como era inglesa no ocultaba los detalles menos favorecedores) el aeropuerto de Santa Clara estaba situado sobre el mismo pretil del acantilado y tenía una pista demasiado breve, que solían barrer además vientos adversos. Era frecuente que los pilotos tuvieran que intentar el acercamiento varias veces, abortando el aterrizaje en el último momento. A Xabi Mendia eso no le preocupaba, pues del placer de volar le gustaban hasta los sobresaltos.
   Pero el avión encontró su camino tras apenas un par de bandazos y machacó sus ruedas contra la pista con firme determinación. Luego circuló con serenidad hacia el edificio central, alejándose del borde del precipicio y de la tentación del mar. Xabi Mendia respondió a la sonrisa profesional de la azafata que los despidió en la puerta del aparato, pensando que debería ser aceptable darles un par de besos —amistosos, claro— cuando el vuelo ha transcurrido felizmente. Al bajar por la escalerilla, la tibieza muy grata de la temperatura y un vago matiz aromático en el aire le recordaron que estaba en noviembre, pero en el hemisferio sur: primavera.
   Mientras esperaba junto a la cinta de equipajes, examinó a sus compañeros de viaje. Lo más probable es que alguno o varios de ellos viniesen también al congreso. ¿Quizá aquel tipo gordo, de rostro malhumorado por el cansancio, que examinaba la abertura semitapada por tiras de cuero por donde debían aparecer las maletas como si esperase la salida al ruedo de un toro bravo? Tenía un aspecto fastidiosamente cultural, a juicio de Xabi. En fin, el equipaje se hacía esperar. Por los altavoces anunciaron la cancelación de una serie de vuelos. «Esperar la male ta... la última zozobra», murmuró junto a él un anciano caballero. Mendia le miró de reojo y luego más francamente. No era muy alto, aunque lo parecía por su delgadez. Vestía con traje y chaleco, lo menos adecuado para un largo viaje, y conservaba una abundante cabellera blanca pese a su edad -más de ochenta, probablemente-, la cual había dejado una nevada de caspa en sus hombros. Xabi Mendia se emocionó.
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