martes, 17 de abril de 2012

PRENSA CULTURAL. Clara Usón y su última novela, "La hija del Este"

Clara Usón. Foto de Consuelo Bautista. "El País".

   En "El País":
"Nos tienen paralizados de miedo, pero luego será peor"
   Clara Usón publica 'La hija del Este', una novela inspirada en la hija de Mladic.
   ¿Es justo que ella se hubiera suicidado al descubrir los horrores cometidos por su padre?
   "El populismo azuza la xenofobia y el nacionalismo y creen que pueden controlarlo, pero al final no es así".

Carles Geli Barcelona 5 MAR 2012
 
   Una de las virtudes más inquietantes de Clara Usón (Barcelona, 1961) como escritora es la pasmosa naturalidad con la que se cuela -y, claro, con el consiguiente arrastre del lector- en la cabeza de sus personajes. “Es que para eso escribo, para ver otras vidas, quizá para huir de mí, por eso me interesan autores ventrílocuos como Tolstoi, Chéjov y Vargas Llosa”, cita casi con vehemencia. Esa virtud, notoria ya en novelas anteriores como Corazón de napalm (premio Biblioteca Breve, 2009), es impagable cuando el personaje escogido es real y del calibre de Ana Mladic, hija y razón de vivir del general Ratko Mladic, uno de los criminales más sanguinarios de la guerra de los Balcanes: ordenó ejecutar a 8.000 bosnios tras el cerco de Srebenica. En 2006, Usón leyó que Ana, apenas 23 años, brillante estudiante de medicina y nacionalista a ultranza, se había suicidado con la pistola favorita de su padre, reservada para cuando naciera su nieto. Quizá fue un sacrificio, un acto heroico o una simple forma de autodestrucción. Con algo, pues, que ya nunca se sabrá ha construido Usón su sexta novela, La hija del Este (Seix Barral).
   “Una chica enamorada de su padre descubre que es un monstruo; si tu referencia moral es un fraude, ¿qué haces?; por ejemplo, ¿me mato para que no mates tú más? Ana es víctima de la peor traición posible, ¿cómo poder seguir viviendo con esto?”, balacea como una ametralladora Usón al definir a su personaje, infestado de esa culpa heredada que tan a menudo arrastran sus criaturas. Un relato de Tolstoi, Después del baile, que un personaje cuenta a otro, funciona como metáfora del libro: un hombre se enamora en una noche de baile perdidamente de una joven que le corresponde: el amor perfecto; al día siguiente, el joven ve cómo el padre de la chica, alto militar, aplica un durísimo castigo a un soldado; por ello, decide no volver a verla nunca más. La hija paga por el padre. ¿Justo? “Los hijos no son los culpables de lo que hacen sus padres pero a menudo se lo reprochamos; en cualquier caso es aquello de los versos de Philip Larkin: ‘Te joden la vida papá y mamá/ tal vez sin intención/ pero lo hacen’. Sí, es uno de mis temas: de la familia sale todo, incluida la culpa, propia o ajena…”.
   Siente un punto de debilidad Usón por su protagonista, que tras oír de amigos los horrores que protagoniza su padre empieza a turbarse: “Hace falta valor para dejar entrar la duda en la vida de uno, para desmontar las certezas que te sostienen; eso es siempre sano, a pesar del peligro de que sea paralizante”. Ana Mladic, víctima de ese refrán de su país que reza: “Cuanto más sepas, más sufres”, iba a ser presentada de manera más inocente por la escritora, pero cuando esta averiguó que en un picnic familiar acabó con su padre compartiendo disparos con fuego de mortero contra los bosnios, “me hizo reconsiderar bastante al personaje”. El episodio es una pequeña perla de la miríada de informaciones que aporta el libro sobre la tragedia balcánica, en el que invirtió tres años de investigación, hasta el extremo de hacerse traducir dos biografías del serbio y entrevistar a un buen número de croatas, bosnios y serbios. Buena parte de esa documentación vertida en la novela la tiñe también con una pátina de crónica, con fotos y reproducción de informes, así como una galería de monstruos (Milosevic, Karadzic…) perfilados por una de las voces ficticias más críticas y distantes de la obra; una mezcolanza, en definitiva, que evoca a Soldados de Salamina. “Hay menos ficción en la obra de Javier Cercas que en la mía”, apunta Usón, consciente de que estrena formato en su trayectoria. “Es quizá una de las guerras más filmadas de los últimos años; por eso una estructura de novela decimonónica no servía; el narrador omnisciente no tiene ya la verdad; esa inocencia está perdida”, ejemplifica. Y más al hablar del conflicto de la antigua Yugoslavia…
   “Se empieza entonando canciones folclóricas y se termina empuñando un Kalasnikov”, cita otro personaje, una muestra de la carga extremadamente crítica que Usón arroja a lo largo de toda la novela sobre los nacionalismos. “Debo tener una deficiencia o una fobia heredada sobre esos temas… He nacido aquí por accidente; no sé, ¿cuánto tiene el nacionalismo español? ¿500 años?; ¿cuántas naciones de antaño ya no existen? Soy incapaz de morir por la patria”, zanja un tema que la incomoda en tanto ya se le ha reprochado que solo refleje las atrocidades de los serbios y no las de los albanokosovares o croatas. “La obra está articulada desde una chica serbia y amante de su país; requería ese contexto… Pero estas críticas tienen más que ver con los nacionalismos de aquí; sé que será una obra que levantará ampollas”, asume. Y avanza: “es un problema que volverá en breve con mucha fuerza ante la posible pérdida de poder de los estados-nación en favor de un auténtico poder central europeo que pueda hacer frente al tema financiero”.
   Como en casi todas las novelas de Clara Usón, subyace en La hija del Este una miríada de temas, desde el papel de los intelectuales -abundantes entre los carniceros que comandaban tropas o gobiernos en las distintas facciones de la antigua Yugoslavia (“son los mayores manipuladores, por eso Platón no dejaba entrar a los poetas en la República”)- a la patética inacción de las autoridades europeas, como ya ocurriera ante la Guerra Civil Española y el ascenso del nazismo. “La manipulación política, que aquí abordo, es brutal: cuando quieren, en cuatro días te convencen de que hay que invadir Irak, ahora quizá será Irán, y cuando no, la excusa: el miedo al miedo de que la intervención sea peor”. Es el espanto, esa arma con la que se promueven odios y guerras, como también recoge el libro, donde un dirigente serbio adoctrina: “Hay que meterle miedo a la gente, inoculárselo”. ¿Como hoy? “Nos tienen en el pánico absoluto por la crisis económica mientras cada vez crece la certeza de que los que nos gobiernan no controlan el mercado; es el momento de los populistas, como ocurrió ahora hará 20 años este abril en Yugoslavia tras caer el comunismo. Tuvimos suerte de no contar con un Milosevic o un Tudjman durante nuestra Transición, si no hubiera sido un infierno… El populismo azuza la xenofobia y el nacionalismo y creen que pueden controlarlo, pero al final no es así; cuando Milosevic quiso frenar lo de Bosnia, no pudo; sí: nos tienen paralizados de miedo pero luego será peor porque tras perder el miedo al miedo viene la desesperación”.

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