viernes, 13 de abril de 2012

PRENSA CULTURAL. "Babelia". Crítica de la biografía de "Pio Baroja", por José-Carlos Mainer

Pío Baroja

   En "Babelia", suplemento cultural de "El País":
BIOGRAFÍAS
Pío Baroja desde su obra
   La perspectiva que ha adoptado José-Carlos Mainer en su biografía del autor de 'César o nada' parte de sus escritos para llegar a desentrañar la intimidad del ser humano. Autor incómodo tanto para los demócratas como para el franquismo, requiere hoy una nueva valoración.
José María Ridao 7 ABR 2012

'Pío Baroja'
José-Carlos Mainer
Taurus. Madrid, 2012
462 páginas. 20 euros (electrónico: 10,99)

   La figura y la obra de Pío Baroja no han dejado nunca de despertar interés, tanto entre los lectores como entre los críticos literarios o los historiadores de las ideas. Más allá del valor de sus ficciones, objeto de una recepción tan desigual entre sus contemporáneos como entre quienes se asomaron y se siguen asomando a ellas después de su muerte en 1956, la razón tal vez haya que buscarla en su condición de narrador obsesivo y, al mismo tiempo, de atento testigo de la historia de España desde la pérdida de las colonias hasta los primeros años del franquismo. Sobre Baroja y sobre el tiempo crucial que le tocó vivir se ha acumulado durante más de medio siglo una abundante bibliografía que ha permitido incrementar el conocimiento pero que también ha acentuado el riesgo de la redundancia. En la nueva biografía del escritor, titulada, escuetamente, Pío Baroja, e incluida en una colección sobre “españoles eminentes”, José-Carlos Mainer ha conseguido conjurarlo al invertir la perspectiva habitual en este tipo de trabajos: no va de la vida a la obra sino de la obra a la vida, desarrollando hasta sus últimas consecuencias la idea de que los autores del 98 personalizan la escritura además de profesionalizarla.
   Mainer comienza estableciendo un sugerente paralelismo entre la obra de Baroja y la del sudafricano Coetzee, quien, como el autor de La busca, se vale de su propia experiencia en sus novelas autobiográficas, Infancia, Juventud y Verano. Al igual que en Baroja, la ficción de Coetzee no recae tanto sobre los hechos como sobre el punto de vista desde el que se narran, como si el empeño de ambos escritores fuera imaginar una galería de personajes desde la que contemplarse a sí mismos. Mainer subraya el recurso a las técnicas del folletín y de la novela de aventuras y de viajes en el caso de Baroja, lo que, en principio, debería alejarlo de la personalización de la escritura. Pero, incluso en esa parte de su obra que más parece entregarse a la fantasía, Baroja se mantiene fiel a su experiencia y a su propósito de dar cuenta de ella: Mainer suscribe y hace suya la definición de “aventurero pasivo” con la que lo describe Miguel Sánchez-Ostiz. La indagación en el yo que Baroja comparte con otros autores de la generación del 98, además de con Coetzee, estará también en el origen de “un género a medio camino entre el reportaje y la ficción” que, señala Mainer, “estaba inventando” cuando se decide a escribir sobre el atentado contra Alfonso XIII perpetrado por Mateo Morral.
   En el trayecto de la obra a la vida, Mainer no evita dar cuenta de las ideas de Baroja que autores como Giménez Caballero invocaron para incorporarlo a las filas del fascismo y que, desde otros ámbitos ideológicos, despertaron los recelos o el abierto rechazo de Ramón J. Sender, Luis Martín-Santos o Manuel Vázquez Montalbán en periodos sucesivos. A lo largo de Pío Baroja, Mainer no intenta ningún género de exculpación pero tampoco de condena, enfática de puro obvia: el autor de El árbol de la ciencia mantuvo una actitud favorable a la colonización de Marruecos basada en argumentos racistas, asumió con crudeza los tópicos antisemitas, se manifestó contra la democracia y a favor de las salidas dictatoriales, mostró su admiración por “la tendencia de la Alemania actual”, refiriéndose a la de 1933. En contrapartida, nunca dejó de proclamar un irreductible laicismo y un individualismo radical, en todo punto incompatible con el totalitarismo comunista, contra el que Baroja se pronunció de forma expresa en repetidas ocasiones, y con el fascista, que, en palabras de Mainer, “tardó en entender en los mismos términos de repudio”. Si una cara de su ideología resultaba grata al franquismo, la otra hacía de él un escritor incómodo. Y precisamente esta condición de escritor incómodo fue la que, en estricta simetría, lo avaló entre los opositores a la dictadura, lo mismo que sucedió con otras figuras relevantes que regresaron a España después de la Guerra Civil.
   La rigurosa indagación de Mainer en la vida y la obra de Pío Baroja tiene, entre otras virtudes, la de reiterar una de las más importantes tareas que sigue pendiente en la historia de las ideas en España: filiar correctamente la tradición liberal. El indiscutible valor literario de la obra de algunos autores entre los que Baroja ocupa un lugar destacado nada dice de sus actitudes civiles y políticas. De la misma forma que sus actitudes civiles y políticas no sirven para negar el valor literario de sus obras. No es una paradoja que solo se produzca en la literatura española; lo que sí parece más característico de España es la inercia de seguir considerando como partidarios del liberalismo a unos escritores, incluso, a unos magníficos escritores, que poco o nada tuvieron que ver con él.

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