miércoles, 8 de junio de 2016

CINE Y REALIDAD. "Cuando la ficción alteró el mundo real"

   En "jotdown":

Cuando la ficción alteró el mundo real

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Sucedió una noche. Imagen: Columbia Pictures.
Sucedió una noche. Imagen: Columbia Pictures.
La película Sucedió una noche (1934) avivó las entrepiernas de la audiencia con una escena arriesgada donde Clark Gable se quitaba el jersey, la corbata y la camisa delante de Claudette Colbert. Evidentemente en la actualidad aquel topless masculino no tiene mucho de atrevido, pero hay que considerar que igual para la decorosa época el gesto era tan osado como si el personaje de Gable se despelotase por completo y le hiciera unlap dance a la zagala con molinete simulado incluido. Revisitar la secuencia en la actualidad permite descubrir que en aquellos años la línea de flotación de los pantalones se situaba por encima del ombligo, adelantándose a las tendencias estéticas recientes de altos cargos marbellís, y también comprobar un detalle del vestuario de Gable que lo convertiría en un auténtico rebelde de la moda: el galán no llevaba camiseta interior debajo de la camisa. Aquello era rompedor y atrevido, tanto como para que cinco meses después del estreno del film el periódico Lowell Sun aventurase de boquilla que la ausencia de camiseta interior en el vestuario de la estrella iba a ser tendencia entre varones y acabaría provocando el descenso de las ventas de algodón y una remesa de nuevos parados. El texto publicado en el Lowel Sun finalizaba con un rotundo: «Clark Gable está destruyendo deliberadamente a su público en aras de mostrar su pecho desnudo».
Aquella opinión exagerada sobre las tetillas de la estrella de Hollywood y su relevancia en la industria textil acabó convirtiéndose en una bola de nieve: en 1949 la Pittsburgh Post Gazette publicaba que la escena había provocado un descenso del 50% en la venta de camisetas interiores, el Cumberland Evening Times aseguraba en 1955 que la demanda de aquellas prendas se había reducido en un 73%, en 1956 el Daytona Beach Morning Journal acotaba la caída en un 40% y días después el Alton Democrat la elevaba al 80%. En 2008 el Timemencionaba el pecho de Gable como supuesto culpable de un hundimiento del 75% en las ventas del sector textil pero aclarando que dicha afirmación navegaba en el mundo de las leyendas y no había sido verificada. En 1995 el documental de la AMC The Hollywood Fashion Machine daba como válido el rumor y aseguraba que la cinta había provocado pérdidas millonarias a la industria textil. Todos los razonamientos se apoyaban en una idea que parecía lógica, la de imaginar a los caballeros de la época diciendo: «Si Clark Gable no necesita llevar algo debajo de la camisa ¿por qué iba a necesitarlo yo?». Lo cierto es que de haber existido pérdidas importantes en el sector textil lo probable es que se hubiesen sido debidas a la Gran Depresión y no a la película.
Pero lo llamativo de aquel chascarrillo sobre la ropa interior era que reflejaba de alguna manera la influencia que el cine podía ejercer sobre la sociedad. A nadie parecía extrañarle que una película tuviese la capacidad de desplomar una industria ya que Hollywood y su influjo se antojaban algo enorme y todopoderoso. Y tampoco era una idea muy alejada de la realidad: años más tarde Marlon Brando provocaría el efecto inverso, pondría de moda la camiseta como prenda de vestir y reavivaría el mercado gracias a llevarla ceñida en Un tranvía llamado deseo (1951) y como complemento de una chupa de cuero en Salvaje (1953).
Moda y milagros
La protagonista de la película Rebeca de Alfred Hitchcock no se llamaba Rebeca. En realidad, la película (al igual que la novela original) nunca llegaba a mencionar el nombre del personaje principal interpretado porJoan Fontaine y aquella «Rebeca» que titulaba la cinta hacía alusión a una mujer desaparecida cuyo legado atormentaba a la auténtica protagonista. Lo curioso es que por estas tierras dicho nombre acabó bautizando a un tipo de prenda solo porque Fontaine lo vestía durante el largometraje: el cárdigan, la rebequita de entretiempo de toda la vida de Dios, se llamaría así por culpa del éxito cinematográfico de un inglés orondo.
Audrey Hepburn instruiría al planeta en la moda beatnik en Una cara con ángel y cuatro años más tarde gracias a un Desayuno con diamantes establecería que el glamur se hallaba en las gafas gigantescas, las perlas, las diademas, los vestidos de cóctel negros y las boquillas eternas. El armario de Diane Keaton en Annie Hall descubrió al público que no era necesario tener pito para que la ropa masculina te quedase estupendamente. El Gordon Gekko de Wall Street puso de moda entre los brokers con ínfulas ese power suit que quedaría atado a la estética ochentera. Ray-Ban sacó la pasta para meter sus gafas en la película Risky Business y aquel movimiento disparó las ventas de manera tan demencial que los cristales acabaron convertidos también en icono de esa década. Flashdance popularizó las sudaderas de hombro descubierto de manera delicada: con una escena que demostraba lo cómodas que resultaban las mismas a la hora de quitarse el sujetador. Madonna en Buscando a Susan desesperadamente convirtió en moda todo aquello que se puso encima.
Zootrópolis , el efecto Tiburón y el efecto Bambi
Buscando a Nemo. Imagen: Walt Disney Pictures
Buscando a Nemo. Imagen: Walt Disney Pictures
Buscando a Nemo dejaba bastante claro que no le hacían mucha gracia los animales en cautividad y se mostraba poco amiga de la idea de encerrar peces en un acuario: en el fondo se trataba de la historia de un pez payaso tratando de rescatar a un hijo secuestrado por un humano. Pero aquel admirable mensaje se estrellaba contra los deseos de un público infante que al salir del cine reclamaba a sus progenitores un pez payaso como mascota. La demanda provocó que los arrecifes donde habitaban dichos animales sufrieran un descenso bastante bestia de la población con aletas. Para rematar el asunto todas las personas que intentaron librarse de ellos más adelante, junto a los concienciados con la película que decidieron liberar a sus pececillos de acuario, la liaron aún más al soltar pescados en el océano equivocado, una acción que podía perjudicar bastante el ecosistema. Ese tipo de reacción de la gente tampoco era exactamente una sorpresa: los 101 dálmatas de Disney impulsaron las ventas de cachorros de dálmata tras su estreno en el 61 y en los posteriores reestrenos en el 80 y en el 91, repitiéndose el incidente con el estreno de la versión de imagen real en el 96. Lo peor es que aquellas ventas a la larga acabaron provocando abandonos en masa de perros cuando estos dejaban de ser peluches encantadores y comenzaban a requerir de más atenciones.
Las Tortugas ninja de 1990 lograron que los más pequeños adoptasen tortugas que abandonaban pasadas unas semanas al descubrir definitivamente que las criaturas verdes no eran lo que se dice especialmente ágiles con las artes marciales. Los fans de Harry Potter comenzaron a abandonar búhos en masa que habían comprado inspirados por películas y libros cuando J. K. Rowling finiquitó la saga. Ratatouille convenció a muchos de que las ratas podían ser animales de compañía, G-Force ayudó a impulsar la compra de unas cobayas que los niños desatendían al comprobar que no tenían reflejos de agentes secretos. Y según el Vegetarian Times de diciembre de 1995 la industria de la carne de cerdo sufrió ese año un varapalo considerable en las ventas por culpa de un montón de gente que había encontrado encantador a Babe, el cerdito valiente. Un caso especial de animal cinematográfico tremendamente influyente había ocurrido mucho antes de todo esto con la película La cadena invisible (Lassie comes home) de 1943, ya que debido al éxito de aquella los perros de idéntica raza a la de la protagonista dejarían de ser llamados collies y comenzarían a ser referidos como lassies.
El Tiburón de Steven Spielberg impactaría en la sociedad en varios sentidos. Sería responsable de inventar el blockbuster como tal: una película estrenada al mismo tiempo en todas las salas del país (algo inaudito en su momento) que acabó convertida en un fenómeno social, un éxito descomunal y en el camino a seguir para todas las productoras cinematográficas. Pero también cultivaría logros mucho más interesantes, como el tener la culpa de que todo el mundo a partir de entonces metiera los pies en el agua con las gónadas un poco más encogidas. Tiburón extendió el temor a que algo desconocido le pegase un bocado a los bañistas bajo las aguas y, supuestamente, tras su estreno las playas sufrieron un descenso brusco de visitantes. Lo peor de su legado es que también se la considera la principal responsable de ofrecer una visión negativa de los tiburones: al film se le culpa de provocar el llamado efecto Tiburón e inspirar a más de uno, y de dos, a salir a cazar escualos y acabar diezmando la especie hasta casi bordear la extinción.
Tiburón. Imagen: Universal pictures
Tiburón. Imagen: Universal Pictures.
El historiador ambiental Ralph H. Lutts firmaba en 1992 en la revista Forest and Conservation History un artículo titulado «El problema con Bambi», donde asignaba un gran poder a la factoría Disney: «Para bien o para mal el Tío Walt fue pionero en el concepto de instaurar una infancia estándar. Los animales que protagonizaban el mundo Disney se convirtieron en parte de nuestro ADN». Bambi según Lutts fue una obra fundamental a la hora de moldear la percepción que tienen los americanos de la vida salvaje del bosque y, sobre todo, del concepto de la caza. El historiador apunta que la famosa muerte de la madre del protagonista en la película resultaba tan potente (incluso las propias hijas de Walt Disney azuzarían a su progenitor para que no se llevase por delante a la madre de Bambi) que a los espectadores la cabeza les falseaba la realidad y les escribía en el recuerdo una muerte muy gráfica en pantalla cuando en realidad el disparo fatal tenía lugar fuera de plano. El auténtico logro, apuntaba Lutts, es la manera en la que el film, sin pronunciar una sola palabra en contra de la caza, transmitía un poderoso mensaje anticaza de manera emocional, gracias a la simpatía por los personajes. Y parte del éxito de ese mensaje se lograba al encontrarse su público en la edad más impresionable, algo que favorecía que las sensaciones que provocaba esa escena permaneciesen en la memoria durante toda la vida. La repercusión de la cinta hizo que la sociedad viese la caza como algo dañino. Los propios cazadores incluso habían intentado boicotear la película días antes del estreno del film al ser alertados de que no dejaba en muy buen lugar al hobby ese de ir por el mundo disparando a seres vivos.
Pero la concienciación venía acompañada de un curioso fenómeno denominado el efecto Bambi, un término que se aludía a la contradicción moral de aquellas personas que rechazaban de inmediato cualquier tipo de matanza de animales bonitos y adorables, pero que no tenían nada en contra de la aniquilación de criaturas menos agraciadas y más asquerosillas, como por ejemplo las arañas.
Antecedentes criminales
Asalto al tren del dinero contenía una escena donde un hombre rociaba con gasolina el interior de la cabina de un trabajador del metro y amenazaba con prenderle fuego. Tras su estreno un hecho similar tuvo lugar en el metro de Brooklyn, cuando dos hombres incendiaron una cabina de venta de billetes causando la muerte del empleado que se encontraba en su interior. Asumiendo que la inspiración para el crimen la había provocado la cinta protagonizada por Wesley Snipes y Woody Harrelson, los trabajadores del transporte subterráneo neoyorkino solicitaron un boicot a la película al que se sumó el senador republicano Bob Dole. La policía llegaría a sentenciar que los hechos no habían sido inspirados por el film aunque el guionista de la película,Doug Richardson, contempló cómo por culpa de aquel incidente se rechazaría su admisión como miembro de la Academia.
En la comedia Project X tres adolescentes organizaban una fiesta que se les iba de las manos hasta convertirse en un evento con centenares de asistentes y consecuencias cuasi apocalípticas. La cinta tenía la ocurrencia de utilizar el género de metraje encontrado en un marco de comedia desmadrada y estaba rodada con cámara en mano y teléfonos móviles, acercando las imágenes al espíritu de cualquier vídeo amateur de YouTube. El éxito del film, sumado al tamaño de la masa cerebral del americano teenager estándar, propició que unos cuantos chavales zumbados planeasen fiestas similares en el mundo real, farras a las que en varias ocasiones añadían la palabra «Project» para que quedase claro que la intención era liarla al estilo de la película. La moda se extendió  a lo largo del país provocando destrozos importantes, caos en los vecindarios, padres ligeramente cabreados, peleas con la policía, numerosos detenidos, montañas de infracciones, y en alguna ocasión incluso muertos.
Project X. Imagen: Warner Bros.
Project X. Imagen: Warner Bros.
El éxito de El club de la lucha acabaría provocando la aparición de clubs de lucha clandestinos donde varios caballeros se citaban para reordenarse los dientes a hostias. Un chaval llamado Luke Helder sería detenido mientras colocaba bombas en buzones con la sana intención de detonarlos y dibujar un smiley en el mapa de Estados Unidos con las explosiones, una idea que había extraído de una escena del film donde varias bombas pintaban una cara sonriente sobre un edificio. Otro fan de Tyler Durden sería detenido tras hacer explotar una bomba en la fachada de un Starbucks. El zumbado en cuestión tenía diecisiete años, había fundado su propio club de lucha y trataba de crear un movimiento similar al «Project Mayhem» de la cinta de David Fincher.
The Town (Ciudad de ladrones)Asesinos natosEl caballero oscuro Saw son otras de las muchas películas a las que acusaron alegremente de ser culpables de crímenes violentos. Pero en casi todos esos casos la gente, al tratar de encontrar justificación lógica a un hecho ilógico, apuntaba al lugar que no debía a la hora de buscar culpables: Thierry Jaradin, un hombre de veinticuatro años, se calzó la careta del Ghostface que popularizó Scream y apuñaló una treintena de veces a una chica de quince años cuando ella le dio calabazas. Pero la culpa aquí no era de Wes Craven ni de su película, porque si alguien decide matar tras ver Scream está bastante claro que ya era un puto psicópata antes de sentarse frente a la película.
Bautizos
En 2013 se descubrió en tierras tailandesas un nuevo tipo de avispa parásita, una encantadora criatura que inyecta sus huevos en orugas desprevenidas para que sus larvas puedan tener el desayuno a mano cuando decidan venir al mundo. A tan adorable insecto se le denominó Cystomastacoides kiddo en honor a la guerrera Beatrix Kiddo que dejaba un rastro de cadáveres en las dos entregas del Kill Bill de Quentin Tarantino, algo que la nota oficial de prensa dejaba bastante claro: «La naturaleza mortal de la avispa inspiró esta referencia al personaje de Uma Thurman en Kill Bill, donde encarna a una asesina letal maestra de los estilos de kung-fu tigre y grulla». El mismo año un nuevo tipo de araña descubierta en Laos sería nombrada como Ctenus monaghani en honor a Dominic Monaghan, el hobbit Merry en El señor de los anillos, aunque el detalle no estaba tan relacionado con la obra de Peter Jackson como con el hecho de que su descubridor, Peter Jäger, se encontraba trabajando con Monaghan (en la serie Wild Things de la BBC) cuando se tropezó con la arañita. En Venezuela alguien identificaría un nuevo espécimen de rana colorida a la que llamaría Pristimantis james cameroni en un gesto que en lugar de ser una reverencia al James Cameron que dirigió Terminator 2 lo era al Cameron responsable de Avatar, a «sus esfuerzos para alertar al público sobre los problemas ambientales a través de películas y documentales de calidad» y a la paliza que daba el realizador con el tema de la dieta vegana. En Brasil Andre Nemesio descubrió una abeja a la que denominó Euglossa bazinga en honor a The Big Bang Theory y recibió unas bellas palabras de agradecimiento por parte de uno de los productores ejecutivos del programa: «Sheldon estaría muy honrado de descubrir que el nombre de Euglossa bazinga ha sido inspirado por él. De hecho, tras Mothra y los grifos mitológicos, las abejas son sus tercera criatura voladora favorita». También en Brasil, en la Universidade Federal do Ceará, los investigadores decidirían demostrar que no solo tenían títulos científicos sino también largo recorrido en los mundos fantásticos al denominar a un nuevo tipo de babosa marina como Tritonia khaleesi, honrando a cierta Daenerys Targaryen de la saga Canción de hielo y fuego.
Impacto real
Dan Leach entró en una sala de cine para ver la polémica La pasión de Cristo de Mel Gibson y salió con los remordimientos taladrándole la nuca. Poco después se plantó en una comisaría de policía para confesarse culpable del asesinato de su novia. Leach había planeado y ejecutado el asesinato de la chica dos meses antes logrando hacer pasar el crimen por suicidio, y hasta el momento de sentarse ante la película donde a Jesús le daban por todos lados no había demostrado arrepentimiento alguno. Mel Gibson por fin hacía algo por la policía más allá de meterse con el origen judío de ciertos agentes de la ley.
Lincoln. Imagen: 20th Century Fox
Lincoln. Imagen: 20th Century Fox.
El neurobiólogo Ranjan Batra de la Universidad de Mississippi asistió a uno de los pases del Lincoln dirigido por Spielberg y salió fascinado con la historia de cómo se impulsó la enmienda de la Constitución estadounidense que abolía la esclavitud. Por curiosidad investigó en la historia junto a su colega Ken Sullivan y acabaron descubriendo que oficialmente dicha decimotercera enmienda no se había ratificado en su estado, Mississippi. La enmienda en cuestión se aprobó en el Congreso en 1864, al año siguiente la mayoría de los estados la ratificaron y los que no lo hicieron fueron corrigiendo el error durante los años posteriores, en algunos casos —como el de Kentucky en el 76— de modo simbólico porque lo de tener esclavos había dejado de ser socialmente aceptable. En Mississippi se firmó todo el papeleo en 1995, pero a alguien se le olvidó notificar al archivista de Estados Unidos, hecho por el cual la enmienda no se encontraba ratificada oficialmente. Batra y Sullivan informaron al secretario del Estado y cuando este cerró la boca se arregló todo el asunto para que el siete de febrero de 2013 la decimotercera enmienda de la Constitución fuese ratificada en Mississippi y la esclavitud abolida por ley de esas tierras, con ciento cincuenta años de retraso y gracias a Spielberg.
El JFK de Oliver Stone alimentó en 1992 el interés del público estadounidense por las conspiraciones ocultas hasta tal punto de que el Gobierno acabó encontrándose con el buzón saturado de cartas de ciudadanos que creían que la verdad estaba ahí dentro y reclamaban que algunos hombres de negro con pinta de ser sinceros les ofrecieran una explicación. Las autoridades gubernamentales continuaron asegurando oficialmente que Stone tenía mucha imaginación y era muy fan de las fantasías conspiratorias pero ante la insistencia de Norteamérica finalmente el Gobierno se vio obligado a aprobar la President John F. Kennedy Assassination Records Collection Act of 1992, una ley también conocida como JFK Records Act en alusión a la peli de Stone, que hacía públicos numerosos documentos sobre la investigación y conclusiones del asesinato de Kennedy.
Durante los años ochenta Errol Morris, un exdetective privado, se citó con James Grigson, un psiquiatra forense de Texas que era conocido por el apodo de «Doctor Muerte» por culpa de una curiosa coincidencia: en la mayoría de los ciento sesenta y siete juicios donde fueron requeridos sus servicios para evaluar a la persona juzgada el sospechoso acabaría siendo condenado a muerte. El objetivo de Morris era rodar un documental sobre la figura de Grigson, pero durante las entrevistas con el doctor acabó descubriendo el caso de Randall Adams, un chico juzgado por el asesinato de un policía y condenado a morir mediante inyección letal. Cuando Morris conoció a Adams en persona comenzó a dudar de su culpabilidad, y de repente el documental cambió de objetivo. Dos años después, en 1988 se estrenaría The Thin Blue Line, una película documental que repasaba la historia de Randall Adams, con entrevistas a testigos e implicados y que se atrevía a poner en duda la condena a pena de muerte por falta de evidencias. La crítica y el público encontraron la obra fascinante —acabaría considerada como uno de los mejores documentales de la historia— y su puesta en escena acabaría sentando las bases para futuros trabajos de investigación. Pero lo más importante es que el ruido que generó obligó a reabrir el caso y celebrar un nuevo juicio, uno en el que se llegaría a la conclusión de que Adams era inocente de aquel crimen por el que había cumplido doce años entre rejas.

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