domingo, 2 de febrero de 2014

PRENSA. "El lío indescriptible que vivió la Corona española durante el siglo XVI". Álvaro van den Brule


   En "El Confidencial":

El lío indescriptible que vivió la Corona española durante el siglo XVI

En vez de preguntarnos qué va a pasar, podríamos preguntarnos qué podemos hacer.
Anónimo
Los precarios equilibrios presupuestarios que surgieron después del pasaje a mejor vida de Fernando el Católico causaron en la hacienda de los reinos peninsulares más de una turbulencia que a punto estuvo de mandarnos a la Edad de Piedra por enésima vez.
Fernando el Católico mantuvo durante su reinado una política fiscal moderada y poco flagelante con los más humildes, lo que creaba cierta alegría en la calle y un respeto fácil hacia el soberano. Al tiempo, era poco contemplativo con una nobleza de tendencias parasitarias, a la que mantenía firme. A más de uno lo colgó expeditivamente de una almena sin más preámbulos. Cuando le daba un arrebato era conveniente mantener una distancia prudencial. Tanto Isabel como su hábil marido manejaban una economía saneada y podían conducir su política exterior sin necesidad de cargar las espaldas de sus gobernados con más “karma” del necesario. Más o menos como hoy…
El compulsivo derrochador que fue Carlos I
Mientras aquella pareja de enormes gobernantes mantenía a raya las veleidades expansionistas de los franceses, aportaba lo que posiblemente fue el mayor descubrimiento de todos los tiempos a los ojos occidentales, América, finalizaba la reconquista a la par que sin desmayo ampliaban el solar en Italia, incorporaba el reino de Navarra y unía y pacificaba la península sin hacer puré al respetable, en una aplicación amplia y generosa de su credo.
Felipe II dejó de aquella manera la faltriquera de los atónitos banqueros alemanes Fugger y Welser
Por el contrario, Carlos I nos empeñó hasta las cejas durante el tiempo de su reinado –casi cuarenta años, que se dice pronto–, mientras su hijo Felipe II tuvo que hacer filigranas para mantener a flote la maltrecha economía heredada del compulsivo derrochador que fue su progenitor. Muchas fueron las voces que advirtieron de la necesidad de deshacerse de Flandes, pero el ineludible destino mesiánico de la fe católica hacía que estuviéramos en un estado permanente de guerra en varios escenarios simultáneamente, con la consecuente sangría humana y de recursos.
Afortunadamente, cuando el siglo XVI se acercaba a su medianía, se descubrió el método de la amalgama que consistía en la separación del metal noble de sus residuos a través de un tratamiento con mercurio. Esto, obviamente,incrementó de modo exponencial la producción de las minas americanas hasta niveles nunca vistos. Galeones repletos acudían en socorro de la monarquía.
Un riesgo muy concentrado
Como ya sabemos, hacia 1557 –un año después del advenimiento de Felipe II– este decretó una suspensión de pagos sin precedentes en la historia. Los banqueros alemanes Fugger y Welser, además de quedarse atónitos ante la decisión, fueron aligerados súbitamente por el osado rey-emperador, que les dejó la faltriquera de aquella manera.
Fueron entonces los banqueros genoveses los que tomarían el relevo. Los SpinolaPichinottiPallavicinoStrata, etc., sabían que asumían un riesgo muy concentrado pero a la par jugosas concesiones de explotación por aquí y por allá. Pero la falta de gestores serios y competentes, unida a una pléyade de corruptelas, conduciría a aquel enorme galeón a encallar de nuevo, cual si un maléfico y renacido Sísifo actuara erosionando las mismísimas entrañas del mayor imperio transoceánico de la historia.
Por arte de birlibirloque apareció una nueva estrella en el firmamento financiero del monarca, el converso judío Simon Ruiz
El levantamiento de los moriscos, la presión turca en el Mare Nostrum, los rifirrafes con Francia y la creciente disputa con Inglaterra dejaron nuevamente la hacienda arruinada. Para 1575 el monarca decretó una nueva suspensión de pagos.
Los genoveses, después de la atroz experiencia con el reincidente emperador, decidieron dejar de pagar a las tropas destacadas en Flandes, lo que causó el saqueo de Amberes y la masacre de más de seis mil civiles con todo su corolario de horror, lo que hace que sea frecuente que en los Países Bajos nos menten ante los niños como unos malvados sin parangón.
Un reaseguro muy diversificado
Para entonces, ya sólo quedaba buscar en el patio doméstico para salvar la cara. Los magnates(a la g y a la n se les puede dar una interpretación mas imaginativa) de andar por casa –los Santa CruzSalamancaRuizCarrión, etc.– no tenían la proyección internacional necesaria para atender el aquí y ahora que requería la demanda financiera en cualquiera de los confines de aquel coloso que fuimos. Todavía estaba por inventar Western Union.
Pero por arte de birlibirloque apareció una nueva estrella en el firmamento financiero del monarca. Simón Ruiz era probablemente un converso judío –despectivamente llamados “marranos”– que entendió rápidamente la urgencia y precariedad del momento. Tenía amplias conexiones en toda Europa y un concepto muy dinámico del funcionamiento bancario. Introdujo lo que podría ser uno de los usos mas novedosos en la práctica del préstamo, tal que era el reintegro –en caso de suspensión de pagos– de los impagados o fallidos a través de un reaseguro muy diversificado entre el resto de banqueros y prestamistas afines en confianza, con lo cual se diluía y minimizaba el riesgo de impago en un mullido colchón. De esta forma, uno de la casa acudía en socorro del rey-emperador.
Felipe III puso en fuga a los arácnidos ‘okupas’ asentados en el erario público
Pero esta situación de precaria estabilidad duró desde 1575 hasta 1590 aproximadamente, ya que era bastante artificial, puesto que se pretendía curar con una tirita algo gangrenado. La puntilla la daría el fracaso (que no derrota) de la Armada Invencible. Una nueva suspensión de pagos en el año 1596 fue poco celebrada en los círculos financieros.
Al dejar este mundo el rey “prudente”, su hijo Felipe III se llevó un susto de muerte. Cien millones de ducados, una cifra astronómica en aquel entonces, apretaban a la maltrecha hacienda pública con el animoso espíritu de una boa que llevara una temporada sin comer. De esta guisa se vio obligado a rubricar en 1604 una paz bastante favorable con Inglaterra y cinco años después firmó una tregua con los cabreados flamencos. Este rey traería con su práctica visión de estado un periodo de tranquilidad relativa a las arcas públicas y pondría en fuga a los arácnidos “okupas” que se habían aposentado en los cofres del erario público. Por aquel entonces, los genoveses habían reanudado su amistad con la Corona y “sólo” se llevaban el 50% de los ingresos que se inventariaban en La Casa de Contratación de Sevilla.
Una última quiebra, para no ser menos
Pero una nueva bancarrota hacia 1627 (reinaba Felipe IV) vino a constatar el incalificable abismo que había entre proyectos sobredimensionados, gastos estériles, pobreza de miras en las políticas de estado y la escasez de recursos para apoyar todo ello.
A veces equivocamos conceptos y confundimos mala suerte con incompetencia. España será siempre un enigma
Por si fuera poco, entre quiebra y quiebra, no faltaban los desfalcos a la hacienda pública, algunas sublevaciones de socios descontentos, guerras de desgaste que se prolongaban más de lo previsto, cierto desenfoque de la vista parecido a la miopía y unos gobernantes de segunda que no daban pie con bola. A veces la historia se repite.
En 1652, un acumulado de malas cosechas, caídas en la extracción de metales preciosos en las Indias e inevitables transferencias de oro a los navíos piratas bajo cobertura de su Graciosa Majestad  condujeron a la conclusión de que aquel galimatías era inviable y que había que quebrar para variar. La gente huía del hambre pensando que la solución estaba a la vuelta de la esquina, pero la esquiva suerte  no tenía padrinos en las alturas. Para 1662, la situación era de agua al cuello y con pocas expectativas. Tampoco Felipe IV se iría al otro lado así por las buenas. Decretaría una última quiebra para no ser menos.
Los chorizos, lacra secular
Para nuestra desgracia, somos un país  en el que la riqueza es bastante centrifuga y volátil, y cuando ocurre que nuestros próceres “pillan” in fraganti al dios Baal, entran en trances tan severos como extravagantes además de en contraproducentes estados de enajenación; y en medio de turbulentas  confusiones se lían a hacer obras de caridad asimétricas ayudando a los que siempre se benefician en vez de satisfacer las demandas naturales de un pueblo que quiere recibir buen trato. Un pueblo que se ha hecho adulto a base de desengaños. No hay que olvidar que las libertades se pierden cuando uno se dedica a la contemplación umbilical o no se arriesga lo suficiente como para dar la talla ante los sueños. Mientras que hay gente que quiere ir hacia adelante echándole valor cada día, ya sea en la sombra o a cara destapada, los chorizos siempre han sido una lacra secular.
Álvaro van den Brule

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