viernes, 31 de enero de 2014

POESÍA. "La levedad del pájaro". Laura Casielles (Pola de Siero, Asturias, 1986)

Laura Casielles

LA LEVEDAD DEL PÁJARO
Aprender la levedad del pájaro.
Sacar los pies del nido y encontrar
que fuera el mundo es limpio
y el cielo es amplio
y no nos queda nada
por lo que valga la pena no amar.
Aprender
la levedad del pájaro. Respirar.
Sentir cómo pasa el aire
por todas las esquinas del cuerpo,
lo más parecido a volar
que puede hacer una mujer
como yo,
con el corazón
pegado a tierra.
Desafiar
la gravedad
como quien desafía
una norma, aprender
la levedad del pájaro.
Olvidar que las cosas pesan
y echarlas al aire,
quedarse quieta y ver
cómo
les nacen
alas.
Lo más parecido a volar
que puedo hacer,
yo que tengo
los pies
de plomo.
Aprender
la levedad
del pájaro.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (21 enero 2014):

PRENSA. "Un ataque político a las formas de vida". Juan José Millás

Juan José Millás

   En "El País":
EL AÑO MÁS DIFÍCIL

Un ataque político a las formas de vida

Las artes y la educación han sufrido más que nunca en España. El escritor considera que los brutales tijeretazos del Gobierno imponen el imperio del monocultivo cultural

 26 DIC 2013

Cuando leo o escucho que baja el “consumo cultural”, estiro las orejas como un perro. Hay más cosas que hago como un perro, pero no sé si tienen que ver con la cultura. El caso es que la expresión “consumo cultural” me pone nervioso, como si se tratara de una contradicción en los términos. O es consumo o es cultural, me digo. Veamos: esa persona que en este mismo instante se encuentra en la cama de la habitación de un hotel leyendo Crimen y castigo, ¿está consumiendo realmente el libro? ¿Lo consume al modo en que consumo yo energía eléctrica al encender la luz, al modo en que consumo una conserva al abrir una lata de berberechos, al modo en el que consumo un pequeño electrodoméstico al exprimir una naranja? ¿Está consumiendo la novela como el adolescente que consume la paciencia de los padres, como el cincuentón que consume para cenar un yogur griego con pipas de calabaza, como el que se compra un rolex de oro? ¿Podríamos decir que esa persona es usuaria de la novela de Dostoievski al modo en que se es usuario de un campo de golf o de una tarjeta de crédito?
Ustedes perdonen, pero la imagen de una señora desesperada (porque me gusta, sí, que esté desesperada) leyendo el libro del célebre autor ruso me ha despistado del asunto principal. Pensar que mientras yo escribo estas palabras puede haber una mujer en la habitación de un hotel de Buenos Aires, por ejemplo, siguiendo, jadeante, las aventuras y desventuras de Raskolnikof, el famoso asesino de la vieja avara, me excita mucho, muchísimo, y en todos los sentidos. Ya me pregunto si la lectora está en ropa interior o desnuda, si con fiebre o sin ella, si con maquillaje o con la cara lavada. ¿Y qué hace en Buenos Aires, por Dios? ¿Vive en Argentina o acaba de llegar de Europa y se ha desvelado por la diferencia horaria? ¿Es representante de una firma de cosméticos o profesora de Lengua? De ser profesora de Lengua, seguro que ha acudido a un congreso. La Lengua es una de las cosas que más congresos produce, la Lengua y las enfermedades del corazón. Por cierto, ¿sería correcto calificar como producto de consumo un Congreso sobre la Metáfora al que acudiera como ponente, pongamos por caso, Umberto Eco? ¿Se consume una conferencia de Eco con el mismo espíritu e idénticos resultados con los que se consume esta marca de agua tónica o aquella otra? Y bien, ¿ha entrado esa señora de Buenos Aires en el libro de Dostoievski con el mismo espíritu pródigo con el que se entra en un concesionario de automóviles o en una tienda de perfumes?

Un sistema filosófico, en fin, no es un bien consumible
El libro tiene un costado contable, eso no podemos negarlo. Hay quien lo escribe, quien lo edita, quien lo distribuye y hay, con suerte, alguien que lo compra. Proporciona puestos de trabajo, genera actividad económica e influye en el PIB. Pero, claro, todo eso es pura filfa en relación con los beneficios intangibles que proporciona. Un sistema filosófico, en fin, no es un bien consumible. Tampoco una fantasía erótica, qué le vamos a hacer. Las obras de Platón llevan siglos produciendo beneficios económicos, pero a ningún perturbado se le ha ocurrido, de momento, establecer el cálculo porque no se lee a Platón como se compran acciones de Endesa. Otro asunto es que su lectura provoque efectos secundarios de ese orden en la medida, por ejemplo, en que uno pueda ganarse la vida explicando al filósofo griego (los profesores de filosofía no fueron siempre una especie en extinción).
Por eso deberíamos ser más cuidadosos al elegir las palabras con las que nombramos las cosas. Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a Dostoievski o visitar el Museo del Prado no son formas de consumo. Son formas de vida. Así que, en vez de señalar en los periódicos, un día sí y otro también, que este Gobierno recorta las ayudas económicas al cine, al teatro, a la educación, etcétera, deberíamos denunciar que recorta las formas de vida actualmente existentes: “El Gobierno recorta una nueva forma de existencia”. “Desciende el número de formas de entender el mundo”. “El ministro de Cultura aboga por el monocultivo cinematográfico”. Tales deberían ser los titulares.
¿Cómo se ha llegado a esta situación en la que nos pasamos el día haciendo reglas de tres por las que intentamos averiguar cuán burros somos estableciendo proporciones aritméticas entre los presupuestos del Estado y la Crítica de la Razón Pura? Se ha llegado dando por supuesto que aquello que no se puede medir como se mide una hectárea, o cuantificar como se cuantifica una herencia, no existe. Si cuantificar consiste en expresar numéricamente una magnitud, ya me dirán qué cifra otorgamos a las obras completas de Kafka.

Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a Dostoievski o visitar el Museo del Prado no son formas de consumo. Son formas de vida
—A ver, ¿qué beneficios le ha traído a la señora que hemos abandonado en la cama de un hotel de Buenos Aires leer a Dostoievski?
—Beneficios, ¿en qué sentido?
—Beneficios en el sentido de beneficios, gilipollas.
—Bueno, podríamos decir que uno es más sabio después de haber leído al ruso.
—Más sabio, más sabio… ¿Hablamos de una sabiduría práctica, de la que se puedan obtener unos rendimientos económicos inmediatos?
—Eso no, pero cuando uno lee aprende a leerse y a leer el mundo, aprende a interpretar la realidad, comprende la importancia de la búsqueda del sentido…
—No me joda usted. Yo, sin haber leído a Dostoievski, quizá gracias a eso, he montado una franquicia de jabones que da trabajo a cinco mil personas.
—¿Cuánto ganan esas personas?
—Cuatrocientos euros de media. Y me hacen horas extraordinarias y festivos, y si les pido que me lleven a los niños al colegio, me los llevan. Bien visto, no entiendo cómo no me matan.
—Quizá porque no han leído a Dostoievski.
—Razón de más para prohibir las humanidades.
¿Acaso, cuando muere un autor, la necrológica señala lo que su pérdida implica desde el punto de vista económico? Recientemente nos abandonó Doris Lessing. He leído todo lo que se escribió en los días posteriores a la noticia y nadie hacía mención a su potencial económico. ¿Las obras de esta autora no produjeron dinero? Sí, quizá más del que usted y yo podamos imaginar. ¿Entonces? ¿Se omitió el dato por delicadeza? En absoluto. Se omitió porque el beneficio económico era un daño colateral. Lo importante de la obra de Doris Lessing es lo que hizo por el progreso de la cultura humanística, que no se puede reducir a una cifra. Cuando esto no se comprende, las humanidades se van al carajo en los estudios. Se quita el latín, se quita el griego, la filosofía, se reduce el estudio de la lengua y la literatura... Cuando no se comprende, decimos, pero quizá también cuando se comprende demasiado. Las sociedades en las que se pierde la sensibilidad cultural son más dóciles, más fáciles de manejar, son menos libres porque carecen de un discurso alternativo al dominante. Sin discurso, no hay manera de modificar la realidad. La realidad es producto del discurso. La realidad actual es producto del discurso dominante actual. De ahí su calamitoso estado.
Cada lunes por la mañana, cuando salgo a caminar por un parque cercano a mi domicilio, veo, indefectiblemente, rota la marquesina de un autobús. Son destrozos llevados a cabo cada fin de semana por jóvenes incapaces de expresar su malestar de otro modo. Odian el sistema y apedrean por tanto los símbolos externos de ese sistema practicando un modo de delincuencia atenuada que les compensa momentáneamente de vivir en un mundo sin salida, sin horizonte laboral o moral, en un mundo completamente desquiciado. No advierten que el delincuente, tal como señalaba Octavio Paz en un ensayo de juventud, confirma la ley en el momento mismo de transgredirla. No se trata de un sujeto peligroso, pues. De hecho, si un día, de la noche a la mañana, desapareciera esta delincuencia de baja intensidad, el Ministerio del Interior tardaría 48 horas en convocar oposiciones para cubrir urgentemente todas esas plazas de delincuentes desaparecidos.

No advierten que el delincuente, tal como señalaba Octavio Paz en un ensayo de juventud, confirma la ley en el momento mismo de transgredirla
Si se puede practicar impunemente la delincuencia grande, por la que actualmente estamos gobernados, es, en parte, por la existencia de los pequeños malhechores, con los que el poder nos distrae como ese mago que nos obliga a mirar su mano izquierda mientras consuma la trampa con la derecha. El joven, pues, que el sábado por la noche termina la juerga colocando silicona en la ranura de un cajero automático para no irse a la cama sin haber contribuido a la liquidación del sistema, está haciendo gratis algo por lo que le deberían pagar. No sabe hasta qué punto está contribuyendo a reproducir lo que detesta. No constituye un peligro para nadie, excepto para sí mismo. El tipo verdaderamente peligroso es el que un sábado por la tarde se queda en casa leyendo Madame Bovary (tomen Madame Bovary como un ejemplo). Ese chico es una bomba, ya que la realidad está hecha de palabras. Quien las domina tiene más capacidad de destrucción que un experto en explosivos. Si los lectores de Madame Bovary, en fin, alcanzaran el tamaño que los sociólogos denominan “masa crítica”, acabarían generando un discurso que, colocado en el sitio adecuado, haría, al explotar, más daño que la Goma 2.
No hace mucho estaba en mi casa, sin meterme con nadie, cuando sonó el timbre de la puerta. Abrí. Al otro lado había una chica que quería hacerme una encuesta sobre “hábitos de consumo”. La invité a pasar y todo fue bien hasta que llegamos al apartado de “consumos culturales”. ¿Cómo se mide ese hábito?, me pregunté. ¿Se puede calificar la lectura de Proust como un hábito de consumo? Entonces fue cuando me vino a la cabeza la imagen de una señora de edad media leyendo Crimen y castigo en la habitación de un hotel de Buenos Aires. Despedí a la encuestadora y repasé las noticias de los últimos meses relacionadas con el estado de la cultura. Todas, sin excepción, hablaban de los recortes económicos en un intento desesperado de cuantificar económicamente lo incuantificable. Naturalmente que hay una relación entre el dinero circulante y los bienes de consumo. ¿Pero debemos darle a la cultura y a la educación el tratamiento de un bien de consumo? No lo creo, porque en ese mismo instante las reducimos a la categoría de lo prescindible. Si en épocas de crisis, viene a decirnos el ministro de Cultura, prescindimos del coche o de cenar fuera los sábados, ¿por qué no reducir también el consumo de Quevedo, de Flaubert, de Walter Benjamin, de Chejov o de Hitchcock? Ahí está la trampa. La incógnita de por qué hoy somos más burros que ayer pero menos que mañana no se despeja con una ecuación convencional. Tal vez los recortes que el Gobierno actual está aplicando a la formación humanística y, en general, a la cultura, no sean el origen de nuestras carencias educativas, sino su consecuencia. Lo hace porque puede. Lo hace porque nos puede. Nos puede porque nos hemos quedado sin discurso.

La gran caída

 A falta de cerrar 2013, y pendientes de la última hornada de estrenos del día de Navidad a la cartelera, los primeros cálculos económicos del cine en España apuntan que las salas recaudarán unos 500 millones de euros;114,20 millones menos que en 2012, un descenso de 135,85 millones respecto a 2011.
A duras penas se alcanzarán los 80 millones de entradas vendidas en España en las salas comerciales de cine en 2013.
En teatro la asistencia de público ha bajado por culpa principalmente de la subida del IVA hasta el 21%. Los datos de recaudación neta del sector al final de la temporada, es decir, en agosto, muestran que de los 247 millones de la temporada 2011-2012 se ha pasado a los 163 millones de la presente temporada; un descenso de 84 millones (33,99%).
En las industrias culturales en 2012 hubo un descenso de las taquillas del 10%.
Las artes escénicas han perdido en el último lustro el 30%, según el último Anuario de las artes escénicas, musicales y audiovisuales, de la SGAE.
En la danza, en 2012 el bajón llegó hasta el 43,41% en su número de representaciones.
Las ventas en libros habrán caído al final de 2013 por sexto año consecutivo, acumulando un 38%, de cumplirse los pronósticos de un 10% menos en estos últimos 12 meses.
El 68% de quienes leen en formato digital lo hacen con descargas ilegales.
Solo el 63% de los españoles dice leer al menos un libro al año, mientras la media europea es del 71%.
Durante 2012 se celebraron 116.446 conciertos en España, un 4,3% menos que en 2011, con 26 millones de espectadores y una recaudación de 171,7 millones de euros.
Desde hace una década las ventas de discos han bajado un 77, 5%.

PRENSA. "El clima de la Antártida se cuece en el norte del Atlántico"

Un glaciar en la Antártida, fotografiado desde un helicóptero a 30 metros de altura. / XICHEN LI. ("El país")

   En "El País":

El clima de la Antártida se cuece en el norte del Atlántico

El hielo marino en el continente blanco se redistribuye y aumenta ligeramente

 Madrid 28 ENE 2014 

La península Antártica, la zona donde está una buena parte de las bases científicas, incluidas las dos españolas, es la región del planeta que ha sufrido ya el mayor calentamiento debido al cambio climático. No está claro por qué. Tampoco tiene una buena explicación el hecho de que, mientras que en el Ártico se ha reducido el hielo estival en un 30% desde finales de los años setenta, en el otro lado del planeta, el hielo oceánico se redistribuye, aumenta en unos sitios y disminuye en otro, con un saldo ligeramente positivo, es decir, que está creciendo el hielo marino allí. “Esto parece paradójico en un proceso de calentamiento climático y se ha utilizado a menudo para cuestionar la perspectiva ampliamente aceptada de que el cambio climático actual tiene un origen fundamentalmente antropogénico”, señala John King, experto del Servicio Antártico Británico (BAS en sus siglas en inglés). Pero ahora parece que esa paradoja se esclarece con una investigación que desvela una relación causal entre las anomalías de temperatura en el Atlántico Norte y tropical y los efectos del calentamiento del continente blanco, tanto en la redistribución del hielo como en el notable aumento de las temperaturas invernales (junio, julio y agosto) en la península Antártica, con un incremento de la temperatura de 5,6 grados centígrados en el último medio siglo.


Variación de la cubierta de hielo marino en la Antártida calculada en porcentajes de extensión por década (1979 y 2012): el hielo aumenta en las zonas marcadas en rojo (este y oeste) y disminuye en las azules. / NATIONAL SNOW AND ICE DATA CENTER (BOULDER EE UU) / BAS
Se había identificado ya la influencia de los cambios en el Pacífico sobre el clima antártico en el verano austral, junto con el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y el adelgazamiento de la capa de ozono. Pero esa influencia no era suficiente para explicar las alteraciones registradas en invierno, como la redistribución de los hielos, por la que su disminución en el mar de Bellinshausen se compensa con la crecida en el mar de Ross occidental. “Nuestro hallazgo revela una fuerza desconocida —y sorprendente— del cambio climático que está actuando en el hemisferio Sur: el océano Atlantico”, señalan Xichen Li (científico de la Universidad de Nueva York) y sus colegas, que han presentado esta investigación en el último número de la revista Nature. “Es más, el estudio confirma que el calentamiento en una región puede tener efectos de largo alcance en otra”.
Este equipo ha descubierto que la variabilidad de la temperatura del agua en el Atlántico Norte y tropical correlaciona claramente con cambios de presión al nivel del mar en zonas antárticas, lo que influye en el comportamiento de hielo, señala el Comité Científico de Investigación Antártica (SCAR), órgano asesor del Tratado de la Antártida.


El hielo se funde por el calentamiento y forma una catarata sobre el océano en la Antártida. / XICHEN LI
Pero Xichen Li y sus colegas no se han parado en esa correlación, sino que han comprobado el efecto con modelos climáticos en ordenador verificando que generan los cambios observados en el continente blanco desencadenados por la variabilidad en el Atlántico, y no a la inversa. “Con este estudio hemos visto cómo se redistribuye el hielo Antártico y, además, hemos descubierto que los mecanismos que lo controlan son completamente diferentes de los del Ártico”, señala David M. Holland, uno de los investigadores del equipo.
Las anomalías de los hielos se deben a las variaciones de los vientos asociadas con los cambios en los patrones de presión atmosférica alrededor de la Antártida, señala King en su comentario acerca del trabajo de los investigadores de la Universidad de Nueva York. Y esos cambios están conectados con las anomalías de temperatura en el Pacífico tropical, donde se originan fenómenos atmosféricos que se propagan hasta las altas altitudes australes. Así se puede explicar la variabilidad interanual del hielo marino antártico en el verano austral.

El calentamiento en una región del globo afecta a otras muy alejadas
A largo plazo y durante la estación invernal, los efectos del Pacífico no son aparentes, pero sí que se manifiestan los del Atlántico, que influyen en los vientos anómalos meridionales y de ahí su efecto en el continente blanco. El calor en el Atlántico tropical genera cadenas de ondas atmosféricas que se propagan por el globo en dos semanas y terminan por provocar las bajas presiones sobre el Mar de Amundsen, señalan Xichen Li y sus colegas en su artículo en Nature.
“El hielo marino es uno de los mayores retos a la hora de modelizar el sistema terrestre”, recuerda King. “Su tasa de formación o fusión está controlada por pequeñas diferencias entre grandes flujos de calor de la atmósfera y el océano, y su distribución esta fuertemente influida por los vientos y las corrientes marinas”, concluye.

jueves, 30 de enero de 2014

POESÍA. "Descentralizaciones (I)". Laura Casielles (Pola de Siero, Asturias, 1986)

Laura Casielles

DESCENTRALIZACIONES (I)

Mientras una mujer en la Provenza
se abrochaba el corsé,
cinco mujeres preparaban sus cuencos de henna
en un harén no muy lejos de Tánger. 
Mientras se escribía sobre el Cid,
se escribían también las Rubaiyyat.
Mientras se libraba una guerra entre Prusia y Austria, 
miles de tártaros eran expulsados de Crimea. 
A la vez que Carlomagno, 
Kaya-Magan. 
El día en que Gavrilo Princip 
asesinó al príncipe Francisco Fernando
se cumplían dos años
del día en que se autorizó la compra del Canal de Panamá. 
Y el año en que murió Winston Churchill, 
Mehdi Ben Barka despareció en París en extrañas circunstancias
y la India independiente hizo oficial uno de sus más de treinta idiomas. 
Mientras Bolívar se subía a su caballo,
los ingleses se instalaban en Tasmania.
Los fusilamientos del 2 de mayo
no son lo mismo que el 2 de mayo de 1812, 
cuando los colonos desistieron del sitio a Cuautla. 

Si son anécdotas, todas son anécdotas.
Si son hechos importantes, todos ellos son hechos importantes.

PRENSA. Viñeta de Forges

   En "El País" (19 enero 2014):

PRENSA CULTURAL. "Arte incontestable, o sea, Chirbes". Carlos Boyero

Pep Tosar, José Sancho y Vicente Romero, en una escena de la serie Crematorio, basada en la obra de Rafael Chirbes. ("El País")

   En "Babelia" ("El País"):

Arte incontestable, o sea, Chirbes

Mejor en papel que en libro electrónico y siempre literatura con mayúsculas, como la de 'En la orilla'

 28 DIC 2013

Aducen los apóstoles del libro electrónico que entre las infinitas ventajas de invento tan milagroso y practico está no tener que cargar en los viajes con el peso de los libros de papel, que alguien para el que la lectura continua fuera cuestión de supervivencia mental podría naufragar en una isla solitaria, pasar allí incluso años y siempre dispondría de lectura ya que en un e-book ligeramente sofisticado pueden almacenarse más de mil libros. Imagino que dentro de un tiempo esa cifra será ridícula, que el invento todavía es un bebé e infinita la evolución de su crecimiento. O sea, que en unos años, es posible que puedan estar contenidos en ese aparato diminuto todos los libros que se han escrito en la historia de la humanidad. No tendrán olor ni tacto, pero eso al parecer le da igual a los lectores contumaces que han sabido adaptarse con naturalidad a los nuevos y maravillosos tiempos.
Como todavía no he sido tocado por la luz de la conversión almaceno libros en mi sufrida maleta (tiene ruedas, tampoco te exige un proteico esfuerzo físico) cada vez que paso semanas fuera de España. Y, por supuesto, no me importa el grosor de estos, a condición de que me apasionen, o al menos, que me entretengan. No me hubiera importado que las 1.120 paginas de Vida y destino en su traducción al castellano fueran muchas más. Pero recuerdo con sensaciones relacionadas con el estupor y el hastío que debido a la curiosidad, el suntuoso espacio que le dedicaban los suplementos literarios de los periodicos, las reseñas no ya condescendientes sino cercanas al entusiasmo, la desmesurada campaña de marketing, intenté zambullirme durante un viaje en un best seller (no tengo nada en contra de los best seller con encanto, me gusta mucho Stephen King y la trilogía de Stieg Larsson), de setecientas páginas titulado La verdad sobre el caso Harry Quebert. Ignoro si fue la tenacidad sin causa, la necesidad de conocer para poder opinar o simplemente el masoquismo lo que influyó en mi demencial propósito de llegar al final de ese voluminoso engendro, pero puedo asegurar que al acabarlo, el libro sufría notables magulladuras y estaba deshojado. Ocurría que más de una vez lo lanzaba al suelo o contra la pared. Enfurecido contra el monstruoso timo que supone vender al tal Joel Dicker como el nuevo maestro del thriller literario. Esa prosa tan cursi como ramplona, esa intriga que pretende ser retorcida pero solo es idiota, esos personajes vacuos, esos diálogos entre convencionales y cochambrosos, esos giros de la trama aún más bobos que tramposos eran la representación modélica de la literatura basura. No me indignaba la incapacidad literaria del autor, sino que la abrumadora plataforma publicitaria de esa insufrible novela hubiera conseguido que la comprara y la leyera. O sea, me sentía fatal conmigo mismo, constatar que podía ser tan vulnerable ante el marketing, sabiendo que cualquiera puede consumir la mayor memez si su promoción te la sabe vender.

No me hubiera importado que las 1.120 páginas de 'Vida y destino' en su traducción al castellano fueran muchas más
Posteriormente, algún amigo con paladar para la literatura me confesó en tono vergonzante que también había picado el anzuelo ante esa novela infame. Y quieres pensar que tu certidumbre está compartida por muchos lectores normales que se han sentido estafados con este publicitado horror. Pero leo un artículo en este periódico sobre los libros más destacados del año en el que informa de que en la votación en Internet de los lectores de EL PAÍS estos han designado La verdad sobre el caso Harry Quebert como el mejor libro del año. Y flipo. Aunque desde niño me hayan repetido hasta la saciedad esas racionales y tolerantes sentencias de que para los gustos se inventaron los colores y que cada uno se divierte como quiere.
Me recupero del susto al ver cuáles son las preferencias de los críticos literarios de Babelia sobre los libros que se han publicado este año. Como me reconozco dogmático, estoy seguro de que en esa clasificación ha ganado lo evidente, lo que dicta el sentido común, lo incontestable, la literatura con mayúsculas. Ha ganado la votación Rafael Chirbes con su novela En la orilla. Y le sigue Emmanuel Carrère con ese libro extraordinario e inclasificable (parece una biografía, pero también un reportaje, una novela, un libro de historia) titulado Limónov.
Para mi pesar, llegué imperdonablemente tarde a la escritura de Chirbes, pero sospecho que es de esos autores que vas a seguir a perpetuidad, o a releer en el temible caso de que decidiera no escribir más. Leí la impresionante Crematorio en estado de shock, aterrado por el análisis que hace de la capacidad del ser humano para corromperse, por la fuerza y la complejidad de esos monólogos interiores en los que los personajes utilizan el bisturí consigo mismo y con los demás, por una prosa dura, torrencial, conmovedora y soterradamente lírica, por frases que te remueven como un puñetazo en el hígado y se quedan grabadas en la memoria, por el sarcasmo utilizado como una de las bellas artes. Chirbes retorna a Misent en En la orilla, a ese territorio imaginario que nos resulta terroríficamente familiar, para consumar su viaje al fin de la noche. En ese mural de la podredumbre ya no se salva ni dios. Ganadores y perdedores están inmersos en la misma miseria moral. Los recuerdos tampoco ayudan. Todo estaba podrido en el aparente esplendor de otras épocas, antes de que llegara la peste. Hay algún momento exaltante (la descripción de las esencias de la artesanía) y personajes (la asistenta sudamericana) en los que le suplicas a su creador que tenga piedad con ellos, que aparezca un rayo de luz en medio de tanta asfixia, pero supondría hacer trampas. La ciénaga se ha apoderado de todos, de verdugos y víctimas. Te sientes noqueado al acabar este retrato tan negro, tan profundo, tan desolador, tan cruel, tan hermoso.

PRENSA. Sobre José Emilio Pacheco. Jorge. F. Hernández

José Emilio Pacheco

   En "El País":

Intentar lo imposible

José Emilio Pacheco fue un amigo entrañable, un hombre bueno cuya generosidad se desparramaba en los manteles de sobremesa que olían a tinta

 29 ENE 2014

Duele escribir estos párrafos. José Emilio Pacheco fue un poeta que a muchos lectores nos ayudó a comprender el difícil logaritmo de que la poseía está en todas partes y de que la posibilidad del verso reposa en las palabras vistas y palpadas en el instante que nos rodea, a veces sin aviso, incluso a veces prosa contenida en el sortilegio de un pétalo marchito o en el nombre y condición del jabón con el que nos lavamos las manos. Fue también un orfebre de la edición, cuidadoso no sólo de todos los duendes de la errata sino también de la necesidad a menudo desdeñada en la lectura de los pies de página, las notas marginales, los estudios introductorios y los prólogos con los que nos abría los ojos a las ventanas de un conocimiento enciclopédico y sin embargo, alejado de toda pedantería él contagiaba saberes, regalaba lecturas y recomendaba senderos. Fue además, traductor de poetas intemporales y guionista de argumentos que no necesariamente llegaron a las pantallas… y por encima de todo, fue un amigo entrañable, un hombre bueno cuya generosidad se desparramaba en los manteles de sobremesa que olían a tinta, a la salsa incandescente de los libros hablados que dejaban de ser mera conversación para parecer lecturas compartidas.
Intento el imposible de reunir en estos párrafos la inmensa deuda de gratitud que le guardaré ya para siempre por ser un narrador infinito: desde la puerta de entrada de quienes lo descubrimos como cuentista, bajo el dintel siempre presente de su alma poeta, hasta el amplio reino de su oficio de novelista. Me concentro en los cuentos porque quizá otros entendidos marquen mejor el vacío que nos deja como poeta y es allí donde intento el imposible de agradecer un contagio instantáneo. Uno lee los relatos de Pacheco y siente el atrevido principio de un placer que parece universal: el lector se siente imantado, alentado a ser él mismo narrador de historias que podrían alinearse al lado de los magistrales cuentos con los que Pacheco medía cada palabra como anzuelo en abono de un trinomio móvil donde el planteamiento de los personajes y su circunstancia se entremezclaba con eso que llaman la trama o el nudo para llegar como relámpago al desenlace. Tríptico móvil porque Pacheco era capaz de insinuar el final desde el principio, el placer que desemboca en un dolor, la sorpresa de un final que no se altera a pesar de que el lector va metido en el engaño de los diálogos: un barco que navega en el tiempo, suspendido en altamar en una zona de penumbra o el desencanto de todo joven que pierde la inocencia el mismo día en que descubre que los superhéroes de la lucha libre son tan vulnerables como cualquier borracho y las novias son capaces de mancillar lo que jurábamos que era amor eterno.
Hablo del relato hipnótico donde el narrador somos todos nosotros lectores del recuerdo incierto de un viejo compañero de escuela que en realidad se ha convertido en el fantasma de nuestra memoria enferma o la enrevesada ironía de un soldado que habiendo matado a cientos de civiles inocentes en una selva lejana siente asco de rabia al presenciar como turista una corrida de toros en una ciudad gris y semidestruida, en cuyas entrañas serpentea la víbora prehispánica de color anaranjado que llamamos Metro, allí mismo en el subsuelo donde siguen reinando los dioses prehispánicos. Hablo del inmenso bosque Chapultepec que sigue siendo corazón de la ciudad de México, poblado de sombras donde deambulan como robachicos los espectros de soldados de invasiones pasadas, invasiones de todos los tiempos superpuestos que poblaban la imaginación de José Emilio Pacheco cronista de tiempos simultáneos que conocía todas las ciudades o mejor aún, todos los mapas de México uno encima del otro –sepia e imagen satelital, googleEarth y códice prehispánico—mapas de los muchos Méxicos que nutrían con saudade los paseos de su melancolía, el vuelo de la nostalgia con los que el poeta cuajaba un verso o los párrafos del cuentista que evocaba un ayer irrecuperable o las páginas de una novela intemporal, transgeneracional, que narra la utopía de la infatuación del niño que se enamora de la madre de un amigo sin cálculos de edades ni limitaciones al heroico afán de adorarla como quien se llena los labios con las sílabas de un solo nombre.
De todos los géneros en los que ejerció con maestría su vida de escritor quiero honrar particularmente el afán constante de Pacheco por inventariar la realidad inmediata, la nómina casi semanal o diaria de la memoria puesta al día y de los días que se convertían en memoria con sólo leerlo. Queda ahora la inmensa tarea de reunir en no pocos volúmenes esas crónicas, reportajes y pequeños ensayos que José Emilio escribió bajo el título de “Inventario”, firmados con sus siglas JEP y enviados como cartas dirigidas expresamente al asombro de quien los lea. Se volvió así faro y guía de varias generaciones que encontraban en sus entregas no sólo la sabiduría del desencanto, las enseñanzas del desengaño y las virtudes de su saber, sino también la prosa del buen humor, la chispa del ingenio y en muchas, muchísimas ocasiones la correlación insólita de las noticias de hoy mismo con referencias a lo ya documentado en los anales de la historia. Uno se acostumbró a digerir las noticias más insólitas y pasarlas por el rasero de la memoria precisamente gracias a que Pacheco era capaz de dilucidar que eso que veíamos como la invención del agua tibia ya había sido descubierto hace siglos por otros asombros iguales o parecidos a los que lo leíamos con admiración: hace apenas unos días, buscando explicaciones o referencias luminosas que ayudaran a comprender el enésimo sinsentido de un mexicano condenado a muerte en una cárcel de Texas, busqué ya como costumbre asegurada alguna referencia entre sus versos.
Al prisionero Tamayo lo ejecutaron en Texas con una inyección letal y miles de televidentes no encontrábamos luz para desenmarañar el horrible escenario donde uno de los deudos afirma a todo color sentir alivio y hasta placer por haberse cumplido una fórmula de diente por diente y ojo por ojo, al tiempo que otro de los deudos del norteamericano asesinado hace décadas inicia sus palabras en español y ofrece un pésame a la familia del preso Tamayo, mexicano ya ejecutado, acusado del asesinato sin haber salido positivo en las pruebas que supuestamente demuestran si alguien ha disparado un arma, reo de un penal donde se le prohibió todo contacto con cualesquier seres humanos hasta la víspera de su ejecución, dos décadas en confinamiento solitario, sin ventanas, mientras le cambiaba lentamente el color de su piel… y encuentro un poema en prosa de Pacheco que narra en pocas líneas el martirio de un preso que pinta en las paredes de su celda un puente de seis arcos para intentar al menos con su imaginación salir libre. Pero el puente pintado no conduce a la otra orilla y entonces decide mejor pintar alas o túneles sobre el muro de esa celda, reja y paredes inviolables… y necio en su afán por trazar alas, el reo descubre de pronto que el lápiz se ha gastado y ya no tiene punta el deseo con el que podría pintar su libertad.
Decía yo al principio de estos párrafos intentar un imposible, quizá como escribiera el propio Pacheco en una “Despedida” adelantada que es poema donde sus versos murmuran equivocadamente “Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco./Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:/ Eso me pasa por intentar lo imposible”. Se equivocaba el poeta y perdón que lo diga en estas líneas, pues cada verso que soñó entre las estrellas, cada libro que contagió en su lectura, cada comentario de orientación, cada cuento perfecto y cada página de sus novelas y ensayos llegaron al puerto que parecía imposible, el de los miles de lectores que lloran con gratitud el intenso latido de su ausencia. Aquí también, intento lo imposible: Gracias, querido José Emilio.
*Jorge F. Hernández es escritor.

miércoles, 29 de enero de 2014

POESÍA. "Lentas rupturas". Laura Casielles (Pola de Siero, Asturias, 1986)

Laura Casielles

LENTAS RUPTURAS

Como la erosión en el cuello de un reloj de arena
que una mano mítica llevara siglos girando sin error ni descanso,

todo ritmo implacable
contiene sin quererlo su vejez:

crisálida de agua
que lleva dentro espuma,

la pauta también abre sendas
para el desgarro.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (20 enero 2014):

PRENSA. "El sexo de las células madre"

Células madre / GETTY. ("El país")


   En "El País":

El sexo de las células madre

Las células madre hematopoyéticas responden a los estrógenos, hormonas femeninas

Científicos de Dallas, Texas, demuestran que proliferan más que las masculinas

 Madrid 22 ENE 2014

De las células madre se podía esperar cualquier cosa menos que tuvieran sexo. Y, sin embargo, así es. Científicos de Dallas, Tejas, han mostrado en ratones que un tipo de células madre (las hematopoyéticas, que generan los glóbulos rojos y blancos de la sangre) responden a los estrógenos, una clase principal de hormonas femeninas, y que esto las hace proliferar más que sus colegas masculinas. Los niveles de estrógeno aumentan durante el embarazo, lo que acelera la producción de células de la sangre para satisfacer la voraz demanda del nuevo inquilino.
Las células madre de las que oímos hablar desde hace 15 años son las pluripotentes, que son capaces de convertirse en cualquier tejido u órgano del cuerpo. Pero el desarrollo humano —como el de cualquier animal— se basa en una especialización progresiva, y ello incluye a las células madre, que pasan de la pluripotencia a una versatilidad cada vez más restringida. El ejemplo mejor conocido son las células madre hematopoyéticas, que residen en la médula ósea y ya no pueden convertirse en estómago o cerebro, pero sí en toda la gama de células rojas y blancas que constituyen la sangre y el sistema inmune. Estas son las células madre que se regulan de forma distinta en machos y hembras, según la investigación que presentan este miércoles en Nature Sean Morrison y sus colegas del Southwestern Medical Center de la Universidad de Tejas, en Dallas.
Se sabía por estudios anteriores que las células madre podían diferir en machos y hembras, pero solo en los órganos sexuales y en los tejidos sexualmente dimórficos, como las mamas. Estos tejidos, como muchos otros, contienen células madre que se van autorrenovando y van generando los tipos celulares diferenciados adecuados para el mantenimiento del órgano en cuestión. Si el tejido difiere entre sexos, parece lógico que las células madre que lo renuevan se comporten de manera distinta en un sexo y otro.
El desarrollo de la sangre, sin embargo, se suponía igual en machos y hembras, como el de cualquier otro tejido de los no dimórficos sexualmente, que son la mayoría. Si las células madre de estos tejidos neutros, o epicenos, eran capaces de discernir el sexo del organismo en que residen era “una cuestión fundamental que no había sido explorada”, según reconocen en Nature Dena Leeman y Anne Brunet, de la Universidad de Stanford.

Las células pluripotentes son capaces de convertirse en cualquier tejido u órgano 
El dimorfismo sexual de la sangre no se había descubierto anteriormente porque la médula ósea de machos y hembras contiene una proporción muy similar de células madre hematopoyéticas. No es su proporción, sino su tasa de división, la que responde a los estrógenos. Estas divisiones son asimétricas: una célula madre se divide para dar otra célula madre idéntica a la primera y una célula distinta, más diferenciada (o especializada).
Las altas tasas de proliferación no suelen salir gratis en biología. Parte de la preservación de las células madre en su condición original, inmadura o virginal se debe precisamente a que sus tasas de división son bajas: forman una población celular quiescente, poco activa. Cada ronda de división implica replicar el genoma entero, y el proceso acumula errores una ronda tras otra. Además, cuantas más células madre gaste un organismo en su juventud, menos le quedarán para la madurez. Los científicos examinarán a continuación si estos problemas pueden tener también una componente sexual.