jueves, 31 de mayo de 2012

POESÍA. "Te buscaré", de Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, 1962)

Amalia Iglesias Serna

Te buscaré

Te buscaré para decirte
que estoy enamorada de la vida,
que amo en la angustia
su labio que me ignora,
busco sin cauce su dulce guillotina,
                   su espada de mil filos tajando mi oleaje.

Amo la vida
que me pesa y me trasnocha,
con el licor amargo que despierta
                    como un hilo de bruma entre los sauces,
que amo su quiste roto de mandrágora,
la laguna de vidrio que naufraga los años,
amo la incertidumbre del musgo y del otoño,
                    la ternura y el ácido que fluyen.

Que amo la vida
a pesar de ese miedo cegado de vertientes
donde te busco,
porque aún esquivo la muerte
                                                                y amanece.

PRENSA CULTURAL. "Verne como educador", por Manuel Rodríguez Rivero

Manuel Rodríguez Rivero

   En "El País":
Verne como educador

Manuel Rodríguez Rivero 23 MAY 2012

   La colección de 'La Pléiade', el más respetado panteón de la literatura francesa, ha dedicado dos volúmenes (unas 3.000 páginas en semibiblia) a cuatro de las novelas de Julio Verne (1828-1905) incluidas en el extenso ciclo narrativo Viajes extraordinarios, que es el nombre que impuso el editor Pierre-Jules Hetzel a toda su producción literaria. Se completa de este modo la reparación del reiterado malentendido que propició que la obra del autor francés más popular y traducido haya sido considerada con inequívoco desdén por gran parte de la crítica “seria”, que la ha relegado durante demasiado tiempo al condescendiente purgatorio de las obras “menores” y las lecturas adolescentes.
   Dejando a un lado la consideración de que, frente a la actual producción literaria orientada al consumo adulto, las novelas de Verne ofrecen un sorprendente y estimulante nivel de elaboración narrativa, lo cierto es que también han servido para que varias generaciones de adolescentes experimenten el inefable (e intransferible) poder de la literatura. Verne ha sido probablemente el novelista por el que más jóvenes han perdido el sueño, y el que ha conseguido con más rotundidad que, durante el tiempo de la lectura, el mundo exterior se disolviera ante el poder de atracción y la más sólida presencia de otros que, a pesar de sustentarse en el artificio, adquirían mayor solidez. Con Verne descubrimos, mucho antes de que Henry James lo formulara estupendamente, que lo que en la vida es despilfarro y caos, en el arte es orden y discriminación.
   Se han publicado muchos libros para explicar el modo en que sus obras han moldeado nuestro imaginario. Representante de una generación que creía en el progreso sin fin y seguía apasionadamente en la prensa las hazañas de los exploradores que ultimaban el conocimiento del planeta, Verne supo utilizar los descubrimientos de los grandes científicos, inventores, geógrafos y viajeros de su tiempo (de Darwin a Pasteur, de Maxwell a Edison, de Reclus a Speke o Livingstone) para dar consistencia a la realidad física del mundo sin destruir el misterio que alberga. Deseaba parecerse al educador que instruye deleitando, pero su pedagogía no era la del profesor, sino la del hechicero que reencanta el mundo. Sartre, uno de sus lectores adolescentes, se refería a su método en Las palabras: “en los instantes más críticos suspende el hilo del relato para ofrecer la descripción de una planta venenosa o de un hábitat de indígenas”.
   Pero Verne también fue un consumado creador de personajes. La mayoría de ellos están desprovistos de las profundidades psicológicas propias de la novela decimonónica, pero no la necesitan. Podrían considerarse “planos” (flat) según la célebre taxonomía de Forster: aquellos que pueden ser caracterizados en muy pocas frases, algo en lo que también Dickens era un maestro. De entre todos los personajes de Verne, Nemo (“Nadie”: se presenta igual que Ulises a Polifemo) es el que sigue siendo mi favorito. Se trata de un héroe oscuro e inteligente, moralmente ambiguo, capaz de compadecer y de aniquilar, explorador y científico (condensó en el Nautilus el saber más avanzado de su tiempo e, incluso, del que iba a venir), filósofo y amante del arte, reformador con huella sansimoniana y, a la vez, olímpico aristócrata; romántico, audaz, atormentado por algo que no llegamos a saber muy bien en qué consiste, pero intuimos terrible. Y, como el hombre libre de Baudelaire, adora el mar, del que obtiene todo lo necesario (incluido tabaco) para él y para sus seguidores. Sabemos poco de él (se desvela algo más en La isla misteriosa), pero con lo que conocemos ya es suficiente para convertirle en mito. He vuelto a frecuentarlo estos días con admiración y agradecimiento retrospectivo. Y, es verdad que, como leer consiste en haber leído, ahora dispongo de herramientas para contextualizarlo y entenderlo mejor. Pero las cambiaría con gusto por revivir mi primer encuentro con él: aquella alegría estupefacta y estimulante que provoca el inesperado descubrimiento de la literatura.

PRENSA CULTURAL. Encontrado un manuscrito de Góngora

Góngora por Velázquez

   En "El País":
Y así delató Góngora al inquisidor...
   En un manuscrito inédito el poeta acusa a un miembro del Santo Oficio.
   Era su antiguo amigo Jiménez de Reynoso, quien vivía amancebado con una mujer.
   Es el primer texto del literaro cordobés hallado desde el siglo XIX.
ANTONIO FRAGUAS. 30 MAYO 2012


     Un refinadísimo esteta del Siglo de Oro hablando de las “inmundicias y suciedades ordinarias” que manchaban unas camisas tendidas al sol tras noches de desfogue sexual. Luis de Góngora (Córdoba, 1561-1627), el padre del sofisticado culteranismo, narrando cómo el inquisidor Alonso Jiménez de Reynoso, para beneficiarse cómodamente a doña María de Lara, mandó abrir un boquete en una muralla “de nueve pies de ancho”. Este es parte del contenido de las cinco páginas manuscritas por el célebre literato, halladas por la hispanista Amelia de Paz, y que han sido presentadas hoy en la Biblioteca Nacional como la gran joya de una exposición dedicada al autor de Soledades.
     Desde el siglo XIX no se hallaba un manuscrito gongorino de semejante peso. El poeta Dámaso Alonso encontró dos renglones con los que el poeta apostilló de su mano una carta dictada. Pero el hallazgo anunciado en la inauguración de la muestra Góngora. La estrella inextinguible. Magnitud estética y universo contemporáneo, organizada por Acción Cultural Española, supondrá un cambio en la forma en que vemos a este clásico.
“La visión que tenemos en España de Góngora es la de un clérigo serio, severo… la del cuadro de Velázquez”, señala por teléfono la hispanista y advierte que, aunque todavía es pronto para establecer conclusiones, este manuscrito mostraría un Góngora más desenfadado y burlón.
     De Paz estudiaba el contexto social de Góngora cuando, revisando la sección de la Inquisición de Córdoba en el Archivo Histórico Nacional, dio con las cinco páginas manuscritas a doble cara. “Ha sido un hallazgo totalmente involuntario”. El texto es una acusación de Góngora contra un inquisidor, su antiguo amigo Alonso Jiménez de Reynoso. El porqué de dicho ataque permanece en el misterio: “Góngora y Reynoso habían sido amigos y por alguna rencilla, creo sobre el padre de Góngora, se enfadaron”, explica De Paz, quien prepara un libro sobre el disoluto inquisidor.


Primera página del manuscrito de Góngora / Acción Cultural Española
     El Santo Oficio tenía su propio sistema de control interno y enviaba a los diferentes tribunales inspectores (los inquisidores visitadores) que evaluaban la conducta del resto de inquisidores, algo así como el departamento de asuntos internos del que se habla en las series policiacas. Góngora aprovechó la visita de uno de esos inspectores para poner de hoja de perejil a su examigo Alonso, quien estaba amancebado con María de Lara, a quien había conocido en Granada y a quien llevó de ciudad en ciudad allá donde fue destinado. El inquisidor no solo mantenía una conducta tenida por inadecuada para un clérigo, sino que además –según Góngora– hizo obras en su nidito de amor “a costa del Rey”, o sea, malversó dinero.
     Ese tipo de testimonios ante la Inquisición solían realizarse de manera oral, por eso el hecho de que exista este texto le añade valor. Góngora fue llamado a testificar por la mañana y alegó no acordarse de nada: “debo recorrer la memoria”. Luego, por la tarde, envió las cinco hojas manuscritas. “Llevó al inquisidor a su terreno, el de la lengua escrita”, señala la hispanista.
     La acusación de Góngora (un personaje influyente en Córdoba, hijo de una conocida familia y racionero de la catedral, o sea, que se llevaba una parte de las rentas del templo) surtió efecto.   “Consiguió quitarse de en medio a Reynoso porque puso en marcha su red de influencias. Reynoso fue sancionado. Lo suspendieron y lo trasladaron a otro tribunal, algo que en realidad fue un ascenso porque lo mandaron a Valladolid, que era una plaza más importante que Córdoba”, cuenta De Paz.
     La hispanista quita importancia a la tórrida relación sexual entre el inquisidor y doña María de Lara, una relación “muy pública y escandalosa”, según Góngora. “Era el típico amancebamiento. Había un consentimiento grande, no solo por parte de la Inquisición, también por la parte de la gente. A poco que uno lea sobre el funcionamiento del Santo Oficio descubre que era más indulgente de lo que se suele creer”.
     La memoria y la obra de Góngora fue la amalgama que catalizó a la Generación del 27. Para culminar el homenaje al poeta cordobés por el tercer centenario de su muerte, el 16 y 17 de diciembre de 1927 la vanguardia poética se reunió en Sevilla: José Bergamín, Juan Chabás, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti y, singularmente, Dámaso Alonso, quien realizó ediciones críticas y estudios, en especial sobre su segunda etapa, la denominada culterana, en la que la inteligibilidad de los textos se subordinaba al efectismo estético.
     La exposición que acoge la Biblioteca Nacional repasa los más de 400 años de influencia de la obra gongorina en la literatura universal. Para ello se muestran centenares cuadros, manuscritos, grabados, dibujos, cartas, esculturas, instrumentos musicales, tapices, partituras, carteles, libros, y revistas.

"Pública y escandalosa"

Extracto del manuscrito de Góngora:

     “Ýtem, e oýdo decir a Álualo de Vargas,paje que fue del dicho ynquisidor, como la dicha doña María era su amiga y entraba y salíade su casa muy de hordinario, y la tenía veinte y treinta días en un aposento alto que llaman de la Torre, donde la entraban por una escalera falsa que está en la principal, que sube a su quarto, y para tener correspondençia a su aposento hiço romper a costa del Rey la muralla de nueve pies en ancho,y el dicho Vargas la bio abrir y trabajar en ella como agora se puede ber por vista de ojos; y que quando el dicho ynquisidor dormía con la susodicha doña María lo echaba él de ver en quatro y seis camisas que había él mudado la noche y estaban tendidas a la mañana en el terrado para enjugallas del sudor, donde hallaba en las delanteras de las dichas camisas las inmundiçias y suciedades hordinarias de semejantes actos, como lo dirá el dicho Áluaro de Vargas”.

PRENSA. Viñeta de Forges

   En "El País" (30 mayo 2012):

miércoles, 30 de mayo de 2012

POESÍA. "Desde el piso diecinueve...", de Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, 1962)

Amalia Iglesias Serna

Desde el piso diecinueve de un rascacielos
el lago Michigan helado, lápida de cristal,
un blues para la noche desde arriba.
Pensar si no habré muerto a miles de kilómetros
y el purgatorio sean diez grados bajo cero,
esos puentes alzados como cruces
o esta soledad de nieve contra el rostro.

PRENSA. "Diez razones para que Goya pinte de nuevo", por Rafael Argullol

Rafael Argullol

   En "El País":
Diez razones para que Goya pinte de nuevo
   Es fácil imaginar una prolífica extensión de sus 'Caprichos y disparates' en la sociedad actual.

Rafael Argullol 13 MAY 2012
 
   Me gustaría ver a Goya en nuestro tiempo. Como a Cervantes o a Buñuel. Goya se sentiría particularmente a gusto, o a disgusto, y tras ser informado de los cambios acaecidos en estos dos últimos siglos, podría ponerse a pintar de inmediato, sin encontrar demasiadas discontinuidades con lo que ya había pintado, y que ahora nosotros contemplamos en los museos. Es evidente que ha habido muchos cambios entre la vida histórica de Goya y la resurrección ficticia que ahora le deseo; pero, tras las apariencias, hay muchas cosas que permanecen inalterables. Un hilo invisible mantiene unidas aquella época que Goya detestó y pintó con tanta intensidad y la nuestra que, en mi ficción, debería pintar. Son innumerables las razones por las que Goya se sentiría, por así decirlo, cómodo en su repulsión a lo que le rodea, algo bien familiar y en nada ajeno. Recurramos, sin embargo, al decálogo: diez razones que Goya convertiría con facilidad en diez escenarios para sus pinturas y grabados.
   1) Como pintor de la Corte que acabó siendo extremadamente crítico con los cortesanos, no creo que Goya se asombrara lo más mínimo al constatar la corrupción de nuestros días. Quizá la encontraría más sofisticada y dispersa que en los suyos, aunque, en lo substancial, similar. Lo peor de la corrupción es el efecto de contagio: el poder busca la complicidad de la entera sociedad y, cuando la consigue -o al menos de buena parte de ella-, la contaminación estalla en todas direcciones. La lucidez de Goya, en su momento, radica en su capacidad para mostrar la extensión de este estallido: la fealdad, la máscara grotesca, se encaja en el rostro del poderoso pero también cubre la fachada de la multitud. La picaresca cimentada en corrupción aprisiona a la entera sociedad. Antes, en esa dirección, escribió Cervantes en El Quijote o en algunas Novelas ejemplares; y después, sin apartarse de ese mismo rumbo, lo filmó Buñuel en Viridiana. No cuesta imaginar una prolífica extensión de los Caprichos y disparates de Goya en la atmósfera nuestra, en la que ahora escandalizan ciertos procesos puestos en marcha, pero que hasta hace bien poco contemplaba electorados que premiaban a los más corruptos con las más rotundas mayorías absolutas.
   2) Goya pintaría muy bien el aquelarre de la nueva corrupción económica aunque aún hilaría más fino al enfrentarse a la espiritual. Al pintor aragonés le repugnaba el desdén de su país hacia la cultura, y esta percepción se le llegó a hacer tan agobiante que, en parte, determinó su exilio final. A los pocos ilustrados españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX les chocaba la belicosidad colectiva contra la cultura. Reconocían que otros países europeos tenían el mismo retraso que España pero lamentaban que, sólo en ésta, se desarrollara una auténtica animadversión. Curiosamente, los pocos ilustrados actuales pueden transmitirse el mismo lamento que sus predecesores. Época viajera la nuestra, tan distinta en eso a la de Goya, los españoles que viajan difícilmente hallarán un destino en el que se tenga tan poco aprecio por la cultura. Goya, hoy, retrataría a individuos bien distintos entre sí, desde el primitivo energúmeno hasta el amanerado ministro, que tienen un común grito de guerra: ¿para qué sirve la cultura? Quizá se le ocurriría representar una nueva procesión del Santo Oficio, en la que desfilara una muchedumbre de ignorantes autosatisfechos.
   3) La entronización de la ignorancia no tiene, siquiera, la justificación que la miseria otorgaba a la época de Goya. A éste, recién llegado, todo el mundo le hablaría de crisis y vacas flacas. Sin embargo, en los años de las vacas gordas, que ahora parecen lejanísimos pero que son bien recientes, no hubo incremento alguno de las bibliotecas particulares de los españoles mientras sí se incrementaban, y mucho, las propiedades y los automóviles de lujo. Décadas de prosperidad no alteraron suficientemente lo que Machado calificaba de “alma quieta” de sus conciudadanos. Goya, pese al actual deterioro económico, pintaría a tipos bastante menos miserables que entonces pero igualmente apáticos, incapacitados para el pensamiento crítico, con escaso sentido de la libertad de conciencia individual.
   4) “Con espíritu burlón y alma quieta”: para completar el verso, o diagnóstico, de Machado, la capacidad de burla se mantiene inalterable. Goya podría volver a captar lo que ya captó magistralmente, cuando pintó y grabó esas máscaras en las que el fanatismo y la intolerancia iban acompañados del sarcasmo y la burla dañina. Nunca de la ironía, pues ésta es un patrimonio de la mente ilustrada, capaz de revelar a través de lo velado, sin intención destructiva. Frente a la ironía, el “espíritu burlón” va acompañado necesariamente del esperpento y el grito. Goya, en sus inicios como pintor, aprendió mucho de las rudas controversias callejeras. Ahora también aprendería lecciones sobre el lado grotesco de la condición humana. No obstante, aún aprendería más si asistiera a debates en tertulias y parlamentos (que son tertulias ampliadas). Allí, entre gritos, burlas y metáforas misérrimas, podría hacer múltiples esbozos para sus nuevos Disparates: le faltarían orejas de asno para tantas cabezas.
   5) También, por cierto, obtendría un aprendizaje añadido para plasmar algo que le obsesionaba tanto como la calumnia y la injuria. ¿Cuántas veces no llegó a pintar Goya el sumarísimo juicio con el que los calumniadores condenan a los demás? La ausencia de espíritu y creatividad propios conducen necesariamente a husmear en la vida de los otros. Sin embargo, lo que en sus tiempos, era pura artesanía malévola, en la actualidad, Goya lo encontraría erigido en monstruoso engranaje que llega a todos los rincones. A su tragicómica perspicacia el pintor aragonés debería añadir el “ojo de Orwell” para capturar los nuevos tribunales inquisitoriales y el reguero de víctimas a los que dan lugar.
   6) Tal vez a Goya, a quien la vieja Inquisición siempre importó mucho, quedara extrañado de la diversificación actual del Santo Oficio. No es que la Iglesia Católica haya quedado al margen pero, por lo general, los templos están vacíos y, aunque los rasgos del cardenal Rouco cuadran admirablemente bien con el ideal del Gran Inquisidor, las inquisiciones de nuestros días siguen otros derroteros. Los grandes acusadores de nuestro tiempo constituyen una cohorte de comunicadores, demagogos, publicistas, políticos y jueces. Ellos dictaminan, desde sus intereses, lo que es moral y lo que es herético. No hay duda de que Goya podría pintar con ellos una gigantesca romería.
   7) En la que no faltarían, claro está, los usureros. Sería interesante ver la reacción de Goya ante el refinamiento social de los usureros que presiden nuestros días desde las instituciones financieras. Con el paso de su vida Goya se fue desesperando al ver que el mantenimiento de los privilegios se armonizaba a la perfección con la ceguera de una multitud, a veces patéticamente fanática, a veces grotescamente festiva. Goya fue el primer pintor europeo en el que fueron perceptibles los movimientos de una masa que acaba aboliendo la libertad individual y el sentido crítico.
   8) Podemos presuponer, a este respecto, cuál hubiese sido la posición de Goya ante las grandes catástrofes del siglo XX. Pero él, primer pintor de la multitud convertida en masa, ¿con qué criterios pintaría los grandes movimientos irracionales que ocupan el actual escenario? ¿Cómo juzgaría la crecientemente angustiosa necesidad de entretenimiento y diversión que, noche a noche, llena nuestras calles con el mismo entusiasmo con el que en sus días muchedumbres enfervorizadas acudían a los autos sacramentales? ¿Cómo afrontaría el, para su inmensa fantasía, inaudito fenómeno de una religión universal, la del fútbol, que moviliza pasiones, voluntades, creencias y sueños alrededor de un juego de pies? No sería improbable que reuniera a esa humanidad en redondel para adorar al Gran Cabrón.
   9) Goya encontraría técnicamente muchas cosas cambiadas ya lo sabemos. No hace falta enumerarlas. Evidentemente esto modificaría su percepción. Incluso es posible que sustituyera el pincel por una cámara, no lo sé. Imposible saberlo. Pese a todo, creo, reconocería con facilidad nuestra naturaleza espiritual y moral, no tan alejada de la de su tiempo. El paisaje le sería familiar.
   10) Tan familiar que si quisiera iniciar su vida profesional en nuestro presente del mismo modo en que la inició en su pasado se encontraría, como pintor de la Corte, a la misma dinastía de reyes. Y entonces podría pintar tranquilizadores retratos familiares, del tipo de La familia de Carlos IV, o, dadas las últimas circunstancias, una nueva versión del inquietante Retrato de Fernando VII, el rey nefasto en el que tantas esperanzas se habían depositado.
 
   Rafael Argullol es escritor.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (24 mayo 2012):

PRENSA CULTURAL. CINE. Sobre "El hombre que mató a Liberty Valance", de John Ford

Fotograma de El hombre que mató a Liberty Valance

   En "El Día de Córdoba":
En el crepúsculo del Oeste
   'El hombre que mató a Liberty Valance', uno de los títulos culminantes del western, dirigido por John Ford y protagonizado por James Stewart, John Wayne, Lee Marvin y Vera Miles, cumple 50 años.

Alfredo Asensi / Córdoba  27.05.2012

    Cuando en el Oeste aflora el conflicto entre la realidad y la leyenda, lo que se cuenta, lo que se transmite, lo que pervive es la leyenda. "Print the legend", en palabras del editor del periódico local de Shinbone, el pueblo al que un joven abogado del Este viaja con una carga de ideales que colisiona con la brutalidad de un mundo cerrado y salvaje en el que la ley que impera es la de las armas y la fuerza. Se cumplen 50 años del estreno de El hombre que mató a Liberty Valance, título mayor del western y del cine, la obra con la que John Ford certificó la deriva otoñal del gran género americano, un relato sobre la distancia, el combate, la confusión entre la realidad y la leyenda, la Historia y el mito, sobre el honor y la valentía, el amor y la redención, la búsqueda de la justicia, la lucha por el futuro y el peso del pasado, un relato sereno y crepuscular, simbólico y romántico, amargo y lírico, rotundo y sutil. Una película deslumbrante.
   El disparo que mata a Liberty Valance es el que Ford dirige al western. Representa el cambio inevitable, el acceso a otro tiempo, a otra fase, a otra nostalgia. Un disparo del que se ofrece una doble perspectiva: la primera corresponde a la leyenda; la segunda, desarrollada en una tercera capa de la narración, a la realidad, el secreto que sólo conocen cuatro personajes y que años después le será revelado por el senador Ransom Stoddard (James Stewart) al editor del diario, que decide no contarlo, no desvelar la verdad. Que perviva la leyenda. Y la historia se clausura con el proyecto de Stoddard y su esposa, Hallie (Vera Miles), de regresar a Shinbone para pasar el resto de sus vidas. Cierre lógico, casi inevitable, para un relato en el que todo queda resuelto y anudado a partir de una dinámica de correspondencias pasado-presente ejecutada sobre una colección de elementos referenciales en la que caben una diligencia, un periódico o una flor de cactus.
   La llegada de Stoddard a Shinbone representa, como la de Jonathan Harker al castillo de Drácula, la intromisión de un elemento luminoso en un ámbito oscuro. Vapuleado de entrada por el vil Valance (Lee Marvin), herido, humillado y cargado de libros, Stoddard se rebela contra los códigos de un territorio que lo acoge con hostilidad y desconfianza al tiempo que proyecta una doble rivalidad: con Valance y con Tom Doniphon (John Wayne), rudo ranchero que participa del mismo sistema de valores que el gran villano de la historia y que disputa al recién llegado el amor de Hallie. Aristas de un mismo conflicto. Tras un periodo de adaptación, Stoddard inicia su proyecto alfabetizador y reformista, invocando la ley, el derecho, la educación, la política y la democracia como argumentos para la construcción del futuro. Pero el discurso choca contra las atávicas perversiones, los instintos selváticos, los usos ancestrales de un mundo marcado por la pólvora, la sangre y la ley del más fuerte, y el pacifista abogado acabará vulnerando su ética, transgrediendo sus más sagradas convicciones, empuñando un arma para derrotar al enemigo, a ese hombre/animal que representa la anulación de toda posibilidad de progreso.
   Trágica y dolorosa, épica y desmitificadora, crónica de una doble metamorfosis, El hombre que mató a Liberty Valance es la historia de un hombre enfrentado a sus peores miedos. La historia de una superación colectiva e individual en la que el protagonismo de Doniphon deviene decisivo. Doniphon permite el cambio porque sabe que es inevitable y es positivo, pero en el camino se deja un mundo y un amor y una casa y un proyecto de felicidad. La secuencia en la que, borracho, salvaje, culpable y héroe, retorcido de dolor por la mujer que no tendrá (la mujer que el viejo orden le adjudicaba legítimamente), quema su rancho en la rotunda noche del Oeste constituye uno de los momentos más colosales, más terribles, más conmovedores del arte fordiano y del séptimo arte.
   Doniphon se queda sin futuro. Con Valance muerto y Doniphon extraviado, el futuro es de Stoddard y Hallie, el futuro es la justicia y el progreso, la escuela y el ferrocarril, la letra y la urna. Aunque una flor de cactus, una diligencia o unas viejas ruinas en el desierto puedan establecer una momentánea pasarela emocional, el Oeste es otro, el país es otro y nosotros los de entonces ya no somos los mismos. A Ford le quedaban algunos años y pocas películas. Al western en sentido amplio le quedaba un confuso porvenir de reformulaciones, reinvenciones, infiltraciones, involución, experimentos, piruetas y olvido, pero en su acepción clásica, en su máxima latitud de autenticidad, le quedaba apenas un soplo y la posibilidad efímera de algún latido postrero de la mano de algún posclásico tan romántico y nostálgico como los mejores personajes de Ford (Eastwood). El hombre que mató a Liberty Valance (uno de los westerns más teatrales y menos paisajísticos del realizador) se desarrolla en su mayor parte como un relato (en flash-back y narrado por Stoddard) dentro del relato principal, con un momento culminante que surge del segundo nivel y es asumido por Doniphon y también en flash-back. Es clasicismo y modernidad, es realidad y leyenda, es una historia vieja y nueva, hermosa y triste, sobre la vida, la muerte y la dignidad. Es cine en estado de máxima elevación, tan vibrante ahora como hace 50 años.

"¿Qué es una crisis capitalista?", por Santiago Alba Rico

Santiago Alba Rico

¿Qué es una crisis capitalista?

   Veamos en primer lugar lo que no es una crisis capitalista.
1. Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
2. Que haya 4.750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
3. Que haya 1.000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista.
4. Que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso no es una crisis capitalista.
5. Que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una crisis capitalista.
6. Que 3.000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no es una crisis capitalista.
7. Que 113 millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista.
8. Que 12 millones de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una crisis capitalista.
9. Que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista.
10. Que 16.306 especies están en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos, no es una crisis capitalista.
   Todo esto ocurría antes de la crisis.
   ¿Qué es, pues, una crisis capitalista?
   ¿Cuándo empieza una crisis capitalista?
   Hablamos de crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener en la pobreza a 4700 millones, condenar al desempleo o la precariedad al 80% del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para 1.000 empresas multinacionales y 2.500.000 de millonarios…
   SANTIAGO ALBA RICO
FUENTE

martes, 29 de mayo de 2012

POESÍA. "Sin razón", de Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, 1962)

Amalia Iglesias Serna

Sin razón

He interrogado hasta el amanecer al pozo
de las preguntas. Es mentira que el corazón
sepa decirse mejor en esa sombra.

He interrogado a la memoria y al camino,
y al cielo turbio que coagulaba dudas.
Pero no bastaba crecer en los escombros
del verbo, ni formular la cicatriz reciente.

Un paisaje de puertas: entran y salen
las mascarillas de la muerte. Un paisaje
de paredes que respiran, de paredes
taladradas por sus ojos insomnes.

Busca inútilmente
el rostro y su verdad, para que el miedo
aprenda a descifrar más despacio los pasos.

Una respuesta bastaría para narcotizar
la angustia, o el sopor de ser
gota a gota un espectro.

Buscas las piezas del puzzle
que faltaban, amontonas los trozos
pero se quedan fuera los detalles.
Una respuesta sólo bastaría...
Pero en los pasillos de la noche
sólo escuchas ese ruido de pies
acostumbrados a arrastrarse
hacia los desiertos.

PRENSA CULTURAL. Entrevista a Hans Magnus Enzensberger, por la publicación de su ensayo "El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo la tutela"


Hans Magnus Enzensberger, el pasado mes de abril en Bilbao. / JESÚS URIARTE ("El País")

  En "El País":
El lado oscuro de la Unión

   A Hans Magnus Enzensberger le gusta mirar, escuchar y oler las cosas antes de escribir sobre ellas. Su último ensayo, 'El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo la tutela', analiza las reglas de juego de la UE y critica su falta de democracia.

Amelia Castilla. 26 mayo 2012

     Llega solo, dando un paseo, resguardado del chirimiri bilbaíno con una larga gabardina. Hans Magnus Enzensberger participa en las jornadas literarias organizadas por la Alhóndiga. De camino al centro cultural, reflexionando sobre los antecedentes políticos del País Vasco, en medio de “un paisaje y una arquitectura muy interesantes”, Hans Magnus Enzensberger concluye que vivimos obsesionados por la política. “En cierto modo nos comportamos como esas personas que se pasan el día lavándose las manos. Se trata de un síntoma muy común en este caso del lado de la política. Si repasamos la historia desde los antiguos griegos, encontramos que la política siempre es idéntica”, asegura en un español más que aceptable. Como recomendación, para librarnos de semejante perturbación aconseja que nos entreguemos a la literatura, que también puede considerase una enfermedad, pero “resulta menos ofensiva. Los libros pueden hacer daño pero no matan, un Kaláshnikov es más letal”.
     A sus 83 años, Enzensberger (Kaufburen, 1929) no se anda con contemplaciones. Ya de niño, siendo apenas un adolescente lo expulsaron de las juventudes hitlerianas por ser un mal camarada. Poeta, ensayista, novelista, biógrafo, ha ejercido como editor, dirigido revistas culturales y escrito tanto que ya no se acuerda de muchas de las cosas que ha hecho. Personalmente no soporta la rutina, necesita cambiar de registro. “Me gusta la profesión pero no sufro, hay escritores que lo viven como una carga. A mí el poeta que se lamenta no me convence. Creo que debemos asumir los riesgos elegidos y no quejarnos. Los que optan por este empleo deben saber que la seguridad en el empleo y la pensión no van con los escritores”.
   Ahora le divierte trabajar en libros pequeños, esos que no pasan de 150 páginas, como El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela, un ensayo muy crítico con la Unión Europea y la falta de democracia de sus instituciones, lo que le ha valido más de un dardo disparado por los propios europeos. “Hay muchas indicaciones de que estamos en la posdemocracia y la Unión se encuentra a la vanguardia en ese proceso. Las sociedades nacionales resultan mucho más cercanas; los políticos del País Vasco entienden mejor a sus habitantes, al fin y al cabo se encuentran inmersos en esa comunidad. La gente no sabe quién es Barroso o la señora Ashton. Son como habitantes de Marte. Que conste que no escribo de cosas que no conozco. Me gusta ver, escuchar y oler antes de hablar. Fui muchas veces a Bruselas y tengo que decir que hasta la arquitectura es monstruosa, parece un ovni. Creo que para sus habitantes, el praliné es más importante que la Unión”. ¿Qué es el proyecto europeo? “Es la Comisión la que decide qué es ser europeo y eso es una arrogancia. En Europa viven 500 millones de personas y son 30.000 funcionarios. Me parece una usurpación”. El mismo título del ensayo, el gentil monstruo, ya sugiere que no hablamos de un régimen de terror sino de algo que se va adentrando poco a poco en la sociedad. “Deciden sobre demasiadas cosas de la vida común y, en algunas, no hay necesidad de que nadie nos diga lo que debemos cultivar o comer. El error de englobar todo en la misma lógica no funciona. Es obvio. No me gusta que los campesinos cuiden sus vacas según las directrices de Bruselas”.
     Enzensberger arranca su ensayo con un elogio a la Unión porque en sus orígenes, en los años cuarenta, la cosa no pudo empezar mejor. Todo son halagos para los padres del invento: Robert Schuman o Jean Monnet. Él mismo se define como un europeísta pero “ahora todo es política y en la política siempre se repiten los mismos elementos”. Defiende a Alemania como garante del destino de Europa. “También el éxito tiene sus penas. Al final somos una gran familia con sus celos y sus envidias, están los que no tienen trabajo y no pueden pagar el alquiler del piso y las emociones que eso genera no resultan positivas”. Como colofón suelta una última boutade: “Bruselas queda en Europa, pero Europa no queda en Bruselas”, concluye, tras aclarar que no se siente un experto en nada: “Solo soy un escritor”.
     Como lector se define “omnívoro”. Acaba de escribir una poesía sobre las medusas y se ha documentado a tope sobre ellas. “Las cosas deben tener un fondo, tienes que saber cinco o diez veces más de lo que utilices, eso vale también para el periodista”. Y riendo pone el ejemplo que define bien al mal corresponsal: “A los dos días de estar en Birmania escribe, después de tres meses simplemente se cita”.


El gentil monstruo de Bruselas o Europa bajo tutela. Hans Magnus Enzensberger. Traducción de Richard Gross. Anagrama. Barcelona, 2011. 112 páginas. 11,90 euros (electrónico: 9,49).

PRENSA. Sobre la asignatura 'Educación para la ciudadanía", editorial


   En "El País":
Educar para asentir

El País 27 MAY 2012

   Cuando ya parecía asentada en las aulas y su enseñanza se desarrollaba libre de litigios judiciales y tensiones partidistas, la asignatura de Educación para la Ciudadanía vuelve a estar en el centro de la pugna política. Introducida en 2006 para permitir que los escolares puedan formarse como ciudadanos responsables y comprometidos en una sociedad democrática y globalizada, su contenido va a ser modificado de nuevo. Tres comunidades (Andalucía, Cataluña y País Vasco) han anunciado su rechazo y su intención de no aplicar los cambios.
   El ministro de Educación ha justificado los cambios en la necesidad de que el temario “esté libre de cuestiones controvertidas y susceptibles de adoctrinamiento ideológico”, pero lo que hace la reforma es suprimir unos contenidos que molestan por razones ideológicas al PP o a los sectores más integristas de la Iglesia católica, como las referencias a la homofobia o las desigualdades sociales y de género, para introducir otros, como la defensa de la iniciativa privada, que no son menos ideológicos y que también se prestan al adoctrinamiento.
   Puede estar bien incorporar nuevos contenidos como el “deber de transparencia en la gestión pública”, pero no a costa de suprimir otros como la relación entre “riqueza y pobreza”. Con la excusa de evitar controversias, se eliminan o edulcoran contenidos que tienen que ver con las desigualdades o los conflictos sociales, pero se introducen otros como “el terrorismo”, “el fanatismo religioso” o “los nacionalismos excluyentes” igualmente controvertidos, de modo que lo que en realidad hace el PP es sustituir unas cuestiones controvertidas por otras más gratas a su ideología.
   Pero la pretensión misma de justificar los cambios en aras a evitar “controversias”, aunque en realidad no sea eso lo que hace, supone toda una declaración de intenciones sobre cómo se concibe la asignatura. Pretender que cuestiones como la desigualdad o la homosexualidad deben salir del aula significa impedir la función educadora de la escuela. Educar es preparar para la vida y, aunque se ignore en el aula, en la vida hay pobreza y desigualdad, y los escolares tropezarán con ella y algún día se relacionarán con personas homosexuales, o lo serán ellos mismos. Abordar estas cuestiones “controvertidas” les ayudará a hacerse un criterio, a madurar y a respetar la diferencia. A ser, si quieren, ciudadanos comprometidos. Aceptar la controversia es educar para ejercer una ciudadanía crítica. Evitarla es educar para el asentimiento.

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (28 mayo 2012):

IES "Maimónides". Presentación de la novela "Olivas negras", de Manuel del Pino

   Ayer, en el salón de actos de nuestro instituto, presentado por Bernardo Ríos, coordinador del proyecto lector, Manuel del Pino, compañero de Filosofía, presentó su novela "Olivas negras". Asistieron al acto los alumnos de 4º de ESO y de 1º de bachillerato, acompañados por sus profesores.
   Manuel del Pino habló sobre la novela, su gestación, sus personajes, y leyó unos fragmentos.
   Podemos ver unas fotos del acto:
Manuel del Pino

Alumnos y profesores asistentes al acto

lunes, 28 de mayo de 2012

POESÍA. "Cultivo esperas", de Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, 1962)

Amalia Iglesias Serna

Cultivo esperas

Cultivo esperas en el jardín de la muerte.
Todas las calles escriben esquejes en mis brazos
y algunas flores tiran de mí como cadenas.

Despertamos hortelanos de nuestro cuerpo en sombra,
cada uno arrastra su alambrada invisible,
sabe que existe una puerta sólo suya
en el azar del horizonte.
Cada uno escucha entre la hojarasca
la voz de su propio dios vencido,
se apresura a nombrarlo.

Todos los días son un buen día
para quemar las zarzas
y el corazón se hace más fértil
con los despojos de todas las edades.

Cultivo esperas en el jardín de la muerte,
los surcos sueñan
con el campo abierto de los pastizales,
con la niña que sembraba sus trenzas
y esperaba ver crecer el paraíso.

domingo, 27 de mayo de 2012

PRENSA CULTURAL. Sobre la novela "Una misma noche", de Leopoldo Brizuela, premio Alfaguara. Primeras páginas de la novela

El escritor argentino Leopoldo Brizuela en el madrileño Parque del Retiro. / ULY MARTÍN ("El País")


   En "El País":
Esta no es otra novela más sobre la dictadura argentina
   Leopoldo Brizuela recoge el premio Alfaguara por ‘Una misma noche’.
   Afirma que "hay hechos que solo puedes recordar si te acompaña la sociedad entera".

Verónica Calderón 26 MAY 2012

   El escritor Leopoldo Brizuela (La Plata, 1963) cuenta que los argentinos que vivieron bajo la dictadura militar (1976-1983) conservan pequeños hábitos que les cuesta abandonar. No suelen pasear frente a edificios públicos. No salen a la calle sin sus documentos. Y si un ser querido cae en manos de la policía, pasan algo de miedo. “Incluso los de derechas”, apostilla.
   Vestido con vaqueros y zapatillas, Brizuela no aparenta sus casi 50 años. El autor de la novela ganadora del XV Premio Alfaguara, Una misma noche, pregunta si los lectores españoles son “tan duros como en Argentina”. Explica que la primera crítica que recibió sobre su obra fue: “Ah, otro libro más sobre la dictadura”. Y rebate: “Pues qué voy a hacer. Debo de escribir sobre lo que he vivido”.
   La historia, en efecto, se sitúa en los terribles años de la dictadura militar (o cívicomilitar como es reconocida desde hace pocos años). Pero es verdad que no se trata de “una novela más sobre la dictadura”. El relato se sumerge en los recuerdos y la memoria —no necesariamente lo mismo— de Leonardo Bazán, un escritor argentino —que comparte las mismas iniciales que Brizuela, detalle no casual— que ve en su juventud el secuestro de una vecina y calla durante años esa experiencia. Hasta que otro crimen, un asalto, ocurre en la misma casa. Y entonces comienza a recordar.
   Igual que Bazán, Brizuela fue testigo en su adolescencia de un secuestro en una casa vecina. Recuerda que tocaba el piano y que, aun cuando los militares interrogaban a sus padres, no dejó de tocar. Y al igual que Bazán, ni él ni sus progenitores hablaron de ello. Hasta que un día, se produjo un asalto en la misma casa. “Se parecía tanto” que, explica, la necesidad de escribirlo vino de repente. Así nació Una misma noche.
   Su obra es más que un retrato sobre esos años negros y ocultados durante mucho tiempo en la historia de Argentina, que se saldaron con la desaparición de cerca de 30.000 personas. Porque más que relatar el horror, Brizuela se concentra en lo que callaron los testigos, por miedo o por instinto de supervivencia. “Mi recuerdo no encajaba en ninguna de las categorías habituales de los relatos de la dictadura. Yo no tenía en mente escribir una historia épica. Solo quería, tenía que contarlo. La mayoría de las historias que se escuchan en Argentina son heroicas. Cómo gente común salvó a otros. Quizá es lo único que ahora podemos escuchar. En la memoria histórica, solo se repiten las historias que no avergüenzan, pero poco a poco irán apareciendo las otras. El protagonista se va volviendo menos bueno. Y tampoco lo condeno”.
   El recuerdo que obsesiona a Bazán sirve para la catarsis de Brizuela. “Era tal la negación de los primeros años después de la dictadura que tardé mucho en recomponer el lugar y los hechos. Sabía lo que había ocurrido en cada sitio, pero la conclusión de que en todas las casas había pasado algo vino mucho después”. Y defiende que para que una sociedad supere el trauma colectivo de una dictadura es necesario recordar. Pero juntos. “Hay hechos que solo eres capaz de recordar si te acompaña la sociedad entera. No solo para evitar que se olvide, sino para soportar el recuerdo”.
   El asalto ocurrido en 2010, que sirve como detonante para la novela (en su trama y creación), provocó que el escritor reparase en un detalle “sobrecogedor”: el crimen dura un instante, sus secuelas toda la vida. “Muchas familias han pasado 34 años pensando en sus seres queridos y para el agresor y la víctima el crimen solo fue un segundo. Un momento te puede marcar para toda la vida”.

ASÍ COMIENZA LA NOVELA:
                                                                  2010
   Si me hubieran llamado a declarar, pienso. Pero eso es imposible. Quizá, por eso, escribo.
  
   Declararía, por ejemplo, que en la noche del sábado al domingo 30 de marzo de 2010 llegué a casa entre las tres y tres y media de la madrugada: el último ómnibus de Retiro a La Plata sale a la una, pero una muchedumbre volvía de no sé qué recital, y viajamos apretados, de pie la mayoría, avanzando a paso de hombre por la autopista y el campo.
   Urgida por mi tardanza, la perra se me echó encima tan pronto abrí la puerta. Pero yo aún me demoré en comprobar que en mi ausencia no había pasado nada —mi madre dormía bien, a sus ochenta y nueve años, en su casa de la planta baja, con una respiración regular—, y solo entonces volví a buscar la perra, le puse la cadena y la saqué a la vereda.
   Como siempre que voy cerca, eché llave a una sola de las tres cerraduras que mi padre, poco antes de morir, instaló en la puerta del garaje: el miedo a ser robados, secuestrados, muertos, esa seguridad que llaman, curiosamente, inseguridad, ya empezaba a cernirse, como una noche detrás de la noche.
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viernes, 25 de mayo de 2012

PRENSA. "Amén", por Juan José Millás

Juan José Millás

   En "El País":
Amén

Juan José Millás 25 MAY 2012

   La palabra panceta tiene prohibida la entrada en todos los poemas, igual que la palabra sebo o la expresión lentejas con chorizo. Hay a la entrada de la poesía, como a la entrada de las discotecas, gorilas tatuados que dicen tú sí, tú no, gorilas que no conocen el usted, que tampoco dejarían entrar a la palabra usted en un local de alterne al modo en que en muchos clubes no dejan entrar a los negros o a los asiáticos o a los de Cabezón de la Sal. Por qué yo no, pregunta la palabra rechazada. Es sábado noche y a las palabras les gusta abandonar la frase en la que viven o malviven y echar una canita al aire. Por qué yo no. Tú no por panceta y tú no por sebo y tú no por gilipollas, responde el gorila tatuado, como si la palabra gilipollas fuera boba, que viene a ser lo mismo que pensar que la palabra lista es lista y la palabra baja, baja, y que la expresión reforma laboral significa reforma laboral en lugar de despojo, robo, abuso, usurpación, saqueo, latrocinio, atraco, depredación, asalto, violencia. Violencia, se entiende, laboral y asalto laboral y depredación laboral y atraco laboral y latrocinio laboral y saqueo laboral y usurpación laboral y abuso laboral y robo laboral y despojo laboral. Urge introducir en un poema la expresión reforma laboral, no en un poema lírico, claro, donde para mi gusto encajarían mejor la panceta y el sebo, tampoco en uno de carácter místico, en el que no sobrarían sin embargo las lentejas con chorizo, pero sí en una poesía de denuncia, que es ahora mismo la poesía de las clases amenazadas por los gorilas gubernamentales que pretenden dictar el significado de las palabras. Un poema que quede en la memoria del movimiento obrero y de la insumisión ciudadana y de la lucha sindical, un poema, por Dios, que los retrate y nos retrate para siempre, por los siglos de los siglos, amén.

PRENSA CULTURAL. Un siglo de "Campos de Castilla', de Antonio Machado. Reportaje

Antonio Machado, por Sciammarella ("El País")

   En "El País":
Estos versos salvaron la vida a Machado
   Se cumple un siglo de la edición de 'Campos de Castilla': un poemario reseñado en su día por Azorín, Ortega y Unamuno y cuya conciencia crítica conserva toda su vigencia.

Javier Rodríguez Marcos 24 MAY 2012
 
   "Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil, no tenía derecho a aniquilarla". La carta que a finales de 1912 Antonio Machado envió a Juan Ramón Jiménez retrata bien la borrasca vital que estaba atravesando el primero. En la primavera de ese año —nueve después de publicar Soledades— había aparecido su segundo libro de poemas: Campos de Castilla. Si el primero le había conseguido más prestigio que lectores, el nuevo fue un éxito desde el principio: con una primera tirada de 2.300 ejemplares —más optimista incluso que las que se hacen hoy—, el poemario fue reseñado en España y América por críticos como Unamuno, Azorín y Ortega. Superado el simbolismo modernista, llegaba la hora de la Historia, la poesía como "palabra en el tiempo". El lirismo intimista daba paso a la conciencia crítica: solo el racionalismo europeo podía atajar la beata ignorancia española. "Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora", dicen unos versos en los que solo una lectura superficial podría ver, siguiendo el tópico noventayochista, una exaltación de los valores de ninguna patria.
   La cruz de la moneda fue, en las mismas fechas, la salud de su mujer, Leonor Izquierdo, enferma de tuberculosis. El poeta y la muchacha —el episodio ya forma parte de la crónica rosa de la literatura— se habían casado cuando él tenía 34 años y ella, 15. Fue en 1909, en Soria, la ciudad en la que Machado enseñaba francés desde dos años antes mientras vivía en la pensión regentada por la madre de la novia. En 1911, durante un viaje a París, Leonor vomita sangre y la pareja vuelve a España gracias a "250 o 300 francos" que les adelanta Rubén Darío. A las 10 de la noche del 1 de agosto de 1912, Leonor muere. “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar", se lamentó el escritor en un celebérrimo poema que terminaría formando parte de las nuevas ediciones de Campos de Castilla.
   Abatido, Machado deja Soria y, con el nuevo curso, cambia su plaza de profesor al Instituto General y Técnico de Baeza. Allí escribe muchos de los poemas que convertirán la segunda edición de Campos de Castilla (1917) en otro libro casi, uno de los más influyentes de la literatura española del siglo XX. Desde el primer verso —"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla"— hasta el torpe aliño indumentario pasando por ser bueno (en el buen sentido de la palabra), distinguir las voces de los ecos, partir ligero de equipaje, la curva de ballesta del Duero o la España de charanga y pandereta, el poemario ha sido un semillero de expresiones para el habla popular, al que, de hecho, tanto debe. Si a ello se le añaden los proverbios y cantares —"caminante, no hay camino"— en la voz de Joan Manuel Serrat para su disco de 1969 o, más recientemente, la sombra de Caín en la de Robe Iniesta (Extremoduro), queda patente la vigencia de la obra de Antonio Machado. En los libros y en la calle.
   "Machado es lo más parecido que tenemos en España a un poeta nacional", dice Luis García Montero, escritor y catedrático de literatura de la Universidad de Granada. "Sus versos están en el vocabulario común, a veces, incluso malinterpretados, porque cuando habla de las dos Españas en Campos de Castilla no se refiere a la izquierda y la derecha, sino a los conservadores y liberales que se alternaban en el poder durante la Restauración, un periodo de descrédito de la política en el que había una distancia abismal entre la España oficial y la real".
   García Montero se dio a conocer como poeta en los años ochenta reivindicando un cambio de actitud estética resumido en una fórmula tomada de Machado: la otra sentimentalidad. Frente a la sensibilidad, que se cree abstracta y pura, se trataba de "asumir que los sentimientos son un producto histórico y que la indagación de la intimidad podía ser una labor tan cívica como el compromiso político".
   Para los poetas más jóvenes de la democracia, Machado sirvió también como punto de unión con los de la generación del 50. El realismo crítico de Campos de Castilla y su muerte en el exilio después de atravesar la frontera francesa junto a los derrotados de la Guerra Civil convirtieron a Machado en un símbolo. Hasta el punto de que en 1959, vigésimo aniversario de su muerte, una visita a Collioure fue uno de los hitos promocionales de aquella generación de autores hoy clásicos. Para la foto del día posaron en el cementerio Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. Este último es el único superviviente de la foto, privilegio que, dice, le parece "un dato más bien alarmante" y le produce una "ingrata sensación de pérdida". Pese a ser el menos realista, por barroco, de los poetas del grupo, Caballero Bonald recuerda el papel que la figura de Machado jugó para su generación: "Se convirtió para todos nosotros en el paradigma de una filosofía social y un enfoque crítico de la cultura que coincidía con el programa poético que entonces se intentaba movilizar". Su comportamiento, "sus limpias actitudes humanas y políticas, su figura intachable de defensor de la República, supusieron un punto de referencia ideológica tan oportuno como integrador". Cien años después de la aparición del libro que lo consagró se ha matizado mucho la disyuntiva entre simbolismo y realismo, pero Machado continúa siendo un ejemplo de decencia y la gente sigue usando sus versos como si fueran expresiones pulidas por los siglos. No hay mejor posteridad para un poeta.
 
El camino hacia una obra esencial
   -Antonio Machado llegó a Soria con 32 años, en 1907, para ocupar una cátedra de francés de instituto. Ni siquiera era licenciado. No era obligatorio para presentarse a las oposiciones. Lo sería, en Filosofía, en 1918, con 43 años (el bachillerato lo había obtenido con 25).
   -En 1909 se casó con su amor, Leonor Izquierdo. Con ella, y gracias a una beca de 250 pesetas de la Junta de Ampliación de Estudios, viajó a París y asistió a las conferencias del filósofo Henri Bergson.
   -En 1910 adelantó en la revista La lectura "Por tierras del Duero", luego incluido en Campos de Castilla. Ante la indignación de algunos sorianos por la negra visión que recogen sus versos, el poema terminó titulándose "Por tierras de España".
   -En 1912 publica Campos de Castilla. La segunda edición, muy ampliada y canónica hoy, aparecería dentro de sus Poesía completas en 1917. Las publicó la Residencia de Estudiantes, cuyo director de publicaciones era Juan Ramón Jiménez. El libro fue un éxito desde el principio: con una primera tirada de 2.300 ejemplares.

POESÍA. "Juegos presocráticos", de Amalia Iglesias Serna (Menaza, Palencia, 1962)

Amalia Iglesias Serna

Juegos presocráticos

Ningún río puede atravesar dos veces al mismo hombre.
La naturaleza es dadivosa pero insegura,
la suerte, en cambio, se basta a sí misma.
Vislumbre de las cosas que se muestran son las cosas ocultas.
No existe vacío sin movimiento.
No es posible que sea todo lo que no es siempre.
Pues el vacío (de no ser infinito) confinaría con el límite.
El día es nuevo cada sol.
La diferencia de las cosas engendra las causas.
A destinos más grandes, más grandes muertes tocan.
La muerte, en su huida de los hombres, los va persiguiendo.
Los ojos duros ven mejor que los húmedos.
El niño es un tiempo que juega.

PRENSA. "Aforismos", por Juan José Millás

Juan José Millás

   En "El País":
Aforismos

Juan José Millás 18 MAY 2012

   El exceso de información nos ha convertido en una sociedad ignorante al modo en que la abundancia de libertades económicas nos ha hecho esclavos de los poderes financieros. Ya ven: todo conduce a su contrario. Así, Bankia fue intervenida porque funcionaba bien y a Rato lo arrojaron por la borda para premiar una gestión brillante como pocas en el panorama actual. En realidad, no lo arrojaron por la borda, se fue porque quiso, pero se fue porque quiso al mismo tiempo que lo arrojaban por la borda. Estas acciones simultáneas y excluyentes, también muy de la época, ya no nos causan extrañeza. Ni el mismo Rato sabe, a estas alturas, si se lo quitaron de encima o se marchó de forma voluntaria. Además le da igual, pues lo importante es que entre lo que pilló tacita a tacita mientras hundía Bankia y lo que le hemos dado de indemnización por dejar de hundirla, se va con el riñón forrado. Cabe preguntarse por qué indemnizamos a quien nos lleva a la ruina en lugar de a sus víctimas. Pues por la misma lógica que el exceso de información nos ha conducido a la ignorancia y el de libertades a la esclavitud. Para recuperar la lógica de antaño, y con ella la libertad y el conocimiento, tendríamos que volver a la sencillez aforística, que es lo que hizo Botín el otro día al proclamar que el banco malo no es bueno.
   ¡Cuánta sabiduría hay en lo obvio! El banco malo no es bueno; el hombre alto no es bajo; la mujer rubia no es morena; el ascensor estrecho no es ancho; el caballo no es perro, etc. Comparen ese discurso diáfano con el de Luis de Guindos acerca del Banco de España: el Banco de España, dijo, es una institución muy prestigiosa que pronto recuperará su prestigio. ¿Cómo va a recuperar lo que no ha perdido?
   O mentía en la primera parte de la proposición o mentía en la segunda, aunque, conociéndole, quizá mintiera en las dos.

PRENSA CULTURAL. "Tony Judt dicta su epílogo al siglo XX", reportaje

Jóvenes besándose ante el Muro de Berlín / LUIS MAGÁN. "El País"

   En "El País":
Tony Judt dicta su epílogo al siglo XX
   Enfermo de ELA, el historiador británico condensó su biografía y su testamento intelectual en un libro escrito a partir de un diálogo con su colega Timothy Snyder.

Tereixa Constenla 21 MAY 2012
 
   Entre el invierno y el verano de 2009, cada jueves, el historiador Timothy Snyder tenía la misma cita. Un tren y un metro le trasladaban hasta la casa neoyorquina de Tony Judt. En el vestíbulo le aguardaba el historiador británico, que en los primeros encuentros todavía le recibía de pie aunque era incapaz de abrirle la puerta. La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) ya campaba a sus anchas por el organismo del ensayista aunque respetaba un reducto sagrado: la mente. Snyder había concebido una idea genial para burlar la enfermedad y prolongar la vida intelectual de su colega durante un tiempo: escribir un libro hablado. A partir de las conversaciones de los jueves de 2009, en las que ambos colegas dialogaron sobre historia, pensamiento y vivencias personales, se ha tejido Pensar el siglo XX (Taurus), el libro póstumo de Tony Judt, que falleció en agosto de 2010.
   En el epílogo, Judt confiesa su escepticismo ante la oferta. Hacía tres meses que le habían diagnosticado la enfermedad. Tenía un libro en mente y también la certeza de que la investigación para culminarlo estaba fuera de su alcance. “Mi enfermedad neuronal no iba a desaparecer y si quería seguir trabajando como historiador, necesitaba aprender a hablar mis pensamientos: la ELA no afecta a la mente y en general no es dolorosa, de modo que uno es libre de pensar”.
   Antes que él, Snyder había visto el camino: “El día que me di cuenta de que ya no iba a poder usar sus manos le propuse que escribiéramos un libro juntos”. Familiarizado con los ensayos construidos a partir de conversaciones —de larga tradición en la historia de Europa del Este en la que está especializado el profesor de Yale—, Snyder recuerda con ambivalencia el proceso: la tristeza ante el deterioro físico irreversible de su colega y la satisfacción de construir algo juntos, entre dos de los grandes historiadores contemporáneos. “Él podía concentrarse en lo que tenía, que era una incomparable mente llena de ideas y recuerdos. Pensamos y nos reímos juntos y a veces nos provocamos, pero lo más importante es que este libro destaca el valor de la lectura, la conversación y el respeto mutuo”, explica Snyder por correo electrónico.
   El resultado ha sido un peculiar ensayo que hibrida tres almas: la biografía de Judt, la historia del siglo XX y el tratado sobre las ideas. Todas las mentes que, para bien o para mal, condicionaron la vida y el pensamiento de la pasada centuria desfilan por la obra. El duelo económico entre Keynes y Hayek, Freud y la efervescente Viena de fin de siglo, los fascismos, la aniquilación judía y la banalidad del mal de Hannah Arendt, la expansión del marxismo y la decepción que se escapaba del telón de acero hasta que lo tumbó en 1989, la mala noche de sexo (y, relacionada o no, su ruptura ideológica) entre Arthur Koestler y Simone de Beauvoir, el mayo del 68... Tony Judt también estaba allí y su recuerdo está teñido de desconfianza, aunque nadie mejor que un inglés para dar lecciones de revoluciones descafeinadas, a la vista de la deliciosa anécdota de sus tiempos de Cambridge.Tras correr e increpar al ministro de Defensa, Denis Healey, por la guerra de Vietnam, un policía inquirió a Judt:
   —¿Qué tal ha ido la manifestación, señor?
   “Y yo, sin encontrar nada de extraño o absurdo en la conversación, me volví y le respondí: Yo creo que ha ido bastante bien, ¿no? Y continuamos nuestro camino. Esa no era forma de hacer una revolución”.
   Judt tuvo más éxito con la historia que con las revueltas políticas. Las mil páginas de Postguerra le auparon entre los grandes. Acaso uno de los secretos de su solidez intelectual radique en su vocación política y su precoz inmersión en acontecimientos y corrientes que delinearon el mapa ideológico del pasado reciente. “Nunca hemos perdido del todo la sensación de que no se puede entender por completo el siglo XX si en algún momento no compartiste sus ilusiones, y la ilusión comunista en particular”, defiende en el libro. Y él pasó por varias de sus fiebres antes de ser definido por Snyder como “un rebelde de la izquierda, pero no un rebelde contra la izquierda”.
   Judt llegó al marxismo a la edad en la que otros a duras penas traspasan el umbral de la adolescencia -su padre le regaló los tres tomos de la biografía de Trostky a los 13 años-, no mucho más tarde se convirtió en un sionista practicante que coqueteó con la idea de establecerse en un kibutz socialista en Israel recogiendo plátanos. “Me introduje en los círculos, aprendí el idioma en ambos sentidos, literal y políticamente. Yo era uno de ellos… Estar dentro significaba mirar con desdén a los no creyentes, ignorantes, incultos”.
   Quizás abrazó el sionismo porque no le habían educado como judío: su madre se erguía para escuchar los discursos de la reina y asistió horrorizada al sarampión fanático de su hijo, que había crecido sintiendo que su casa era un idioma -el inglés- antes que un país -Inglaterra-. Pasar por el sionismo le dio toda la fuerza moral para decir lo que pensaba años después: “En los próximos años Israel va a devaluar, socavar y destruir el significado y la utilidad del Holocausto, reduciéndolo a lo que mucha gente ya dice que es: la excusa para su mal comportamiento”. A quienes le reprochaban su posición asertiva, replicaba: “Un historiador sin opiniones no es muy interesante, y sería muy extraño que el autor de un libro sobre su propio tiempo careciera de una visión intrusiva de la gente y las ideas que lo protagonizaron”.
   El sionismo fue su manera de rebelarse contra su condición de inglés de segunda fila -hijo de emigrantes judíos del Este, de clase media-baja-. Solo la sensatez de sus padres impidió su deserción académica y posibilitó que, en los sesenta, Judt se convirtiese en uno de los advenedizos que accedía a Cambridge, que por vez primera abría las puertas a estudiantes con familias que carecían de títulos universitarios, e incluso de secundaria. En estos tiempos de marcha atrás es útil recorrer su biografía para apreciar la magnitud de su éxito, para tener presente que antes de ser profesor en las universidades de Cambrigde, Berkeley, Oxford y Nueva York, fue un prototipo de chico de clase baja al que le dieron una oportunidad.