Hacer el café no es cocinar
Por: Alejandra Agudo | 03 de julio de 2012
Una joven, no llega a los 30 años, le dice a otra amiga mientras toman un café en un receso del trabajo: “Yo tengo mucha suerte, mi marido me ayuda con la casa”. Esta frase, y que ha venido a impartir un curso sobre literatura a la Universidad Menéndez Pelayo en Santander, es la excusa para conversar sobre la situación actual de la mujer en la sociedad con Ana María Moix. La escritora, cuyo nombre va muchas veces acompañado en las crónicas con la indicación “hermana de Terenci Moix”, más que con un listado de sus obras, es feminista y lo dice. Durante años puso su pluma al servicio de la lucha feminista en una editorial y una publicación cuyo objeto no era más que ese. “En Vindicación Feminista queríamos concienciar a las mujeres”, dice.
Pitillo en la mano, fuma tabaco de liar y sin filtro, viste traje de chaqueta blanco y habla pausadamente. “Las cosas han cambiado; hay luchas que se ganaron como el divorcio, el uso de anticonceptivos… la situación antes era medieval”. “Pero no hay que dar las cosas por conseguidas”, advierte. “Muchos hombres dicen que en su casa cocinan los dos, pero en realidad lo que ellos hacen es el café. La mujer esta doblemente explotada, porque trabaja pero sigue encargándose de la casa. En este último aspecto no ha cambiado nada. Las mujeres de ahora no sé como lo hacen: tienen que estar guapas, llevar la casa, cuidar de los enfermos del hogar, los niños y trabajar. No sé de dónde sacan el tiempo”. Para Moix el gran reto feminista del siglo XXI es que el trabajo “doméstico sea de los dos”. De verdad y no de palabrilla.
En su campo, Moix también reconoce machismo. ¿Tienen las mujeres intelectuales, las escritoras, el mismo reconocimiento que los hombres? “No, los jurados de los premios siempre son hombres. Mujeres que escriben hay. Y venden; pero que los hombres sean los que deciden viene de costumbre de siglos. Además, las mujeres cuando hablamos de intelectuales citamos a hombres. Los hombres no hablan de mujeres”, zanja. Moix piensa que es muy difícil cambiar ese dominio de los hombres que viene de muy atrás, pero tiene esperanza en la gente joven y la educación desde el colegio. Son las mujeres las que tienen que ir propiciando los cambios.
Los retos ahora son menos tangibles que hace 30 años, como la brecha salarial entre hombres y mujeres, la repartición de tareas en la casa o quién asume el cuidado de los hijos. “Ahora el machismo es más sutil, salvo la violencia de género”, afirma Moix. Insiste en que los malos tratos son una lacra, y en este caso, sí cree que son los hombres los que tienen que liderar la lucha para acabar con ella. “Si fuera al revés, que las mujeres mataran a sus maridos, el problema ya estaría resuelto, habrían hecho leyes. No quiero decir que los jueces o las fuerzas policiales estén contentos con esto. Pero de ser hombres las víctimas, no existiría”. Para la escritora la erradicación de la violencia machista tiene que venir de los que, precisamente, tienen el poder en estos momentos: los hombres. Y añade: “Tendría que haber una manifestación diaria”.
Tras una hora de conversación disfrutando de la brisa del mar, Moix acaba su pitillo que ha fumado por etapas. Vuelve a clase en el curso que imparte. Hablará de Ana María Matute, quien menciona en casi todas sus conferencias. Ella sí que se acuerda de las mujeres literatas. Y de los hombres. No da clases de feminismo, pero es una feminista dando clases, y eso se nota. Quizá en las pequeñas conversaciones continúe el camino hacia la igualdad que empezó con la incorporación de la mujer al trabajo tras la II Guerra Mundial –“Siempre hay una motivación económica”- y concluirá el día en que las mujeres sean las que hacen el café después de la comida. Solo el café.
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