martes, 10 de julio de 2012

PRENSA CULTURAL. "El primer patafísico", por Manuel Rodríguez Rivero

Manuel Rodríguez Rivero

   En "El País":
El primer patafísico

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 07/12/2011

   ¿Cómo es posible componer una biografía de alguien que invirtió buena parte de su breve existencia en construirse una máscara tras la que ocultarse? O, aún más difícil, ¿de alguien que dio vida a un personaje tan poderoso que terminaría por absorberlo y fagocitarlo, hasta el punto de que ni siquiera sus íntimos podían precisar dónde terminaba el creador y empezaba su criatura? Bueno, pues eso es lo que ha intentado Alastair Brotchie en su Alfred Jarry: a pataphysical life (MIT Press, 42 páginas) un apasionante, aunque desigual, relato biográfico de quien, junto con Isidore Ducasse, conde de Lautréamont (1846-1870), está considerado uno de los precursores del modernismo literario europeo. No es que la de Brotchie sea la primera biografía del escritor, pero sí la única escrita desde la perspectiva de un patafísico anglosajón, lo que no deja de tener interés. Y, posiblemente, también la mejor investigada hasta la fecha.
   A Jarry (1873-1907) lo hizo famoso Ubú, el personaje en que se expresa toda una revolucionaria poética que tenía como objetivo la radical puesta en cuestión de la literatura como entonces era entendida. Desde aquel Merdre! -transgresor hasta en la ortografía-, que lanzó al público en su primera aparición en escena (1896), Ubú tenía madera de arquetipo. En ese monarca avaricioso, arbitrario, traidor, cobarde y glotón, cuya imagen todavía se invoca para conjurar el absurdo agresivo y dañino del poder, puede rastrearse la huella de Rabelais, una de las lecturas favoritas de Jarry, pero también ese "desenfreno de la inteligencia" que fascinó a Apollinaire, y que hacía bandera de una idea-fuerza que iba a nutrir una parte importante de la ideología de las vanguardias que se estaban fraguando en Europa a principios del siglo XX: el mundo es una ficción, un gigantesco e ininteligible juego que la literatura reinventa y cuyos límites amplía hasta el infinito.
   Redescubierta tempranamente por los surrealistas (Bréton afirmaba que después de él la literatura entraba en terreno minado), la prolija obra literaria de Jarry, hoy embalsamada en tres volúmenes de La Pléiade, ha inspirado una larga progenie de rupturas y experimentos: desde Dada y el surrealismo, hasta los llevados a cabo por escritores y creadores agrupados en torno a la revista Le Grand Jeu (1927-1930), el Colegio de Patafísica (fundado en 1948) o, más recientemente, OuLiPo (de 1960 en adelante). En todos ellos se percibe la herencia fructífera de ese espíritu de juego tan caro a Jarry, y cuya formulación más amplia se halla en la póstuma (aunque escrita en 1898) Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (1911), una delirante novela en la que el juego, la lógica llevada al extremo, y el humor negro, muy parecido al de los surrealistas, se confabulan para ilustrar el potencial de esa nueva ciencia "de las soluciones imaginarias", de los epifenómenos, y de las reglas que subyacen a las excepciones, que es la patafísica.
   Brotchie intenta dilucidar en su biografía de Jarry la meteórica trayectoria vital de aquel provinciano, adscrito inicialmente al decadentismo simbolista, que llegó a elaborar un corpus literario (novelas, cuentos, comedias, poemas) enigmático y, a veces, ilegible de puro hermético, que, sin embargo, influyó notablemente en la modernidad y en lo que ha venido después, de Italo Calvino o Raymond Queneau a Cortázar o Auster. Y si, al final, el lector no se queda del todo satisfecho, la responsabilidad por ello no es solo atribuible a Brotchie, sino a su muy elusivo sujeto. Y es que Alfred Jarry es, sobre todo, la obra maestra de Alfred Jarry: un enfermo de literatura (una "máquina de escribir") con un descomunal sentido del espectáculo que se las arregló para ocultar minuciosamente su vida (no siempre grata: alcoholismo, miseria) tras las fascinantes anécdotas y los mitos que él mismo generó.

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