lunes, 15 de junio de 2015

PRENSA CULTURAL. William Ospina y su novela "El año del verano que nunca llegó"

   En "El País":

“La noche en que nacieron ‘Frankenstein’ y ‘El vampiro’ surgió una nueva belleza”

William Ospina reconstruye los caminos que llevaron a la noche del 16 de junio de 1816 cuando nacieron dos de los mitos más perturbadores del mundo moderno


William Ospina, esta semana en Madrid. / BERNARDO PÉREZ

En una noche fría de tres días nacida el 16 de junio de 1816 llegaron hasta Villa Diodati, en Ginebra, dos mujeres y tres hombres jóvenes que, sin conocerse todos entre sí, fraguaron alrededor de la chimenea dos de los mitos más perturbadores de la modernidad, Frankenstein y El vampiro; a la vez que se confirmó como gran mito del Romanticismo a Lord Byron, que ejercía aquellos días de anfitrión y se convertía en padrino de esos monstruos, sin sospechar que a su alrededor habría de nacer el sueño de la vida y la inteligencia artificial, mientras algo de su sangre crearía a los monstruos digitales de hoy.
199 años después de aquel mítico encuentro, las llamas de la chimenea de aquella casa se avivan ahora con la voz de William Ospina en El año del verano que nunca llegó (Literatura Random House). Una novela que alumbra nuevos rincones sobre aquellos días en que Europa se enfrió debido a la oscuridad de la nube de ceniza peregrina emitida por un volcán de Indonesia meses atrás.

Lo que se veía nacer no era solo la Revolución Francesa o Industrial, sino algunas de las preguntas más angustiosas de la modernidad”.
Eran los años en que el mundo nacía una vez más. Cuando, recuerda Ospina (Tolima, Colombia, 1954), surgieron varias de las preguntas que aún siguen sin resolver. “Después de dos siglos estos personajes siguen vigentes y conservan un carácter explosivo por sus actitudes hacia el amor, las libertades, la política, la imaginación, el deseo, el arte, la religión y la ciencia. Lo que se veía nacer no era solo la Revolución Francesa o Industrial, sino algunas de las preguntas más angustiosas de la modernidad”.
Surgieron en aquella villa donde quedaron recluidos, por el mal tiempo, dos hermanastras, Claire Clairmont (amante de Byron) y Mary Wollstonecraft (luego Mary Shelley), y tres nuevos amigos, Byron, su médico John Polidori y el poeta Percy Shelley. Un cruce de caminos de la historia y de desencuentros sentimentales. Byron había dejado a su esposa y abandonado Londres como un ángel caído para ir con Polidori, que algo sentía por él, a la casa recién alquilada a orillas del lago donde se había citado con su amante Claire. Pero esta no llegó sola, lo hizo con su hermanastra Mary y su amante, el poeta Shelley, de quien Claire estuvo enamorada.

La noche del futuro

Aquel domingo, el lord anfitrión, en un juego acorde a su bella perversidad, propuso ahuyentar el miedo con más miedo: leer en voz alta los relatos dePhantasmagoriana. La oscuridad y el terror de fuera se hospedaron dentro de ellos y acabó en un grito. Byron propuso a cada uno escribir un cuento de terror. Los dos genios y poetas no estuvieron a su altura. En cambio, dos desconocidos hallaron la gloria: Mary encadenó sus miedos infantiles con una historia que había oído en casa sobre un médico alemán para dar vida a Frankenstein (editado en 1818) y Polidori mezcló un relato de su amo con su secreta pasión por él al transmutarla en El vampiro (1819), que reencarnaría en el Drácula, de Bram Stoker.
Como siempre, todo empezó empezó antes, mucho antes de que los propios invitados a aquel inaudito verano lo supieran. Es la telaraña del misterio, el reino del azar, de la casualidad o de las Moiras donde entra William Ospina para rastrear, desandar o destejer la vida de esas cinco personas y cómo fueron a dar a Villa Diodati. Un viaje a la gestación de unos mitos que responden a rebeliones de su tiempo, hasta crear un fresco cultural, social, literario, político e intelectual de la época con claves del Romanticismo y sus ecos.
Es una mañana de junio de 2015. Madrid se ha oscurecido al precipitarse una tormenta que agrieta de luces el cielo. Ospina sigue recogiendo los pasos de su travesía contada en este libro que es novela, ensayo, diario de viajes, memorias, apuntes, historia y crónica como digno hijo de su tiempo. Un rompecabezas: “No dejé de sentir que la historia era también una suerte de Frankenstein con un montón de trozos inanimados y dispersos a los que había que amalgamar, unir y dar vida. Un hecho que se modifica un poco dependiendo de la perspectiva elegida”.

El año del verano que nunca llegó es un viaje a la gestación de unos mitos que responden a rebeliones de su tiempo, hasta crear un fresco cultural, social, literario, político e intelectual de la época con claves del Romanticismo y sus ecos
El tema lo buscó a él, lo asedió y se le cruzó varias veces. Hasta que no tuvo otra opción que seguir su rastro. Y, por primera, vez el narrador, poeta y ensayista y autor de la premiada trilogía del Descubrimiento y la Conquista, no enmascara su voz y deja hablar a la suya, la del contador oral de historias heredero de antepasados que contaban cosas al son de grillos y luciérnagas.
¿Fue el azar o el destino lo que condujo a esas personas y a Ospina hasta Villa Diodati? “Hago lo posible por no creer en el destino, pero el destino se empeña en que yo crea en él. Este tejido de casualidades me llevó a plantearme si eran tales o si hay hilos secretos gobernando los hechos. Es una pregunta que nos hacemos, si nuestra vida está escrita o la inventamos a medida que vivimos. Es bueno vivir en esa incertidumbre. El resultado aquí es comprobar que todo está conectado”.
Y en El año del verano que nunca llegó el lector desanda el camino al mismo tiempo que el autor-narrador descubre los hechos. Eso lo convierte en testigo, también, de la concepción, investigación, dudas y creación de la obra y de conocer parte del alma atormentada de los  personajes.

Encrucijada de los tiempos

Byron, Claire, Mary, Percy y Polidori huyen de algo y de sí mismos; buscan algo de otros y de sí mismos. Algunos de los autores románticos, reflexiona Ospina, "logran mantener vivo todo el carácter sulfúrico de sus obras y pasiones. Si uno se acerca a Baudelaire siente que todavía las cosas que escribió no se pueden decir ahora. Cada uno de aquellos cinco personajes encarnaba una rebelión particular. Ahora no es fácil que se vivan esas aventuras libertarias tan extremas. Es llamativo que las rebeliones de unos adolescentes de hace dos siglos sigan vivas”.

Cada uno de aquellos cinco personajes encarnaba una rebelión particular. Ahora no es fácil que se vivan esas aventuras libertarias tan extremas. Es llamativo que las rebeliones de unos adolescentes de hace dos siglos sigan vivas”.
 El tiempo parece detenido. Lo que plantean los mitos de Frankenstein y El vampiro, dice Ospina, “tiene que ver con la vida artificial y las relaciones amorosas y sus consecuencias. Por ejemplo, si vamos a renunciar al agradable método tradicional de reproducción cuando esté controlada la reproducción o nos decantaremos por los afectos sinceros, libres de prejuicios y tradiciones”.
Entonces, Ospina evoca unas palabras de Bertrand Russel al dejar escrito que "el momento más alto del Romanticismo europeo no había sido un poema ni un lienzo ni una sinfonía, sino la muerte de Byron linchado por la libertad de Grecia. Intentaba transmitir que el Romanticismo fue mucho más que un movimiento artístico, literario o ético. Fue una actitud vital, una manera de estar en el mundo".
El Romanticismo como amortiguador de la razón palpita: “Si algo surgió en aquella triple noche cuando nacieron Frankenstein y El vampiro fue una idea nueva de la belleza, de la pasión y de la libertad. Todo el arte moderno deriva de esa rebelión que encontró belleza donde decían que no había”. Es la fascinación por el abismo, el hechizo de lo monstruoso refulgiendo de atracción: “Es la tensión de la que nace toda la fuerza del arte moderno”.

En este momento se tiene que estar forjado algún mito. Hay temas como la naturaleza, la supervivencia de la libertad. La humanidad espiada por el ojo electrónico. La humanidad atrofiada por el exceso de consumo
Frankenstein con sus preguntas sobre la existencia y la ciencia y el alma, y El vampiro con su metáfora de amor y muerte, de posesión y liberación en el secuestro, inauguran un nuevo reino. La mayor necesidad de la especie humana “es la creación de mitos que organicen nuestra relación con la imaginación. No son fruto de la voluntad de nadie. En este momento se tiene que estar forjado alguno. Hay temas como la naturaleza, la supervivencia de la libertad. La humanidad espiada por el ojo electrónico. La humanidad atrofiada por el exceso de consumo. Se crearán mitos nuevos pero es impredecible saber cómo serán. El secreto consiste en no saberlo”.
No deja de llover en Marid. Las aceras se han salpicado de paraguas de colores. Una de las sorpresas de esta travesía para Ospina fue descubrir que Byron no solo apadrinó a dos mitos, sino que una de sus hijas sería, en parte, pionera del mundo digital que crea nuevos monstruos: “Byron llegó a ser el hombre que en una encrucijada de los tiempos concibió los lenguajes del futuro de la estética, la política, casi del pensamiento y añadió una figura: la del artista convertido a sí mismo en obra de arte”.
Pocos años después de aquella noche de 72 horas, murieron los tres hombres que habían jugado a dioses y demonios en la misma villa donde dos siglos antes John Milton había engendrado su magistral y rebelde ángel caído de El paraíso perdido para quien es "Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo". Mary Shelley murió mayor. A ellos sobrevivió Claire, la mujer que los conectó y que guardó sus cartas en un cofre dentro de su oscuridad sin fin.

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