viernes, 29 de mayo de 2015

PRENSA CULTURAL. "Literatura contra la máquina de destrozar libros"

   En "El País":

Literatura contra la máquina de destrozar libros

Jean-Paul Didierlaurent vende a 25 países su primera novela, ‘El lector del tren de las 6.27'


El escritor francés Jean-Paul Didierlaurent. / GWENDOLYNE DELISLE

Su libro es ese modesto grial que todo editor persigue: una fábula humilde firmada por un escritor desconocido, pero susceptible de levantar el ánimo de quien la sostenga entre sus manos. A los 52 años, el francés Jean-Paul Didierlaurent era un funcionario de la compañía estatal de telefonía y vivía una existencia apacible en los Vosgos, cadena montañosa en la Lorena francesa. En sus ratos libres, se dedicaba a escribir relatos que le habían hecho ganar algún premio de prestigio, pese a que nunca se planteara un cambio de rumbo profesional. Ha sido su primera novela, El lector del tren de las 6.27 (Seix Barral), la que le ha permitido abandonar el anonimato. Beneficiada por el inestimable apoyo de los libreros franceses, su obra lleva más 60.000 ejemplares vendidos en su país y ya ha sido vendida a 25 mercados.
Didierlaurent califica la experiencia de “surrealista”. “Uno siempre espera que lo que escribe guste a los demás, pero nunca es capaz de imaginar algo así”, confiesa. “Stephen King dice que hay historias que te gritan que las escribas, hasta que se ponen a hacer tanto ruido que no tienes más remedio que tomar papel y bolígrafo. Eso me sucedió a mí”, añade. Su protagonista, Guibrando Viñol, es un hombre de 36 años, deprimido por una profesión que detesta: participa en la destrucción de libros que nadie vende como obrero de una planta de reciclaje de papel. Con la ayuda de una monstruosa máquina a la que llaman La Cosa, tritura novelas, ensayos o enciclopedias.
Este desdichado personaje encuentra una solución provisional a su desconsuelo. Cada mañana, regala veinte minutos de lectura en voz alta a los pasajeros del tren que le conduce a su lugar de trabajo. Los viajeros escuchan recetas de cocina, extractos del último Goncourt, párrafos de novela negra, páginas que se han salvado de las fauces de La Cosa. Algunos viajeros terminan reclamando lecturas particulares en esta banlieue deprimida que el autor conoce de cerca: fue su primer destino al aprobar las pruebas de acceso al funcionariado.

Mi idea era tomar a este hombre ordinario y convertirlo en un ser extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa pepita de oro que todos llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también son capaces de decir y hacer cosas interesantes”
La literatura se convertirá así en un remedio a la insatisfacción vital y la alienación laboral, como una especie de entidad regeneradora de vida. “La lectura es un alimento, pero también un vínculo. Unos minutos al día, el protagonista se entrega a los demás, que reciben su don como un regalo. La lectura logra revitalizar ese entorno”, incide. Al protagonista no tardará en salirle competencia: Julie, la encargada de los lavabos de un centro comercial, empeñada en convertir su monótona cotidianidad en una experiencia poética. Guibrando dará con un puñado de relatos breves en una llave USB y buscará a su responsable por todos los rincones.
Didierlaurent dice haber querido conceder un poco de visibilidad a quienes considera invisibles hoy en la sociedad. “Mi idea era tomar a este hombre ordinario y convertirlo en un ser extraordinario. Quería buscar en mis personajes esa pepita de oro que todos llevamos dentro. Los hombres y mujeres anodinos también son capaces de decir y hacer cosas interesantes”, sostiene el autor, harto de los estigmas que suelen perjudicar a los más humildes. ¿Tal vez porque él también ha sido víctima de ellos? “No he sufrido por eso, pero sí lo he sido. Cuando presentaba mis cuentos, se daba por hecho que era profesor de literatura o algo así. A nadie se le pasaba por la cabeza que trabajara en el servicio de información telefónica. Todos somos víctimas de esas etiquetas”, apunta.
El éxito de su obra responde al sentimiento positivo que desprenden sus páginas, pensadas como un bote salvavidas en un mar de cinismo. “No era mi intención ni tenía ningún mensaje a transmitir, aunque soy consciente de que ha funcionado por eso. En medio de la tristeza ambiente, este libro es como un respiro", admite Didierlaurent. “De hecho, al terminarlo me di cuenta de que había escrito un cuento moderno, en el que hay incluso un príncipe y una princesa”. Como en una historia de los hermanos Grimm, Didierlaurent es hijo de carpintero y creció en plena montaña, y ha escrito una historia “que parte de la oscuridad y se dirige hacia la luz”. Sin ser político, su libro transmite desafección hacia un mundo sometido al dictado del hipercapitalismo. Si en Fahrenheit 451 los libros eran quemados por razones políticas, en su novela lo son “por motivos económicos”. “Hoy solo cuenta lo superficial”, concluye.

No hay comentarios: