miércoles, 25 de marzo de 2015

PRENSA. "Diez libros obligatorios que te hicieron odiar la lectura"

   En "blogs.publico.es":

Diez libros obligatorios que te hicieron odiar la lectura

22MAR 2015

celestina
Todos tenemos libros que nos marcaron. Llegaron a nuestra vida en el momento justo, nos ayudaron a tener nuevas ideas, a delimitar el camino vital que hemos seguido desde entonces. Sin embargo, también están esos otros libros que aborrecemos porque alguien nos ‘obligó’ a leerlos: un mal profesor, una indicación en el momento menos adecuado…
Hemos preguntado a once personas que juntan letra con letra cada día (periodistas, novelistas, dramaturgos…) para que nos digan cuál fue ese libro que le obligaron a leer y que, a cambio, aprendieron a odiar. Afortunadamente, algunas de las historias tienen final feliz y hacen a sus protagonistas reconciliarse con grandes obras de la literatura en español.
Es el caso de Fernando de Córdoba, ‘community manager’ y autor de Marca por Hombro y Ecomovilidad. Fernando recuerda cómo tuvo que leer Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez, a los 14 años. La profesora de Lengua subía un punto en la nota final por cada libro que leía. Con la obra más conocida del escritor colombiano, recuerda, “nunca pasaba nada interesante y todos se llamaban igual, algo mortal para mí que tiendo a confundir a gente solo porque sus nombres compartan vocales. Leía en internet a gente diciendo que el libro les había cambiado la vida y me planteaba si no sería porque desde ese momento todos los demás les parecían mucho mejores. A mis 14 años, el realismo mágico era simplemente un frase que aprender para vomitar en el examen”.
Afortunadamente, pasaron los años y Fernando se reconcilió con el libro en una nueva (y voluntaria) lectura: “Y me di cuenta del error que había cometido al juzgarlo mal, pero tal vez aquel primer encuentro no había sido ni en el momento ni en el lugar adecuado”.
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Algo parecido le pasó a Iria López, la responsable de la web de escritura Literautas, con el ‘Cantar del Mío Cid’, “que fue lectura obligatoria en 3º de B.U.P. y me costó horrores terminarlo, por aquello del castellano antiguo y porque la profesora de literatura de ese año no me gustaba nadita. Sin embargo, años después tuve que hacer un trabajo del mismo libro para la universidad y me encantó la relectura porque descubrí cosas que antes no había visto”.
El ‘Cantar del Mío Cid’ o ‘La Celestina’ también se le atravesaron a la periodista Ana García Huerta: “Tú tienes 13 años y en el instituto te hacen leer eso o las Cantigas de Alfonso equis el Sabio; o el Libro de buen amor, o las coplas de Jorge Manrique con su alma dormida y su seso avivado; o el Cantar de Mío Cid o la Celestina y te quieres abrir las venas y a Dios pones por testigo que nunca más volverás a agarrar un libro. Arciprestes, marqueses de Santillana, infantes, reyes…gente ociosa que juntaba letras. Eran los que había pero ¿eran buenos? No voy a releerlos para comprobarlo. Panda de rijosos chupacirios moralizantes. Pesados”.
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Seguimos con los clásicos españoles que obligaban a leer en aquel lejano 3º de B.U.P. En este caso, uno del siglo XX: ‘Tiempo de silencio’, de Luis Martín Santos,piedra en el zapato del escritor almeriense Alberto Cerezuela aquel curso: “No sé si fue por falta de tiempo, por acumulación de exámenes o por otra cosa, pero desde las primeras páginas me resultó denso, desagradable y, sobre todo, interminable. Sé que está considerado como una de las obras maestras de la literatura española, pero se me atragantó. No recuerdo ni cómo aprobé el examen referente a esta obra, pero el caso es que lo hice, y aunque debe de ser un buen libro, no quiero volver a oír hablar de él”.
Un paisano de Cerezuela, el pediatra y escritor Bruno Nievas, confiesa su tirria al ‘Lazarillo de Tormes’. Se lo mandaron leer “siendo aún pequeño”, durante unas vacaciones de Navidad. “Fastidiado por no poder dedicar todo el tiempo del mundo (que aquel entonces era lo que parecía) a poder jugar”, recuerda, “me puse a leerlo… para encontrarme una historia de pillos, engaños y traiciones realizadas por personas harapientas hacia otras aún más hambrientas y desvalidas. Robos, peleas, golpes a traición… No me gustó lo que estaba leyendo, no me gustaba ese mundo de pillería, hambruna y traiciones sin piedad. Era demasiado duro para un chaval con una imaginación desbordada, y de tan solo unos ocho o diez años, que no quería admitir que las personas pudiesen ser tan dañinas, los unos con los otros”.
La tortura duró todas las vacaciones: “Recuerdo muchas tardes, paseando con mi madre o de compras, mientras sufría pensando que un rato después tendría que regresar a ese mundo de raterías y traiciones. Lo terminé, e hice un buen trabajo, pero no me gustó ese libro. No me gustó aquella España que mostraba. Y no me gustó aquella Navidad”.
Quince años tenía el profesor y escritor Alejandro Melero, que estrena el 7 de marzo la comedia musical ‘Tras el telón’ y tiene en cartel ‘ClímaX!’ y ‘El hombre del cuarto oscuro’, cuando le obligaron a leer ‘La Regenta’: “El profesor de Literatura se había empeñado en que todos sus estudiantes odiáramos leer, y por eso nos mandaba textos imposibles para la adolescencia: Ayala, ensayos de Azorín… Pero la obra de Clarín fue algo más. Imposible saber ahora, después de haberla releído, si ya entonces supe desdoblar los pliegues ocultos de su historia: el heroísmo de las mujeres frente al primitivismo de los hombres dominantes, el lesbianismo del personaje de Obdulia… Y la mayor de las paradojas: ‘La Regenta’ trata, como casi todas las grandes obras del naturalismo, sobre la educación, la mala educación y sus efectos subversivos. Esos fueron los deberes que nos pusieron en mi colegio de curas”.
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Demos un salto a comienzos del siglo XX. Hace 100 años se publicaba la primera edición de ‘Platero y yo’. El periodista Víctor Navarro tenía apenas 12 primaveras cuando le tocó leerlo:  Aquel era mi primer año de instituto, la obra de Juan Ramón Jiménez era uno de mis primeros libros ‘de mayores’ y yo no entendía nada en absoluto”, explica.
La experiencia fue surrealista: “Recuerdo a mi profesora, una mujer jóven, pequeña, muy delgada, morena, con el pelo corto y problemas para pronunciar la letra ‘che’. ¿Soledad? Creo que se llamaba Soledad. Soledad vivía el libro, interpretaba cada línea. Me acuerdo de ella gritando en clase: ‘¡Un poquiiiiiitoooo de paaaaan!’. Y recuerdo perfectamente cómo se le quebró la voz cuando leyó en voz alta la muerte de Platero. Rompió a llorar, se levantó diciendo ‘perdonad, chicos’ y se fue al baño. No sé cómo reaccioné entonces . Tal vez me reí, los preadolescentes hacen esas cosas, pero ahora creo que la admiro.Solo me molesta no haber sido lo bastante maduro para apreciar lo que ella quería que viéramos”.
Sarah Manzano, una de las críticas del blog literario Papel en Blanco, también tiene metido entre ceja y ceja un clásico español del siglo XX, ‘La colmena’, que provocó en ella “el más absoluto rechazo”. “Aunque al principio me llamó muchísimo la atención la manera en la que estaba escrito, a través de pequeñas anécdotas, reconozco que me costó una barbaridad terminarlo”, nos cuenta. “Los personajes no me interesaban lo más mínimo y la manera de expresarse de Cela me sonaba tan falsa que me parecía insufrible tener que leerlo. Un no rotundo a ‘La colmena’”.
En el instituto también se desarrolla la anécdota del bloguero y guionista Javier Meléndez, que no puede olvidar la experiencia que supuso leer ‘Azul’, del nicaragüense Rubén Darío (un libro clave en el modernismo literario). “Además de una obra de lectura obligatoria en el instituto, fue el comienzo de un “grupo poético” de Bachillerato formado por cuatro o cinco tipos. Yo era uno, pero no pretendí ser poeta sino narrador. En el grupo fui sufrido oyente de rimas a cada cual más cursi y rebuscadas metáforas. ‘Azul’ me hizo aborrecer la poesía durante años. ‘Azul’ o lo que trajo luego“.
Al escritor Andy García le tocó odiar otro libro hispanoamericano cuando era adolescente: ‘La guerra del fin del mundo’, de Mario Vargas Llosa:  “El título creó unas falsas expectativas entre los alumnos; a día de hoy, todavía no entiendo el porqué de ese título. Solo unos pocos compañeros lograron terminar de leerlo; yo creo recordar que abandoné su lectura cuando tan solo llevaba leídas unas treinta y tantas páginas. Como es lógico, casi toda la clase suspendió la asignatura. Creo que no estuvo acertado el profesor al ofrecernos esa novela contando la mayoría de nosotros con la edad de doce o trece años”.
Con los años, Andy le dio una segunda oportunidad y no fue mejor: “Ya de adulto, y habiéndome convertido en un apasionado de la literatura, he retomado su lectura, pero tampoco he podido terminar de leerla”.
Quijote
Y en una lista de libros para aborrecer no podía faltar el clásico de los clásicos: ‘El Quijote’“Gracias por darme la oportunidad de confesarlo”, se sincera el traductor, corrector y redactor Xosé Castro, que tuvo que leerlo de pe a pa en la secundaria. “En aquel momento, uno no podía dejar de leer esta ‘magna obra’, ‘paradigma de la literatura internacional’, ‘uno de los libros más editados y leídos después de la Biblia’, ‘orgullo de las letras hispánicas’ y ‘modelo, durante centurias, para literatos de cualquier lengua’. La responsabilidad era enorme, como os podéis imaginar. Así que, enfrentado al mayor ‘spoiler’ de mi vida, empecé a leer algo ‘tan clásico’ que no había opción a decir que no te gustaba (no fueran a llamarte ‘analfabestia’)“.
La experiencia no fue buena, aunque, afortunadamente, como le pasó a Iria, Fernando o Alejandro, Xosé releyó con el tiempo la obra de Cervantes y la opinión fue otra: “Hasta unos años después no supe descubrir —por mí mismo— el valor de aquel libro; pero, por torpeza o desconocimiento, mis antiguos profesores no supieron transmitirme que, en el siglo XVI, cuando la gente leía el ‘Quijote’ se reía a carcajadas, como si un niño de mi época leyera un cómic irreverente en el que Supermán se sacase pelotillas de la nariz y tuviera una halitosis que arruinara sus relaciones sociales”.
En definitiva, como nuestra amiga Iria concluye: “Cada libro tiene su momento en la vida y no es bueno obligar a los chavales a enfrentarse a lecturas para las que no están preparados”. ¿Y tú? ¿Cuál fue el libro para el que no estabas preparado?

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