miércoles, 14 de marzo de 2012

PRENSA CULTURAL. AVANCE EDITORIAL. "Aire de Dylan", de Enrique Vila-Matas


   En blogs.elpais:
AVANCE LITERARIO
Vila-Matas quita la máscara al posmodernismo   
Winston Manrique Sabogal 07/03/2012  

   Uno de los mayores fracasos puede ser fracasar en el empeño de fracasar. Otro podría ser el vivir pareciéndose a alguien, imitándolo y propiciando la impostura. Con esta idea comienza Enrique Vila-Matas su nueva novela Aire de Dylan (Seix Barral). Una obra que se publicará el 14 de marzo pero cuyo primer capítulo avanza hoy EL PAÍS en exclusiva. En ella, el joven Vilnius, que explota su parecido con el cantautor estadounidense, asiste a un congreso literario sobre el fracaso, mientras cree que su difunto padre le empieza a traspasar sus recuerdos.
   El anonimato, la máscara, la impostura, la búsqueda y sus alrededores están presentes en Aire de Dylan. El joven Vilnius protagoniza estas páginas en las que el escritor barcelonés despliega sus mejores armas y elenco literarios con humor, ironía o sarcasmo pero siempre desde el conocimiento del mundo de la creación literaria. A partir de ahí, la novela se va transformando en un homenaje al mundo del teatro y una crítica al posmodernismo.
   Vila-Matas (Barcelona, 1948) parte de aquel congreso sobre el fracaso en Suiza, sigue con la historia de Vilnius que intenta reconstruir y recordar la verdadera relación con su padre fallecido que afrontaba la vida de manera opuesta a la suya; y la resolución del asesinato de su padre.
   Algunas frases del libro dan idea de lo que el autor de títulos como Bartleby y compañía y El mal de Montano aborda: "El fracaso es la prefiguración natural del escritor" o "No hay duda de que es la muerte el fracaso humano por excelencia" o "La vida es una ratonera, lo real es solo teatro, y nada somos sin la memoria que siempre inventa". O el mismo arranque de la novela: "Algunos entran muy tarde en el teatro de la vida, pero cuando lo hacen parece que entren sin brida y directos ya hasta el final de la obra".


Así comienza la novela:
   Algunos entran muy tarde en el teatro de la vida, pero cuando lo hacen parece que entren sin brida y directos ya hasta el final de la obra. Ése fue mi caso. Y hoy puedo afirmarlo con toda seguridad. La representación empezó la mañana en la que mi mujer me entregó una carta que acababa de llegar de Suiza, una invitación a participar en un congreso literario sobre el fracaso.
   Me encontraba en la terraza del apartamento al noreste de Barcelona, la vieja casa en la que llevábamos ya muchos años y que hemos cerrado hará tan sólo unos meses. Mi mujer entró en la terraza con pompa nada habitual y ensayó una reverencia teatral antes de anunciarme que, a tenor de lo que decía la carta, alguien me consideraba un completo fracasado. Me sorprendió su teatro porque no solía sobreactuar jamás. ¿Quería con su histrionismo rebajar la gravedad de lo que decía? Fuera por lo que fuese, no se me olvidará el momento, porque inauguró una historia dentro de mi vida, una historia que paulatinamente iría reclamando cada vez más mi atención en las siguientes semanas.
   Leí la carta y vi que la gentil propuesta me llegaba desde la Universidad suiza de San Gallen. No era desde luego la clase de invitación que los escritores reciben con frecuencia y, sin embargo, pocas cosas parecen tan íntimamente vinculadas como fracaso y literatura. Tal vez por eso, porque en realidad lo raro era que la invitación no me hubiera llegado antes, leí la carta suiza con la más absoluta flema, como si hubiera sabido desde siempre que un día la recibiría. No moví ni un solo músculo de la cara. Encajé la invitación con elegancia y sentido de la fatalidad, como si estuviera en un rincón de un gran escenario. Y me quedé sólo con una duda para las horas siguientes: ponerme la máscara de fracasado o continuar llevando mi vida normal de fracasado.
   La invitación me la enviaba un profesor de matemáticas apellidado Echèk. Escrito de aquella forma, con k y con aquel acento, Echèk significaba «fracaso» en criollo haitiano. Salvo el matiz isleño de su apellido, las referencias que encontré en Internet del matemático suizo fueron todas insulsas, académicas, y en las imágenes de Google no hubo modo alguno de averiguar qué rostro tenía aquel hombre. Pregunté a mi amiga Petra Overbeck, profesora en San Gallen, si conocía a Echèk y me dijo que era un buen hombre, aunque estaba obsesionado con el tema general del fracaso. Petra me recomendaba aceptar la invitación, pues me ofrecía la oportunidad de conocer «la insuperable región de Appenzell».
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Enrique Vila-Matas

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