martes, 20 de diciembre de 2011

PRENSA CULTURAL. "Blancanieves no era tan buena", reportaje

EL FLAUTISTA DE HAMELÍN, por Alejo Sauras. Fue la primera historia que dibujó Manuel de los Galanes -su modo de trabajo antes de realizar las fotografías- y por eso la que más cariño le inspira. El flautista, ese cuento en el que un hombre erradicó una plaga de ratas de un pueblo solo con tocar su flauta y que, al no ser recompensado, se vengó haciendo desaparecer a los niños con el mismo método, tiene un origen diferente: "Siempre me ha revuelto porque está inspirado en un ejército de 50.000 niños que marcharon a las Cruzadas y nunca volvieron". Solo un niño no le mira, el único que no ha caído en el hechizo.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")

   En "El País Semanal":
Blancanieves no era tan buena

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 04/12/2011

   Los cuentos infantiles han llegado hasta nuestros días dulcificados por Perrault, los hermanos Grimm o Disney. les damos la vuelta para sacar su crudeza a partir de una interpretación fotográfica muy personal.

   Había una vez un reino entre dos mares en el que siempre lucía el sol. Tenía un primer ministro al que sus amigos -incluidos los más belicosos- retrataban con cara de cervatillo y al que los ciudadanos querían mucho porque sacó al país de la guerra de Mesopotamia y sentó a su mesa a tantas princesas como príncipes, pero sobre todo porque, a pesar de haber nacido en una que llamaban Ciudad del León, él era tan sencillo como un zapatero. Cuestión de talante, decía él quitándose importancia. Cuando los sabios oyeron esa palabra recordaron que talante, como talento, viene del nombre que en griego tenía una moneda de oro.

La Cerillera, por Ruth Núñez y Marisa Paredes. Se trata de una historia escrita por Hans Christian Andersen en el siglo XIX. El fotógrafo explica sus intenciones: "La imagen trata de captar el instante en el que un espectro femenino se lleva a la cerillera nada más morir. El texto cuenta la vida de una chica que vende fósforos. La noche de Navidad cae una tormenta de nieve. Hace tanto frío que necesita prender sus cerillas. Lo hace y con cada una que consume sueña una vida distinta a la que le ha tocado vivir. Pero al final, tras consumir el último fósforo, muere". Ruth Núñez representa a la cerillera, y Marisa Paredes, a ese espectro.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   Saber que todo podía ser cuestión de dinero no enturbió el ánimo de la ciudadanía, hasta el punto de que esa palabra, como muchas otras, pasó a pronunciarse como si fuera esdrújula. A pesar de que el cielo se había ido nublando en los imperios vecinos, en el reino del talante lucía un sol perpetuo. En parte porque era un sol pintado por Miró para atraer turistas y en parte porque el reino vivía dentro de una burbuja que no dejaba pasar las nubes a cambio, eso sí, de hacer que cada vez el aire estuviera más viciado. Fue entonces cuando se prohibió fumar dentro de los palacios.

Pinocho, por Juan Diego y Dafne Fernández. Pinocho, el personaje creado a finales del siglo XIX por el italiano Carlo Collodi, es otro de los históricamente más recientes dentro de la serie realizada por De los Galanes. La escena que él ha querido retratar es la siguiente: "Gepetto [Juan Diego] anhela ser padre. Por eso construye un precioso muñeco de madera, una réplica del niño que jamás tuvo. Tras un día de duro trabajo se queda dormido ante él, y esa noche se aparece un hada [Dafne Fernández] que, compadecida y enternecida por la bondad de un hombre sencillo, insufla vida en la madera e inicia la historia".- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   Todo era de cuento: los atletas ganaban campeonatos incluso en los antípodas, y las gentes cruzaban el mar para ver el milagro de aquel país en el que los prestamistas daban dinero al que se lo pedía y el primer ministro eliminaba impuestos e incluso repartía monedas cuando le sobraban. Tan seguras parecían las cosas materiales y presentes, que los guías del reino decidieron arreglar las pasadas y espirituales. Fue así como los consejeros del reino decidieron crear un ministerio al que le buscaron el nombre más bonito: igualdad. Duró lo que duraron los talentos de oro y terminó alojado en la casa de la sanidad, pero tuvo tiempo de hacer cosas sensatas y, también, cosas extravagantes.

La bella durmiente, por Miguel Ángel Silvestre, Patricia Montero y Alicia Lobo."El cuento originalmente ni siquiera se llama así, sino Sol y Luna, que son los nombres de los hijos de Aurora, la bella durmiente. La fotografía refleja el momento en que se inicia la relación con el príncipe. Tras una partida de caza, él entra en el castillo y la encuentra... Nueve meses después, ella tiene dos gemelos. Un día, Sol, el más pequeño, encuentra la astilla en el dedo de su madre mientras busca su pezón para mamar. Se lo quita y ella despierta. Las hadas son las que guardan a la princesa, a la que cuidan y protegen en su sueño", cuenta De los Galanes.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")



   Entre las últimas estaba buscar una solución, política y correcta, para un viejo problema: la crueldad y el sexismo de los cuentos infantiles. Todo quedó en la búsqueda porque los duendes pincharon la burbuja y las palabras dejaron de ser esdrújulas y agudas -paridad, igualdad y volvieron a ser llanas -prima, riesgo, deuda, soberana. El cuento sigue porque los súbditos del reino pusieron a buscar oro a un registrador de la propiedad cuyo mayor mérito era la paciencia. Continuará, pues.

Caperucita roja, por Blanca Suárez. La elegida para encarnar a Caperucita Roja fue Blanca Suárez: "Caperucita es el personaje vox populi de mi serie. A Blanca le encantó. Ella es un diamante", explica el fotógrafo. "Como historia, es una de las más complicadas, porque se la fueron pasando como una pelota de pimpón entre Grimm y Perrault. No se atrevían a adaptarla porque es un cuento que bebía de la línea del matriarcado. Es una historia que preponderaba la libertad, la individualidad femenina y su poder. Al final, Perrault solucionó el tema quitando quince años a la protagonista".- MANUEL DE LOS GALANES.
("El País")


   Fábulas aparte, en la primavera del año pasado, pocos meses antes de convertirse en Secretaría de Estado, el Ministerio de Igualdad promovió una campaña para incentivar la lectura entre los niños de relatos que no estuvieran lastrados por los estereotipos, sexuales y violentos, de los cuentos clásicos de la tradición infantil: Barba Azul, La Cenicienta, La Bella Durmiente...
   No es una novedad. El maquillaje y la censura forman parte de la evolución editorial de la literatura para niños tanto como la brutalidad de muchas de las peripecias que la nutren. En 1697, un académico francés llamado Charles Perrault recogió en un volumen ocho cuentos -La Bella Durmiente, Caperucita Roja, El gato con botas, La Cenicienta y Pulgarcito, entre ellos- en los que es difícil desligar lo que se le debe a él de lo que él debe a la tradición. Un siglo más tarde, dos hermanos alemanes, los Grimm, publicaron una recopilación que incluía varios de los cuentos del francés en versiones levemente distintas o muy distintas. Si la Caperucita de Perrault termina con la niña dentro del estómago del lobo, la de los Grimm se prolonga hasta la heroica intervención del cazador.

El soldadito de plomo, por Paco León y Ana María Polvorosa.El final de la historia, para los que no la recuerden, es el siguiente: Un niño recibe, el día de su cumpleaños, una caja llena de soldaditos de plomo. Uno de ellos solo tiene una pierna, y el niño lo coloca en casa junto con una bailarina de papel de la cual se enamora. El cuento termina cuando el soldadito y la bailarina se consumen en una hoguera: "La escena que he fotografiado representa justo ese instante final, cuando se funden los dos para siempre, plomo y papel", explica De los Galanes.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   Eso sí, en tiempos de guerra entre Alemania y Francia, esos relatos desaparecieron de las sucesivas ediciones. Lo mismo que hoy es difícil encontrar una recopilación de la pareja de escritores que incluya El judío entre los espinos, un texto que hasta el menos amante de la pedagogía moderna consideraría racista.
   Pero los maquilladores no se conforman con ver cómo Perrault salva a la última mujer de Barba Azul, se empeñan en resucitar a todas las esposas degolladas por él. No obstante, los malos no son los únicos en pasar por el quirófano de la cirugía estética. Los buenos también reciben su ración de edulcorante para hacer de las bellas candidatas a Miss Universo y de los jorobados seres que no producen miedo alguno. Ni que decir tiene que el gran cirujano de la narrativa tradicional no surgió de la literatura, sino del cine: Walt Disney, al que Rafael Sánchez Ferlosio -autor de una novela con niño como Industrias y andanzas de Alfanhuí no duda en calificar de "el gran corruptor de menores y la mayor catástrofe estética, moral y cultural del siglo XX".

Alicia en el país de las maravillas, por Blanca Portillo y María León. El cuento de Lewis Carroll Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas apenas ha sufrido mutaciones, según la investigación del fotógrafo. La escena que él ha querido retratar es la siguiente: "Representa el momento en el jardín de las rosas. La reina [Blanca Portillo], que había ordenado que fueran rojas, descubre a Alicia [María León] pintándolas de ese color porque por error se habían plantado las blancas". El conejo blanco representa al mismo animal del cuento que empuja a Alicia por su madriguera, llevándola hasta el país de las maravillas.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   La comparación entre el Pinocho que Carlo Collodi publicó en 1882 y el que Disney estrenó en 1940 es más que gráfica: el cascarrabias Geppetto se convierte en un anciano tierno con pez y gato; el tiburón, en ballena y el grillo no desaparece para reaparecer más tarde, sino que se transforma en acompañante de la marioneta que nunca termina de llegar a la escuela. Por supuesto, en el cine nunca se vio lo que puede imaginarse en el libro: a Pinocho contemplando su propia muerte como muñeco.
   A veces, la cautela va más allá de lo obvio. Así, no faltan los editores que alertan a sus autores del peligro de que los protagonistas de sus libros corran sus aventuras solos, lejos de la mirada de sus padres. Se trata de poner una red pedagógica donde el relato necesita un salto narrativo. Triple y mortal a veces, pero imprescindible: al lado de un adulto no hay historia posible. Adiós a Pulgarcito, Hansel, Gretel, Caperucita y, de nuevo, Pinocho.
   "A menudo los que se asustan son más bien los padres. Y estos a su vez asustan al niño", apunta la experta en cuentos de hadas Clarissa Pinkola, autora de una amplísima antología de relatos de los hermanos Grimm y de un trabajo ya clásico del clásico: Mujeres que corren con los lobos. Allí se pregunta por qué los cuentos de todo el mundo recogen originalmente episodios que no ocultan su cara más brutal. Porque, responde, "no es probable que prestemos atención a la alarma si esta se expresa en términos más blandos". El mismo mecanismo, sugiere, que hoy se usa en las campañas contra el consumo de drogas o contra los accidentes de tráfico.

La bella y la bestia, por Carlos Bardem y Natasha Yarovenko. Cuenta el fotógrafo sobre el personaje encarnado por Bardem: "No quería una bestia arquetípica. En el siglo XVIII tenía rostro de jabalí. Y a partir del XIX era más lobuna. Pero yo quería algo más felino, inquietante y oscuro. No lo quería llenar de pelos ni de cuernos ni de nada de eso". La rosa del fondo tiene su significado: "Quería una abstracción. La medida del tiempo para la bestia está condensada en el tiempo de vida de la rosa hechizada con un maleficio. Mientras la rosa tenga pétalos, él tiene la oportunidad de ganarse el corazón de la bella".- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   Por supuesto, todo lo anterior no es cosa de niños. Todavía. No cabe relegar en exceso la chispa primera de relatos que terminan cargados de arquetipos y de interpretaciones morales: el hecho de contar, simplemente. Y su efecto primero: el entretenimiento. En un ensayo antológico titulado con una pregunta, ¿Qué quiere un niño?, el filósofo José Luis Pardo comparaba a los personajes de Pinocho y Buzz Lightyear (el astronauta de la película Toy Story) como ejemplos, respectivamente, de muñeco que quiere ser humano y humano que no sabe que es un muñeco. Pardo, además, reflexiona sobre el carácter amoral de los niños. "La célebre y celebrada inocencia de los niños", dice, "no mienta una incapacidad para hacer el mal, no es que los niños sean buenos; su inocencia está cargada de perversidad; no son ni buenos ni malos porque simplemente carecen de conciencia moral, son capaces de cometer las peores maldades sin sentir remordimiento alguno, les falta la conciencia de culpa".

Blancanieves, por Ariadna Gil y Ana Rujas. La historia de Blancanieves, del siglo XVI, fue dulcificada un siglo y medio después por los hermanos Grimm. "El personaje de Claudia [Ariadna Gil], la madrastra de Blancanieves [Ana Rujas], es el más importante porque en ella confluyen los arquetipos de la fuerza femenina. La historia se destila en una encarnizada lucha a muerte entre sus dos antagónicas protagonistas. En la original, el daño lo origina Blancanieves al provocar la muerte del hijo nonato de Claudia. Ahí la madrastra se vuelve loca y mala", explica De los Galanes.- MANUEL DE LOS GALANES. ("El País")


   No es lo único, por cierto, que les falta a los niños, esa peculiar especie de animal racional. También les falta, para su felicidad, conciencia de algo que a medida que crecen se convierte en toda una cadena: el hilo argumental. De ahí que puedan entrar y salir de una historia disfrutando de cada instante como si fuera único. De ahí que nunca terminen de escuchar un cuento de una vez por todas. O de ver una película, la forma moderna de los cuentos antiguos. De ahí que sean capaces de leer (o ver) lo mismo una y otra vez. La ventaja de ser inmortal es que el tiempo no existe. El problema es que creen que todos disfrutan de su misma condición. Walter Benjamin, que tanto escribió sobre la figura del narrador tradicional -narrar no es solo un arte, también es un mérito-, decía que la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que los adultos sean más fuertes, sino su incapacidad para la magia. Tenía razón. Jesucristo no era una excepción: todos los niños creen que sus padres son Dios.

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