viernes, 30 de septiembre de 2011

PRENSA. "Wangari Maathai", de Joaquín Pérez Azaústre

Joaquín Pérez Azaústre

   En "El Día de Córdoba":
Wangari Maathai

Joaquín Pérez Azaústre
29.09.2011

   Escribir África, Kenia y mujeres, es como escribir naturaleza. Leerlo todo en la misma frase, introduciendo la defensa del medioambiente como ideología razonable, es una manera de escribir el futuro. África, de hecho, es el continente del futuro: habitualmente empequeñecido en cualquier mapamundi occidental, es un territorio que da miedo, por su vastedad y sus capacidades naturales y humanas, por toda esa raigambre de recursos habitualmente expoliados no sólo por las sucesivas colonizaciones -políticas primero, comerciales después, bélicas siempre, a través de la industria armamentística-, sino por esa estrategia ampliamente aceptada por las potencias y por los mercados que consiste en sembrar, y hasta alentar, no sólo el subdesarrollo, sino también la marea continua de un enfrentamiento pendular, con esos reyezuelos recibidos aquí con honores de Estado, enriquecidos ostentosamente mientras sus ciudadanos son sujetos de la desesperanza, condenados al mismo día sombrío.
   Sin embargo, siempre hay alguien que sale entre las dunas para alentar un pulso más certero en las palabras y en la voluntad. Era el caso de Wangari Maathai, la activista keniata ganadora del 'Premio Nobel de la Paz' 2004. Murió el domingo, a los 71 años, en el hospital de Nairobi, tras una lucha continua y valerosa contra el cáncer que la corroía, acompañada de sus familiares y de sus compañeros. Tenía tres hijos y una nieta y había sido una de las primeras mujeres de África occidental con una cátedra universitaria tras su doctorado en Biología. Fue en 1977 cuando fundó el movimiento 'Cinturón Verde', uno de los proyectos de protección medioambiental que ha tenido más seguimiento en los últimos años, con más calado social y una repercusión que abarca ámbitos mayores que la mera concesión del 'Nobel': gracias a Wangari Maathai y su programa de 'Cinturón Verde', se llegaron a plantar en Kenia nada menos que 20 millones de árboles, la gran mayoría por mujeres. Reforestar Kenia, y hacerlo además con manos femeninas, fue la forma efectiva, pero también simbólica, que tuvo Wangari Maathai de enseñar al mundo no sólo otra manera de sentir, actuar y pensar, sino la posibilidad de convertir cualquier entorno vital en otro diferente, a fuerza de quererlo.
   Cuando el Comité Nobel de Oslo anunció en 2004 la concesión del premio a Maathai, señaló su actuación "al frente de la lucha para promocionar un desarrollo ecológico, que sea viable socialmente, económicamente y culturalmente, en Kenia y en África", con ese desarrollo sostenible, en su versión global, que "abraza la democracia, los derechos humanos y en particular los derechos de la mujer". Wangari Maathai nos deja una ideología para el futuro, pero también para el presente inmediato: es posible cambiar, se puede hacer, y también las metáforas -que son esos árboles plantados, sino una hermosa metáfora de nuestra fe en un rumbo utópico, pero también factible-, sus ramajes, pueden convertirse en realidad.
Wangari Maathai

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