miércoles, 14 de julio de 2010

ENSAYO. LECTURA. "Desde los bosques nevados. Memoria de los escritores rusos" (fragmento), de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929)

Juan Eduardo Zúñiga
El doble Dostoyevski

El joven escritor Fiódor Dostoyevski va a ser fusilado en la plaza Semiónovski de San Petersburgo. Está de pie cerca del patíbulo, vestido con un blusón blanco de burda tela y espera la imprevisible sensación de la muerte. Sus ojos se han clavado en el reflejo lejano de la cúpula de una iglesia y en esfuerzo inconsciente para eludir la angustia que le trastorna, su conciencia, por unos momentos, queda paralizada y vacía.
El sol de invierno resplandece sobre los soldados, los funcionarios y la multitud allí reunida para presenciar el castigo impuesto a unos liberales; tres de ellos ya están atados a los postes con la cabeza cubierta.
Fiódor Dostoyevski murmura: "Si fuera posible no morir. Si fuera posible recuperar la vida...". Tiene veintiocho años y apenas conoce el torrente de iniquidades, de gozos y dolores que constituyen la existencia humana, pero está allí, a punto de ser ajusticiado, junto a veinticinco más cuyo delito fue conspirar contra el Estado. En verdad, él solamente se reunía con unos jóvenes en la casa de un tal Petrashevski para hablar de democracia y libertades. Tras ocho meses de detención en la sombría fortaleza Pedro y Pablo han sido conducidos a aquella plaza, lugar habitual de ejercicios militares, les han hecho arrodillarse, les han roto sobre la cabeza una espada, en señal de degradación, y les han leído la sentencia.
Mientras esperan el fusilamiento, Dostoyevski se despide de los dos amigos que están a sus lados; se han preguntado qué habrá en un carro cubierto con una lona que ven cerca y comprenden que son los ataúdes destinados a sus cuerpos. Estos minutos, que miles de hombres vivieron pero no sobrevivieron, devastan la conciencia más serena, son uno de esos "momentos estelares de la humanidad" que forjan la atribulada historia de los hombres como lo consideró Stefan Zweig: "este momento hace envejecer, tiene la duración de un siglo".
En la plaza Semiónovski todo está preparado y, el oficial que manda la patrulla ante el patíbulo grita "¡Apunten!" y los tambores redoblan pero no se oye la descarga. Hay un instante de extrañeza y uno de los atados a los postes levanta su capuchón para ver qué ocurre. En un coche llega un mensajero que trae el perdón del zar conmutando el fusilamiento por trabajos forzados en Siberia. Uno de los acusados no puede resistir la emoción y enloquece. Los demás comprenden que todo ha sido una cruel comedia, una ejecución fingida para así castigarles duramente destruyendo sus nervios. Unas horas más tarde, Dostoyevski, en su celda de nuevo, escribe a su hermano Mijaíl una de las cartas más emocionantes que haya escrito un mortal: pocas culturas contarán con algo parecido a sus páginas en las que se sigue la marcha enfebrecida de un ser que acaba de regresar a la existencia: "Hoy, durante tres cuartos de hora he vivido con la idea de que eran mis últimos momentos y ahora ¡aún estoy vivo!". Sobrevive, y tras la terrible prueba se siente arrebatado por la jubilosa conciencia de vivir: "Hermano, no estoy triste ni desesperado. La vida es vida en todas partes, la vida está en nosotros, no fuera de nosotros". Acaba de sentir el roce de la muerte pero ésta se ha retirado dejando tras de sí un vacío que él deberá llenar con todo a lo que hace unas horas había renunciado. Regresa así a la vida, descubre como nueva la sinfonía que la constituye y se esfuerza en definirla como una mayor vinculación a la condición humana: "Junto a mí habrá seres humanos y ser hombre entre estos seres y seguir siéndolo siempre, a pesar de cualquier desgracia que ocurra, no decaer, no hundirse, he aquí lo que es la vida, he aquí su objetivo".
En la carta aparece su irrenunciable vocación de escritor aunque teme las dificultades que encontrará: "¿Será posible que no vuelva a coger la pluma? Creo que dentro de cuatro años tendré posibilidad de hacerlo. Te enviaré todo lo que escriba, si escribo. Dios mío, cuántas imágenes creadas por mí se extinguirán en mi cabeza, perecerán o, como un veneno, se mezclarán con mi sangre. Sí, pereceré si no puedo escribir. Más vale quince años de reclusión pero con la pluma en la mano".

Aquí, más información sobre la presentación del libro.

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