jueves, 31 de octubre de 2013

POESÍA. "Se esconde el sol brillante...". Sara Mesa (Madrid, 1976)

Sara Mesa

Se esconde el sol brillante en esta bruma inmóvil.
Sientes que ahí palpita y espera su momento.
Sientes su resplandor, su calidez oculta.
Sientes que te acaricia tu piel huérfana y triste.
En su refugio el sol dora tus añoranzas
y te hace abrir el pecho,
                         y eleva tus pestañas.

PRENSA CULTURAL. LENGUA. "El cadáver estaba muerto". Álex Grijelmo

Álex Grijelmo

   En "El País":

El cadáver estaba muerto

El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras lo que se expresa con una

 27 OCT 2013
Lo publicó un diario madrileño el 1 de junio: “Ayer por la mañana se practicó la autopsia al cadáver del fallecido”.
Realmente nos dejaba ya muy tranquilos saber por esa frase que las autopsias se les practican a los cadáveres, pero todavía nos quedamos más a gusto cuando supimos que esos cadáveres están muertos.
El genio del idioma no quiere que se diga con dos palabras (o más) lo que se expresa a la perfección con una. Y eso encuentra una explicación en la máxima de relevancia que definió el filósofo de la lengua inglés Paul Herbert Grice (1913-1988).
La máxima de relevancia constituye una de las reglas de cualquier conversación en la que dos interlocutores intentan entenderse. Y consiste en que todo lo que cuentan ha de ser relevante (adecuado, pertinente) para la idea que desean transmitir. Lo superfluo queda eliminado antes de pronunciarse, y así se añade significado a la individualidad de cada término. Si una palabra está presente, será por algo: tendrá un sentido propio, igual que las demás.
Y como el buen estilo y la buena comprensión tienden a la economía de vocablos, ningún término puede resultar gratuito. El receptor entenderá siempre que si una palabra figura en una oración, es porque añade significado. Y si no lo añade, dificulta el entendimiento o engaña (a menudo sin que exista esa intención).
Por ejemplo, el 28 de junio a las 8.42 se pudo oír en una emisora española que narraba el encarcelamiento de Luis Bárcenas: “Le tomaron las huellas dactilares de los dedos de sus manos”. Lo cual da a entender que a veces las huellas dactilares se toman de algún otro lugar del cuerpo.
Y si contásemos que las calles de la ciudad se hallaban cubiertas de “nieve blanca”, entonces la máxima de relevancia nos invitaría a pensar que existe nieve de cualquier otro color. Ahora bien, supongamos que estamos escribiendo un cuento infantil en el que deseamos transmitir la idea de que la acción se desarrolla en un mundo irreal: los trigales serían azules, los mares amarillos, el carbón rosa y los renuevos negros. En ese caso sí podríamos narrar a continuación que, una vez ocurrido determinado fenómeno (el beso de un príncipe, sin ir más lejos), todo se tornó real, y nos volvimos a ver rodeados de carbón negro, mares azules, trigales amarillos, nieve blanca y brotes verdes.
La redundancia de significado no relevante (es decir, con palabras prescindibles) se denomina “pleonasmo”, vocablo procedente del griego pleonasmós (“sobreabundancia” o “exageración”). Como sucede con el colesterol y con las amistades, hay pleonasmos buenos y pleonasmos poco recomendables. Los buenos añaden expresividad, ironía… algo: “Cállate la boca”, por ejemplo. Y los pleonasmos malos no suelen añadir nada: “El estadio estaba completamente abarrotado”, “es totalmente gratis”, “vio un falso espejismo”, “se aprobó con la unanimidad de todos los grupos” (ejemplos extraídos de los periódicos).
La política y el periodismo abundan en pleonasmos malos. Y queríamos llegar hasta aquí para preguntarnos si la abundancia de pleonasmos no implicará que algunas personas están dejando de creer en la fuerza de muchas palabras y en sus significados redondos; y si eso explicará tal vez el desmedido uso del adverbio “absolutamente” entre quienes hablan en público: estamos absolutamente felices, absolutamente decididos, absolutamente seguros. Quienes se expresan así imaginan acaso fisuras en las palabras más sólidas; o quizás esos vocablos se les han desgastado por su desempeño falso y artificial. Un político que dice “vamos a resolver este difícil reto” está dejando de creer en la palabra “reto”, de tanto manosearla. Quizás él tenga la impresión de que un reto puede ya parecernos fácil; pero en tal caso nos encontraremos todos dentro de un cuento donde nacen brotes por cualquier parte y donde la crisis se presenta como un desafío que se resuelve en un periquete.
Dentro de un cuento infantil o dentro de algún que otro programa electoral.

PRENSA CULTURAL. Sobre Antonio Muñoz Molina


   En "El Confidencial":
ANTONIO MUÑOZ MOLINA, A LAS PUERTAS DEL PREMIO

El príncipe republicano sube al trono

Antes de recibir el viernes el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, tendrá que pasar por la comparecencia pública y multitudinaria, en Oviedo,ante más de mil personas de 59 clubes de lectura de Asturias y Cantabria. Los lectores han leído la obra del premiado y compartirán con Antonio Muñoz Molina las conclusiones de sus lecturas. Es uno de los actos que le esperan al autor que el jurado del premio destacó por la hondura y brillantez de su prosa, así como por su condición de intelectual comprometido con su tiempo.
¿Qué es lo que pretende Muñoz Molina en su obra? Contestó a El Confidencial, la última vez que atendió al medio, que quiere contribuir a un debate democrático, que antes del elogio pretende ser útil en el sentido “más práctico y honesto del término”. Las pretensiones del escritor de Sefarad (Alfaguara) o Beltenebros (Seix Barral), después de tres décadas ejerciendo el oficio, pasan por interrogar a la sociedad española y averiguar qué nos pasa, qué se puede hacer y por qué estamos arriesgando las cosas fundamentales. 
La vocación de contar el mundo, de preguntarse por el bien y el mal; de no volver a cometer el error él mismo –como apunta en su último ensayo– de despistarse con el ruido y denunciar todo lo que ponga en peligro lo que era sólido. Este es el ideario humanista que defiende Antonio Muñoz Molina, con sus reflexiones, sus palabras y su literatura:
UNO. Bien, la República. “Es una forma de gobierno más democrática que la monarquía”, aseguró el escritor de Todo lo que era sólido (Seix Barral) el día en que le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras ante los medios, en la Casa de América. Matizó que como forma de gobierno también tiene sus perversiones y que si le dieran a elegir entre la república holandesa y la venezolana, prefiere la primera. Antonio Muñoz Molina no es monárquico, aunque valora el papel de los Borbones: “A España le vino muy bien la presencia del rey en la Transición. En ese momento fue muy útil. Pero las personas que en la actualidad encarnan la institución no han estado a la altura de las circunstancias”. Fiel a su espíritu crítico, aclara que “el ideal republicano se ha cumplido en regímenes monárquicos con más eficacia que en regímenes republicanos”. 
DOS. Mal, el político. No en general, sino el político profesionalizado. El que hace carrera y oficio del bien común. “Deberíamos limitar los mandatos políticos para que no se pueda profesionalizar”. La crítica a la que somete en Todo lo que era sólido a esta clase política degenerada y pervertida empieza por la obediencia de partido: “El parlamento ofrece a diario el espectáculo entre grotesco y decadente de la obediencia en bloque a las directrices del partido, el aplauso cerrado al líder, el insulto soez al contrario”. Cualquier muestra de entendimiento ideológico es entendida como alta traición entre los políticos, para los que “la templanza es tibieza; el término medio, equidistancia y cobardía”. Y el repaso definitivo a todos sus defectos: “Han predicado la greña, la violencia verbal, la irresponsabilidad personal y colectiva, el halago, la intransigencia, la palabrería embustera, la falta de rigor, la indulgencia hacia el robo, el victimismo, el narcisismo, la paletería satisfecha, el odio, la grosería populista, el desprecio a las leyes”.
Jordi Évole y Antonio Muñoz Molina, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. (Efe)
TRES. Bien, el aguafiestas. La deriva autobiográfica de Todo lo que era sólido, el último libro de Muñoz Molina, culmina en una clara penitencia por no haber estado a la altura de las circunstancias. Como casi nadie. Cuenta en entrevista con este periódico que era consciente del delirio político, pero no de cómo los ayuntamientos se convertían en máquinas de corrupción y negocio sucio. “El único que ha estado a la atura ha sido El Roto”, dice. Mano dura y cara de acelga contra la troika española: ladrillo, corrupción e injusticia. Es crítico con la generación de los sesenta, la suya, que “no ha querido ser mayor y ha renunciado a su responsabilidad”. Revisar el pasado para conocer el origen de los problemas de este país y, entre ellos, Antonio Muñoz Molina señala la tendencia desaforada a la celebración que tiene España.
CUATRO. Mal, la manipulación territorial. “La ciudadanía en España ha estado manipulada por el factor partidista y el factor territorial. Se ha prestado poca atención a lo que se ha hecho en los ayuntamientos. Hubo una moda que fue la recuperación de lo propio, lo verdadero. Una obsesión por recuperar lo originario. Mientras se habla de estas tonterías, no se habla de cosas importantes y se favorece una imagen populista y chabacana. Lo prerromano tira mucho”, explicaba el escritor en su encuentro con el presentador Jordi Évole en la Residencia de Estudiantes, el junio pasado. “Se habla mucho de nacionalismos, pero muy poco de las imitaciones nacionalistas, como la andalucización de Andalucía, con un canal de TV para convencernos a los andaluces de lo andaluces que somos y puros de espíritu rociero…”  
CINCO. Bien, la soberanía. “Necesitamos la ficción porque es un acto de soberanía. Es un acto de resistencia enconada”, dice. Recuerda lo fácil que lo tenían los escritores de su generación para escribir buenos libros, con la democracia recién estrenada, con un público que no existía pero que quería leer las novelas de todos ellos, formaban la primera generación que empezaba a publicar en libertad y contra Franco. Hoy: “El lector de nuestro país sigue siendo muy sofisticado. La literatura nunca ha sido un fenómeno de masas, aunque me preocupa que con la excusa de la tecnología desaparezcan cosas como la educación, las bibliotecas, las librerías… La literatura es mucha gente que cuida del libro, mucha gente”. Es muy crítico con las grandes empresas tecnológicas que aspiran a destruir el ecosistema literario para plantar un monocultivo y ser los dueños.
SEIS. Mal, la irresponsabilidad. “A nadie le ha interesado la otra parte del sistema democrático, que es la responsabilidad personal”, aseguraba a este periódico. Las cosas eran mucho menos sólidas de lo que parecía y el hundimiento ha pillado sin hacer los deberes a los escritores como él, ciegos por no saber “lo que ocurría en medio de la agitación del presente, por la distracción, por la irresponsabilidad” y porque cada uno está a sus propios asuntos. El escritor dice que la Transición fue un espejismo, porque no era tan intocable, ni tan sagrada, ni tan infalible. Reclama al ciudadano extremar la voluntad de trabajo para ser productivos y sobrios, reforzados por un sistema educativo que fortalezca las capacidades del mayor número de personas. “No hay sitio ya para la autoindulgencia, la conformidad y el halago”.
En la rueda de prensa de la concesión del Premio Príncipe de Asturias. (Efe)
SIETE. Bien, lo público. A Antonio Muñoz Molina lo que más le preocupa (y “aterra”) de este hundimiento es que por falta de carácter cívico, y por la incapacidad para ponernos de acuerdo en la defensa de lo fundamental, “permitamos la privatización de la vida”. Todo lo que se adquiere se pierde. “Nada está garantizado”. Y menos irónico de lo que parece: “Eso también te da mucha esperanza, porque no tenemos garantizado ni lo malo”. Aboga por la esperanza y el derrocamiento del determinismo que nos lleva a caminar en una dirección única. “Hay ejemplos para la esperanza: ¿cuánto tiempo hace que no escuchas la expresión ‘ruido de sables’?”.
OCHO. Mal, el retraso. “Podríamos haber creado un país sólido con todo el dinero que hemos derrochado y esa oportunidad la hemos perdido”. Su propuesta es debatir sobre cosas reales: qué tenemos, qué hemos hecho bien. Y apostar por nuestra mayor riqueza: “El que tiene una lengua como el castellano, que es multinacional, es como quien tiene petróleo”.    
NUEVE. Bien, en corto. El relato es el laboratorio I+D de la novela: no existe un elemento de la narrativa que no se estudie en un cuento y ahí están todos los problemas que se plantea un novelista: punto de vista, arranque, final, el tiempo, la voz, el equilibrio entre lo que se cuenta y lo que se esconde. “La novela corta es tal vez la modalidad narrativa en la que mejor resplandece la maestría”, escribe en el prólogo del libro Carlota Fainberg (Alfaguara). El menú de la experiencia de la lectura tiene tantos platos como imaginación el cocinero. José María Merino define un cuento como algo que empieza pronto y termina enseguida y Muñoz Molina suele recordarlo para subrayar la cualidad sustantiva de este género, más propio de las revistas que de los libros. El autor de Nada del otro mundo (Seix Barral) guarda en un lugar privilegiado El nadador de Cheever, los de la Nobel Alice Munro y la unidad de los cuentos de Juan Eduardo Zúñiga, autor de Largo noviembre de Madrid.
DIEZ. Mal, la retórica. “Las palabras le permiten a uno ser heroico sin correr ningún riesgo”, escribe en su último ensayo. El autor reclama antídotos contra la palabrería y a favor de la claridad como principio político. La obscenidad del mal uso de las palabras ha logrado que no veamos la separación entre la estética y la política. “Como escritor y como ciudadano quieres que las palabras sirvan para contribuir al conocimiento de la verdad, más que para envolverla”.  

PRENSA CULTURAL. Reseña de "Por si se va la luz", novela de Lara Moreno

Lara Moreno

   En "El País":

El arte de renunciar al mundo

Lara Moreno debuta con 'Por si se va la luz', una obra sobre la madurez y los nuevos comienzos

La escritora andaluza es una exigente autora de poemas, microrrelatos y cuentos

 26 OCT 2013 

Cuenta Kapuscinski que en una tumba de Timur aparece escrita la siguiente frase que se cita en esta novela. “Dichoso aquel que renunció al mundo antes de que el mundo renunciara a él”, y vale para resumir su esencia.
Así, a pesar de tratarse de una pareja en crisis, Martín convence a Nadia para dejar atrás familia, trabajo, amigos y dependencias electrónicas varias, con el fin de huir de la ciudad, retirándose a un pueblo lejano y casi abandonado, donde una organización, de la que apenas nada sabremos, les proporciona vivienda y la posibilidad de emprender una vida distinta, más intensa y natural. Ella es pintora y escultora, y aunque con dudas, prefiere seguirlo a quedarse sola; él es un joven investigador desencantado a quien su Universidad ni siquiera paga.

Podría definirse como
la novela de lo incierto, pues lo poco que acabamos sabiendo no es del todo seguro
De este modo, se instalan en un innominado lugar habitado solo por tres personas: dos ancianos, Elena y Damián, y un individuo de mediana edad, Enrique. La mujer se ocupa de un pequeño huerto, cuida de sus animales, con los que mantiene una extraña relación, sobre todo con los cerdos y gallinas; el anciano caza y sueña con encontrar el mar; mientras que Enrique habita en una casa que hace las funciones de bar y biblioteca, pues la lectura desempeñará cierto papel en la existencia de los personajes. Cuando el relato ya está encaminado, otra mujer, Ivana, regresa al pueblo con una niña, Zhenia, que le ha legado su padre, al no poder ocuparse de ella. Todos comparten protagonismo con el espacio físico en donde se desenvuelve la escasa acción que transcurre en el presente, tras la crisis económica, pues se alude al fraude de Bernard Madoff: un pueblo semi en ruinas, junto a una pradera, en un entorno de montañas y bosques. Del mundo urbano, el fondo que aparece en contraste con la vida rural de los personajes, apenas sabremos nada, solo detalles de la existencia anterior de los protagonistas, quienes representan las distintas edades del ser humano, de la infancia a la vejez.
La novela se compone de dos partes, de 36 y 24 capítulos, respectivamente, que corresponden al invierno y al verano, para cerrarse con un breve epílogo. La mayoría de estos capítulos son muy breves, oscilando entre 1 y 14 páginas. Los escasos pero significativos sucesos que se narran en primera y tercera persona valiéndose a veces del estilo indirecto libre, transcurren entre esas dos estaciones extremas. Se trata de una narración coral en la que los personajes toman la voz para contarnos sus inquietudes presentes o rememorar el pasado. Y podría definirse como la novela de lo incierto, pues lo poco que acabamos sabiendo no es del todo seguro (“dicen que…”, “hay mucha leyenda…”, página 97); en cambio, conforme avanza la trama las certezas van consolidándose, volviéndose verdaderas y elementales.
Lo que se cuenta, en suma, es cómo Damián encara la muerte y transmite su secreta misión; cómo Elena acaba alejándose de su hija y de los vecinos del pueblo para refugiarse en su entrega a los animales; o cómo Enrique se convierte en el pegamento de los demás. La esperanza de supervivencia, sin embargo, llega con el hijo que tendrá la pareja más joven, y con Zhenia, la niña de casi 10 años, quien no carece de dobleces. Parece ser que cambiaron de vida para huir de una civilización en decadencia (“primero llegaron los recortes y luego las restricciones, el paraíso construido por el hombre siempre tiene un mal morir”, página 115), aunque en ocasiones sigan barajando la posibilidad de regresar a la urbe, sobre todo Nadia.
Uno de los mayores aciertos de esta novela estriba en haber logrado dar con la estructura y la lengua literaria idóneas para lo que necesitaba contar; o el cuidado que ha puesto la autora en el tono, en los diversos registros que maneja, no sin algún desliz o un comienzo chirriante, valiéndose de una abundante variedad de imágenes, metáforas, sueños y símbolos, que va diluyéndose en la trama conforme avanza la historia. Una buena muestra de estos contrastes se encuentra en la escena casi celiana, tremendista, la muerte de un perro a golpes tras una fiesta, con la que concluye la primera parte.
¿Por si se va la luz? Quizá la novela se titule así porque en el caso de que casi todo se extinguiera, pero la débil rueda del mundo siguiera girando lentamente, y un pequeño grupo de personas lograra sobrevivir, tal vez en el campo, es probable que todo pudiera volver a empezar a partir de aquellas pocas cosas que nos resultan estrictamente imprescindibles, aunque sean las primeras que olvidamos.
A cuantos ya conozcan la obra anterior de Lara Moreno (Sevilla, 1978), exigente autora de poemas, cuentos y microrrelatos, estoy seguro de que no les sorprenderá este brillante debut como novelista que la convierte en una de las más destacadas escritoras de su generación.
Por si se va la luz. Lara Moreno. Lumen. Barcelona, 2013. 323 páginas. 17,90 euros 

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (28 octubre 2013):

miércoles, 30 de octubre de 2013

POESÍA. "Palabras". Sara Mesa (Madrid, 1976)

Sara Mesa

Palabras
----------------A través de tu lengua penetro
en tu azulado mundo,
ineludiblemente soldado a tus palabras
como las pardas hojas del otoño
al discurrir crujiente de los días.

PRENSA. "Ellas nos mantienen vivos". Elvira Lindo

Elvira Lindo

   En "El País":

Ellas nos mantienen vivos

Las novelas, ya lo ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasión femenina por la psicología humana

 27 OCT 2013

Por razones de corte estrictamente familiar, me he visto esta semana inmersa en la celebración de los Premios Príncipe de Asturias. Además de disfrutar de paseíllos plácidos por las calles que albergaron la pasión de Ana Ozores y de dar cuenta de su extensa y excelsa gastronomía, he asistido a algún que otro acto cultural, para que no se dijera. En uno de esos eventos, el público llenó un auditorio del actualmente polémico arquitecto Calatrava. Llenar un auditorio de Calatrava tiene un mérito enorme porque ya se sabe que los arquitectos estrella tienden a diseñar palacios de congresos en los que cabe más gente que habitantes tiene la propia ciudad en la que se construyen.
Este en cuestión tiene una estructura que a alguien no avisado como yo le provocó un escalofrío. Por suerte, una paisana me sacó de la estupefacción diciéndome que es que para percibir que el edificio tiene forma de cangrejo hay que subirse al Naranco y entonces ya. Ah. Para llenar un auditorio de Calatrava, digo, hace falta mucho personal, pero para llenarlo de lectores se necesita un milagro. El milagro se hizo. Mil lectores, perdón, lectoras, de los clubes de lectura de Asturias consiguieron humanizar lo que sin público es como una nave espacial que de un momento a otro emprenderá el regreso a su planeta. Mil lectoras, porque más de un 80% eran mujeres, acudieron a preguntarle curiosidades y dudas al novelista, después de haber leído sus libros y haber formado parte de intensas puestas en común sobre sus personajes.
¿Dónde estaban los hombres? ¿Dónde los compañeros, maridos o padres de todo ese batallón de aficionadas a la literatura? Las novelas, ya lo ha dicho Ian McEwan, sobreviven gracias a la pasión femenina por la psicología humana. De este puesto del mercado ellas son las principales clientas. No creo que haya que responderles con halagos, más bien con respeto intelectual, que debería comenzar por los propios novelistas que, en ocasiones, se avergüenzan, he dicho bien, se avergüenzan, de cultivar un público casi exclusivamente femenino. Me enternecieron algunas ancianas de más de noventa años, que sin pereza y con aquel espíritu del viejo de Goya del “todavía aprendo” acuden puntuales a sus citas con el club de lectura, y estaban allí esa tarde, en tan calatravesco lugar, para hacer ver que en el tercer acto de la vida la lectura puede provocar emociones que el tiempo dejó atrás.
Por razones de corte estrictamente familiar, mi suegra ha pasado un mes en casa. Me gusta más el término mother-in-law que utilizan los anglosajones, suena más neutro y parece que tiene menos connotaciones referidas al sainete familiar; aunque tal vez mother-in-law también suena a suegra para un angloparlante. El caso es que esta anciana a la que la guerra expulsó de la escuela regresó a los libros después de haberlo hecho casi todo en la vida: trabajar sin descanso (en la casa, en el campo, en las preciosas labores de ganchillo y bordado), parir hijos y no pensar en sí misma.

Para llenar un auditorio de Calatrava hace falta mucha gente. Y para llenarlo de lectores, un milagro
El cuerpo pasa factura y las mujeres que lo dieron todo padecen hoy dolores que, aun denominados por la medicina como artritis reumatoide o artrosis, habría que completar en su ficha médica con la narración de esas vidas: cuidar la casa, lavar a mano en aguas frías, cocinar, atender a los animales, recoger aceituna, parir hijos, hacer preciosas labores de ganchillo o bordado en los ratos libres. Nunca estar sin hacer nada. Cuidarse poco. Hoy, los huesos, las venas de esas madres han dicho hasta aquí hemos llegado. Pero sus mentes se resisten a la jubilación.
Todas las tardes, después de la “novela” televisiva, ella se ha sentado a la mesa del comedor, con un aire algo escolar, como queriendo regresar a la escuela que le fue arrebatada, y ha tomado un libro apoyando los codos sobre la mesa, en la posición de quien quiere cumplir con sus deberes. Por sus manos han caído: Cinco horas con Mario, de Delibes; Patrimonio, de Philip Roth; Recuerdos de una mujer de la generación del 98, de Carmen Baroja y Nessi, y Juan Belmonte: matador de toros, de Chaves Nogales. Tras las dos o tres horas de entrega a un libro en las que se podía escuchar el tenue sonido seseante que surgía de su boca leyendo en voz baja para ayudarse en la comprensión lectora, iniciábamos nuestro íntimo club literario a la hora de la cena. Cómo conseguía que la vida de los personajes o de los autores tuviera algún grado de identificación con la suya propia es un ejemplo del poder simbólico de la narración: la mujer que queda viuda y monologa sobre el muerto; el hombre que se entrega al cuidado del padre (si Philip Roth escuchara la descripción que hace mi suegra de él no se reconocería); la necesidad de ser escuchada de la hermana de don Pío o el mundo de ayer del torero Belmonte. Todas esas experiencias amoldadas a la lectura de una mujer que goza hoy en la vejez de lo que hubiera deseado disfrutar de joven: tiempo para el esparcimiento, conversación y, sobre todo, personas que dan valor a lo que dice y a lo que hace.
Una vez escuché a un escritor, al que no he de nombrar para no avergonzarlo, que quería tener lectores a su altura. Qué pena ser escritor y no saber nada de la vida; ni estar agradecido a quien de verdad te mantiene.

PRENSA CULTURAL. "Álvarez Ortega, el poeta monástico"

Manuel Álvarez Ortega

   En "El Día de Córdoba":

Álvarez Ortega, el poeta monástico

El cordobés ha cumplido 90 años alejado de la farándula literaria Sus allegados destacan de él su honestidad y su dedicación 'rilkeana' a la poesía
IRENE CONTRERAS CÓRDOBA | ACTUALIZADO 27.10.2013
Manuel Álvarez Ortega (Córdoba, 1923) ha cumplido 90 años en 2013. Entre sus premios (el más reciente, la Medalla de Oro de la Junta de Andalucía en 2007) no se encuentra el Nobel, aunque ha sido propuesto para el mismo en dos ocasiones. Pero la prioridad del poeta nunca han sido los reconocimientos ni las medallas: a lo largo de su vida se ha sabido mantener alejado de los grandes círculos poéticos, premios y escaparates que contradicen su visión abacial de la literatura. Ese encierro voluntario responde a su dedicación plena a la labor creativa, que inevitablemente desemboca en una poesía meditada, sensata, circular. También desemboca en una imagen quizá alterada de la personalidad de un poeta que no rinde pleitesía a las cortes culturales ni se desvive por ver su foto impresa en las páginas de un periódico (actitudes de las que él habla como farándula poética). Una rara avis, esquiva y hermética para los desconocidos, que huye de la condición de personaje público que otros artistas se pasan la vida buscando. 

Esa vida rilkeana, consagrada a una literatura pura y preciosista, a la constante búsqueda de la perfección estilística, ha dado como resultado más de una treintena de poemarios en los que se preocupa por el paso del tiempo, la memoria y la metafísica. En los años 70, Álvarez Ortega era un poeta fiel a la palabra y al verso, heterodoxo de una suerte de tradicionalismo formal que no comulgaba con las modas estéticas que triunfaban en la época. Esto le hizo pasar desapercibido para muchos de sus contemporáneos mientras que los más jóvenes, los Novísimos, le reconocían como un maestro. 

Destacan, además de su creación literaria, las traducciones que realizó de los poetas franceses y belgas a finales de la década de 1960: Álvarez Ortega era traductor cuando muy pocos traducían en España. La antología Poesía francesa contemporánea (Taurus, 1967) le valió el Premio Nacional de Traducción y el agradecimiento de poetas y poetófilos españoles que pudieron, a través de su labor, conocer la obra de autores vecinos como Lautréamont, Apollinaire, Breton o Péret. Mediante esta experiencia tuvo la oportunidad de trabajar codo con codo con los propios autores de las obras que traducía, de conocerlos personalmente más allá de sus versos, lo que no solo enriqueció su bagaje poético sino que le convirtió, además, en una figura de referencia en España sobre la poesía francesa. Ávido lector de las letras europeas de Rilke, Kleist o Hofmannsthal, se mostró crítico desde muy pronto con la poesía española al margen de Góngora, Quevedo, Garcilaso y algún elegido de la Generación del 27. Fue fundador de la revista Aglae, con la que decidió acabar en 1953 cansado de recibir poemas anodinos y repetitivos; ese fue el único proyecto colectivo y de alguna forma abierto en el que se embarcó: lo demás ha sido encierro, trabajo solitario, apartamiento. Desde hace años reside en Madrid y mantiene el contacto con pocas personas, las que han sabido, a lo largo de su vida, comprender y respetar su desapego a la publicidad y su personalidad crítica y ácida, a menudo tildada con el apelativo difícil

"Su leyenda no la han fabricado sus allegados, sino los más ajenos a él". Quien habla es el poeta, crítico y catedrático de Filología Clásica Jaime Siles, que con 18 años descubrió en una librería de su Valencia natal el Dios de un día de Álvarez Ortega. Ese mismo año (1969) se conocerían en el Café Gijón, santuario de los literatos en Madrid, donde comenzó una amistad que aún hoy conservan. En torno a Álvarez Ortega se ha creado una atmósfera de misantropía que sus amigos más cercanos se esfuerzan en desmentir. De él destacan, por contra, su honestidad y coherencia tanto en la vida como en la poesía, a la que se ha dedicado de forma casi monástica. A finales de la década de los años 80, Siles le habló al poeta y editor Juan Pastor, fundador y director de Devenir desde 1984, de un poeta cordobés al que consideraba su maestro. Desde 1988 hasta hoy, Devenir ha dado luz a 11 títulos del poeta más dos ensayos sobre su obra. El pasado mes de mayo la editorial publicó Diálogo, un volumen que recoge una serie de entrevistas que el poeta ha concedido a lo largo de estos años. 

En la década de los 70 era frecuente ver a Álvarez Ortega por el Café Gijón del madrileño Paseo de Recoletos. Allí se reunía con otros poetas, jóvenes y veteranos, como Siles, César Antonio Molina, Fanny Rubio, Gerardo Diego o Francisco Umbral. "Los poetas jóvenes nos acercábamos a él interesados por su figura, por conocer la isla que era", cuenta el también poeta cordobés Francisco Gálvez. "También, por su visión de la contemporaneidad poética, el estado de la literatura, los poetas franceses. Él nos atendía con educación". La linarense Fanny Rubio recuerda que "durante una época, Manuel iba todas las tardes al Café Gijón. Me gustaba oírlo. Era un cordobés con mucho acento, practicante, y recordábamos muchas cosas de Andalucía juntos". César Antonio Molina, exministro de Cultura y actual director de la Casa del Lector, había leído sus obras y traducciones antes de conocerle en el Café Gijón. Entonces descubrió en él "un maestro, una persona en apariencia poco accesible y gruñona que, cuando se le trata y descubre que compartes muchas de sus inquietudes, se muestra totalmente cercana y amable". Aquella cafetería madrileña, donde aún se reúnen los círculos de literatos e intelectuales, fue el escenario de coloquios sobre la poesía y la vida que descubrieron a aquellos que se acercaban a Manuel (a quien sus allegados llamaban cariñosamente Manolo) una imagen del poeta más tierna, más honesta y más nítida que la imagen que trascendía públicamente. Por eso, ante la más mínima referencia a su personalidad esquiva y su mordacidad a la hora de hablar de otros poetas, a sus amigos les saltan las alarmas: "Es honesto y coherente, no se casa con nadie", dice Juan Pastor; "su sentido del humor, su perspicacia, su forma de ser crítico sin crueldad hacen sonreír cuando lo escuchas", conviene Fanny Rubio; "puede ser feroz en sus juicios pero conmigo siempre ha sido tierno y humano", defiende Jaime Siles; "habla de los malos poetas sin tapujos, dando nombres y apellidos, lo que puede resultar políticamente incorrecto", reconoce Francisco Gálvez, "pero el tiempo le está dando la razón". 

En 1998 la editorial Devenir publicó Dedicatoria, para conmemorar los 50 años de su primer libro. La presentación de la obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se convirtió en un homenaje al poeta, en el que Álvarez Ortega, receloso de este tipo de actos, accedió a acudir a regañadientes. El acto estuvo presidido por compañeros y amigos como Francisco Umbral, Jaime Siles, Francisco Ruiz Soriano, César Antonio Molina, Juan Pastor y Marcos Ricardo Barnatán. Además, acompañaron al poeta, entre el numeroso público de la emblemática Sala de Columnas, Jorge Urrutia, Rosa Pereda, Fanny Rubio, Jenaro Talens, Carlos Álvarez Ude y José Ramón Ripoll, entre otros. Pastor relata cómo tras la cena celebrada en ese encuentro, los poetas y amigos de su círculo más cercano decidieron presentar su candidatura al Nobel. "Al día siguiente se redactó la carta que mandamos a las instituciones, que, junto a un nutrido grupo de intelectuales y amigos, fue firmada y presentada por Jaime Siles, que estaba en la Unidad de Suiza, al Nobel". Pese a ser aceptada su candidatura por la Academia, finalmente el premio no se le concedió. Sus allegados coinciden en señalar que si Álvarez Ortega no cuenta con un gran palmarés de premios se debe, precisamente, a ese afán por mantenerse al margen. "Ha recibido menos honores, pero él nunca los ha buscado. De hecho, si se los dieran no sé si estaría dispuesto a recibirlos...", comenta Siles. "Ha asistido de manera distante al deterioro de la poesía hacia el mercado a través de los premios y la banalidad", opina Rubio, "y ha pagado el precio, que es no estar de moda. Pero cuando no estás de moda, estás siempre de moda". Por su parte, Gálvez afirma: "Su alejamiento ha permitido refinar su estilo. Nunca ha querido relacionarse al modo habitual. Pertenece a una escasa estirpe de poetas que no se pliegan". Molina también cree que Álvarez Ortega debería recibir los más importantes premios, "aunque lo que hace a un poeta no son los premios. Por ejemplo, Borges no tiene el Nobel". No obstante, continúa, "ha seguido el camino que su poesía requería, y si hubiese cedido en eso -modas, premios- quizás no habría sido el gran poeta que es. La gran poesía requiere de la inmensa minoría de Juan Ramón. Manuel tiene una carencia absoluta de necesidad de las glorias terrenales". El asturiano-leonés Antonio Gamoneda, ganador del premio Cervantes en 2006, apunta que en una ocasión Álvarez Ortega rehusó, "con suma educación", su invitación para participar en una importante lectura poética en el Palacio Real: "Valoro de forma positiva esa especie de soledad plenaria. Es una de las causas por las que ha logrado una obra incontaminada de tendencias y modas efímeras. Puede haberle restado popularidad, pero el valor real está en cómo cubre las hojas en blanco". 

Siles cuenta que, durante la celebración del mencionado homenaje en 1998, Umbral le dijo: "Habrá un día en que las futuras generaciones pregunten por su obra, y entonces tú podrás decir: 'Yo conocí a Álvarez Ortega', como los portugueses dicen 'yo conocí a Pessoa". Y es que la prolífica obra del poeta cordobés, simbolista y pasional, no es casual ni improvisada. Álvarez Ortega ha trabajado la palabra con constancia y paciencia, dotándola de matices la mayoría de las veces melancólicos y angustiantes, otras exultantes de pasión por la vida, siempre flotando sobre ella la sombra de un desierto final que se acerca imparable. Su obra se sustenta sobre sí misma y se erige gracias a la constancia, al camino firme que el autor ha seguido a lo largo de toda una vida dedicada a la poesía. "Destaca en su obra la moral del lenguaje", dice Siles, que añade: "Manolo tiene un sentido del lenguaje como no ha habido en España desde Góngora. La palabra nunca ha sido para él comunicación, sino creación e investigación del misterio". Molina le define como un poeta "espeleólogo": "Se adentra en la lengua, la inteligencia y el ser para iluminar las cavernas abismales de la existencia". 

Difícilmente adscribible a una generación o una tendencia estética, Álvarez Ortega es definido como poeta europeo. Su labor traductora le acercó de manera especial a la poesía que se hacía más allá de las fronteras españolas. "A través del estudio de los poetas franceses ha tenido acceso a la mayor parte de la poesía contemporánea. Esa diferencia de fuentes ha determinado el territorio de su escritura y esa cartografía poética y mental tan suya que le caracteriza", dice Siles. El escritor Antonio Colinas asegura que Álvarez Ortega "escribía siempre desde su propia y exclusiva voz, de una extremada pureza expresiva y con un gran afán reflexivo, meditativo, que era toda una rareza". 

Una voz propia cincelada y barnizada a lo largo de años de buceo en el océano de la literatura y de la vida (el propio Álvarez Ortega lo postula así en Intratexto: "Poesía, en todo caso, más que conocimiento, es inmersión en el ser"). Una voz con acento cordobés que no obtiene, sin embargo, el debido reconocimiento en su tierra del que sí gozan otros autores como Antonio Gala o Pablo García Baena. Un paisano, Francisco Gálvez, lo reclama: "Manolo merece que su propia ciudad le demuestre el afecto que le debe".

PRENSA. Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (29 octubre 2013):

martes, 29 de octubre de 2013

POESÍA. "Quién hay...". Sara Mesa (Madrid, 1976)

Sara Mesa

Quién hay, quién es, quién está hablando ahora
qué palabra, dime paloma
de párpados violáceos, dime
paloma hinchada
qué palabra pronuncia qué persona
qué cuerpo qué garganta qué leche qué saliva.
He de saber en cuál
en qué charca en qué arroyo
en qué pantano sucio en qué
lavabo en qué tubería rota en qué
estanque de nieve
en qué estanque podrido en qué
vertido
he de beber yo ahora. He de saber
en qué palabra en qué idioma en qué
lenguaje he de decir
qué cosa y a qué oreja
a qué persona a quién
que interprete, que escuche
que entienda ahora estas gotas que penden de mis labios.

PRENSA. Sobre la educación de las niñas, en la India

   En "periodismohumano.com":

Educación en las niñas de hoy, empoderamiento de las mujeres del mañana

La formación académica y promover la toma de conciencia de los derechos que se tienen como persona es vital para las niñas en un país como India, en el que viven en una marginalidad continua.

Recorremos varios barrios de la periferia de Nueva Delhi en los que desde hace 15 años una ONG local, con el apoyo de varias internacionales, desarrolla programas de capacitación para mujeres y niñas que comienzan, con muchas dificultades, a dar sus frutos.

Es el caso de Soniya, una joven de 20 años que está a las puertas de licenciarse en filología hindú. La primera chica de su 'slum' o favela que consigue acceder a la universidad.


Habitación en la que duermen los padres de Ruksana, junto con su hermano pequeño de 9 años,
Ruksana habla claro y con decisión. No tiene pelos en la lengua al expresar los puntos débiles de su condición como mujer y empobrecida, a la vez que es muy consciente de sus derechos como persona. Lo sorprendente de Ruksana es que sea capaz de expresarse de la manera en la que lo hace a sus 16 años de edad, siendo hindú y habitante de un slum -asentamiento periférico empobrecido y masificado- a las afueras de Nueva Delhi.
Esta joven de ojos despiertos y respuesta hábil y rápida, lidera un grupo de 22 niños con el que se reúne habitualmente para debatir sobre sus derechos, como por ejemplo, sobre cómo mejorar la escuela a la que acuden, ella y sus 90 compañeros restantes de todas las edades (es la única escuela pública a la que tienen posibilidad de asistir y en la que sólo hay una clase). “Está masificada, los profesores no pueden atendernos a todos, cada uno de un nivel. Además, hay problemas de ventilación”, comenta al respecto. Las quejas y peticiones del grupo como esta, las hacen llegar al gobierno por escrito. Si bien de momento no les sirve de mucho, porque reciben poca respuesta, estas reuniones consiguen un objetivo: su empoderamiento. “Gracias a esto he conocido los derechos que tenemos los niños y de los que antes no era consciente”, dice orgullosa. Ruksana lidera el grupo por votación. Ella fue la elegida de entre tres candidatos. Era la única chica.
Ruksana es la mayor de 5 hermanos, acude regularmente a los programas que Chetanalaya, una ONG local (católica, pero que trabaja con población hindú y musulmana y apoyada económicamente por distintas ONG internacionales), ha puesto en marcha en zonas periféricas de Nueva Delhi desde hace 15 años. “Ya estamos recogiendo algunos frutos”, señala Thomas Antony, responsable de los programas. Para ello, a parte de con los niños y niñas, a quienes les ofrecen apoyo escolar y estimulan la formación de grupos asamblearios en los que se da pie al debate, trabajan también con las familias para tratar de hacerlas entender que cuanto más preparados estén, sobre todo sus hijas, podrán optar a una vida mejor.

Baño y parte de la cocina en la misma estancia en la que duermen los padres de Ruksana y su hermano pequeño
Consejos sobre higiene, ayuda económica invertida en mejorar las casas, microcréditos para poner en marcha un pequeño negocio y reforzar el apoyo escolar desde muy temprana edad, son algunas de las actividades en las que se centran dichos programas.También ofrecen clases de defensa personal a las mujeres y niñas del slum. Ruksana acude todos los días. Cuando se le pregunta sobre el tema de la inseguridad de la mujer, en la respuesta a esta pregunta se extiende más que en las demás y su rostro se torna serio: “Es un grave problema. Existe mucha inseguridad. A las nueve de la noche tenemos que quedarnos en casa sin salir y es aconsejable que siempre vayamos acompañadas por un varón. Son muchas las chicas violadas, raptadas… me da miedo, por eso acudo a las clases de defensa personal diarias”, comenta.
Cabe recordar que las agresiones sexuales hacia las mujeres en India constituyen un grave problema que ha ido en aumento en los últimos años, así lo dicen los datos oficiales: según la Oficina Nacional de Registro de Crímenes, las violaciones se han multiplicado por 10 en las últimas cuatro décadas, hasta sumar 24.923 casos registrados en 2012 en todo el país. Aunque algunas violaciones se han producido a la vista de la población, como la de la joven estudiante de fisioterapia de 23 años que fue violada por 6 hombres en un autobús en Nueva Delhi causándole la muerte, el pasado 16 de diciembre, Ruksana, y como ella la mayor parte de los habitantes del slum en el que vive, creen que al caer la noche, sin luz y facilitado por el enjambre de calles que conforman el slum, significa ponérselo fácil a los agresores.

Una niña sale de las clases de apoyo escolar en el slum de Jahangirpuriv
Cuando te adentras en el slum de Jahanginpuri, del que Ruksana es originaria, las calles empiezan a estrecharse. Una nube de moscas se hace constante desde que entras en él, hasta que lo abandonas. El hedor por momentos se hace insoportable, es a causa de la falta de alcantarillado y servicio de basura, lo que hace que todos los desechos de las casas vayan a parar a una especie de acequia que recorre el slum, y cerca de la cual, es fácil encontrarse a algún niño jugando, rodeado de gallinas y algún que otro pequeño cerdo. Sólo dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, se puede ir a por agua corriente a una especie de fuente de la que el agua que se extrae, no es muy recomendable para el consumo humano.
Sus habitantes, en concreto en este slum, -unas 6.000 familias cuyos miembros de media son 8 personas que viven en unas casas de entre 12 y 50 metros cuadrados, construidas sin ningún tipo de planificación, amontonadas unas contra otras, lo que supone un grave riesgo de derrumbe durante la época del monzón- viven, en su gran mayoría de recoger basura o de conducir un rickshaw (una especie de moto con un asiento trasero incorporado y completamente cubierta, muy común en la India), que hace las veces de taxi económico para locales y turistas. La media de los salarios mensuales no supera las 4.000 rupias (unos 48 euros al mes), a lo que hay que restar las entre 1.000 y 2.000 rupias (12 y 24 euros) que pagan de alquiler muchas familias mensualmente, por vivir en estas infraviviendas.

Un matrinomio recoge basura en el slum de Jahangirpuriv, el único susteto de vida para muchas familias en esta zona
“La población de Delhi son 12 millones de personas de las cuales un 25% vive en slums. Pero estas cifras son aproximadas ya que hay muchísima gente que no está registrada en el censo, con lo cual intuimos que la cifra de la población en los slums es bastante mayor que la que se nos dice oficialmente”, comenta Thomas Antony que continúa: “La población que se va fijando en los asentamientos periféricos de Delhi son familias que proceden de áreas rurales más empobrecidas y que vienen a la ciudad en busca de una vida mejor, pero que tienen que salir adelante en unas condiciones muy duras” (…) “Delhi se está expandiendo y es cierto que ha habido un crecimiento en las infraestructuras, pero a ellas sólo tienen acceso las clases adineradas. Son estas clases las que se están beneficiando del crecimiento en la India. La exclusión social en este país, en esta ciudad es un círculo vicioso muy difícil de romper”.

Sheikh, padre de Ruksana, perparándose a la mañana para ir a trabajar
En la familia de Ruksana han entendido que la formación de su hija es importante para intentar romper ese círculo, por eso le permiten asistir a la escuela y les encantaría que ella pudiera acceder a la universidad a estudiar derecho o a convertirse en profesora, según los propios deseos de la joven. “Es difícil encontrar un modo de conseguirlo. Trabajo yo sólo en casa y somos 7 personas. Mi salario es de 5.000 rupias mensuales (unos 40 euros) como repartidor, tenemos lo justo para vivir”, señala Sheikh Rustam, padre de Ruksana, cuando se le pregunta sobre la posibilidad de que su hija pueda ir a la universidad.

Ruksana junto a sus padres y uno de sus 4 hermanos a la puerta de su casa  
Tanto él como su mujer apoyan que Ruksana no esté pensando en casarse todavía, sino que espere a estar más preparada. “Yo quiero que mi hija sea feliz y encuentre una buena familia [habla de la futura familia política. Que su hija no contraiga matrimonio tampoco entra en sus planes]. Sé que Ruksana será capaz de conseguirlo”. Skeikh considera a su hija una chica inteligente y es consciente de que tanto ella como sus hermanos han mejorado mucho desde que van a los programas de capacitación. Se siente orgulloso cada vez que alguno de sus vecinos le comenta por la calle lo excelente que es Ruksana. “Sé que si mi hija tiene una mejor cualificación encontrará a un mejor marido”, esta es la mayor preocupación de Skeikh.
Ruksana por su parte se siente satisfecha de que sus padres le permitan seguir yendo a la escuela a tiempo completo, a pesar de ser la mayor de sus 5 hermanos. Se considera una privilegiada por ello. “Muchas chicas no pueden estudiar porque sus padres no quieren. Se tienen que quedar en casa a cuidar de sus hermanos y no pueden ni ir al colegio, ni participar en los programas de capacitación. Lo entiendo porque por un lado están cuidando a sus hermanos, pero por otro lado me da pena que descuiden sus estudios. Normalmente estas chicas se casan muy pronto, a los 16 años como yo, y en seguida tienen hijos. Esto no entra en mis planes hasta que, si tengo posibilidad, acabe mis estudios universitarios”, concluye.
La vida de Shabana de 18 años de edad parece transcurrir por derroteros distintos a la de Ruksana. Ambas viven en el mismo slum, muy cerca la una de la otra. Las aleja la religión por un lado, Shabana es musulmana mientras que Ruksana es hindú; y que los padres de Shabana, a diferencia de los de Ruksana, nunca han acudido a los programas de capacitación, por otro. Tampoco la dejan asistir a ella. Cuando se le pregunta el porqué, el silencio se alarga hasta el punto que hay que romperlo con otro tipo de pregunta para no hacerla sentir incómoda.
La forma de expresarse de Shabana es muy diferente a la de Ruksana. Es tímida, le cuesta mucho hablar en público sobre temas cotidianos y a menudo convierte el silencio en su mejor aliado. Shabana aspira en la vida a trabajar en casa, “y casarme cuando mis padres encuentren un marido para mí” (…) “Cuando un hombre te elije, prefiere que estés educada”, por eso cree que le está costando tanto encontrar a un hombre que quiera casarse con ella. “Mis amigas están casadas desde los 16 años. A mí me gustaba salir con ellas, pero desde que se casaron, sus maridos no se lo permiten. Ahora tengo la obligación de salir siempre con mi hermano y su mujer. En casa me dicen que no es bueno que vaya sola por la calle”.

Shabana y parte de su familia a la entrada de su casa
Shabana vive junto a sus padres, sus 4 hermanos, sus 2 hermanas, sus 2 sobrinos y las 2 mujeres de sus hermanos, en una casa de dos plantas que no superan los 25 metros cuadrados cada una. En la planta baja, una tabla de madera que ocupa casi toda la estancia, es la mesa en la que comen durante el día los 12 miembros de la familia y la cama en la que duermen durante la noche 6 personas. A pesar de vivir 12 personas en esas condiciones con el salario mensual del padre de 5.500 rupias al mes (algo más de 66 euros) por trabajar en una pequeña tienda de comestibles, los padres de Shabana no consideran necesario que su hija siga formándose.

Una de las 2 estancias de la casa de Shabana en la que viven 12 personas. La tabla de madera del centro es una mesa durante el día y a la noche cama
“La población musulmana en los slums es la que más se resiste a que sus hijas vayan al colegio cuando han pasado una determinada edad”, señala Antony, “es muy difícil acceder a que tanto ellas, como sus familias participen en programas de capacitación a todos los niveles. Yo diría que alrededor de un 60% de los musulmanes, no permiten que sus hijas se formen en los slums en los que nosotros trabajamos”.

Slum de Janta Colony. Un grupo de hombres y jóvenes musulmanes a la hora del rezo
La población musulmana en algunos slums de Delhi es bastante numerosa. Es el caso del slum de Janta Colony y Mochi Colony. En estos dos asentamientos la población musulmana es de un 35%. Sin embargo, si queremos encontrar en ellos a alguna joven que haya tenido acceso a estudios universitarios, hay que buscarlas en familias hindúes. Aún así, escasean. En el slum de Janta Colony, en el que oficialmente viven unas 4.000 familias, sólo 4 chicas han conseguido ir a la universidad. Son las primeras que lo consiguen. Soniya es una de ellas. Con 20 años está a las puertas de graduarse en Filología Hindú por la Universidad de Delhi. Su pretensión es ser profesora.

Soniya junto a su madre y sus dos hermanos
Cuando Soniya tenía 16 años, los padres acudieron a los programas de capacitación porque la vieron muy triste al creer que al acabar los estudios secundarios no tendría posibilidades de ir a la universidad. “Primero hablamos con los padres”, comenta Antony. Al ver que los padres se implicaban, decidieron ayudarla a ella. Antes de esto, los padres ya habían solicitado un préstamo a un particular, por el que les cobraba un 10% de intereses al mes. La situación económica se hizo insostenible debido a la deuda. En casa sólo son 5, los 2 padres y 3 hijos -algo bastante inusual en las familias hindúes que suelen ser más numerosas- y la familia tan sólo cuenta con el salario del padre que trabaja fuera del slum como pintor, por lo que cobra 6.000 rupias al mes (unos 74 euros).

Soniya estudia para su próximo exámen
“Que Soniya fuera a la universidad con esas condiciones del préstamo era imposible. Tengo dos hijos más a parte de ella y no podría permitir que unos fueran a la universidad y otros no”, comenta Basanti Devi, madre de Soniya. “Ahora pueden ir a la universidad Soniya y su hermano [que estudia ingeniería], gracias al apoyo de microcréditos que recibimos de la ONG. Sin este apoyo hubiera sido imposible poder conseguirlo”. Ahora el préstamo les cuesta un 2% de intereses mensuales, frente al 10% que pagaban anteriormente.
En la clase Soniya, a la que acuden estudiantes de toda Delhi, ella es la única habitante de un slum y una del 15% de chicas, frente al 85% de los chicos, que la conforman. “Para mí es una alegría muy grande que mi hija haya conseguido ir a la universidad, ya que yo no pude hacerlo”, señala Basanti. Ella por su parte lidera un grupo de mujeres de dentro del slum, con las que trabaja para hacerles entender lo importante que es la formación tanto en ellas, como en sus hijas, a la hora de conseguir unas condiciones de vida más dignas. “Es lo menos que puedo hacer después de todo el apoyo que mi familia y yo hemos recibido”, concluye.