miércoles, 5 de mayo de 2010

LECTURA. LITERATURA ESPAÑOLA Y UNIVERSAL (fragmentos). "Viaje por España", de Théophile Gautier (1811-1872)

Théophile Gautier

Un fragmento del Viaje por España (1840), de Gautier, está dedicado a su paso por Córdoba; es éste:

Un puente sobre el Guadalquivir, bastante ancho en aquella parte, sirve de entrada a Córdoba por el lado de Écija. El aspecto de Córdoba es más africano que el de las demás poblaciones de Andalucía. Allí se anda por entre interminables tapias blancas, sin apenas rejas ni balcones, y únicamente podemos esperar encontrarnos de vez en cuando con algún mendigo, alguna beata o algún majo que pasa rápidamente sobre su caballo enjaezado de blanco y arrancando chispas a las piedras del pavimento. A pesar de sus aires moriscos, Córdoba es profundamente cristiana y se halla colocada bajo la protección del Arcángel San Rafael. Este Patrón celeste se halla en lo alta de un cerro, con la espada en la mano, las alas al viento, todo lleno de dorados, como un centinela que velase sobre la ciudad confiada a su custodia.
Según se cuenta, el Arcángel se le apareció a Andrés Roelas sacerdote de Córdoba, enjaretándole un sermón, cuya primera frase se halla grabada en la columna donde actualmente se sostiene la imagen. El exterior de la Catedral nos sedujo poco, y creímos sufrir un desencanto a pesar de los versos de alabanza que le dedicó Víctor Hugo. En tiempos de Abderramán, si hemos de creer a los historiadores, Córdoba contaba con 200.000 casas, 80.000 palacios y 900 baños, teniendo como arrabales 1.200 pueblos. Ahora sus habitantes no llegan a 40.000 y la ciudad parece desierta. Fue entonces cuando empezó a construirse la Mezquita de Córdoba, hacia fines del siglo VIII, quedando terminada a principio del IX. El edificio tiene siete puertas. Al entrar nos encontramos con el Patio de los Naranjos, que es soberbio, con naranjos contemporáneos de los moros; todo el espacio está rodeado de galerías con arcos, enlosadas de mármol, y a un lado se yergue un campanario poco interesante. Bajo el suelo de este patio parece que hay, según afirman, una inmensa cisterna. La impresión que se experimenta al entrar en aquel viejo templo del islamismo es indescriptible y no se parece en nada a las demás emociones que nos produce la arquitectura. Se cuentan diecinueve naves en sentido latitudinal y treinta y seis en el longitudinal; cada nave se halla formada por dos hileras de arcos superpuestos, que se cruzan y entrelazan, componiendo el efecto más extraño. Las columnas, llenas de fuerza y elegancia, recuerdan por su estilo más a la palmera de África que al árbol grecolatino. Son mármoles, pórfidos, jaspes, de vetas violadas y verdosas, y, en fin, de mil materias preciosas. En tiempo de los Califas la Mezquita de Abderramán tenía 800 lámparas de plata, llenas de bálsamos aromáticos, que daban luz a aquellas inmensas naves y hacían relucir el jaspe y el pórfido de las columnas, dejando como estrellas de luz de oro, esparcidas por los techos, los reflejos de su proyección. Entonces la mirada debía disfrutar de un espléndido espectáculo. Esta maravillosa perspectiva queda hoy completamente obstruida por la iglesia católica, que es una mole enorme incrustada en la Mezquita árabe. Con ello se ha destruido la simetría general y la belleza del primitivo templo. Esta iglesia, monstruosa seta de piedra, de tumor arquitectónico, no deja, de tener algún interés. A pesar de todas estas profanaciones, la Mezquita de Córdoba es uno de los más extraordinarios edificios que existen en el mundo y de los que más nos hacen maldecir de las bárbaras mutilaciones que se ha hecho sufrir a multitud de grandes monumentos. Una vez visitada la Catedral, nada nos detenía ya en Córdoba, que carece de encantos para la vida corriente.

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