martes, 3 de mayo de 2011

PRENSA CULTURAL. "Babelia". LITERATURA ESPAÑOLA. "De la posguerra a la generación X" (1)

Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio, Miguel Delibes y Fernando Savater en una ilustración de Fernando Vicente. ("El País")


   En Babelia, suplemento cultural de "El País":
   De la posguerra a la generación X (1)

Abecedario de los últimos 70 años de la literatura en España. Ese es el periodo que cubre el nuevo volumen del proyecto Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939-2010.

AGENTES LITERARIOS
   Figuras poco o nada presentes en sistemas literarios vecinos como el francés, en España se han convertido hoy en imprescindibles, más desde la concentración e industrialización del sector, donde ahora ejercen funciones de editores al estilo anglosajón ante los originales de sus representados. Su génesis está en 1959, cuando Carmen Balcells, tras cinco años en la agencia Acer, del también escritor rumano Vintila Horia, creó su empresa en Barcelona. Luis Goytisolo fue el primer autor español al que representó. Estipular límites a los contratos que firmaban los autores, rescatar derechos cautivos y mejorar su tratamiento fiscal fueron sus grandes aportaciones al ecosistema libresco. Ella es también la causa de la instalación de autores del 'Boom' latinoamericano (Vargas Llosa, García Márquez...) en Barcelona. Tras su estela han surgido nombres tan notables como los de Antonia Kerrigan, Mercedes Casanovas, Raquel de la Concha, Silvia Bastos, Mónica Martín, Anna Soler-Pont..., sin las cuales tampoco podría entenderse la mayor exportación de autores españoles y la plasmación en los medios audiovisuales de sus obras. En 2006 se creó la asociación de agentes literarios (ADAL), con una treintena de afiliados.
                                              Carles Geli

BENET, JUAN
   Su obra puso patas arriba la literatura española de su época. Vino a decir que no importaba tanto la anécdota ni el compromiso de transformar el mundo, tampoco la habilidad o el ingenio para armar una trama o la verosimilitud de los personajes. Todo eso podía servir, claro, pero el desafío era otro. Así que construyó un estilo, hecho de una sobria elegancia, y desplegó un territorio, el de Región, para dejar que su voz penetrara en los secretos de los paisajes, en las entrañas de los hombres y mujeres que pueblan sus libros y, en muchos casos, en la Guerra Civil. No hizo ninguna concesión: "Si el escritor para escribir tiene que matar al público, que lo mate", dijo alguna vez. Recogió las técnicas más sofisticadas de algunos de los mejores de fuera (Conrad, Faulkner, Joyce) y eso le sirvió para alejar a la literatura española de su provincianismo.
                                            José Andrés Rojo

BOOM
   Fue una gran luz en las sombras del franquismo, que habría de irradiar e insuflar más vida a la literatura. A finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, América Latina ofrecía una gran vitalidad literaria y editorial, y algunos de los libros que no se editaban en España se hacían en Argentina o México, y luego llegaban al país. A su vez, jóvenes autores latinoamericanos exploraban nuevas formas literarias y daban un salto estético que habría de cambiar a los escritores y a los lectores. Varios de estos autores habían emigrado a Europa por diferentes motivos (trabajos, huyendo de sus propias dictaduras, estudios, etcétera). Introdujeron nuevos aires, redescubrieron las posibilidades del idioma e influyeron en la narrativa más contemporánea. Entre ellos, títulos como Los premios y Rayuela, del argentino Julio Cortázar. La ciudad y los perros, del peruano Mario Vargas Llosa, premio 'Biblioteca Breve' en 1962, al que siguieron La casa verde y Conversación en La Catedral. Entremedias apareció Tres tristes tigres, del cubano Guillermo Cabrera Infante; El coronel no tiene quien le escriba y Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez; La región más transparente o La muerte de Artemio Cruz, del mexicano Carlos Fuentes. Una literatura que rompió moldes y enseñó a perder el miedo a la innovación.
                                             Winston Manrique Sabogal

CENSURA
   La censura fue el instrumento más coactivo de vigilancia ideológica sobre la libertad de creación. Las bibliotecas fueron depuradas, en algunos casos, mediante la salvaje quema de libros para impedir la "exposición de ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de ideas marxistas, y todo lo que signifique falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentado a la unidad de la patria, menosprecio de la religión católica y de todo cuanto se oponga al significado y fines de nuestra gran cruzada nacional", según una orden del 16 de septiembre 1937 del bando sublevado. Un decreto dictado en Burgos en 1938 restringe de manera provisional la libertad de prensa, los libros pornográficos y la literatura "socialista, comunista, libertaria y, en general, disolvente". Esta provisionalidad duró hasta 1966, cuando se promulgó la 'Ley de Prensa' de Fraga Iribarne. Y fue peor: ya no se requería depósito previo, pero se podían secuestrar tiradas enteras de libros. Los censores no fueron únicamente funcionarios. Escritores como Camilo José Cela, Leopoldo Panero, Darío Fernández Flórez estaban en la nómina. Curiosamente, Panero fue uno de los censores de La colmena, de Cela.
                                                Rosa Mora

CERVANTES, PREMIO
   Es la mejor conexión con el buen momento literario que suspendió la Guerra Civil en 1936. La más alta distinción a los mejores escritores en lengua española. Otorgado desde 1976 por el Ministerio de Cultura, pero a propuesta de las Academias de la Lengua de los países de habla hispana, se ha convertido en el mejor y más decisivo sistema desde la democracia para promover y difundir el conocimiento de autores hispanohablantes de primer nivel, introduciendo además a los elegidos y sus obras en el circuito de un cierto conocimiento (por la exposición a los medios de comunicación) y consumo popular que, sin este premio, suelen estar en ámbitos más minoritarios. Desde Jorge Guillén (1976) a Ana María Matute (2010), pasando por narradores como Gonzalo Torrente Ballester, Francisco Ayala, Miguel Delibes o José Jiménez Lozano; y un buen número de poetas como Gerardo Diego, Rafael Alberti, José Hierro, Luis Rosales y Antonio Gamoneda. El galardón, que podría bautizarse como el Nobel de las letras castellanas, ha jugado con sutileza a la geoestrategia entre el mundo hispano, concediendo casi tantos galardones a autores españoles (19) como al resto de escritores de los otros países (17), entre los que figuran Alejo Carpentier (1977), Jorge Luis Borges (1979), Mario Vargas Llosa (1994), Álvaro Mutis (2005), Juan Gelman (2007) y José Emilio Pacheco (2009).
                                              Carles Geli

DIOSAS BLANCAS
   El hecho de que haya solo dos escritoras españolas (María Zambrano y Ana María Matute) en el palmarés del 'Premio Cervantes' da una idea de cómo están las cosas. O de cómo han estado. Igual que hay muchas mujeres en el mundo laboral pero pocas en la dirección de las empresas, hay muchas autoras en las librerías pero menos en la historia de la literatura. Fruto del progreso, su número crece a medida que nos acercamos al presente. Ahí está, en pie de igualdad, la obra de las dos citadas y la de Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Gloria Fuertes, María Victoria Atencia, Julia Uceda, Clara Janés, Esther Tusquets, Ana María Moix, Olvido García Valdés, Blanca Andreu, Cristina Fernández Cubas, Soledad Puértolas, Rosa Montero, Almudena Grandes, Elvira Lindo o Belén Gopegui. En 1985, Ramón Buenaventura publicó en Hiperión una antología de poesía escrita por mujeres que fue un pequeño hito. Se titulaba, con ecos de Robert Graves, Las diosas blancas.
                                                Javier Rodríguez Marcos

EXILIO
   1939, la guerra ha terminado. Y al exilio salieron muchos de los mejores. Antonio Machado y Manuel Azaña, ese hombre de letras que presidió la República, murieron enseguida. Otros sobrevivieron y fueron encontrando acomodo en distintos lugares: Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Francisco Ayala, José Gaos y tantos y tantos más. A la dictadura franquista no le gustaban ni el espíritu crítico ni la independencia, y la originalidad le producía urticaria: así que combatió todo eso. A los que estuvieron fuera les tocó conservar esa manera de ver el mundo que combatieron la Iglesia y los militares: abierta, sin ataduras, curiosa, emprendedora. Los exiliados fueron perdiendo el hilo con su país, porque el régimen les volvió la espalda, así que se hicieron suyos los países adonde llegaron y dejaron allí lo mejor de sí mismos. España rescató a algunos al llegar la democracia; a otros, los perdió definitivamente.
                                               J. A. Rojo

FALANGE
   La escritura de Falange fue literariamente pobre y no surgió ningún gran escritor, aunque sí trayectorias intelectuales y algunos libros estimables. Autores como Giménez Caballero (Genio de España) o Sánchez Mazas (La nueva vida de Pedrito Andía) ya eran fascistas antes de la guerra. Los adscritos al falangismo, como Laín Entralgo, Torrente Ballester, Dionisio Ridruejo, Rafael García Serrano o Álvaro Cunqueiro, entre otros, pudieron tener actividad pública en aquel sombrío periodo. Pero pronto vieron la pobreza de un sistema que dejó de ser estimulante incluso para ellos mismos. Agustín de Foxá se hizo popular con Madrid, de corte a checa y Ernesto Giménez Caballero no recuperó después de la guerra la brillantez ni la imaginación que lo habían convertido en el ideólogo perfecto. La Falange juvenil, retadora y chulesca, de culto al héroe, encontró a su mejor portavoz en Rafael García Serrano (Eugenio o la proclamación de la primavera o La fiel infantería).
                                              R. Mora

GENERACIONES
   A nadie le convence la teoría de las generaciones pero todo el mundo la usa. "Para entendernos". Consagradísima la del 27, la otra gran generación clásica del siglo XX es la del 50, la de los niños de la guerra -de Marsé a Gil de Biedma, para entendernos-. El problema no es qué fechas usar como límite generacional sino qué nombres poner en juego sin ser injustos. Contra el riesgo de que la moda descubra una generación cada otoño-invierno y de que la desmemoria piense que solo cuentan los jóvenes, basta recordar que a la altura de, pongamos, 1987, Rafael Alberti (nacido en 1902) convivía con Cela, Matute, Carlos Bousoño, José Hierro, Eduardo Mendoza, Luis García Montero o Luisa Castro (nacida en 1966).
                                                J. Rodríguez Marcos

GUERRA CIVIL
   El primer rastro literario de la contienda es duro: Agustín de Foxá y su Madrid, de corte a checa, y Rafael García Serrano, con La fiel infantería, son las tristemente mejores (desde lo estético) reacciones de primera hora de los vencedores, obras cargadas de descripciones ofensivas contra la República, panfletos justificativos del alzamiento, desafiantes, violentas, de ideales mesiánicos. Un paso adelante será el que representarán Miguel Delibes (Cinco horas con Mario, 1966) y Camilo José Cela (San Camilo, 1936, 1969), primera recapitulación de la victoria y donde los propios vencedores empiezan a purgar las culpas de su actitud. Un paso más: El tragaluz (1967), de Antonio Buero Vallejo, o Volverás a Región (1967), de Juan Benet, o Si te dicen que caí (1973), de Juan Marsé, muestran una posguerra que es aún estar en guerra. Habrá que esperar hasta Javier Marías (Tu rostro mañana, 2002-2007) y a Javier Cercas (Soldados de Salamina, 2004) para hallar una narrativa que no sea novela de propaganda de defensa del vencido: ya se sabe que ganaron los que perdieron, ahora se medita desde la voluntad del nieto: comprender por qué hizo lo que hizo quien en realidad no ganó. Lo había prefigurado ya, desde 1986, Antonio Muñoz Molina con su Beatus Ille y lo ha mantenido hasta hoy, con La noche de los tiempos (2009): la sublevación moral contra el abuso de la historia de la Guerra Civil como contaron los vencedores. Por ahí, por el rescate del olvido que hacen los nietos, va también Almudena Grandes en esta especie de 'Episodios Nacionales' en seis entregas sobre la guerra que ha empezado con Inés y la alegría (2010).
                                              C. Geli

HETERODOXOS
   La literatura española está llena de tipos que se apartaron de las normas. Ramón Gómez de la Serna se inventó las greguerías y estuvo lleno de rarezas. La heterodoxia viene desde el Siglo de Oro, donde muchos se apartaron de lo establecido para conquistar su verdad. Bien visto, los mayores heterodoxos del siglo XX fueron los autores de la generación del 50: fueron libres, brillantes, talentosos y consiguieron disfrutar de los placeres de la vida en la España gris de la dictadura, que consagró el miedo como norma y la mediocridad como modelo. El cuento, pues, es largo: ahí están los experimentos de Aliocha Coll o Julián Ríos, o Enrique Vila-Matas, que se apartó con sus prosas de lo previsible, o los poetas Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Scala y Eduardo Cirlot, inclasificables siempre, o Pedro Casariego Córdoba, que exploró las formas más diversas para decir, por ejemplo, que la vida puede ser una lata.
                                              J. A. Rojo

INTÉRPRETES
   Al teatro le ha tocado siempre llevarse los conflictos del presente a un escenario para propiciar una respuesta del público: la crítica al mundo, la identificación con los personajes y sus problemas, la emoción lírica, la risa que hace añicos la realidad, el escapismo. Antonio Buero Vallejo se ocupó de los grises avatares de la dictadura y Alfonso Sastre quiso desenmascarar críticamente al régimen. Otros, como Miguel Mihura o Enrique Jardiel Poncela, procuraron sortear la tristeza de una época mediante el humor. Fernando Arrabal irrumpió para trastocar las reglas de juego y forzar los límites, y Francisco Nieva inventó figuras extremas y distorsionadas para reflejar una época concreta. Miguel Romero Esteo o Luis Riaza ensayaron la mezcla de vanguardia y compromiso. Y luego vinieron José Luis Alonso de Santos, José Sánchez Sinisterra o Fermín Cabal para dar cuenta de una España que cambiaba. Hasta hoy, donde las propuestas se abren en múltiples direcciones.
                                              J. A. Rojo

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
   Murió en el exilio en 1958, dos años después de obtener el 'Premio Nobel'. Fue el único maestro de la poesía española moderna que vivió la posguerra (Unamuno murió en 1936 y Antonio Machado, en 1939). Del modernismo a la metafísica pasando por el simbolismo, la poesía pura, JRJ fue, él solo, toda una literatura. Influyó en la generación más influyente -la del 27- y su sombra atraviesa todo el siglo XX. La poesía social prefirió mirarse en el espejo de Machado durante el franquismo, pero hoy el autor de La estación total vuelve a ser una referencia y su poema 'Espacio', una composición que muchos sitúan a la altura de La tierra baldía, de T. S. Eliot.
                                               J. Rodríguez Marcos

KAFKA
   ¿Qué hace Kafka en un glosario de literatura española? Certificar que las letras universales también forman parte de un panorama cultural y editorial que en un 30% se nutre de las traducciones. En el último medio siglo, además, se han revisado las viejas versiones de los clásicos (de Shakespeare a Thomas Mann) y se ha normalizado la traducción directa de lenguas como el ruso o el chino, tradicionalmente puenteadas por la vía del francés o el inglés. A todo ello habría que añadir la labor como traductores de novelistas y poetas como José María Valverde, Carmen Martín Gaite, Ángel Crespo, Antonio Colinas, Clara Janés, Javier Marías o Justo Navarro.
                                              J. Rodríguez Marcos

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