sábado, 30 de abril de 2016

LITERATURA. "Negra, 'black' y 'noir'". Berna González Harbour

   En "Babelia":

Negra, ‘black’ y ‘noir’

La novela criminal evoluciona para incorporar nuevos temas, geografías y tecnología y adaptarse al mundo global. No cambia su calidad, pero sí logra una mayor acogida

Ilustración de Fernando Vicente.
Ilustración de Fernando Vicente
Hubo una liga de primera división que no tuvo muchos laureles. Chandler, Hammett o después Patricia Highsmith —con permiso de Conan Doyle y Agatha Christie— se hicieron grandes con el aplauso del público, pero sin gran reconocimiento porque la novela criminal era un género menor. Hoy, está de moda y su reconocimiento desborda a veces la propia calidad de la obra publicada porque (tengan cuidado): además de la primera división hay segunda, tercera y hasta quinta, y no siempre están diferenciadas. Pero lo cierto es que lo negro/gris/intriga/thriller/policiaco/antipoliciaco y sus autores crecen al calor de premios (Leonardo Padura, Príncipe de Asturias; Jorge Zepeda y Alicia Giménez Bartlett, Planeta; Víctor del Árbol, Nadal), del éxito y de una renovación galopante al ritmo de la actualidad. Su contagio del cine y viceversa también ha jugado un papel, ya que ambos lenguajes se alimentan de una representación visual común, cercana al público, y de una sintonía que comparten intensamente con el espectador/lector.


¿Fue antes el Galveston de Pizzolatto o True Detective?¿Fue Bron antes serie o novela, o es que nunca fue novela? ¿Fue Boardwalk Empire antes una novela potente o su potencia cinematográfica atrajo después a un grande como Dennis Lehane? He aquí algunas respuestas:
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—Sí, Pizzolatto escribió Galveston antes de la serie, pero la mayoría lo leímos después.
—No, Bron no fue novela.
—Y sí, Boardwalk… fue una novela de Nelson Johnson que adquirió fama después de que la comprara HBO. Lehane se sumó luego como guionista en alguno de los capítulos.
El propio Quirke, el lúgubre y pesaroso personaje de Benjamin Black que suma éxitos en unos 30 países, fue una creación para televisión que descarriló y que John Banvilleconvirtió en materia de libros con una nueva firma negra para la ocasión: Black. Buena parte de los 14 autores internacionales entrevistados para este reportaje son guionistas, desde Peter May (el nuevo fichaje de Salamandra) a Lauren Beukes (Siruela) o Pierre Lemaitre (Alfaguara). Reservoir ha fichado a Noah Hawley (Bones, Fargo). Y la trilogía de Erik Axl Sund (Roja & Negra) pronto será una serie, como antes Chandler encontró aliados en Howard Hawks o Robert Altman, salvando las enormes distancias.
El trasvase entre ambos mundos, pues, está servido.
Género visual, de atmósferas y trazos claros, de personajes empáticos y tramas de tinte social, lo cierto es que lo negro crece, evoluciona, se adapta e incorpora temas, geografías, tecnología y recursos fantásticos o históricos a discreción.

Anik Lapointe, editora: “La calidad siempre ha estado presente en el género para el que ha querido prestar atención”

Que ha ampliado fronteras lo sugiere que la última apuesta de Siruela, la sudafricana Beukes, no siembra las páginas de cadáveres con un tiro en la mandíbula o un navajazo en el estómago. Eso, la rutina del crimen común, parece superado cuando agarras estas páginas sangrientas. La víctima de Monstruos rotos tiene tronco de niño y piernas de ciervo. Y me dirán ustedes: la primera víctima deBron ya fundía dos mitades de mujeres diferentes bajo la apariencia de un solo cadáver, y además lo hacía en la línea fronteriza en el puente que une Suecia y Dinamarca en una sobredosis de atmósfera nórdica como para tumbar a los más frágiles. Pero es que Beukes no nos habla de mezcla de humanos, sino de animal y humano que se unen como el Minotauro o las sirenas en la mitología griega, y lo hacen además en Detroit, la ciudad metáfora de las fracturas, el derrumbe que vivimos.
¿Son los niños-ciervo de Beukes, adornados con una prosa rápida, envolvente y eficaz, una muestra de que el género amplía fronteras y se atreve a penetrar en mundos más heterodoxos? “Hay un punto de fractura”, asegura Beukes. “Y hay más espacio para jugar con elementos sobrenaturales o de ciencia-ficción”.
Lo mágico no es exactamente nuevo: desde hace años hemos acompañado a John Connolly a la zona de sombras de forma tan natural que ni nos hemos dado cuenta de que aquello era sobrenatural. Tampoco es nueva la ciencia-ficción, la historia ni muchos otros caminos a los que nunca nos acostumbraron los clásicos. Lo que verdaderamente es nuevo, asegura la editora Anik Lapointe (Salamandra), es la receptividad que ahora ha encontrado el género entre el público.
“Lo que realmente ha cambiado es nuestra percepción de la novela negra, que ha dejado de ser considerada como un género menor y se ha ganado de lleno el favor de un público masivo”, afirma Lapointe. “Es difícil dictaminar si los autores contemporáneos han superado o no a escritores clásicos como Chandler, Hammett, Macdonald, Crumley, etcétera. Pero lo que sí está claro es que la calidad siempre ha estado presente en el género para el que ha querido prestar verdadera atención”.

Paco Camarasa, comisario de BCNegra: “La novela negra se ha hecho más global, pero también más local”

Paco Camarasa, al que el cierre de su librería barcelonesa, Negra y Criminal, no va a quitar su título tan informal como vitalicio de librero por antonomasia del género negro, cree que este ha ido progresando a medida que evoluciona la realidad, incorporando temas que antes no existían. “El alzhéimer, por ejemplo, hace 10 o 12 años no se sabía bien qué era y ahora ya hay 5 novelas donde esta enfermedad es un elemento clave”, asegura Camarasa. “Hoy tenemos novelas que transcurren desde Laponia y el mundo sami, de Olivier Truc, a países subsaharianos o los profundos bosques de Canadá”.
Camarasa es comisario de BCNegra, la gran cita del género que arranca estos días en la ciudad de Vázquez Montalbán y que junto a la Semana Negra de Gijón ha abierto el camino a una docena de festivales noir que salpican ya la geografía española (y Facebook), como antes salpicaron las ciudades de Francia. Un gran cambio en el panorama, en opinión de Camarasa: “La nueva novela negrocriminal se ha hecho más global pero también más local”.
Y es que la negra puede trufarse de elementos irreales como los de Connolly o Beukes o pegarse al polvo hasta hacértelo sentir en la garganta como el ya citado e irrebatible Galveston (Salamandra). Todo está abierto.

Élmer Mendoza, autor: “Es un género que crece en el arte de la posibilidad. Y amplía fronteras al ritmo de los delincuentes”

Pero lo que sobre todo ha conseguido es dibujar un nuevo mapa del mundo en el que sin Wikipedia, sin lecciones de geografía, ni de política, ni periódicos a mano, uno puede estar al día de la truculencia a la que se exponen las mexicanas que emprenden rumbo a Estados Unidos a través de una frontera siniestra (Yuri Herrera); de la penuria en la que sobreviven estáticamente los ciudadanos griegos (Petros Markaris); de la crueldad de la Operación Cóndor, que fulminó a miles de jóvenes izquierdistas en el Cono Sur de la mano del terrorismo de Estado (Santiago Roncagliolo); de los trapicheos y las corruptelas de Sicilia (Andrea Camilleri); de la burda destreza de funcionarios chinos corruptos (Qiu Xiaolong); de la perfidia vital que ha supuesto el modelo de familia numerosa con altas dosis de alcoholismo, abuso y precariedad en Irlanda (Tana French, Benjamin Black); de los agujeros del aparentemente perfecto Estado de bienestar de los países nórdicos (Henning Mankell, Stieg Larsson); de los bajos fondos de Los Ángeles (Michael Connelly); y de la ríspida hostilidad del clima y la naturaleza de Islandia (Arnaldur Indridason). Hemos podido palpar, oler, imaginar, recrear y sentir desiertos, pueblos devastados por el abandono y ciudades deshumanizadas, como antes se nos pegó el barro de los caminos de Devon y saboreamos el té inglés con Agatha Christie y alucinamos con las drogas de Conan Doyle.
“Se ha hecho más sociológica y cultural y por eso es más atractiva para los lectores de todo el mundo”, afirma el chino Qiu Xiaolong (Tusquets). “Los novelistas negros se han convertido en novelistas nacionales. Los autores cruzan fronteras a base de no cruzarlas, de mantenerse fieles a las preocupaciones de sus países”, dice el peruano Santiago Roncagliolo (Alfaguara). “Estamos en la era posmoderna, en el sentido de que se ha eliminado la jerarquía entre cultura popular y alta cultura”, afirma el francés Bernard Minier (Salamandra). “La novela negra se ha convertido en un género social”, dice el polaco Zygmunt Miloszewski (Alfaguara).
El mexicano Élmer Mendoza explica así la evolución del género: “Se desarrolla según los delincuentes afinan sus métodos. Los delitos que resolvía Marlowenada tienen que ver con los de Filiberto García de El complot mongol [Rafael Bernal] o los que resuelven Bevilacqua y Chamorro [Lorenzo Silva]. Los temas se han ampliado, del delito tipo tragedia griega al narcotráfico, la corrupción o el espionaje industrial”. La calidad, precisa, también ha evolucionado pero con un requisito imprescindible: “Los modelos de calidad los establecen los escritores que no tienen prisa. Deciden un estilo y lo consiguen”.

Claudia Piñeiro: “El género es eterno y se reinventa. Ya no importa quién mató y por qué, sino un estado de cosas”

La calidad no siempre acompaña la cantidad que hoy llega a las librerías, como recuerda Camarasa: “Hay más calidad, pero al haber más cantidad también hay más mediocridad”.
La eclosión, no obstante, es realidad, y tiene una causa mayor que apunta la editora Anik Lapointe: “Es un género extremadamente dúctil, dotado al mismo tiempo de unas bases estructurales muy definidas y una gran flexibilidad. Es capaz de absorber e incorporar elementos de diversos géneros sin perder su identidad”. Y este carácter de esponja, afirma, lo enriquece sin que pierda su carácter.
En el género, pues, hay partido. Y campeonato mundial.
Barcelona Negra. Del 28 de enero al 6 de febrero. Palau de la Virreina (La Rambla, 99), Barcelona

viernes, 29 de abril de 2016

POESÍA. "La chica de la maleta". Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952). Premio de la Crítica



La chica de la maleta

Esta fría mañana tan cerca de diciembre
no tomé el desayuno, no he leído el periódico,
no me metí en la ducha después de la gimnasia
(esta oscura mañana no quise hacer gimnasia)
no subí la persiana para asomarme al cielo
ni he mirado en la agenda las promesas del día.
Esta dura mañana con su duro castigo
he roto algunas cosas que mucho me quisieron
y salvé algunas otras porque duele mirarlas.
Me estoy haciendo daño esta mañana fría,
quisiera destruirme sin salir de la cama
o encontrar la manera de dormir un momento.

Cuando menos lo esperas, suele decir la gente,
la sorpresa aparece con sus dientes de anís.
Cuando menos lo esperas, si te fijas un poco,
verás que el aire lleva gaviotas y mensajes...
mas ya no van conmigo esos viejos asuntos.
El aire arrastra lluvias y tristezas heridas
y yo no quiero verlo cruzar como un bandido
tan guapo y tan azules sus ojos venenosos.

Esta fría mañana tan cerca de diciembre
cuando rozan los árboles de puntillas las nubes
junto a tanta miseria, tan helada ternura,
yo dejo mi impotencia, mi personal naufragio
entre estos blancos pliegues olvidado...
Aunque mi cuerpo caiga doblemente desnudo
en ese traje roto que luego es un poema.
Aunque otro sueño baje su luz por la almohada
y ya no te despierte mi voz en el jardín. 

Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (1 abril 2016):
El Roto

POESÍA. SHAKESPEARE. "Ni el mármol ni dorados monumentos". Antonio Rivero Taravillo

   En "revistamercurio":


Ni el mármol ni dorados monumentos

ANTONIO RIVERO TARAVILLO  |  MERCURIO 179 · TEMAS - MARZO 2016

Además de su teatro, Shakespeare escribió varios poemas, pero fue en la enigmática colección de los ‘Sonetos’ donde alcanzó una de las cumbres de su arte
© Óscar Astromujoff
© ÓSCAR ASTROMUJOFF
Ser muy grande acarrea ese problema: no caber en vestidos convencionales. Al oír el nombre de Shakespeare pensamos de inmediato que fue un excepcional dramaturgo, y sin duda lo fue, pero acaso no sea ocioso recordar que la altísima calidad de su teatro proviene en parte de su verso, el empleado en los momentos álgidos. La emoción que provoca el monólogo de Hamlet sobre el ser o no ser, la arenga insuperable de Enrique V, no tendrían tanta belleza ni serían tan memorables si no fueran pronunciados en los pentámetros yámbicos que los constituyen en piezas poéticas en las que no falta nada: tensión, conflicto anímico, expresión honda y un ritmo que, como el de un motor a punto o el engranaje perfecto de un reloj, fija las palabras en el discurso haciéndolas únicas, insustituibles.
Además de su teatro, Shakespeare escribió varios poemas: Venus y Adonis, La violación de Lucrecia, El peregrino apasionado, El fénix y la tórtola y Lamento de una amante. Más los Sonetos. Estos vieron la luz por primera vez en 1609, impresos por Thomas Thorpe. Desde entonces, se ha escrito mucho sobre ellos, hasta el punto de que Auden vino a decir que no había sandez que no se hubiera proferido acerca de esta colección. Antes ya se habían expresado en el mismo sentido Coleridge y numerosos otros, no tantos —es cierto— como los que han dejado alguna teoría estrafalaria que sumar a las elucubraciones acerca de quién estaría detrás del que firmó estas obras.
Hay en estos sonetos isabelinos, que vieron la luz por primera vez en 1609, desplantes al Tiempo, invitaciones a la reproducción de la belleza, alusiones a sucesos históricos, juegos de palabras de una rijosidad joyceana ‘avant la lettre’Los enigmas que rodean a estas 154 composiciones tienen también que ver con identidades: quién se esconde tras las iniciales W. H. de la dedicatoria (la cual no necesariamente hay que atribuir a Shakespeare, sino quizá a su editor), y quién —sea el mismo o no— es el fair lord o hermoso galán, y quién la dark lady o dama de tez oscura. Sobrevolándolos, sombra chinesca en la que cabe la conjetura, está el carácter de la relación de estos entre sí y de ambos y el poeta, en un ménage à trois con oscilaciones, dudas, celos, arrebatos. Hay en estos sonetos isabelinos (modelo que luego emplearía Borges, de tres serventesios y un pareado) desplantes al Tiempo, invitaciones a la reproducción de la belleza, alusiones a sucesos históricos, juegos de palabras de una rijosidad joyceana avant la lettre. Por cierto, que el capítulo noveno de Ulises presenta un debate sobre algunos de los misterios de este bellísimo ciclo.
Por más que haya muy granados ejemplos antes de Shakespeare, los sonetos de Wyatt, el conde de Surrey, Sidney, Spenser, Daniel, muestran una forma aún en agraz, lejos de la madurez que aquí se alcanza. Luego, con Donne y los metafísicos la alquimia se alambica aún más y se hace más barroca para dar en muestras un tanto envaradas, imitativas, maquinales. De ello huyen, ya en el Romanticismo, con su sencillez y gracia, los de Keats; con su retorcimiento religioso y sonoro, los de Hopkins.
García Lorca tenía en mente escribir una secuencia de sonetos modelada en esta, y alcanzó a dar una docena. Al Cernuda enamoradizo y como alma en pena, le llegaron casi a doler físicamente algunos de estos poemas. Somos muchos los que hemos vertido los Sonetos al español. Es de prever que siga creciendo la hueste: antes o después, la mayoría de los poetas que traducen del inglés querrán medirse con un soneto, y luego este llamará a otro, y a otro. Es difícil detenerse, porque su belleza cautiva, y prende en uno un agudo deseo de poseerla. Su autor auguró: “Ni el mármol ni dorados monumentos / podrán sobrevivir a mis poemas”.

jueves, 28 de abril de 2016

POESÍA. "Elegía y postal". Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952). Premio de la Crítica



Elegía y postal

No es fácil cambiar de casa,
de costumbres, de amigos,
de lunes, de balcón.
Pequeños ritos que nos fueron
haciendo como somos, nuestra vieja
taberna, cerveza
para dos.
Hay cosas que no arrastra el equipaje:
el cielo que levanta una persiana,
el olor a tabaco de un deseo,
los caminos trillados de nuestro corazón.
No es fácil deshacer las maletas un día
en otra lluvia,
cambiar sin más de luna,
de niebla, de periódico, de voces,
de ascensor.
Y salir a una calle que nunca has presentido,
con otros gorriones que ya
no te preguntan, otros gatos
que no saben tu nombre, otros besos
que no te ven venir.
No, no es fácil cambiar ahora de llaves.

Y mucho menos fácil,
ya sabes,
cambiar de amor.

Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (3 abril 2016):
El Roto

TEATRO. SHAKESPEARE. "Heroínas prerrománticas". Espido Freire

   En "revistamercurio":


Heroínas prerrománticas

ESPIDO FREIRE  |  MERCURIO 179 · TEMAS - MARZO 2016

Shakespeare sabía del género humano por encima del género. Quizás por eso sus personajes femeninos resulten tan sólidos, tan actuales pese a la barrera de los siglos
© Óscar Astromujoff
© ÓSCAR ASTROMUJOFF
Los actores en los que Shakespeare pensaba cuando escribía sus Julieta, Ofelia o Miranda mostraban un rostro anguloso y la voz a punto del cambio: los jovencitos debían pasar por una forzada femineidad antes de llegar a la edad adulta, en la que les esperarían papeles de héroe, gracioso o anciano. O, también, los de la vieja nodriza, la madre preocupada o la reina que no se resigna a perder su juventud.
Shakespeare sabía del género humano por encima del género. Quizás por eso sus personajes femeninos resulten tan sólidos, tan actuales pese a la barrera de los siglos como los masculinos. Sus mujeres olvidan las limitaciones en las que viven para denunciar las injusticias que experimentan. Los problemas en los que son infelices (la obediencia a ultranza, la traición, la insatisfacción vital, la doble moral) traen penas hoy mismo.
En realidad, como sus héroes, se ocupan poco de lo accesorio. Incluso cuando son muy jóvenes, pronto se enfrentan cara a cara con realidades universales, como si les estorbara lo banal. Incluso la más superficial y frívola de ellas, la reina Gertrudis, se ve obligada, tras una confrontación con Hamlet, a asumir la realidad: en el universo shakespeareano el orden debe ser restaurado a toda costa, y ni la autocomplacencia, ni el rango, ni la voluntad pueden oponerse a que la justicia impere.
Quizás el punto más interesante que aborde Shakespeare en su relación con la psicología femenina sea la locura: el inglés no solo estructura la realidad en el plano humano y divino, sino que añade el oscuro páramo del inconscienteQuizás el punto más interesante que aborde Shakespeare en su relación con la psicología femenina sea la locura: el inglés no solo estructura la realidad en el plano humano y divino, sino que añade el oscuro páramo del inconsciente, al que las mujeres no son ajenas. Han soportado una presión excesiva durante demasiado tiempo, o una tragedia repentina las trastorna; sus heroínas pasean por terrenos cenagosos mucho tiempo antes de que el Romanticismo los popularice.
Lady Macbeth es, posiblemente, la más incomprendida de sus protagonistas: hay que observarla con cuidado bajo esa máscara de anfitriona perfecta que nos muestra cuando comienza la tragedia. Ella ha decidido ser, ante todo, la esposa ideal: allí donde se pare su marido, avanzará ella. Sabe con precisión cómo le afectará el pulverizar los límites morales que se ha impuesto, y adivinará como otra bruja más cuáles serán sus dudas. Decide, por lo tanto, insuflarle la fuerza que le falte, provocarle, si es preciso, para que sus ambiciones lleguen a buen puerto.
Lady Macbeth se convierte en aquello que su marido no es para, precisamente, conseguir que su marido sea lo que desea. Sabemos que ha tenido niños, y que los ha perdido. Solo le queda el vínculo con ese esposo al que adora, pero al que conoce de sobra. El precio por conservarlo le superará. Primero la locura, con sus insomnios y sus alucinaciones, y luego la muerte de la manera más condenable, el suicidio.
En el otro extremo se encuentra la dulce Ofelia, la náyade que perece en las aguas entre cánticos. Pero, como ocurre con Lady Macbeth, ¿qué sabemos de Ofelia? Es su padre quien la aparta de su amado, solo unos momentos antes de que este la insulte y aleje de él con improperios. Incluso su muerte, fuera de escena, nos es robada, y narrada por otra mujer. En la vida de Ofelia no hay madre: cuando el hermano marcha, el padre es asesinado y el novio huye, no le basta con lo que ella es: se quiebra, como las flores que corta.
Shakespeare observó algo más que gestos, y escuchó algo más que diálogos. Cómo lo logró continúa siendo un misterio: sus mujeres continúan vivas, sus conflictos frescos, sus obras, inmortales.

miércoles, 27 de abril de 2016

POESÍA. "Contradicciones, pájaros". Ángeles Mora (Rute, Córdoba, 1952). Premio de la Crítica



Contradicciones, pájaros

Las verdades son la única verdad,
esas pequeñas huellas
de nuestra historia.
Si las verdades dijeran la verdad
mentirían.

Aunque las verdades
también mienten con su verdad:
la contradicción,
ese nido de pájaros crujiendo.

Las contradicciones parecen insufribles
en nuestro mundo.
Pero uno intenta
huir de ellas
como los pájaros:
huir quedándose.

Viñeta de EL ROTO

   En "El País" (30 marzo 2016):
El Roto

TEATRO. "Shakespeare, el inagotable". Marcos Ordóñez

   En "Babelia":

Shakespeare, el inagotable

Nadie igualó en el teatro su ambición narrativa ni la amplitud de su mirada. El dramaturgo parecía convencido de que todo, absolutamente todo, podía mostrarse en un escenario desnudo



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Ilustración de Fernando Vicente.

Peter Ackroyd, que escribió una vivaz (y voluminosa) biografía de Shakespeare, le describe como una esponja que absorbía todo lo que estaba a su alcance. Aprendió de las reacciones del público y de los actores, de las historias escritas hacía varios siglos (las célebres Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, de Holinshed, publicadas en 1577, su libro de cabecera) y de lo que acababa de estrenarse, los diálogos cortesanos de John Lily y las tramas sangrientas y enloquecidas de George Peele, y sobre todo de las exuberantes tragedias de Christopher Marlowe, su primer ídolo. “Amplió y profundizó enormemente su léxico”, cuenta Ackroyd, “a medida que experimentaba con las diversas formas del arte dramático. Estaba en total sintonía con el lenguaje que le rodeaba —los poemas, las funciones, los panfletos, los discursos, el habla de la calle— y devoró cuanto se le puso por delante. Tal vez no haya existido mayor asimilador en la historia del teatro”. Una de las grandes preguntas: ¿de dónde sacó Shakespeare los muchos conocimientos que aparecen en sus obras? Es cierto que no pisó la universidad, pero las escuelas isabelinas, según T. W. Baldwin, “proporcionaban un formidable saber lingüístico y literario: se estudiaba allí retórica y elocuencia, se interpretaban obras clásicas, se improvisaban discursos y exposiciones orales. Shakespeare, casi con toda seguridad, sabía leer latín, francés e italiano”. A juzgar por sus textos, parece haber leído muchísimo, pero de manera singular. Ackroyd averiguó que citaba “muchos comienzos” (de libros bíblicos y de Ovidio, sobre todo) pero “escasas conclusiones”: lo que podríamos llamar “síndrome del lector vago”, pero, desde luego, con mucho aprovechamiento.
Me gusta la imagen del joven Shakespeare llegando a Londres tras sus “años perdidos”, todavía hoy por documentar. Una ciudad juvenil (la mitad de la población tenía menos de 20 años), violenta y acosada por la muerte: en 1594, 15.000 londinenses cayeron víctimas de la peste. No es extraño que escribiera a gran velocidad. Ni que eligiera el teatro, esa forma de vida agudizada, intensificada. Y rentable, como pudo comprobar: acabó siendo copropietario del Globe y del Blackfriars, un teatro abierto y otro cubierto; adquirió tierras y escudo de armas, la gran obsesión de su padre, y una gran casa en Stratford.


Por lo que parece fue actor y también director. Desde luego, conocía bien el oficio y las sutilezas de la puesta en escena

En Londres encontró a su nueva familia, una pandilla de cómicos, la Lord Chamberlain’s Men, creada y protegida por Henry Carey, barón de Hunsdon, responsable de los espectáculos palaciegos, y dirigida por Richard Burbage, el actor (junto con Edward Alleyn) más popular de su época y el mejor amigo de Shakespeare. La band of brothers estaba integrada, entre otros, por Burbage, John Sinclair, Augustine Phillips, Nicholas Tooley, Henry Condell y John Heminges (que compilarían el Primer folio de la obra shakespeariana), así como Will Kempe, el bufón más famoso del reino, y el propio Shakespeare, por supuesto.Lideraron, bajo el patronazgo de la reina Isabel y luego del rey Jaime, la compañía más longeva de la historia teatral británica: de 1594 a 1642, un periodo de casi cincuenta años. Fueron, según Ackroyd, “un grupo de compañeros con intereses y obligaciones comunes: vivieron en el mismo barrio y se casaron con hijas, hermanas y viudas de sus respectivas familias, que a su vez se unieron a la troupe”. Y, dato importante, formaron una cooperativa para repartirse los ingresos y reinvertir en nuevas producciones. Se convirtieron en una auténtica factoría: en dos o tres semanas montaban una obra y realizaban 15 estrenos por temporada.
Por lo que parece (en la vida de Shakespeare hay mucho de especulación) fue actor y también director. Desde luego, conocía bien el oficio y las sutilezas de la puesta en escena, como prueban las famosas Instrucciones a los cómicos de Hamlet, quizás el primer texto en el que vemos a un auténtico director en acción, y que aquí resumo: “Te ruego que recites el pasaje con soltura y de manera natural. No cortes demasiado el aire con las manos, pues en el mismo torbellino de la pasión has de mostrar templanza y suavidad: que la acción responda a la palabra y la palabra a la acción, poniendo especial cuidado en no traspasar los límites de la sencillez de la naturaleza, porque todo exceso traiciona la intención del teatro, que no es otra que colocar un espejo ante la vida: mostrar a la virtud y al vicio sus propios rasgos, y a cada época, su forma y su sello”.


Para algunos, nunca existió. Se comprende: su mera existencia puede ser una afrenta para el resto de los mortales

A la hora de construir un verbo poético y dramático, tomó posesión del pentámetro yámbico y lo hizo resonar como nunca hasta entonces. Los versos le marcan al actor, sin indicaciones, un ritmo esencial: cómo ha de respirarlos, dónde están los galopes y los momentos de reposo. Y mucho más que un ritmo: Jordi Balló y Xavier Pérez señalan en El mundo, un escenario de qué modo “construye la imagen en el oyente y cómo se hace visión aunque no llegue a visualizarse”, y cómo brota la conciencia del personaje, nunca tan claramente plasmada hasta entonces, una conciencia que “habla mientras piensa y se escucha a sí misma”. Parecía convencido (y así lo demostró) de que todo, absolutamente todo, podía mostrarse en un escenario desnudo. Nadie igualó en el teatro su ambición narrativa ni la amplitud de su mirada.
Para algunos, Shakespeare nunca existió. La controversia no descansa: que si fue Edward de Vere, que si Marlowe (falsamente muerto, claro), que si Bacon. Se comprende: su mera existencia puede ser una afrenta para el resto de los mortales. En su estupendo ensayo La calidad de la misericordia, Peter Brook desmonta las reiteraciones de los negacionistas con dos o tres argumentos muy sensatos. Uno: Londres no era lo bastante grande (y el mundo del teatro, “el peor ambiente para guardar un secreto”, señala), como para que la presunta impostura de Shakespeare no hubiera salido a la luz. Dos: un hombre que encontró su lugar en una familia de cómicos no podía ser un aristócrata. Y tres: un genio puede brotar en el entorno más humilde, como demuestra Leonardo da Vinci, hijo ilegítimo de un notario y una campesina. Hablar de Shakespeare, como se ve, es asunto inagotable. Como bien escribió Borges en Everything and Nothing, “nadie fue tantos hombres como aquel hombre que, a semejanza del egipcio Proteo, pudo agotar todas las apariencias del ser”.