En "El País" (16 febrero 2015):
Blog de la biblioteca del IES "Maimónides" (Córdoba). TU BIBLIOTECA: TU CENTRO DE RECURSOS. A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero,/ que tenemos que hablar de muchas cosas,/ compañero del alma, compañero. MIGUEL HERNÁNDEZ
sábado, 28 de febrero de 2015
PRENSA CULTURAL. "La verdad sobre el 'caso Mendoza'"
En "Babelia":

La verdad sobre el ‘caso Mendoza’
Eduardo Mendoza rememora 40 años después las condiciones en que escribió ‘La verdad sobre el caso Savolta’, que la censura consideró "un novelón estúpido y confuso"

Eduardo Mendoza, en Barcelona. / GIANLUCA BATTISTA
La primera crítica que publicó EL PAÍS apareció el 5 de mayo de 1976 (al día siguiente de nacer el periódico), era de Juan García Hortelano, versaba sobre La verdad sobre el caso Savolta, y se titulaba Una opinión sobre el caso Mendoza. Era la primera novela de Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), había sido publicada en abril del año anterior, 1975, por Seix Barral y antes de publicar Hortelano su opinión sobre "el caso Mendoza" había sido premiada por el jurado de la Crítica. Hoy el escritor sigue con bigote —ya no tan oscuro como aquel que luce en la foto de contraportada de la primera edición de ese libro— y sigue publicando obras con éxito, aunque a veces diga que la novela está muerta. Aquel espaldarazo de Hortelano fue muy importante para él. Cuatro décadas después se enfrenta de nuevo a aquella opinión y dialoga a partir de lo que dice Hortelano. El autor de El gran momento de Mary Tribune murió en 1992; su crítica en aquel momento era la expresión de un entusiasmo literario y la reivindicación de la ficción en la novela tal como la entendían ambos. De eso va esta entrevista.
La verdad sobre el caso Savolta es la historia de una corrupción; su lectura hoy remite a lo que sucedió en Barcelona (y en España) con la mezcla de los negocios y la política en la primera posguerra europea del siglo XX, narra el auge y la destrucción de una empresa de venta de armas, se sirve de todos los géneros narrativos posibles (desde la novela negra a Madame Bovary, pasando por la complejidad estructural de Conversación en La Catedral). Hortelano la llama "fastuosa cirugía de nuestra comunidad…".
La verdad sobre el caso Savolta es la historia de una corrupción; su lectura hoy remite a lo que sucedió en Barcelona (y en España) con la mezcla de los negocios y la política en la primera posguerra europea del siglo XX, narra el auge y la destrucción de una empresa de venta de armas, se sirve de todos los géneros narrativos posibles (desde la novela negra a Madame Bovary, pasando por la complejidad estructural de Conversación en La Catedral). Hortelano la llama "fastuosa cirugía de nuestra comunidad…".
PREGUNTA. Tenía 31 años. Esta crítica debió ayudarle mucho.
RESPUESTA. Tuve varias ayudas valiosísimas. Una fue este artículo. Se juntaba la curiosidad que despertaba EL PAÍS con el elogio más generoso de Hortelano. Fue un espaldarazo importantísimo. Otro fue el de Carmen Rico Godoy, en Cambio 16. Pero fíjate en lo que dice Hortelano, en ese momento en que está a punto de cambiar todo…
P. Dice: “(…) A los muy sensatamente monopolizados por la estadística, la normativa constitucional, la sociología, la flora, la fauna y el politicismo les sería provechoso dedicar unas horas a la novela de Eduardo Mendoza, donde mucho se puede aquilatar la historia de este país en el que, no obstante, vivimos”.
R. Eso es, ¡déjense de tonterías y lean este libro! ¡Qué curioso que eso lo diga Hortelano en ese momento!
P. Él hablaba de lo que era la novela, en medio de la discusión sobre si debía experimentar, o si debería ser como las suyas y la que usted publicaba. ¡Le acoge en su seno! ¡Para quitárselo a Benet, quizá!
P. Él hablaba de lo que era la novela, en medio de la discusión sobre si debía experimentar, o si debería ser como las suyas y la que usted publicaba. ¡Le acoge en su seno! ¡Para quitárselo a Benet, quizá!
R. ¡Ja, ja! Eran tan amigos. Los conocí algo después; iban haciendo aquella especie de número de payaso listo, y payaso tonto, intercambiándose papeles. Y eran dos polos opuestos. Yo, que tenía una admiración y un cariño muy grande por Benet, estaba alineado con Hortelano. Ya había empezado la renovación de la narración, con Hortelano, con Marsé, con Vázquez Montalbán. Ese cambio estaba hecho, y Hortelano era grande ya.
P. Él pone énfasis en su edad…
R. La escribí a los 26, pero tardó en publicarse. Primero, porque no la querían, y luego, porque no era una novela al uso. Ya cuando finalmente Pere Gimferrer se la queda, tarda dos años en salir. O sea que sale cuando yo tengo 31 años.
P. Dice que "circunstancias engorrosas interrumpieron su publicación"…
R. Yo no creo que las hubiera. Desde luego, cuando ya fue comprada por Seix Barral hubo que enviarla a censura, pero eso pasaba con todas. La titulé Los soldados de Cataluña. Era irónico. Quería decir que los soldados de Cataluña son los estafadores. ¡Pero la censura pensó que era un llamamiento a las armas independentistas! Ese tema ni se toca en la novela. Entonces nos reunimos Gimferrer y yo (y fue el principio de una tradición) y después de darle muchas vueltas salió ese título, La verdad sobre el caso Savolta.
P. ¿Qué dijo el informe de censura?
R. Muy escueto: folletón confuso y estúpido. [Esto dice, exactamente, lo que escribió el funcionario el 14 de septiembre de 1973: "Novelón estúpido y confuso, escrito sin pies ni cabeza. La acción pasa en Barcelona en 1917, y el tema son los enredos de una empresa comercial, todo mezclado con historias internas de los miembros de la sociedad, casamientos, cuernos, asesinatos y todo lo típico de las novelas pésimas escritas por escritores que no saben escribir"].
P. En 1973 Barral lanza la narrativa española más experimental. ¿Qué le hace estar más con Flaubert que con Joyce?
R. Es que esa del grupo de Barral era mi literatura, y sus autores eran mis amigos… Si no hubiera sido mi mundo quizá no me hubiera dado por enterado pero, claro, yo vivía sumergido en esa literatura y pensé: “Yo aquí me asfixio, quiero salir de eso”. Sabía que iba a contracorriente, pero lo que no pensaba es que eso formara parte de la evolución literaria. Y lo que hice se parece a lo que proclamó Savater luego: la infancia recuperada. Recuperar la narración, la aventura.
P. Se recuperaba también la sintaxis.
R. La sintaxis, el placer de la narración… Ante eso yo reaccionaba de una manera muy primaria. Luego, cuando he racionalizado y me preguntan por la novela de la Transición, ¡claro que yo no sabía que estaba escribiendo novela de la Transición! Entre otras cosas ¡porque no sabía que iba a haber una Transición! Eso en 1971 no estaba ni en los sueños.
P. Ahora que ha habido cambio de guardia en la Monarquía se cita su novela como la que marcó aquel parteaguas.
R. Hay la idea de que todo ha de ser como en una novela: que empezó el Rey, y hubo nudo y desenlace. Las cosas no son así. La Historia no es literaria.
P. Tenía 26 años. España es la que usted describe, un burro en torno a una noria. Pero ¿qué literatura hay en usted entonces?
R. La mía, en comparación con la que leen mis compañeros de tiempo, es reaccionaria, es arcaica. Primero, porque estoy formado por la literatura juvenil (Salgari, Verne, Haggard), que es la que me marca cuando empiezo a escribir. Y luego encuentro en las memorias de Baroja un pasaje que dice que cuando se formó como escritor era un niño y leía novelas de aventuras, y siguió escribiendo esas novelas aunque escribe de otros temas. Esto de Baroja me marcó definitivamente. Yo me formé leyendo eso.
P. Y sigue en ello, como Baroja…
R. A mí lo que me gustaba era eso: novelas de aventuras, de misterio, negra, películas de gánsteres, películas en general. Soy de una generación más formada en el cine que en los libros. El western y el cine negro son influencias muy fuertes. Y yo pienso: "¿Por qué cuando me pongo a escribir tengo que renunciar a esto, que es lo que me da alegría de vivir, para ponerme a hacer un experimento lingüístico que no me interesa nada?".
P. Juan García Hortelano dice que en aquel momento la gente se está pasando al ensayo y usted irrumpe con una novela que no tiene nada que ver con lo experimental, que está de moda…
R. La novela experimental creo que era un callejón sin salida necesario. Creo que hizo mucho bien para los que empezábamos a escribir: haber pasado por el calvario de leer novelas experimentales, novela francesa, incluso haber pasado por el esfuerzo que nos obligó a hacer Benet, que nos hacía leer unas cosas duras, pero que aceptábamos. Y las aceptábamos primero por su personalidad y luego porque nos dábamos cuenta de que aquello era muy bueno. Y lo que hizo fue realmente poner el idioma español en el siglo XX, y liberarnos de todo el lastre decimonónico. Él odiaba a Galdós, injustamente…
P. Pero era amigo de Baroja…
R. Y en muchas cosas era muy galdosiano. Pero a él le parecía que ese lenguaje del siglo XIX, que todavía se arrastraba en el siglo XX, era gastado, retórico, epistolero. Él impuso un lenguaje mucho más roto, más moderno, que a nosotros nos permitió recuperar la narración con un motor de coche actual, no de tartana. Esa conjunción del deseo de recuperar y, al tiempo, la dura lección de los experimentales que leíamos, no Benet, que era estupendo, pero aquellos experimentales…
P. Benet quedó.
R. La verdad es que Juan Benet impuso un rigor que nos fue muy bien para los que escribíamos entonces. Yo pensaba, escribiendo: “Qué pensará, qué dirá Juan Benet…”. Recuerdo que cuando publiqué La ciudad de los prodigios Benet publicó un artículo en la revista Leer. Primero tuve una cena con él en Madrid. Me dijo: "Eso es una tontería; parece mentira, tendría que darte vergüenza haber publicado eso". Y yo me pasé toda la noche sin dormir. El resto del mundo me daba igual, pero lo que decía Benet… Y luego resultó que todo era una broma porque publicó ese artículo: "Esta novela me gusta mucho, me hubiera gustado escribirla a mí". Y era una novela de pistolas, de aventuras, de tiros, de persecuciones. Bueno, ahí influía la amistad, pero eso fue lo que escribió.
P. Respecto a usted, Hortelano fue el adelantado.
R. Sí. Hortelano, Carmen Rico Godoy. Y Rafael Conte, que también apostó desde EL PAÍS y dijo: "Esto es lo que viene, la moda es esta". Y él era una autoridad.
P. ¿Cómo era su relación de lector con Hortelano?
R. Yo era un devoto lector de Juan García Hortelano. Gente deMadrid, por ejemplo, me parece una de las cosas más importantes e interesantes que se han escrito en España. En aquel momento, a mí Mary Tribune me pareció una gran novela, muy americana, en la onda de las de Updike. De un análisis profundo de la soledad. Ahora que ha muerto también Ana María Matute: qué poco homenaje se ha hecho a esa generación, Ana María Matute, Zunzunegui, Aldecoa, Hortelano… Todos los que nos enseñaron a escribir.
P. ¿Por qué ha ocurrido eso?
R. En parte porque no hay interés por nuestra literatura; ni por la nuestra ni por ninguna. Por la nuestra no lo hay en absoluto. A nadie le preocupa. Por ejemplo, ha habido una recuperación de la literatura falangista, bueno, algo es; pero ha habido poco interés en ver en conjunto lo que fue aquello.
P. Decía Hortelano que La verdad sobre el caso Savoltaiba a reconciliar la novela con la ficción. ¿Tuvo razón en la predicción?
R. Por supuesto, el mérito no es mío, aunque yo formo parte de esa revolución o renovación, o como quieras llamarla, que sigue hasta el día de hoy. La narrativa española sigue siendo una de las más importantes del mundo para los editores extranjeros, que siempre están pendientes de ver lo que pasa, porque tiene esa vitalidad que arrancó entonces y que sigue hasta el día de hoy. Fenómenos como Ruiz Zafón o como Ildefonso Falcones, traducidos y best sellers en todos los idiomas del mundo. Fue una recuperación de la ficción que en otros países no se llegó a hacer. Mientras, sorprendentemente, la literatura francesa e italiana no salen de una especie de marasmo localista, la literatura española continúa ocupando todos los puestos: Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina…
P. Dice Hortelano que la novela no era el fruto de la improvisación. ¿Cómo surge?
R. El azar me lleva a trabajar en el caso de la Barcelona Traction, que es famoso internacionalmente; tiene que ver con las fuerzas eléctricas que entran en Cataluña y que hacen la revolución industrial a principios del XIX. En los años sesenta se convierte en un caso que se ve en el Tribunal de La Haya. Para ello hay que revisar el historial de estas compañías multinacionales. Trabajo ahí porque soy abogado, y porque tengo el francés y el inglés bien sabidos. Y entonces tengo que entrar en los archivos de esta compañía. Así que tengo acceso a una historia del submundo de los negocios, de los trapicheos y el politiqueo de los primeros años del siglo XX en Cataluña; y eso pasa por la Primera Guerra Mundial, por el espionaje. Eso me enseña que ahí hay una historia que contar y yo tengo la exclusiva en mis manos. Y descubro también que el documento en sí es más interesante que cualquier estilo literario que se me pueda dar.
P. Y decía Hortelano que usted tiene la cortesía de contar todo eso todo lo bien que se puede. Un elogio.
R. ¡Un gran elogio! Imagina lo que es para mí, un novato que ha publicado una novela, lleno de vergüenza y de miedo, que Hortelano diga una cosa así. La felicidad que me produjo lo que escribió ya nunca más la he vuelto a tener. No hay premio ni reconocimiento que supere ese momento. Es verdad que me he esforzado por no dejar nunca una frase que no pudiera ser un poquito mejor pero no, como dice Hortelano, por cortesía, sino porque si no no podría irme a dormir tranquilo.
P. Él habla de la historia repetitiva de este país "en el que no obstante vivimos…". No se acaba el mundo y viene otro, advierte.
R. Él tenía esa visión, luego hemos visto que la tenían otros: estábamos viviendo un momento de eclosión, pero era un paréntesis; íbamos a vivir en el país de siempre, como se sigue demostrando. Yo creo que el gran mérito de El caso Savolta es haber dado ocasión al artículo de Hortelano, ¡mucho más interesante que todo el libro! Tener una novela que sigue siendo la más importante de las que he escrito, a veces me da una rabia tremenda, pero nada de eso supera el cariño y la gratitud que le tengo por haberme dado tanto como me sigue dando.
PRENSA. "Un asteroide gigantesco chocó con la Tierra hace 3 260 millones de años"
En "El País":


Un asteroide gigantesco chocó con la Tierra hace 3.260 millones de años
Afectaría a todo el planeta y cambiaría el entorno de los microorganismos primitivos
A.R. Madrid 9 ABR 2014

Tamaños del asteroide de los dinosaurios (izquierda), de 10 kilómetros; el de hace 3.260 millones de años (centro), de 37 kilómetros; y del Everest, de 8,9 kilómetros de altura. / AGU
Hace unos 3.260 millones de años debió chocar con nuestro planeta un asteroide gigantesco, entre tres y cinco veces mayor que el provocó extinciones masivas en la Tierra, incluida la de los dinosaurios, hace 65 millones de años. Era la época que los científicos denominan el período de bombardeo masivo tardío, hace entre 3.000 y 4.000 millones de años, y los primeros seres vivos, microorganismos, debieron ver afectado radicalmente su entorno. Unos investigadores estadounidenses, a raíz de sus estudios de una peculiar formación geológica en Sudáfrica, han reconstruido la colisión. El asteroide, de entre 37 y 58 kilómetros de diámetro, debió hacer un cráter de 500 kilómetros de diámetro (dos veces y media mayor que el de los dinosaurios), generaría un terremoto de magnitud superior a 10.8 y las ondas sísmicas se propagarían por todo el planeta desencadenando otros grandes seísmos; tsunamis mucho más grandes de los que conocemos barrerían todos los océanos…. La velocidad de impacto del asteroide sería de unos 20 kilómetros por segundo.
Las hipótesis de los científicos contaban ya con estos cataclismos gigantescos en el pasado remoto del planeta, pero hasta ahora no habían podido determinar su escala, afirman los investigadores, que presentan sus conclusiones en la revista Geochemistry, Geophysics, Geosysems, de la Unión Geofísica Americana (AGU) estadounidense. Los expertos, liderados por Norman H. Sleep, de la Universidad de Stanford, modelizan, por primera vez, el tamaño del asteroide y el efecto que tuvo la colisión en el planeta, resalta la AGU.

El cráter del asteroide de los dinosaurios (izquierda) de 150 kilómetros; del asteroide de hace 3.260 millones de años, de unos 500 kilómetros, y la isla de Hawai, de 122 kilómetros. / AGU
Se estima que el asteroide de los dinosaurios liberaría más de mil millones de veces más energía que las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y el de hace 3.260 millones de años, muchísima más. Los científicos describen los efectos en todo el planeta: la atmósfera se llenaría de polvo y la superficie de los océanos herviría; el cielo se pondría rojo de puro calor y el impacto lanzaría al aire roca vaporizada que envolvería todo el planeta, que se condensaría en gotas que caerían al suelo ya solidificadas. Desde luego la vida primitiva se vería afectada por los efectos masivos en la corteza terrestre, e incluso la tectónica de placas. Los cambios ambientales, sugieren los investigadores, bien pudieron barrer muchos organismos microscópicos primitivos existentes en aquel momento dejando hueco a la evolución de otros que aprovecharían el vacío, como ha sucedido en otras extinciones masivas.
En un planeta tan dinámico como la Tierra, no cabe contar con la supervivencia, más de 3.000 millones de años después, del cráter de impacto tal cual. La erosión, la actividad de la corteza terrestre y otras fuerzas que configuran la superficie habrían destruido los lugares de choque de aquellos objetos celestes durante la era del gran bombardeo tardío. Pero el equipo de Sleep ha dado con las pistas del acontecimiento en el denominado cinturón de rocas verdes de Barberton, un área de unos cien kilómetros de longitud y 60 de ancho al este de Johannesburgo, con rocas que son de las más antiguas del planeta. El impacto no sería allí mismo sino a miles de kilómetros sin que estos expertos puedan indicar exactamente dónde, pero la formación geológica de Barberton y sus fracturas características encajan con los efectos del gran impacto de un asteroide que los investigadores reconstruyen ahora.
PRENSA. "El reto de las máquinas pensantes"
En "elmundo.es":

TECNOLOGÍA Debate internacional de expertos
El reto de las máquinas pensantes

El robot HAL en '2001: Una Odisea del espacio', de Kubrick, un icono de la inteligencia artificial. EL MUNDO
"¿Qué piensa usted sobre las máquinas que piensan?" Ésta es la pregunta que la revista digital Edge ha lanzado, como todos los años por estas fechas, a algunas de las mentes más brillantes del planeta. Hace poco más de un mes, a principios de diciembre, Stephen Hawking alertó sobre las consecuencias potencialmente apocalípticas de la inteligencia artificial, que en su opinión podría llegar a provocar "el fin de la especie humana". Pero, ¿realmente debemos temer el peligro de un futuro ejército de humanoides fuera de control? ¿O más bien deberíamos celebrar las extraordinarias oportunidades que podría brindarnos el desarrollo de máquinas pensantes, e incluso sintientes? Semejantes seres, además, nos plantearían nuevos dilemas éticos. ¿Formarían parte de nuestra "sociedad"? ¿Deberíamos concederles derechos civiles? ¿Sentiríamos empatía por ellos? Un año más, algunos de los pensadores y científicos más relevantes del mundo han aceptado el reto intelectual planteado por el editor de Edge, John Brockman. Ésta es tan sólo una selección de algunas de las respuestas más interesantes.
Nick Bostrom. Director del Instituto para el Futuro de la Humanidad de Oxford:
Creo que, en general, la gente se precipita al dar su opinión sobre este tema, que es extremadamente complicado. Hay una tendencia a adaptar cualquier idea nueva y compleja para que se amolde a un cliché que nos resulte familiar. Y por algún motivo extraño, muchas personas creen que es importante referirse a lo que ocurre en diversas películas y novelas de ciencia ficción cuando hablan del futuro de la inteligencia artificial. Mi opinión es que ahora mismo, a las máquinas se les da muy mal pensar (excepto en unas pocas y limitadas áreas). Sin embargo, algún día probablemente lo harán mejor que nosotros (al igual que las máquinas ya son mucho más fuertes y rápidas que cualquier criatura biológica). Pero ahora mismo hay poca información para saber cuánto tiempo tardará en surgir esta superinteligencia artificial. Lo mejor que podemos hacer ahora mismo, en mi opinión, es impulsar y financiar el pequeño pero pujante campo de investigación que se dedica a analizar el problema de controlar los riesgos futuros de la superinteligencia. Será muy importante contar con las mentes más brillantes, de tal manera que estemos preparados para afrontar este desafío a tiempo.
Daniel C. Dennett. Filósofo en el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts
La Singularidad -el temido momento en el que la Inteligencia Artificial (IA) sobrepasa la inteligencia de sus creadores- tiene todas las características clásicas de una leyenda urbana: cierta credibilidad científica ("Bueno, en principio, ¡supongo que es posible!") combinada con un deliciosamente escalofriante clímax ("¡Nos dominarán los robots!"). Tras décadas de alarmismo sobre los riesgos de la IA, podríamos pensar que la Singularidad se vería a estas alturas como una broma o una parodia, pero ha demostrado ser un concepto extremadamente persuasivo. Si a esto le añadimos algunos conversos ilustres (Elon Musk, Stephen Hawking...), ¿cómo no tomárnoslo en serio? Yo creo, al contrario, que estas voces de alarma nos distraen de un problema mucho más apremiante. Tras adquirir, después de siglos de duro trabajo, una comprensión de la naturaleza que nos permite, por primera vez en la Historia, controlar muchos aspectos de nuestro destino, estamos a punto de abdicar este control y dejarlo en manos de entes artificiales que no pueden pensar, poniendo a nuestra civilización en modo auto-piloto de manera prematura. Internet no es un ser inteligente (salvo en algunos aspectos), pero nos hemos vuelto tan dependientes de la Red que si en algún momento colapsara, se desataría el pánico y podríamos destruir nuestra sociedad en pocos días. El peligro real, por lo tanto, no son máquinas más inteligentes que nosotros, que podrían usurpar nuestro papel como capitanes de nuestro destino. El peligro real es que cedamos nuestra autoridad a máquinas estúpidas, otorgándoles una responsabilidad que sobrepasa su competencia.
Frank Wilczek. Físico del Massachussetts Institute of Technology (MIT) y Premio Nobel
Francis Crick la denominó la "Hipótesis Asombrosa": la conciencia, también conocida como la mente, es una propiedad emergente de la materia. Conforme avanza la neurociencia molecular, y los ordenadores reproducen cada vez más los comportamientos que denominamos inteligentes en humanos, esa hipótesis parece cada vez más verosímil. Si es verdad, entonces toda inteligencia es una inteligencia producida por una máquina [ya sea un cerebro o un sistema operativo]. Lo que diferencia a la inteligencia natural de la artificial no es lo que es, sino únicamente cómo se fabrica. David Hume proclamó que "la razón es, y debería ser, la esclava de las pasiones" en 1738, mucho antes de que existiera cualquier cosa remotamente parecida a la moderna inteligencia artificial. Aquella impactante frase estaba concebida, por supuesto, para aplicarse a la razón y las pasiones humanas. Pero también es válida para la inteligencia artificial: el comportamiento está motivado por incentivos, no por una lógica abstracta. Por eso la inteligencia artificial que me parece más alarmante es su aplicación militar: soldados robóticos, drones de todo tipo y "sistemas". Los valores que nos gustaría instalar en esos entes tendrían que ver con la capacidad para detectar y combatir amenazas. Pero bastaría una leve anomalía para que esos valores positivos desataran comportamientos paranoicos y agresivos. Sin un control adecuado, esto podría desembocar en la creación de un ejército de paranoicos poderosos, listos y perversos.
John C. Mather. Astrofísico del Centro Goddard de la NASA y Premio Nobel
Las máquinas que piensan están evolucionando de la misma manera que, tal y como nos explicó Darwin, lo hacen las especies biológicas, mediante la competición, el combate, la cooperación, la supervivencia y la reproducción. Hasta ahora no hemos encontrado ninguna ley natural que impida el desarrollo de la inteligencia artificial, así que creo que será una realidad, y bastante pronto, teniendo en cuenta los trillones de dólares que se están invirtiendo por todo el mundo en este campo, y los trillones de dólares de beneficios potenciales para los ganadores de esta carrera. Los expertos dicen que no sabemos suficiente sobre la inteligencia como para fabricarla, y estoy de acuerdo; pero un conjunto de 46 cromosomas tampoco lo entiende, y sin embargo es capaz de dirigir su creación en nuestro organismo. Mi conclusión, por lo tanto, es que ya estamos impulsando la evolución de una inteligencia artificial poderosa, que estará al servicio de las fuerzas habituales: los negocios, el entretenimiento, la medicina, la seguridad internacional, la guerra, y la búsqueda de poder a todos los niveles: el crimen, el transporte, la minería, la industria, el comercio, el sexo, etc. No creo que a todos nos gusten los resultados. No sé si tendremos la inteligencia y la imaginación necesaria para mantener a raya al genio una vez que salga de la lámpara, porque no sólo tendremos que controlar a las máquinas, sino también a los humanos que puedan hacer un uso perverso de ellas. Pero como científico, me interesa mucho las potenciales aplicaciones de la inteligencia artificial para la investigación. Sus ventajas para la exploración espacial son obvias: sería mucho más fácil para estas máquinas pensantes colonizar Marte, e incluso establecer una civilización a escala galáctica. Pero quizás no sobrevivamos el encuentro con estas inteligencias alienígenas que fabriquemos nosotros mismos.
Stephen Pinker. Catedrático de Psicología en la Universidad de Harvard
Un procesador de información fabricado por el ser humano podría, en principio, superar o duplicar nuestras propias capacidades cerebrales. Sin embargo, no creo que esto suceda en la práctica, ya que probablemente nunca exista la motivación económica y tecnológica necesaria para lograrlo. Sin embargo, algunos tímidos avances hacia la creación de máquinas más inteligentes han desatado un renacimiento de esa ansiedad recurrente basada en la idea de que nuestro conocimiento nos llevará al apocalipsis. Mi opinión es que el miedo actual a la tiranía de los ordenadores descontrolados es una pérdida de energía emocional; el escenario se parece más al virus Y2K que al Proyecto Manhattan. Para empezar, tenemos mucho tiempo para planificar todo esto. Siguen faltando entre 15 y 25 años para que la inteligencia artificial alcance el nivel del cerebro humano.Es cierto que en el pasado, los «expertos» han descartado la posibilidad de que surjan ciertos avances tecnológicos que después emergieron en poco tiempo. Pero lo contrario también es cierto: los «expertos» también han anunciado (a veces con gran pánico) la inminente aparición de avances que después jamás se vieron, como los coches impulsados por energía nuclear, las ciudades submarinas, las colonias en Marte, los bebés de diseño y los almacenes de zombis que se mantendrían vivos para suministrar órganos de repuesto a personas enfermas. Me parece muy extraño pensar que los desarrolladores de robots no incorporarían medidas de seguridad para controlar posibles riesgos. Y no es verosímil creer que la inteligencia artificial descenderá sobre nosotros antes de que podamos instalar mecanismos de precaución. La realidad es que el progreso en el campo de la inteligencia artificial es mucho más lento de lo que nos hacen creer los agoreros y alarmistas. Tendremos tiempo más que suficiente para ir adoptando medidas de seguridad ante los avances graduales que se vayan logrando, y los humanos mantendremos siempre el control del destornillador. Una vez que dejamos a un lado las fantasías de la ciencia ficción, las ventajas de una inteligencia artificial avanzada son verdaderamente emocionantes, tanto por sus beneficios prácticos, como por sus posibilidades filosóficas y científicas.
PRENSA CULTURAL. LENGUA. "Sonido y ruido". Luis Magrinyà
En "El País":
Sonido y ruido
Hoy: distinciones, confusiones y al final, como siempre, el estilo
José Antonio Pascual, en su libro No es lo mismo ostentoso que ostentóreo (Espasa, Madrid, 2013), ha quitado hierro, con cierto escándalo para algunos, a la confusión tantas veces recriminada entre los verbos oír y escuchar. Después de documentar lo muy antigua que es en español esta confusión y lo mucho que abunda entre los escritores de hoy, concluye que “no debemos asustarnos” si vemos que “la distinción de estos verbos acaba reduciéndose a combinaciones estereotipadas”. Aquí hay que entender “estereotipadas” por idiomáticamente fijadas y convencionales (no como uno de esos penosos rasgos de estilo que venimos detectando en esta sección): es decir, que probablemente oír y escuchar acaben conservando sus “genuinas” diferencias de significado únicamente en ciertos contextos. Dice Pascual: “si nos empeñáramos en no apearnos de la lógica [o sea, en condenar cualquier uso de escuchar que no signifique ‘oír con atención’], parecería que prestamos más atención escuchando detrás de una puerta que la que habríamos de poner oyendo misa” (p. 54).
Sobre las “combinaciones estereotipadas” de la lengua (sobre lo que nos lleva a decir siempre “oír misa” y nunca “escuchar misa”) volveremos más adelante, pero esta neutralización, esta identidad final de significados más o menos distintos que aquí se observa entreoír y escuchar creemos que se está dando también, sin salirnos del ámbito acústico, entre sonido y ruido. Con una diferencia: creemos que ruido va ganando y va dejando sonido para uso de los más dubitativos, o, lo que tantas veces viene a ser lo mismo, los más finos.
Sonido es, digámoslo así, el gran hiperónimo: incluye todo lo que suena, y, visto de este modo, desde un trueno hasta un susurro pueden ser un sonido. También es el que expresa el fenómeno en abstracto, como bien se ve en locuciones como barrera del sonido o técnico (incluso el anglicado ingeniero) de sonido. El DRAE lo define así: “Sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire”; y aún tiene una acepción más específica, que incluye lo mecánico: “Vibración mecánica transmitida por un medio elástico”. En cambio, ruido es: “Sonido inarticulado, por lo general desagradable”.
Como veremos a continuación, las cosas no están tan claras, pero sí podemos decir que hay casos en que los dos términos no son intercambiables. Cuando algo “hace ruido”, decimos que hace en efecto ruido, y nunca que “hace sonido”. Por otro lado, aparte de las acepciones físicas que ya hemos mencionado, hay cosas que no parecen estar ligadas al ruido, solo al sonido: la voz humana, por ejemplo, o los instrumentos musicales en manos de un instrumentista decente; también la tecnología (sobre todo ligada a la música):
“Cambió, sobre todo, el sonido del grupo. Desaparecieron los teclados y las cajas de ritmos. La batería adquirió una relevancia que antes no tenía” (José Andrés Rojo, Hotel Madrid, FCE, Madrid, 1988, p. 132).
“Me pareció escuchar, a lo lejos, el sonido de una campana” (Eduardo Mendicutti, El palomo cojo (1991), Tusquets, Barcelona, 1995, p. 70).
“… subió el sonido del televisor de un modo desconsiderado” (Adolfo Marsillach, Se vende ático, Espasa, Madrid, 1995, p. 25).
“… alerta a cualquier variación en el sonido de su voz, en sus gruñidas expresiones de amor” (Santiago Esmeralda, El sueño de América, Mondadori, Barcelona, 1996, p. 132).
“Sandra se levanta y se acerca al equipo de sonido. La voz de Caetano Veloso inunda de pronto el aire” (Mario Mendoza, Satanás, Seix Barral, Barcelona, 2002, p. 215).
De acuerdo en que el sonido de un grupo musical y el de la locución equipo de sonido suenan un poco a inglés. De acuerdo también en que el sonido de una campana bien habría podido ser el “tañido” o el “son”, y el de la voz el “timbre” o el “tono” (o, como veremos más adelante, nada) y en que igualmente habríamos podido subir el “volumen” del televisor en vez de el sonido. Parece, en fin, que la mayoría de las veces hay buenas y más específicas palabras para no decir sonido, lo que no deja de ser curioso. Pero, en cualquier caso, lo que tienen en común estos ejemplos es que, incluso cuando no son usos obligatorios en su contexto o están normalizados, en ningún caso pueden sustituirse por ruido.
Ahora bien, ¿tiene que ser un ruido necesariamente “inarticulado”, o “por lo general, desagradable”? Estamos tan tranquilos en nuestro cuarto y de repente oímos algo en la cocina: da igual si se ha caído un mueble o un trapo, ¿qué es lo que hemos oído? ¿Un sonido o un ruido? Dudamos mucho de que digamos: “He oído un sonido en la cocina”. ¿Tal vez entonces, para decir ruido, la clave no esté en lo inarticulado o desagradable, sino en lo indefinible o desconocido, o bien en lo inesperado?
Estamos tranquilos y oímos algo en la cocina: da igual si se ha caído un mueble o un trapo, ¿qué hemos oído?
Ha llegado el momento de enfrentarnos a unas parejas de ejemplos:
1) “A las cinco y media el sonido del teléfono me sobresaltó” (Jorge Martínez Reverte, Demasiado para Gálvez (1979), Anagrama, Barcelona, 1989, p. 101).
“Me desperté sudando y agobiado. Sobresaltado por el ruido del teléfono” (Cristina Peri Rossi, María la noche, Lumen, Barcelona, 1985, p. 84).
2) “Súbitamente, el sonido de un motor les sorprendió a sus espaldas: era una avioneta que, volando muy baja, seguía la misma dirección del canal” (José María Merino, La orilla oscura, (1985), Alfaguara, Madrid, 1995, pp. 170-171).
“A veces la sorprendía el ruido de los aviones” (Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera (1985), Mondadori, Barcelona, 1987, p. 397).
3) “Eva oyó un ruido sordo, desconocido −¿podría ser el sonido de un trueno?−…” (José María Latorre, Miércoles de ceniza, Montesinos, Barcelona, 1985, p. 190).
“El ruido de un trueno le hizo levantar la cabeza” (Osvaldo Soriano,A sus plantas rendido un león (1986), Mondadori, Madrid, 1987, p. 117).
4) “… ya sola entre las sábanas, escuchaba el sonido de la ducha en el cuarto de baño” (Soledad Puértolas, Queda la noche (1989), Planeta, Barcelona, 1993, p. 17).
“Oigo el ruido de la ducha en la habitación de al lado” (Manuel Vicent, Balada de Caín (1987), Destino, Barcelona, 1993, p. 46).
5) “… y no bajaba a desayunar hasta que escuchaba el sonido de la puerta de la calle” (Almudena Grandes, Los aires difíciles, Tusquets, Barcelona, 2002, p. 520).
“… y no le sorprendió escuchar el ruido de la puerta, cerrándose a su espalda” (Grandes, Los aires difíciles, ed. cit., p. 585).
6) “Cesó el sonido de la aspiradora” (Rosamunde Pilcher, Los buscadores de conchas, Plaza & Janés, Barcelona, 2004, trad. de Sofía Noguera Mendía, Google Libros).
“Más tarde, el ruido de la aspiradora perturbó la tranquilidad” (Rosamunde Pilcher, Alcoba azul y otras historias, DeBolsillo, Barcelona, 2002, trad. de Carmen Camps, Google Libros).
En estos ejemplos tenemos pruebas de sobra de que las cualidades de inarticulado, desagradable, repentino, inesperado y hasta indefinible o desconocido no pueden aplicarse a la mayoría de los ruidos: todos ellos se hallan adjetivados (son ruidos inconfundibles: el del teléfono, el de un avión, el del trueno, el de la ducha…), y por tanto identificados; es tan cierto que a veces sobresaltan como que en la misma situación lo que sobresaltan son los sonidos; y, en materia de intensidad y de la fuente de donde proceden, está claro que los sonidos pueden ser igual de estrepitosos (el trueno, la aspiradora) que los ruidos.
La neutralización de significados no ha impedido, sin embargo, que quede un recuerdo −digamos− raro de esa cualidad de “desagradable” que señala el DRAE. Por eso creemos que tenemos algunos escrúpulos con ruido, porque, aunque es obvio que su significado se ha generalizado y que el término es muchísimo más usual que sonido, a veces no parece que estemos seguros de que algo que no suena especialmente bien sea realmente un ruido. Dudamos en utilizar en estos casos la palabra, y entonces es cuando asoma el sonido.
Pero hay, además, otra cosa que debemos considerar: fijémonos en algunos de los ejemplos anteriores en frases con los verbos oír yescuchar, y fijémonos también en los siguientes:
“… y únicamente oyó mientras cruzaba un vago jardín el ruido de sus pasos sobre la grava” (Antonio Muñoz Molina, El invierno en Lisboa (1987), Seix Barral, Barcelona, 1995, p. 155).
“… al pasar ante la ventana del salón de una casa elegante, escuchamos el sonido de un piano y nos quedamos un rato allí, quietas y pegadas a la reja” (Rafael Chirbes, La buena letra (1992), Debate, Madrid, 1995, p. 78).
“Cerró los ojos esperando que el sonido del susurro de las oraciones de su abuela la adormeciera” (Graciela Limón, El día de la Luna, Arte Público Press, Houston, 1996, trad. de Mª de los Ángeles Nevárez, p. 167).
“Con un grito que rivalizó incluso con el sonido del estruendo del relámpago, Nomen se colocó al lado de las fuerzas enemigas” (Óscar Arévalo, Sueños de tormenta, Entrelíneas, Madrid, 2005, p. 270).
“Casi nunca escuchamos el sonido del ladrido de un perro, el llanto de un niño o la risa de un hombre que pasa” (J. Krishnamurti, Meditaciones, Edaf, Madrid, 2004, trad. de Javier Gómez Rodríguez, p. 31).
“Desde un lugar no muy lejano, a Guillam le llegó el sonido del murmullo de la voz de Phil Porteous” (John Le Carré, El topo, DeBolsillo, Barcelona, 2004, trad. de Marcelo Covián Fasce, Google Libros).
“Armando siempre oía el sonido del chapoteo del agua de un lado y los pasos de los peatones sobre la acera en el otro” (Anabella Schloesser de Paiz, Donde los perros se vuelven lobos, Alpha Decay, Barcelona, 2006, p. 38).
“… el sonido de los aplausos de un público numeroso había llegado a sus oídos” (Henry James, Las bostonianas, Mondadori, Barcelona, 2006, trad. de Sergio Pitol, Google Libros).
La aspiración a ser exactos nos lleva a creer que hay palabras que definen “exactamente” una realidad
Y ahora probemos a quitar sonido o ruido de las frases precedentes. ¿Qué pasaría? Pues sencillamente nada. Los nombres que complementan a todos esos sonidos o ruidos tienen ya en su significado un componente sonoro (pasos, un piano, voz, aplausos), cuando no son, colmo de la insistencia, formas específicas de sonido o ruido (susurro, ¡estruendo!, ladrido, chapoteo). En algunos casos, además, el componente sonoro se halla también en el verbo (oír, escuchar, llegar a sus oídos). ¿Qué diferencia hay entre “Cerró los ojos esperando que el sonido del susurro de las oraciones de su abuela la adormeciera” y “Cerró los ojos esperando que el susurro de las oraciones de su abuela la adormeciera”? ¿O entre “oyó mientras cruzaba un vago jardín el ruido de sus pasos sobre la grava” y “oyó mientras cruzaba un vago jardín sus pasos sobre la grava”? En el plano del significado, ninguna. En el plano de la lengua, ninguna. Solo puede haber, nos lo temíamos, una diferencia estilística.
La aspiración a ser matizados, precisos, exactos, o bien intensos, vehementes, nos lleva a creer que hay palabras o expresiones que definen “exactamente” una realidad, cuando en la lengua la única relación exacta que puede haber es entre palabras y palabras, entre convenciones y convenciones. Recordamos ahora las palabras de Pascual citadas al principio sobre las “combinaciones estereotipadas”. Pues sí: eso es lo que abunda en la lengua, y eso al final es lo que la hace más exacta. No es más “exacto” decir “oyó el ruido de sus pasos” que “oyó sus pasos”; de hecho, en la primera de estas formulaciones, la exactitud lingüística se pierde, convirtiéndose en redundancia, pues “ruido” está incluido en “oyó” y, reforzado por el “oyó”, también en “pasos”. Y tampoco es más “exacto” decir “el sonido de un motor” porque nos parezca que hace menos ruido que “el ruido de un motor”; lo único que es, igual que si hubiera dicho ruido, es más enfático. La convención, la “combinación estereotipada”, fijada por el uso y seguramente hasta por la tradición, en este caso es “el ruido de un motor”: querer escapar de estas convenciones distinguiendo entre sonido y ruido no tiene nada que ver con el deseo de ser “exactos”, aunque nos lo creamos. Si tiene que ver con el deseo de ser “intensos”, ah, pues bien… ya sabemos lo intensos que les gusta ser a algunos estilistas. Pero aún aventuraríamos que la querencia del inglés por anteponer the sound of a cualquier tipo de cosa que suene tiene algo que ver (inconscientemente las más de las veces) con esta redundancia. La idea de que el énfasis aporta expresividad está muy extendida, pero uno siempre acaba preguntándose si la expresividad consiste realmente en eso.
(Una nota final nada sonora, pero sobre un caso de idénticas características que nos sugiere otra gran redundancia, aquí ya claramente derivada del inglés: contenido. Un solo ejemplo entre los mil que podríamos encontrar:
“El contenido de las llamadas de auxilio que realizaron los miembros de la escuela Sandy Hook a la policía de Newtown […] revelan una mezcla de angustia, miedo, ansiedad” (“Una mezcla de temor y de calma…”, El País, 4/XII/2013).
Habría bastado con “las llamadas”. Y fijémonos en si habría bastado que hasta la redactora de la noticia hace concordar el verbo (“revelan”) no con el singular “contenido” sino con el plural “las llamadas”.)
viernes, 27 de febrero de 2015
PRENSA CULTURAL. CIENCIA. "¿Por qué existe la vida? Una teoría sobre el origen del universo asusta a los físicos"
En "elconfidencial.com":

¿Existe la vida por casualidad? ¿Se trata de un colosal golpe de la fortuna o la suerte no tiene nada que ver en el origen del Universo? Según Jeremy England, físico de 31 años del prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), el nacimiento y la consecuente evolución de la vida están dictaminadas por las leyes fundamentales de la naturaleza, esas que siempre han existido y que explican el comportamiento de los fenómenos que nos rodean. "No es más distinto que las leyes que provocan que una piedra ruede por una cuesta", advierte.
Desde el punto de vista de la Física, hay una única esencial diferencia entre los seres vivos y los cúmulos de átomos inanimados de carbono. Los primeros tienden a captar la energía del ambiente y a disiparla en forma de calor. En este sentido, England ha elaborado una fórmula matemática con la que pretende ofrecer una explicación a esta capacidad y que resuelve que cuando un grupo de átomos es guiado por una fuente externa de energía (como el Sol) y está rodeado de calor (el océano o la atmósfera) a menudo se reestructura para disipar más energía.
Si a una masa de átomos les sometes a una fuente de luz durante un tiempo podría producir como resultado una plantaEsto significa que, en determinadas condiciones, la materia inexorablemente adquiere características físicas fundamentales asociadas a la vida. "Si a una masa de átomos aleatorios les sometes a una fuente de luz durante un tiempo suficiente podría producir como resultado una planta", explica England en un estudio publicado en EnglandLab.
La teoría de England pretende apoyar y no sustituir la Teoría de Darwin sobre la evolución humana por selección natural. "No estoy diciendo que las ideas darwinianas no sean correctas. Al contrario. Solo digo que desde el punto de vista de la Física, se puede considerar la Evolución Darwianiana un caso particular surgido en un fenómeno más general", advierte.
Segundo principio de la termodinámica
El origen de la idea de England se basa en el segundo principio de la termodinámica que establece que las cosas calientes se enfrían, los gases se dispersan en el aire y la energía tiende a expandirse en el tiempo. La entropía es una magnitud que determina la parte de la energía que no se pueden utilizar para producir trabajo y cuantifica la cantidad de la misma que se pierde entre las partículas de un sistema y cómo estas partículas se propagan en el espacio. Al final, el sistema llega a un estado de "equilibrio termodinámico"en el que la energía se distribuye de manera uniforme.
Una taza de café tenderá a alcanzar la temperatura de la habitación en la que se encuentra. Siempre que ambos estén solos, el proceso será irreversible. De este modo, el café no se calentará espontáneamente porque tiene todas las probabilidades en su contra en relación a la energía de la habitación. Si bien la entropía aumenta en un sitema cerrado o aislado, un sistema abierto puede mantener bajo este nivel aumentando en mayor proporción la del ambiente circundante.
Explicación a los copos de nieve
Fue en 1944 cuando el físico Erwin Schrödinger reveló que este comportamiento lo llevan a cabo muchos seres vivos. Por ejemplo, una planta absorbe la luz del Sol y emite después luz infrarroja, una forma mucho menos concentrada de energía. En esta línea, la entropía global del universo aumenta durante la fotosíntesis, mientras que la luz solar se disipa.

Si esta teoría resultara correcta, las mismas leyes físicas que se presentan como responsables del origen de los seres vivos podrían explicar la formación de otras muchas estructuras de la naturaleza, como los copos de nieve, las dunas de arena o los vórtices planetarios, como ejemplos de adaptación a la disipación impulsada.
El principio que guía el proceso (es decir, la vida) es la adaptación de la materia al contexto de la disipaciónLa auto-replicación (o reproducción en términos biológicos) es el mecanismo a través del que una cosa puede hacer una copia de sí misma y en este caso, un sistema puede disipar energía en el tiempo. "Una buena manera de disipar grandes cantidades consiste en hacer más copias de sí mismo", por lo que, según la teoría de England, el principio que guía el proceso (es decir, la vida) es la adaptación de la materia al contexto de la disipación.
El principio se adaptaría también a la materia inanimada. Según estudios recientes, como el de Philip Marcos, de la Universidad de California, han observado algo similar en los procesos que afectan a fluidos mecánicos.




